La vida de Marcia Tambutti, nieta de Salvador Allende

La vida de Marcia Tambutti, nieta de Salvador Allende

Desde el 11 de septiembre de 1973, la vida de la nieta de Salvador Allende ha estado marcada por Chile y México, más el dolor y la fortaleza de su clan. La directora del documental “Allende mi abuelo Allende”, estrenado en 2015, mantiene su compromiso permanente con la memoria de su abuelo y familia. 

Por Amanda Astudillo Cañas @amandastudillo

Marcia Tambutti (52) forma parte del clan de siete nietos de Salvador Allende, o el “Chicho”, como le dice ella. Es hija de la exdiputada y actual senadora socialista, Isabel Allende. Prima de la ministra de Defensa, Maya Fernández. Nieta de Hortensia Bussi, la “Tencha”. Tres mujeres reconocidas por su rol público, político y por la historia familiar. Pero, ¿quién es Marcia?

Es bióloga y hace seis años trabaja en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) como encargada de biodiversidad. También es presidenta del directorio de la Fundación Salvador Allende, siendo la única nieta que participa en tal organización. Entre todos los miembros de su familia, Marcia destaca por querer enfrentar el dolor y los silencios que han acarreado. “Es parte de esa generación que necesita conocer más y que quieren preguntar más”, dice su madre. Y así lo plasmó Tambutti en su largometraje Allende mi abuelo Allende, que estrenó en 2015 y que obtuvo el galardón a mejor documental en el Festival de Cannes. Felipe Vio (52), pareja de Marcia, dice que ella “se ha dedicado a rescatar la memoria familiar, por un lado, y la memoria política histórica de lo que fue el Chicho y la Unidad Popular”.

Marcia creció y estudió en México, donde vivió el exilio durante los 17 años de dictadura. Tiene el acento y costumbres del país. En su departamento ubicado entre las calles Lota y Ricardo Lyon hay distintos artefactos de artesanía mexicana, como catrinas. También tiene una pequeña fotografía del Chicho. La foto está sin marco, apoyada en un librero, y muestra al expresidente en una playa de Algarrobo, donde la familia tenía la casa de veraneo. Es el único elemento familiar a la vista en su living

Entre el libro Los Fusileros y Charles Darwin’s, Marcia alberga esta fotografía que transmite todo lo que es para ella su abuelo: un hombre “muy encantador, muy cálido, apoyador y cómplice”.

El 11 de septiembre se cumplieron 50 años del golpe de Estado que marcó la vida de Chile, de sus habitantes y por supuesto de Marcia. Tanto para ella como su familia, es un período que provocó muchas pérdidas y sentimientos de vacío que generan dolor hasta la actualidad. “50 años de un golpe militar, que además obligó a mi abuelo a quitarse la vida. El decidió hacerlo, pero si no hubiera habido golpe mi abuelo hubiese estado vivo y hubiese terminado su mandato”, dice Marcia respecto a lo que le produce el aniversario. 

Salvador Allende se suicidó el mismo 11 de septiembre de 1973. Luego, en 1977, la hija más cercana al expresidente, Beatriz, se quitó la vida en Cuba, donde vivía el exilio. Cuatro años más tarde, en el mismo país, Laura, hermana de Allende, también se suicidó. Y en 2010 el hermano de Marcia, Gonzalo, decidió terminar con su vida, tema del que no quiso referirse. 

A pesar del dolor que le produce el aniversario, Marcia está comprometida a trabajar por la memoria, le impresiona el “sueño colectivo” que significó el período de la Unidad Popular y aún siente presente el legado humano y político de su abuelo en el país y en el mundo. Es más, en el pasado Día de los Patrimonios, la nieta de Allende recibió a más de 300 personas en la casona ubicada en Guardia Vieja, donde vivió el exmandatario. 

Entre Chile y México

Días después del golpe de Estado, la familia Allende separó sus rumbos producto del exilio. Isabel y Carmen Paz se fueron junto a su madre, Hortensia, a México. Marcia llegó a tal país con tan sólo 1 año y 10 meses de vida. En cambio, Beatriz se fue a Cuba. Felipe Vio dice que ella es heredera de la carrera que forjó su mamá y abuela respecto al compromiso con la UP, Allende y la memoria.

La vida de Marcia en México fue, en sus palabras, “hippie flower. Esto lo atribuye a las libertades que gozaba en el colegio y que en Chile no existían. Como por ejemplo, no tenía notas y no había una jerarquía entre profesores y estudiantes. Para acercarse a la cultura chilena, Marcia asistía en Ciudad de México a la “Casa Chile”, donde aprendió el acento y costumbres como las empanadas. 

Cuando volvió a Chile en 1989, en democracia, las diferencias entre ambos países la impactaron, y finalmente no se pudo adaptar. “Llegué a la Universidad de Chile, en el primer año de democracia, y sentí que era un lugar militarizado. (…) La forma como era me golpeó muchísimo”, dice Marcia, quien retornó a México a estudiar biología. 

¿Te sientes más chilena o mexicana?

Yo siempre digo que eso es como preguntarle a alguien si quiere más a su mamá que a su papá. Son preguntas que uno no puede responder. No me pienso ni como chilena ni como mexicana. En Chile me siento chilena y cuando estoy en México me siento mexicana. 

Cuando estaba haciendo su magíster en Inglaterra, Marcia sintió por primera vez que no conocía parte de su historia familiar: “El hecho de no estar ni en Chile ni en México, me di cuenta que no sabía nada de mi familia, del Chicho, de cómo vivía con la Tencha, más cosas de la infancia, de mi mamá, mis tías. Entonces ahí decidí que tenía que hacer una investigación y luego (…) que se volviera un documental”. El 2007 Marcia volvió a instalarse en Chile, donde vive actualmente.

