Manuel Guerrero Antequera: “No nacemos torturadores, estos se forman”

La semana pasada asumió como jefe de Contenidos de La Moneda, tras la renuncia de la abogada Andrea Reyes, y desde el Gobierno aseguran que tendrá un rol en la conmemoración de los 50 años del Golpe. Hijo de Manuel Guerrero Ceballos, quien fue dirigente del Partido Comunista (PC) y una de las tres víctimas del Caso Degollados (1985), Guerrero acaba de publicar su primer libro, “Sociología de la Masacre”, donde realiza un estudio minucioso sobre el lado más inquietante de la condición humana: aniquilar a sus pares. Aquí, poco antes de asumir el cargo, explicó cómo comprender la violencia, se transforma en un ejercicio de memoria para que sucesos como estos no vuelvan a ocurrir.

Gentileza Manuel Guerrero

Por Gabriela Valdés @Gabrielaavaldess

Edición: Taller de Edición

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Santiago Nattino, José Manuel Parada y Manuel Guerrero fueron las víctimas de un triple homicidio ocurrido el 30 de marzo de 1985. A los militantes del Partido Comunista los detuvieron funcionarios de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros durante la dictadura de Augusto Pinochet en diferentes lugares de Santiago. Un día después, sus cuerpos fueron encontrados sin vida con signos de tortura en la comuna de Quilicura. A 50 años del Golpe de Estado de 1973, el sociólogo Manuel Guerrero Antequera, hijo de Manuel Guerrero Ceballos, ha asumido como jefe de Contenidos de La Moneda en reemplazo de la abogada Andrea Reyes, quien renunció al cargo la semana pasada. Esto, en medio de la salida del escritor y periodista Patricio Fernández de la asesoría para la presidencia.

Guerrero, quien será el encargado de, entre otras labores, escribir los discursos presidenciales, cuenta con un doctorado en Sociología de la Universidad Alberto Hurtado, y tiene estudios de posgrado en filosofía política y axiología, bioética clínica y ética de la investigación en la Universidad de Chile y de Neuroética en la Universidad de Oxford. Este año lanzó “Sociología de la Masacre”, un libro de 181 páginas, editado por Paidós, donde reflexiona por qué, y de qué manera, la población civil puede hacerse parte o no de lo que él denomina “masacres humanas”.

Desde su oficina en la Universidad de Chile, antes de asumir en su actual cargo, Manuel Guerrero relata tranquilo su proceso de duelo. “Me tomó mucho tiempo darme cuenta y finalmente ubicarme como un niño de 14 y que no pasaba por mí. Tuve que entender que una decisión política ciudadana de enfrentar a una dictadura para recuperar la democracia implicó, lamentablemente, que personas arriesgaran su vida”, dice.

Lleva años siendo activista de la memoria, además de dedicarse a ser profesor, pero ¿qué es lo que finalmente lo motivó a escribir el libro?

El libro tiene por base una investigación doctoral. Yo hice el doctorado en sociología y dentro de los distintos proyectos de investigación de tesis que presenté, finalmente me quedé con este, que era tratar de comprender desde el lenguaje de las ciencias sociales, cuál es el tipo de violencia que vivimos durante la dictadura. Me pareció interesante investigar violaciones masivas y sistemáticas de los derechos humanos. No nacemos torturadores, estos se forman: ¿De qué forma? ¿Qué es lo que los lleva a hacer lo que hacen? ¿Cómo lo hacen? Eso me fue llevando a estudiar los contextos de violencia, y abrirme también a comprender el fenómeno de la violencia entre quienes la sostienen, intentan pasar desapercibidos o la tratan de frenar, para así tratar de responder eso que cantan en Flores secas Los Tres, cuando dicen: “viví la masacre sin saber por qué”. Acá hay un intento de respuesta para ello.

¿Por qué decide escribir “Sociología de la Masacre” desde lo teórico y no desde lo testimonial?

