Amanda Cerna, velocista paralímpica: “El deporte es todo para mí, es mi pasión, es mi estilo de vida. Vivo y respiro atletismo”

Amanda Cerna, velocista paralímpica: “El deporte es todo para mí, es mi pasión, es mi estilo de vida. Vivo y respiro atletismo”

La chilena seleccionada entre las tres mejores atletas paralímpicas del 2022, según el Americas Paralympic Committee, espera batir su marca personal en los Juegos Parapanamericanos de Santiago 2023. Sin embargo, el camino no ha sido fácil, pues su trayectoria le ha implicado luchar constantemente  contra los obstáculos en un país donde el deporte paralímpico no tiene las instalaciones adecuadas para llevarse a cabo. «Siempre hemos tenido que adaptar los lugares de entrenamientos para que podamos facilitar el trabajo”.

Por Benjamín Iglesias (@benja_nicolvs

Edición por Sebastián Cornejo (@seb.cornejo)

La velocista chilota de 25 años, Amanda Cerna, está sentada en el banquillo al costado de la pista atlética del Estadio Municipal de Conchalí con el rostro enrojecido. Lleva su prótesis roja característica en su antebrazo izquierdo. La atleta paralímpica que compite en los 200 y 400 metros hace una pausa en un entrenamiento. Prepara su participación en los Juegos Parapanamericanos de Santiago 2023, donde buscará mejorar su marca personal (59,25 segundos) en los 400 metros damas.

Estoy practicando todos los días, es muy intenso”, cuenta. “Entreno en las mañanas y en las tardes, y cuando me libero de los entrenamientos, me dedico a descansar lo necesario para la próxima rutina. Si no descansas lo suficiente, al siguiente día tu cuerpo no estará listo, y ahora que se acerca la competencia, se hacen muy común las lesiones. A mí ya me ha pasado, tengo mucha facilidad para lesionarme si no me cuido o no hago una buena rehabilitación luego de una rutina deportiva intensa”.

Cerna asegura que su discapacidad “nunca fue un impedimento para realizar deportes”.

La deportista nació con una malformación congénita en el brazo izquierdo. Cuenta que aquello la llevó a utilizar prótesis desde pequeña.

Cerna recuerda que cuando tenía once años se abrió un taller de atletismo en su colegio. Su papá la inscribió junto a su hermana porque les gustaba correr.

“Desde ese día no hemos dejado el atletismo”. Cerna comenta que siempre hizo su vida normal. “Solo en la adolescencia, esa etapa de la vida que te cuestionas todo, escondí mi discapacidad”. En 2015 conoció el atletismo paralímpico porque hasta ese entonces siempre había practicado en el deporte convencional. “Llegó a salvarme de esa nube de pensamientos negativos”, agrega. “No sabía si podía participar por mi discapacidad, debido a que existen deportes donde algunas discapacidades no entran en esas categorías. Mi discapacidad respecto a otras era muy leve, pero finalmente pude”.

Cerna dejó Chiloé a los 17 años para buscar mejores condiciones e implementos, debido a que en su ciudad no existían pistas de atletismo, no había la infraestructura que ella necesitaba y el clima lluvioso tampoco ayudaba para desempeñar de la mejor manera a lo que se dedicaría hasta el día de hoy: el atletismo paralímpico.

“En ese momento empecé a ir a competencias nacionales, luego logré ser seleccionada del Team ParaChile y comencé a clasificar a campeonatos internacionales”, dice. “Ahora el deporte es todo para mí, es mi pasión, es mi estilo de vida. Vivo y respiro atletismo”.

En los últimos años, Amanda ha conseguido medalla de plata en los Juegos Parapanamericanos de Lima 2019, medalla de oro en el Gran Dix de Dubái y Grand Prix de Túnez, ambos en el 2021, y por último, el reciente sexto lugar en el Mundial de París 2022. El año pasado fue seleccionada entre las tres mejores atletas paralímpicas del 2022 según el Americas Paralympic Committee, organización internacional que representa todos los comités paralímpicos de América.

Gentileza: Amanda Cerna

—Con tan buenos resultados en competencias pasadas y selecta entre los mejores deportistas de América el 2022, ¿es mucha la presión para los Parapanamericanos 2023

Que me hayan considerado entre los mejores deportistas paralímpicos de América es un orgullo tremendo. No me lo podía creer, fue algo increíble. Recibí demasiado apoyo de la gente, nunca esperé tal recibimiento en las redes sociales […] Intento no tomar todo esto como presión, trato de que sea una motivación más para competir.

—¿Cómo defines tu mentalidad a la hora de competir?