Allende mi abuelo Allende

Entre el mar del litoral central y la casa donde veraneaba su familia, Marcia está junto a su madre, su tía Carmen Paz y dos de sus primas en Algarrobo. La nieta del expresidente las llevó de viaje al lugar donde Isabel asegura haber pasado “los mejores momentos de su vida”.

Esa es la escena final de “Allende mi abuelo Allende”, dirigido por Marcia, que se estrenó en 2015 y obtuvo “El ojo de oro”, el premio a mejor documental en el Festival de Cannes.

El periodista Eduardo Labarca, que ha escrito sobre el expresidente, dice en una columna de opinión publicada el 2015 en El Mostrador que “el mérito de Marcia Tambutti es mantener en todo momento el clima de un encuentro familiar. (…) Y en sus ansias de saber y comprender ‒ ¿cómo era el Chicho? ‒ se convierte en fiscal y lanza las preguntas que en la familia jamás se habían formulado en voz alta”. Por otro lado, Felipe señala que “Marcia juega justamente el rol de la catete, ir a empujar a esa gente y decir pero hablemos de estas cuestiones”.

Camila Villagrán (50) conoció a Marcia en México, donde se hicieron amigas hasta el día de hoy. Ella asegura que mientras Tambutti hacía el documental sí conversaban de la historia familiar y de los dolores. “No siento que sea un tema tabú para ella”, dice.

“Esto era la mirada no país (…) era una mirada hacia dentro, hacia los dolores familiares y las ausencias, a tratar de cerrar esas sensaciones de lo que te falta, de una familia que no quería hablar”, dice Marcia respecto al documental.

¿Por qué no querían hablar? 

Básicamente porque pensaron que era la mejor manera de sobrevivir al dolor. (…) Íbamos sumando dolores todo el tiempo. Y además con el deber de ser fuerte. Mi familia, sobre todo mi abuela, sentía que no podía claudicar. 

¿Tú sientes que esa postura de fortaleza se traspasó a los demás integrantes de la familia?

No. (…) Más bien lo que se traspasó fue no me preguntes porque esto me duele, no toques este tema. Eso es lo que se traspasó. Y lo que se heredó es una autocensura, un silencio que se convierte en autocensura. Y eso es muy fuerte porque al hacer la película me di cuenta de que nunca había hablado de este tema ni con mi hermano. 

No imaginé que iba a tener esa resistencia por parte de mi familia. Ni ellos eran conscientes, y la primera vez que se dieron cuenta fue cuando les mostré la película. Ósea lo primero que me dijeron fue: “Que difícil te fue hacer esto”. Estaban súper sorprendidos de darse cuenta que todos habían puesto resistencia de alguna u otra manera. Maya, Carmen Paz, mi madre, esas figuras muy fuertes en la familia están todo el tiempo cortando, censurando, metiendo silencio. 

¿Cuándo hablas de estos temas te pasa también que hay cosas que no quieres hablar?

Espero que no. Pienso que hice el camino exactamente inverso y pienso que obligar a mi familia a hablar de ciertos temas, empujarlos, hizo que ahora los hablemos abiertamente.

¿Sientes que cerraste ese ciclo?

Yo creo que los ciclos que son muy dolorosos, los duelos, si hay algo que he aprendido es que no se cierran. Hay etapas donde son más llevaderos, pero a veces se disparan dependiendo de cómo estés. Sobre todo con muertes tan dolorosas como son los suicidios o lo que pasó con Chile. Hay onces de septiembre donde uno realmente está muy sensible y lo único que quiere es irse a llorar, y otros donde sientes que puedes más. 

¿Crees que serías diferente si él estuviera vivo?

Sí, por supuesto… Sí.

Sentada en el sillón que está pegado al ventanal de su departamento, Marcia tiene la mirada fija hacia Providencia. 

¿Qué significa ser nieta de Allende?

(Suspira) Eso es raro porque yo no hice nada para ser nieta, en el fondo es lo que me tocó vivir. No puedo hacer nada al respecto, pero con la película me di cuenta como todos lo que trabajaban o compartían con él, tenían una adoración. (..) Entonces yo creo que claramente hubiera estado encantada igual que los demás. 

A 50 años del golpe de Estado, la nieta de Allende asegura que son fechas dolorosas, pero que “el Chicho está vivo en términos de que las aspiraciones políticas que tenía, son muy vigentes aún, como fortalecer la democracia y disminuir la desigualdad”. Además, espera que “no ocurra lo que pasó con mi familia de que los dolores y los silencios en personas muy involucradas, hacen que muchas veces no hablen en lo interno”, dice Marcia.

Monumento de Arturo Prat: antes se robaba las miradas, ahora le roban su espada

Monumento de Arturo Prat: antes se robaba las miradas, ahora le roban su espada

“Muchachos, la contienda es desigual”, dijo Arturo Prat justo antes de saltar al Huáscar peruano en un acto de suprema valentía, sabiendo que era una batalla perdida. Perdió la batalla y perdió la vida, pero ganó la admiración de los chilenos. En 2007 fue evaluado como el personaje chileno más admirado. Numerosas estatuas y monumentos recuerdan al héroe nacional. “Si muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber”, continuó Prat, sin imaginar que en 2023, le estarían orinando sus pies y robándole su espada frente al Mapocho.

Por Cristinne François Cancino @krisisdevacaciones

Edición por Jorge Murga @powsthuman 

Tienes 10 años. Manuel Montt te beca para entrar en la escuela naval. Ahora tienes 17 y logras capturar la goleta española Covadonga en el combate naval de Papudo. Te ascienden a teniente Segundo. Además, logras ser el primer oficial de marina en obtener un título universitario como abogado. Tienes 31 años y en medio de una guerra naval, saltas al abordaje de una nave blindada, intentando ganar una batalla que ya se veía perdida, aferrándote al honor de la patria y dando tu vida por Chile.