El derecho humano, tanto en lenguaje jurídico como testimonial, (ha buscado dar) herramientas muy importantes para volver a darle voz a quienes se les había quitado la posibilidad. Si bien soy un sobreviviente de esa violencia, me parecía que el lenguaje de las ciencias sociales que toma cierta distancia crítica frente al fenómeno también es válido. Es una herramienta importante, especialmente ahora a 50 años del golpe, porque si nosotros nos vamos a la evidencia, como sociedad estuvimos en distintos lados. El lenguaje de las ciencias sociales puede ofrecer un puente, una herramienta para abrir esa conversación. Para mí, más allá de transmitir una experiencia personal y un testimonio, con eso se inicia el libro, rápidamente se pasa a un análisis más teórico, sociológico de la violencia. Me interesa abrir la conversación. No solamente quienes se vieron afectados directamente, sino también de parte de quienes hicieron esta violencia. ¿Por qué lo hicieron? ¿En qué circunstancias? ¿Estaban amenazados? ¿Querían obtener un puesto de trabajo? La violencia nos ubicó en distintos lados en un momento histórico.

Usted lleva el mismo nombre de su padre. ¿Siente que esto conlleva una responsabilidad?

Exacto. Por una parte, es bonito tener esta tradición de repetir los nombres a lo largo de distintas generaciones. Siento que hay una especie de linaje interesante de distintas realidades que nos tocó vivir a cada uno. A mí me enorgullece mucho ahora mi relación con mi padre. Pero sé que hay una carga en el nombre que yo trato de llevar con responsabilidad y honrarlo, lo que no significa que yo no tome mis propias decisiones. O sea, me siento un individuo muy singular. Tengo mi propia identidad.

En el libro no lo relata, pero ¿cómo se enteró de lo que finalmente le ocurre a su padre?

En mi caso me tocó ser testigo del secuestro, porque mi papá trabajaba como inspector en la escuela donde yo estudiaba. Estando en la sala de clase vi cómo se acerca un helicóptero. Empiezan a pasar cosas extrañas que no forman parte del cotidiano. Sonidos de vehículo, frenos, un balazo, etcétera. Y resultó ser que quien había sido secuestrado era mi padre, junto a un apoderado, José Manuel Parada. Fueron 24 horas de una búsqueda muy, muy intensa. Y en mi caso, teniendo 14 años, asumí un papel de visibilizar lo que estaba ocurriendo y claro, como era tan niño, llamó mucho la atención. Empecé a participar en entrevistas, en ayunos, a ir a distintas organizaciones.

Finalmente mi propio director de colegio, al día siguiente, me comunica la noticia de que los habían encontrado asesinados.

Todo el proceso de endurecimiento que vivimos los niños y niñas en esa época, que es el problema de la violencia, (a pesar de que) nos sorprende mucho, hay un momento en que también se normaliza, se naturaliza, pasa a ser tu forma de vida. Mirando hacia atrás, ese niño de 14 años lo veo como un niño de guerra, ya habíamos vivido tantas experiencias límites a propósito del terrorismo de Estado que nos podían ocurrir cosas tan terribles como esta y seguíamos actuando en una forma muy de adulto, siendo que éramos bastante niños. Ese rol lo llevé hartos meses y me costó mucho tiempo reconocer el dolor que tenía, lo que en psicoanálisis se llama llevar el duelo.

¿Cómo fue después ese proceso de duelo y perdonar en sí?