Ahora es 2023, tienes 175 años. Estás hecho de bronce, frente al Mercado Central de Santiago, en una plaza bautizada con tu nombre. Y ahí figuras, con vista a vendedores ambulantes, vagabundos durmiendo en la plaza, y borrachos haciendo sus necesidades a tus pies. Tampoco tienes espada, porque hace unos días te la robaron. ¿Qué se siente ser Arturo Prat en 2023? 

Fue en 1962 que se inauguró la imponente escultura llamada “Monumento a los Héroes de Iquique”, trabajo conjunto de los escultores José Carocca Laflor y Moisés Busquets Montalva, y el arquitecto Gustavo García Postigo, la cual fue ubicada en la ahora conocida como Plaza Arturo Prat, en pleno Santiago Centro.

Santiago era una ciudad distinta. La ubicación de la estatua no fue fruto del azar. Se instaló frente de la bullente Estación Mapocho, ante el ferrocarril que conectaba la capital con ciudades del interior y costeras de la zona central del país.

La escultura se conformó por un gran faro hecho de una piedra verdosa traída de Talca, el cual mide alrededor de 25 metros de altura. Además de una base que tiene una forma piramidal del mismo material del faro, se encuentra, en la parte delantera, la figura de Arturo Prat, que mide tres metros 60 centímetros, acompañado a su lado derecho por el Sargento Juan de Dios Aldea, a su lado izquierdo por un marinero con un hacha y atrás de él, una mujer, alegoría de la República. Estos últimos tres personajes alcanzan hasta los tres metros 20 centímetros y todos están hechos de bronce, o al menos, inicialmente así era.

Arturo Prat apunta con su mano izquierda hacia el mar, y con la otra sostiene una espada que apunta al piso. El Sargento Aldea tiene empuñada la espada. El otro marinero, un hacha. La mujer, un escudo y laurel.

Lo que se creó como una forma de conmemorar a, como bien dice su nombre, los Héroes de Iquique, sujeto de admiración y que se robaba las miradas de aquellos que llegaban a la capital o emprendían viajes a distintos lugares del país por las vías ferroviarias, hoy parece ser una escultura olvidada, en un barrio en donde las condiciones de salud, seguridad e higiene se deterioran cada vez más.

La vista diaria de Arturo Prat en 2023

El héroe nacional, si pudiera mover su cabeza a su derecha, vería el paradero 5 del transporte público, todo grafitado, con botellas plásticas atropelladas y negras, pedazos de bolsas de papas fritas, colillas de cigarros, entre otros restos de basura. Sobre cualquier reja o fierro del paradero cuelgan cientos de prendas exhibidas por los vendedores ambulantes que se han tomado el lugar. No es sólo el paradero, toda la calle está repleta de ellos, algunos con sus carpas para esconderse del sol, otros con un mantel en el piso. Si no fuera por la ciclovía que hay en ese lugar, no se podría pasar, no puedes distinguir si es más fuerte el ruido de los buses al llegar, o el de la masa de personas hablando.

Si Prat se fijara un poco más allá, y si la muchedumbre se lo permitiera, vería que detrás de todos esos vendedores ambulantes está el río Mapocho, que de río poco le queda. El agua es escasa, color marrón, totalmente turbia y con todo tipo de desechos flotando.

Si girara la cabeza al lado izquierdo vería más despejado, aunque las rejas que separan la plaza de la calle Ismael Valdés Vergara, son el perfecto respaldo para borrachos que descansan bajo la sombra de los árboles, o un soporte para amarrar improvisadas carpas de personas en situación de calle que habitan la plaza.

Adelante tiene vista al Mercado Central, que dentro de todo se ha mantenido durante el tiempo. Es una de esas infraestructuras que le dan un respiro a la zona.

Ahora están haciendo una remodelación en el parque, justo frente a él, pero si no estuviera todo cerrado con tablones verdes, vería la estación del metro Cal y Canto y la vista no es mucho más distinta que a su derecha.

Pero no seamos tan pesimistas, no siempre ha tenido esa vista. Basta con revisar las fotos del sector en distintas fechas con Google Maps y nos daremos cuenta de que en 2015 no había comercio ambulante en el paradero, ni grafitis, ni carpas de vagabundos en el parque.

Pero hoy, los trabajadores de negocios del sector ven cómo la inseguridad también ha aumentado, tal como demuestran las estadísticas de la Subsecretaría de Prevención del Delito, en donde la tasa de denuncias y detenciones en 2022 presentaron un aumento del doble con respecto al año 2021.

P.S., inmigrante que prefirió mantener el anonimato por temas legales, trabaja en un negocio que no tiene nombre y que se encuentra a un costado de la fuente de soda “Niza”. Explica que es un sector en donde el robo es común. “Aquí siempre roban. Pasan corriendo y agarran alguna cosa (del quiosco) (…) Es común ver a gente tomando y borracha, a cualquier hora del día”, expresó, además de asegurar que hacen sus necesidades en plena vía pública.

Av. Cardenal José María Caro en  julio de 2015.

Av. Cardenal José María Caro en diciembre de 2022.

El día del asalto de Prat en el Mapocho

En la mañana del viernes 12 de mayo pasado, Génesis Gatica, un trabajador de la empresa municipal Solo Verde, hacía las preparaciones del monumento para la ceremonia del Día de las Glorias Navales. Este mantenimiento consiste en limpiar las estatuas, revisar su estado, pintarla, borrar los grafitis que se le hacen durante el año y retirar las heces de los vagabundos o borrachos con cloro, para quitar el olor de los distintos desechos.

Fue en esta labor que se percató de que la espada de Prat faltaba, o más bien, la hoja de esta, contándole lo sucedido a su jefe, quien avisó a las autoridades, denunciando los hechos al Ministerio Público. Finalmente, según Patricio Cooper, el fiscal a cargo del incidente, fue la municipalidad de Santiago quien se querelló. Sin embargo, él explicó que no se trata de la hoja original de la espada, la cual debió haber sido de bronce, si no que de una hoja de fierro, por lo que supone que la espada original del monumento ya había sido sustraída varios años atrás. La denuncia fue realizada por la espada pero la investigación abarca todo lo que se pudo haber sustraído, señala Patricio.

“Ahora Arturo no podrá hacer el abordaje: se suspende el 21 (de mayo)”, “En Francia los monumentos están custodiados por el ejército, eso no más digo”, fueron algunos de los comentarios que chilenos hicieron en Twitter con respecto a la noticia.

Sin embargo, Arturo Prat estuvo sin su espada por unos días hasta que esta “reapareció”, y se lució durante la ceremonia del 21 de mayo. “Yo mismo hice la espada. Es una platina de hierro. Esa se pule, se pinta y se le hace la forma de espada, si todas las espadas son iguales”, señaló Gatica. 

En la plaza Arturo Prat, “se roban todo lo de fierro”, explicó Gatica, apuntando hacia las tapas de las cajas que guardan los controles de riego y cañería de la plaza. La hipótesis del trabajador es que las personas se roban el material para venderlo a fundiciones, pero ¿cuánto pueden ganar vendiendo fierro?

Pensemos que en primera instancia, si queremos consultar el precio por kilo de fierro en nuestro país, los navegadores de internet automáticamente cambiarán la palabra “fierro” por “chatarra”, como si fueran sinónimo. Esto ya nos da un indicio de que su valor monetario no es importante.

El mejor resultado encontrado lo ofrece la empresa reciclaje San Francisco, a $180 el kilo de fierro. ¿Se justifica que alguien robe una hoja de fierro para conseguir unos 2 mil pesos? Distinta sería la situación si se tratara de la original, hecha de bronce, avaluado en $3.200 pesos el kilo.

Días antes del 21 de mayo, además del robo de la espada de Prat, también falta la espada de Aldea, aunque Gatica aseguró que esa “siempre ha faltado” y al igual que la del héroe nacional, la que hoy en día se exhibe es de fierro, sin embargo, solo se pone para la ceremonia del 21 de mayo ya que por su posición, con su extremo despegado del suelo, es mucho más fácil de robar.

“A las 6 de la mañana del domingo -21 de mayo- yo vengo y pongo esa espada -la de Aldea-“, insistió en que no la pone antes para no arriesgarse a que la roben y tener que “pelear” con quienes puedan reclamar por la pieza faltante.

Por si no fuera suficiente, el escudo y laurel que sujetaba la alegoría de la República tampoco están, pero es difícil determinar cuándo desaparecieron pues los transeúntes que frecuentan el sector insisten en que ya nadie le presta atención al monumento. De hecho, para la ceremonia se repuso la espada de Prat, y se puso la de Aldea, pero nadie se percató de que faltaban otras piezas también.

El monumento el pasado 21 de mayo. Presenta las dos espadas, pero sin el escudo ni el laurel de la mujer.

 

¿Quién salvará a Prat?

Teniendo en cuenta el poco valor monetario de las hojas de las espadas, que hoy son de fierro, la importancia de estas radica más bien en un punto simbólico. “(Arturo Prat) es el ejemplo que tiene la Armada de Chile y el país completo a seguir en todo su accionar. Es un héroe de excelencia, una persona que cultivó los valores, desde el fondo del corazón desde siempre y por tanto es tremendamente importante para todos los chilenos seguir su ejemplo”, expresó el Subjefe del Estado Mayor Conjunto, Vicealmirante Alberto Ahrens, quien encabezó la ceremonia en ese lugar este 21 de mayo.

La investigación del robo, luego de la querella presentada por la Municipalidad de Santiago, y acogida a tramitación el 7º juzgado de Garantía está a cargo del Fiscal Patricio Cooper y la Sección de Investigación Policial (SIP) de Carabineros.

Los responsables, a quienes se les atribuyen delitos de receptación, daño y apropiación a monumentos nacionales, penado por la ley 17.288, podrían ser sancionados “con pena de presidio menor en sus grados medio a máximo y multa de cincuenta a doscientas unidades tributarias mensuales”,  según señala el artículo 38 de dicha ley. 

“Encuentro que es una falta de respeto con los monumentos nacionales, y personas que hacen eso solamente se condenan. El espíritu de nuestro Chile va por otro camino”, concluyó el Vicealmirante Ahrens, mientras se alejaban, desfilando por la Costanera hacia el Oriente, los destacamentos militares que habían rendido merecido homenaje a los Héroes de Iquique.

 

Mujeres TEA y diagnóstico tardío: los síntomas que no se ven

Mujeres TEA y diagnóstico tardío: los síntomas que no se ven

A partir de los dos años se puede diagnosticar TEA en niños y niñas, sin embargo, existen casos en donde este diagnóstico llega en la adultez, lo que se da mayormente en mujeres. Falta de investigación, estigmas asociados al autismo y diagnósticos erróneos son algunas de las razones que ayudan a que estos casos pasen desapercibidos. Estas son las historias contadas por sus protagonistas.

Por María Ignacia Olave Hola (@mignacia.o)

Editado por Mattias Sandoval Gatica (@mattibenja)

Desde que tiene memoria, Romina Escobedo (33) sabía que algo no estaba bien. Recuerda lo incómoda que se sentía cuando era pequeña y tenían que bañarla. En el baño de su casa había una alfombra azul eléctrico con unos relieves que le daba pánico pisar, y eso la hacía llorar desconsoladamente. “No podía pisarla, ya que tocarla me generaba incomodidad. Pedía a llantos que me pusieran una toalla en el suelo para salir de la ducha”, cuenta. En el jardín infantil demoró un mes en poder entrar a la sala sin llorar, hasta que su mamá le dijo a la directora que tenía que acostumbrarse a la fuerza. Su familia normalizó su forma de ser y de actuar, justificando que su comportamiento era así “porque era una niña”.