En mi caso me tomó seis meses llorar. Todo mi entorno estaba devastado por esto, especialmente el mundo adulto. Es parte de lo que yo estudié en el libro. Esta función comunicativa de la violencia, actos que son monstruosos, pero que sin embargo son llevados adelante por personas. El proceso de hacer el duelo, en mi caso ha tenido varias etapas. Primero hay que comprender que hay un daño. O sea, aquí no se trata de que seamos personas súper poderosas y que yo con 14 años pudiera, por ejemplo, rescatar con mi vida a mi padre. Fue algo que a mí me costó mucho perdonarme durante mucho tiempo. El mismo ejercicio, hacerlo con mi padre. ¿Por qué se involucró tan fuerte? ¿Por qué no se cuidó? ¿Por qué no se fue de Chile? Tenía que entender que había una dictadura, y recuperar la democracia implicó, lamentablemente, que personas muy decididas, muy íntegras, dieron su vida. Pero eso no lo hacía para dañarme a mí, si no que lo hacía para que viviéramos en una sociedad mejor, entonces ahí (hago) un camino de reconocimiento y también de perdón a mi padre. Esto ha sido un camino de comprender un fenómeno que a mí me tocó muy fuerte, pero que no fue especialmente contra mí, sino que fue un proceso social, y me interesa mucho que no se vuelva a repetir.

¿En qué momento usted dice “voy a estudiar sociología”?

A medida que iba avanzando en la escuela, lo que más me gustaba era la historia. Pero también tenía este componente artístico que heredé de mi madre, iba para guitarrista profesional. Pero pasó lo de mi papá en 1985 y eso interrumpió todo mi estudio y me dediqué a la denuncia de su crimen. Además, estábamos en la lucha por recuperar la democracia. Yo era dirigente de los estudiantes secundarios y a propósito de esa experiencia cambiaron las prioridades y así es como llegué finalmente a las ciencias sociales. Tratar de entender por qué ocurren los conflictos sociales, cómo se estructura la sociedad y cómo se mantiene el orden social entre las transformaciones culturales; me pareció muy interesante y ahora, a propósito de este libro, es la herramienta que ocupé también para analizar la violencia durante la dictadura.

Hoy Chile discute un proyecto constitucional. ¿Cuál es, según su visión, el rol que debe jugar la memoria en este nuevo proceso constituyente?

Me parece fundamental que la memoria esté presente en el debate constitucional, especialmente a 50 años de ocurrido el Golpe Militar. En la historia de Chile hubo otros golpes militares, la diferencia es que en este caso no se detuvo el 11 de septiembre, sino que a partir del 12 septiembre hubo una masacre, con miles de torturados, es por eso que lo llamamos terrorismo de Estado y crímenes de lesa humanidad. Lo que ocurre una vez producido el golpe es lo que, en mi opinión, en el debate constitucional tiene que llamar a reflexión. Tiene que ser una Constitución que tome como piso mínimo civilizatorio los derechos humanos, y en eso la memoria juega un papel importante. Los derechos humanos no son de izquierda ni son de derecha: son humanos y universales. La Constitución debiera entender que es un lenguaje que nos favorece a todos y a todas, independientemente del gobierno de turno.

¿Cómo espera que este libro ayude a la memoria?

El aporte de este libro es analítico, es decir, está en el plano de la comprensión, en la medida en que podamos nombrar lo que nos pasó, más allá del horror o el dolor que nos produce y (en la medida) en que podamos comprender su mecanismo, anticipar ese fenómeno, y si es que llega a ocurrir, intervenirlo, porque ya sabemos cómo opera y sobre todo tratar de evitarlo. El libro se ofrece para el debate y para que las personas puedan, desde su propia experiencia, ordenar su memoria a partir de esta dinámica de violencia indiscriminada, violencia selectiva y de expulsión de la comunidad moral de iguales. Son señales que se van dando, y si las identificamos hoy día, tenemos que decir “ojo”, porque esto tarde o temprano puede gatillar una dinámica que lleve a la eliminación de un grupo. Es una puerta en ese sentido, para que sirva de prevención.

Gabriela Valdés es estudiante de Periodismo de cuarto año en la Facultad de Comunicaciones UC (FCOM-UC). Actualmente es una de las editoras del noticiero Acceso Directo de Radio UC.