Existen diferentes razones por las que las mujeres llegan a enterarse años después de que son parte del espectro autista. Muchas veces ocurre porque se normalizan actitudes que tienen cuando son pequeñas. Según Abel Morales, psiquiatra de adultos de la Universidad de Chile, los criterios y las escalas de medición del espectro históricamente han estado más enfocados en los síntomas de los hombres, y agrega que esto es algo que se está visibilizando hace poco. “Recién se está conversando esta diferencia entre diagnosticar mujeres y hombres. Ahora están más en la palestra los Trastornos del Espectro Autista (TEA), y los y las que nos están mostrando estas diferencias son ellos mismos”, comenta.

Esta falta de diagnóstico hizo que la adolescencia de Romina fuera aún más difícil que su infancia. Sentía que todo le molestaba, se enojaba con facilidad y le parecían tontas algunas actitudes de las personas a su alrededor. Creció escuchando cómo los demás le decían que era rara. “Copiaba las conductas del resto, incluso los tics los terminaba repitiendo. Era difícil estar siempre pensando qué era lo que tenía que decir, cómo me tenía que poner”, recuerda.

Su vida universitaria no fue muy diferente. Logró titularse de psicóloga y comenzar a trabajar, pero aun así no se sentía bien, por lo que decidió ir a terapia. Pasó por tres psicólogos, hasta que el último le entregó su diagnóstico: ansiedad. “Aún tenía un ruidito, ya que esto de no encajar o (cometer) los mismos errores una y otra vez me llamaba la atención”. Con sus conocimientos profesionales, Romina analizó su conducta y se dio cuenta de que tenía dificultades en los vínculos, en el lenguaje y en el manejo de las emociones, características de personas neurodivergentes. Le costó asumir que podría ser eso, ya que tenía muy arraigada la imagen que se muestra en televisión del niño que no habla o del niño genio. Siempre un niño. “Existe una imagen muy caricaturesca del autismo, con rasgos muy marcados que muchas veces no son tan así. Pero es un espectro, tiene un gradiente impresionante. Así como es el universo neurotípico tienes introvertidos y extrovertidos, hay de todo en el TEA también”, comenta la psicóloga.

Algunos especialistas sugieren que las mujeres logran adaptarse de manera más rápida y fácil que los hombres, lo que muchas veces genera que mujeres TEA imiten comportamientos de personas neurodivergentes o logren enmascarar algunas de sus actitudes creando un personaje. Greissy Comte (40), jefa del Servicio de Neurología del Hospital Regional de Copiapó, explica: “Las personas, gracias a su capacidad de adaptación y para poder encajar en la sociedad, tratan de hacer papeles. Tengo pacientes que me dicen: ‘en verdad yo hago un rol, estoy actuando o soy un personaje en tal o cual ambiente”. Esto lo reafirma el psiquiatra Abel Morales: “Las mujeres tienen mayor habilidad para enmascarar los síntomas, ya que comúnmente tienen más habilidades sociales. Es por esto que les resulta más fácil enmascarar y parecer una neurotípica”, explica el especialista.

“Confundimos los síntomas o las manifestaciones con otros trastornos, y esos diagnósticos no son los más acertados. Por ejemplo, es común que pensemos que se trata de un trastorno de ansiedad, cuando en realidad es un síntoma ansioso asociado al espectro autista”, confirma la doctora Greissy Comte. “Cuando te dan el diagnóstico te das cuenta de todo el esfuerzo que haces para sociabilizar y toda esa máscara que tienes, se cae”, dice Romina, quien actualmente trabaja en una clínica psiquiátrica, y dirige la cuenta @mi_saludmental, donde sube información con el fin de educar sobre el TEA a la población neurodivergente. 

La estudiante de Dirección Audiovisual Sigrid Gallardo (22) recibió este año su diagnóstico. Recuerda que en el liceo donde estudió le hacían bullying por sus buenas notas, lo que le causó mucho sufrimiento. La segunda psicóloga educacional que tuvo le diagnosticó desmotivación escolar y se quedó con ese diagnóstico hasta salir de Cuarto Medio. Al entrar a la universidad, pasó por tres psicólogos más. En ese entonces tenía distimia, una depresión crónica, y por eso la derivaron a un psiquiatra. Después de tres meses, le entregaron una respuesta que nunca se imaginó: pertenecía al espectro autista. “Como no hay una representación fiel de lo que es el autismo, no me sentía identificada con ninguna de las personas autistas que había visto”, comenta.  Que le entregaran su diagnóstico le ayudó a entender su condición: “Me decían que era mañosa porque no comía cierto tipo de alimentos o que era mal genio porque la luz del supermercado me molestaba. Ahora recién entiendo que esas cosas tenían una justificación”, dice.

La experiencia de Nora Peña no se aleja a la de Romina o Sigrid. La psicóloga clínica tenía 34 años cuando se enteró de su diagnóstico. Se encontraba realizando su post título sobre psicoanálisis lacaniano, en el que tuvo que hacer terapia para poder aprobarlo, y así comenzó a reconocer lo que le estaba pasando. “En ese proceso me desestructuré, se me cayó toda la máscara que tenía armada. Quedé dos semanas tartamuda después de que supe el diagnóstico. Fue un proceso fuerte, pero también de mucho encuentro y reconocimiento de mí misma”, recuerda.

Cuatro años se demoró en asumir y exponer en sus redes sociales que pertenece al espectro autista, ya que tenía mucho miedo debido a su profesión. A pesar de sus temores, decidió dedicarse a realizar terapia a personas neurodivergentes y a través de la cuenta @espacioautista también educa sobre el tema. 

“Si tú ya llegas 10 años más tarde con el diagnóstico y empiezas a estimular ahí, no va a ser la misma respuesta que si empiezas a estimular a los dos años”, confirma el doctor Morales. “Es por esto que es clave visibilizar estos casos y que los profesionales se capaciten”. 

La importancia de la detección temprana radica en el tratamiento precoz, entendiendo a este no como algo curativo, ya que el autismo no es una enfermedad, sino una condición. El tratamiento está enfocado en mejorar las áreas que están más afectadas por el trastorno, todo esto con apoyo de evaluaciones de terapeutas ocupacionales, psicólogos, neurólogos o psiquiatras. Respecto a esto, Morales menciona: «La detección precoz va a permitir realizar intervenciones que van a tener mayores beneficios a esta edad (dos años), en donde el niño o niña está en desarrollo».

Recomiendo: La novela “Kim Ji-young, nacida en 1982” de la autora Cho Nam-joo

Recomiendo: La novela “Kim Ji-young, nacida en 1982” de la autora Cho Nam-joo

Por Martina Adasme @adasmemartina
Editora de Personajes en @revistakmcero

⏰ 4 minutos de lectura

Kim Ji-young tiene treinta y tres años. Se casó a los treinta y fue madre hace un año. Ji-young tiene el nombre más común entre las mujeres surcoreanas nacidas en 1982. Parece que lleva una vida como la de todas, pero después de haber experimentado una serie de eventos que demuestran la opresión y desigualdad de género a la que se enfrenta en su día a día, empieza a desarrollar síntomas de trastorno de identidad disociativo: comienza a hablar y actuar como diferentes mujeres de su vida. Es una forma de protesta y de manifestación debido a las frustraciones acumuladas.

Kim Ji-young es la protagonista de la novela que lleva su nombre “Kim Ji-young, nacida en 1982” publicada en 2016. Su autora, Cho Nam-joo, tal como lo hace Kim en la ficción, dejó su trabajo para quedarse en casa y criar a su hija. Cuando quiso volver a trabajar, se encontró con muchos obstáculos. Esto la llevó a recaudar información y datos sociológicos sobre la situación de las mujeres que reanudan su vida laboral tras convertirse en madres en Corea del Sur. Así es como nació este trabajo.

En sus 156 páginas, este libro retrata hábilmente las discriminaciones de género que existen para las mujeres en Corea del Sur. Cuando hablamos de ellas, muchas veces uno se imagina situaciones directas, físicas y violentas. Esto no siempre es así, ya que aquí se representan de formas sutiles; pasan fácilmente desapercibidas.

Leer este libro me hizo reflexionar sobre los episodios discriminatorios que muchas de nosotras hemos vivido. Es así como se demuestra que esta situación no solo sucede en Corea del Sur, al otro extremo del mundo y que tiene una cultura muy distinta a la nuestra, sino que aquí, a 18 mil kilómetros del país asiático, también.

El mundo ha progresado muchísimo, pero el patriarcado y la misoginia se pueden asomar en pequeñas reglas, contratos, comentarios, expectativas y costumbres. Por ejemplo, en la novela, el entorno de Kim Ji-young espera que ella se comporte de cierta manera, como ser sumisa y dócil, mientras que cualquier expresión de ambición personal o deseo de autonomía es desalentada o mal vista. También, la protagonista es víctima de acoso sexual en varias ocasiones; en una de ellas, su jefe en el trabajo le hace comentarios y toques inapropiados, lo que crea un ambiente incómodo y hostil para ella. Muchas de nosotras podemos relacionarnos con eso.

“Ni siquiera sé si me casaré o si tendré hijos. O puede que me muera antes. ¿Por qué tengo que renunciar a lo que quiero ser o hacer por un futuro que no sé si llegará o no?”

En la novela Kim Ji-young habla como si otra persona se apoderara de ella, y hace comentarios inapropiados en reuniones familiares. ¿Qué le pasó? Según su entorno, ella siempre fue correcta, respetuosa y “señorita”. El libro nos traslada a su pasado y nos cuenta la historia de vida de Ji-young, desde su infancia hasta su maternidad y renuncia de su trabajo. La vemos enfrentar desafío tras desafío, rechazo tras rechazo, abuso tras abuso. Partimos observándola compartir un espacio pequeño con su hermana porque su hermano estaba en la habitación más grande. La vemos temerle a hombres que se querían aprovechar de ella. Vemos la forma degradante en la que sus compañeros de universidad se referían a ella sin razón. Vemos cómo el cuerpo de las mujeres es un tema en cuanto a las ofertas laborales y vemos cómo, aunque ella no quería dejar su trabajo, la sociedad la desprecia por “llevar una vida tranquila y sin muchas responsabilidades”, ya que “solo se dedica a cuidar de su hija”.

El libro es una mezcla de ficción con realidad: incluye notas de página con referencias a distintos estudios y estadísticas sobre las circunstancias en las que las mujeres viven la maternidad y el trabajo en Corea del Sur. Hay referencias del desempeño en el trabajo, como el estudio “Prevalece la discriminación por género y apariencia en el empleo” de la Agencia Yonhap, de julio de 2005. Pero también se citan trabajos relacionados al ámbito doméstico, como “El fin de las amas de casa a tiempo completo” de la revista Hankyoreh 21 (edición 948), en donde se explica que, “aunque se dependa de una institución de cuidado infantil, la mujer no puede descansar, ya que sus opciones son solo dos: realizar las tareas del hogar con el niño o sin él”. Para mí, “Kim Ji-young, nacida en 1982” es la “ficcionalización” de una historia real, la historia de muchas mujeres.

Lo pensé sobre todo tras un día de abril, cuando iba leyendo este libro en el metro. Una chica frente a mí se me acercó, me señaló el libro, y me dijo: “es muy bueno, me impactó muchísimo”.

Todas somos Kim Ji-young: nuestras mamás, abuelas, tías, hermanas, amigas, compañeras y desconocidas.

La angustia y la furia en mi pecho era asfixiante mientras pasaba página por página. No recomiendo este libro si se está buscando una lectura ligera o que deje un buen sentimiento. Lo recomiendo por todo lo demás.

Martina Adasme es estudiante de cuarto año de periodismo en la FCOM-UC (@fcomuc). Ha publicado crónicas y reportajes en el medio universitario Kilómetro Cero y en el medio estadounidense Insider NJ. También, ha sido editora de la sección “Personajes” de Kilómetro Cero.

Manuel Guerrero Antequera: “No nacemos torturadores, estos se forman”

Manuel Guerrero Antequera: “No nacemos torturadores, estos se forman”

La semana pasada asumió como jefe de Contenidos de La Moneda, tras la renuncia de la abogada Andrea Reyes, y desde el Gobierno aseguran que tendrá un rol en la conmemoración de los 50 años del Golpe. Hijo de Manuel Guerrero Ceballos, quien fue dirigente del Partido Comunista (PC) y una de las tres víctimas del Caso Degollados (1985), Guerrero acaba de publicar su primer libro, “Sociología de la Masacre”, donde realiza un estudio minucioso sobre el lado más inquietante de la condición humana: aniquilar a sus pares. Aquí, poco antes de asumir el cargo, explicó cómo comprender la violencia, se transforma en un ejercicio de memoria para que sucesos como estos no vuelvan a ocurrir.

Gentileza Manuel Guerrero

Por Gabriela Valdés @Gabrielaavaldess

Edición: Taller de Edición

⏰ 7 minutos de lectura

Santiago Nattino, José Manuel Parada y Manuel Guerrero fueron las víctimas de un triple homicidio ocurrido el 30 de marzo de 1985. A los militantes del Partido Comunista los detuvieron funcionarios de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros durante la dictadura de Augusto Pinochet en diferentes lugares de Santiago. Un día después, sus cuerpos fueron encontrados sin vida con signos de tortura en la comuna de Quilicura. A 50 años del Golpe de Estado de 1973, el sociólogo Manuel Guerrero Antequera, hijo de Manuel Guerrero Ceballos, ha asumido como jefe de Contenidos de La Moneda en reemplazo de la abogada Andrea Reyes, quien renunció al cargo la semana pasada. Esto, en medio de la salida del escritor y periodista Patricio Fernández de la asesoría para la presidencia.

Guerrero, quien será el encargado de, entre otras labores, escribir los discursos presidenciales, cuenta con un doctorado en Sociología de la Universidad Alberto Hurtado, y tiene estudios de posgrado en filosofía política y axiología, bioética clínica y ética de la investigación en la Universidad de Chile y de Neuroética en la Universidad de Oxford. Este año lanzó “Sociología de la Masacre”, un libro de 181 páginas, editado por Paidós, donde reflexiona por qué, y de qué manera, la población civil puede hacerse parte o no de lo que él denomina “masacres humanas”.

Desde su oficina en la Universidad de Chile, antes de asumir en su actual cargo, Manuel Guerrero relata tranquilo su proceso de duelo. “Me tomó mucho tiempo darme cuenta y finalmente ubicarme como un niño de 14 y que no pasaba por mí. Tuve que entender que una decisión política ciudadana de enfrentar a una dictadura para recuperar la democracia implicó, lamentablemente, que personas arriesgaran su vida”, dice.

Lleva años siendo activista de la memoria, además de dedicarse a ser profesor, pero ¿qué es lo que finalmente lo motivó a escribir el libro?

El libro tiene por base una investigación doctoral. Yo hice el doctorado en sociología y dentro de los distintos proyectos de investigación de tesis que presenté, finalmente me quedé con este, que era tratar de comprender desde el lenguaje de las ciencias sociales, cuál es el tipo de violencia que vivimos durante la dictadura. Me pareció interesante investigar violaciones masivas y sistemáticas de los derechos humanos. No nacemos torturadores, estos se forman: ¿De qué forma? ¿Qué es lo que los lleva a hacer lo que hacen? ¿Cómo lo hacen? Eso me fue llevando a estudiar los contextos de violencia, y abrirme también a comprender el fenómeno de la violencia entre quienes la sostienen, intentan pasar desapercibidos o la tratan de frenar, para así tratar de responder eso que cantan en Flores secas Los Tres, cuando dicen: “viví la masacre sin saber por qué”. Acá hay un intento de respuesta para ello.

¿Por qué decide escribir “Sociología de la Masacre” desde lo teórico y no desde lo testimonial?

El derecho humano, tanto en lenguaje jurídico como testimonial, (ha buscado dar) herramientas muy importantes para volver a darle voz a quienes se les había quitado la posibilidad. Si bien soy un sobreviviente de esa violencia, me parecía que el lenguaje de las ciencias sociales que toma cierta distancia crítica frente al fenómeno también es válido. Es una herramienta importante, especialmente ahora a 50 años del golpe, porque si nosotros nos vamos a la evidencia, como sociedad estuvimos en distintos lados. El lenguaje de las ciencias sociales puede ofrecer un puente, una herramienta para abrir esa conversación. Para mí, más allá de transmitir una experiencia personal y un testimonio, con eso se inicia el libro, rápidamente se pasa a un análisis más teórico, sociológico de la violencia. Me interesa abrir la conversación. No solamente quienes se vieron afectados directamente, sino también de parte de quienes hicieron esta violencia. ¿Por qué lo hicieron? ¿En qué circunstancias? ¿Estaban amenazados? ¿Querían obtener un puesto de trabajo? La violencia nos ubicó en distintos lados en un momento histórico.

Usted lleva el mismo nombre de su padre. ¿Siente que esto conlleva una responsabilidad?

Exacto. Por una parte, es bonito tener esta tradición de repetir los nombres a lo largo de distintas generaciones. Siento que hay una especie de linaje interesante de distintas realidades que nos tocó vivir a cada uno. A mí me enorgullece mucho ahora mi relación con mi padre. Pero sé que hay una carga en el nombre que yo trato de llevar con responsabilidad y honrarlo, lo que no significa que yo no tome mis propias decisiones. O sea, me siento un individuo muy singular. Tengo mi propia identidad.

En el libro no lo relata, pero ¿cómo se enteró de lo que finalmente le ocurre a su padre?

En mi caso me tocó ser testigo del secuestro, porque mi papá trabajaba como inspector en la escuela donde yo estudiaba. Estando en la sala de clase vi cómo se acerca un helicóptero. Empiezan a pasar cosas extrañas que no forman parte del cotidiano. Sonidos de vehículo, frenos, un balazo, etcétera. Y resultó ser que quien había sido secuestrado era mi padre, junto a un apoderado, José Manuel Parada. Fueron 24 horas de una búsqueda muy, muy intensa. Y en mi caso, teniendo 14 años, asumí un papel de visibilizar lo que estaba ocurriendo y claro, como era tan niño, llamó mucho la atención. Empecé a participar en entrevistas, en ayunos, a ir a distintas organizaciones.

Finalmente mi propio director de colegio, al día siguiente, me comunica la noticia de que los habían encontrado asesinados.

Todo el proceso de endurecimiento que vivimos los niños y niñas en esa época, que es el problema de la violencia, (a pesar de que) nos sorprende mucho, hay un momento en que también se normaliza, se naturaliza, pasa a ser tu forma de vida. Mirando hacia atrás, ese niño de 14 años lo veo como un niño de guerra, ya habíamos vivido tantas experiencias límites a propósito del terrorismo de Estado que nos podían ocurrir cosas tan terribles como esta y seguíamos actuando en una forma muy de adulto, siendo que éramos bastante niños. Ese rol lo llevé hartos meses y me costó mucho tiempo reconocer el dolor que tenía, lo que en psicoanálisis se llama llevar el duelo.

¿Cómo fue después ese proceso de duelo y perdonar en sí?

En mi caso me tomó seis meses llorar. Todo mi entorno estaba devastado por esto, especialmente el mundo adulto. Es parte de lo que yo estudié en el libro. Esta función comunicativa de la violencia, actos que son monstruosos, pero que sin embargo son llevados adelante por personas. El proceso de hacer el duelo, en mi caso ha tenido varias etapas. Primero hay que comprender que hay un daño. O sea, aquí no se trata de que seamos personas súper poderosas y que yo con 14 años pudiera, por ejemplo, rescatar con mi vida a mi padre. Fue algo que a mí me costó mucho perdonarme durante mucho tiempo. El mismo ejercicio, hacerlo con mi padre. ¿Por qué se involucró tan fuerte? ¿Por qué no se cuidó? ¿Por qué no se fue de Chile? Tenía que entender que había una dictadura, y recuperar la democracia implicó, lamentablemente, que personas muy decididas, muy íntegras, dieron su vida. Pero eso no lo hacía para dañarme a mí, si no que lo hacía para que viviéramos en una sociedad mejor, entonces ahí (hago) un camino de reconocimiento y también de perdón a mi padre. Esto ha sido un camino de comprender un fenómeno que a mí me tocó muy fuerte, pero que no fue especialmente contra mí, sino que fue un proceso social, y me interesa mucho que no se vuelva a repetir.

¿En qué momento usted dice “voy a estudiar sociología”?

A medida que iba avanzando en la escuela, lo que más me gustaba era la historia. Pero también tenía este componente artístico que heredé de mi madre, iba para guitarrista profesional. Pero pasó lo de mi papá en 1985 y eso interrumpió todo mi estudio y me dediqué a la denuncia de su crimen. Además, estábamos en la lucha por recuperar la democracia. Yo era dirigente de los estudiantes secundarios y a propósito de esa experiencia cambiaron las prioridades y así es como llegué finalmente a las ciencias sociales. Tratar de entender por qué ocurren los conflictos sociales, cómo se estructura la sociedad y cómo se mantiene el orden social entre las transformaciones culturales; me pareció muy interesante y ahora, a propósito de este libro, es la herramienta que ocupé también para analizar la violencia durante la dictadura.

Hoy Chile discute un proyecto constitucional. ¿Cuál es, según su visión, el rol que debe jugar la memoria en este nuevo proceso constituyente?

Me parece fundamental que la memoria esté presente en el debate constitucional, especialmente a 50 años de ocurrido el Golpe Militar. En la historia de Chile hubo otros golpes militares, la diferencia es que en este caso no se detuvo el 11 de septiembre, sino que a partir del 12 septiembre hubo una masacre, con miles de torturados, es por eso que lo llamamos terrorismo de Estado y crímenes de lesa humanidad. Lo que ocurre una vez producido el golpe es lo que, en mi opinión, en el debate constitucional tiene que llamar a reflexión. Tiene que ser una Constitución que tome como piso mínimo civilizatorio los derechos humanos, y en eso la memoria juega un papel importante. Los derechos humanos no son de izquierda ni son de derecha: son humanos y universales. La Constitución debiera entender que es un lenguaje que nos favorece a todos y a todas, independientemente del gobierno de turno.

¿Cómo espera que este libro ayude a la memoria?

El aporte de este libro es analítico, es decir, está en el plano de la comprensión, en la medida en que podamos nombrar lo que nos pasó, más allá del horror o el dolor que nos produce y (en la medida) en que podamos comprender su mecanismo, anticipar ese fenómeno, y si es que llega a ocurrir, intervenirlo, porque ya sabemos cómo opera y sobre todo tratar de evitarlo. El libro se ofrece para el debate y para que las personas puedan, desde su propia experiencia, ordenar su memoria a partir de esta dinámica de violencia indiscriminada, violencia selectiva y de expulsión de la comunidad moral de iguales. Son señales que se van dando, y si las identificamos hoy día, tenemos que decir “ojo”, porque esto tarde o temprano puede gatillar una dinámica que lleve a la eliminación de un grupo. Es una puerta en ese sentido, para que sirva de prevención.

Gabriela Valdés es estudiante de Periodismo de cuarto año en la Facultad de Comunicaciones UC (FCOM-UC). Actualmente es una de las editoras del noticiero Acceso Directo de Radio UC.