—La mentalidad es el 60% en una carrera. Soy muy competitiva y luchadora. Soy muy cariñosa con mis rivales fuera de la competencia, pero cuando toca correr, soy otra persona. Siempre en cada carrera, cuando la termino, quiero sentir que lo di todo, así es la única manera de encontrar en mí, la satisfacción con todo el trabajo que hubo detrás. Siempre arriesgo todo y doy todo de mí. Dejé mis estudios, mi hogar, mi familia, por el deporte. La competencia depende de mí.

—¿Cuánto significan estos escenarios deportivos para un/a atleta paralímpico?

—Estos escenarios son realmente importantes, pero a veces no se les toma el peso que corresponde. Vienen campeones mundiales y los mejores atletas del continente. Además, el hecho de que los chilenos y chilenas puedan venir a verlos, es una gran oportunidad para conocer lo mejor de diversas disciplinas. Para mí es un orgullo representar al país, al igual que mis compañeros de la selección. Es una instancia única para mostrarnos y debemos aprovechar la oportunidad.

—¿En qué condiciones se ejerce el deporte paralímpico a diferencia del olímpico?

—En Chile las condiciones para que un atleta paralímpico pueda entrenar correctamente, no están adaptadas. Siempre hemos tenido que adaptar los lugares de entrenamientos para que podamos facilitar el trabajo […] Tengo compañeros ciegos y cuando van al Centro de Alto Rendimiento (CAR, ubicado en el Estadio Nacional), no existe en el suelo alguna guía que les facilite el entrar. Entonces siempre deben depender de alguien para ir. Dentro de las instalaciones, el CAR está adaptado solo para deportistas convencionales, no existen máquinas o la infraestructura correspondiente para que los deportistas paralímpicos puedan entrenar de buena manera.

—¿Qué obstáculos, en lo personal, enfrentaste para esta competencia deportivamente?

—En Chile todo está centralizado (se refiere a la capital), por lo que tuve que dejar Castro e irme a vivir a Santiago. Todo para poder realizar mis entrenamientos de la mejor forma, pero a veces se torna agotador debido a que, en momentos, tengo la necesidad de viajar a mi ciudad natal. Allá no están las condiciones para entrenar, no hay infraestructura ni pistas de atletismo para realizar mi deporte. El no tener las instalaciones por el hecho de ser de región es lamentable. Espero que, con los Parapanamericanos, se visibilice la variedad de deportistas de regiones que tuvieron que viajar a Santiago para poder entrenar de buena manera, y enfatizar el apoyo a la construcción de instalaciones deportivas en las diversas regiones del país, para que así los deportistas no tengan que irse lejos de su hogar y entrenar cerca de su familia o cercanos.

—¿Qué piensas ahora que el país, luego de los Parapanamericanos, contemple un Centro Deportivo Paralímpico para que los deportistas puedan llevar a cabo sus deportes de buena manera?

Es un logro importante para el deporte paralímpico nacional, pero es decepcionante que no se hayan hecho estos cambios antes. Los deportistas paralímpicos chilenos han logrado muy buenos resultados en la última década, y me da pena que estos logros nacionales e internacionales no hayan sido suficientes como respaldo para haber hecho instalaciones deportivas antes, y que ahora que llega una cita deportiva importante, se hayan hecho. Quizás si los Juegos no se hayan realizado, no hubiesen hecho (el gasto para las instalaciones). Espero que Santiago 2023 sirva para que los recintos deportivos estén adaptados para todo deportista y haya una accesibilidad necesaria para que nosotros podamos realizar las disciplinas deportivas de la mejor manera.

—¿Qué significa para ti que se realice esta competencia en el país?

Es una ventaja frente a mis rivales. Por ejemplo, antes de correr, nos presentan a las atletas una por una con los micrófonos. Cuando griten mi nombre y pueda sentir la ovación de la gente […] me emocionaré. Creo que no hay mejor motivación que participar de local. Muchos familiares y cercanos me vendrán a ver y es primera vez que tendré una barra que jamás he tenido en otras competencias. Estoy agradecida de que sea acá.

Cerna insiste en quiere dar la mejor versión de sí misma en los Juegos Parapanamericanos y espera que este evento sirva para dejar un legado sobre los deportes paralímpicos en Chile: “Espero que la gente le tome más el peso al deporte y a sus deportistas. Espero que este evento quede como legado para la gente. Pocas veces se puede gozar de este tipo de competiciones, además de la infraestructura de primer nivel que se ha construido que quedará para siempre. Ojalá la gente pueda disfrutar, apoyar y no olvidar esta cita deportiva. Quizás en cuántos años más va a haber un evento de esta magnitud. Sería un sueño para mí que la gente vea con orgullo a sus deportistas y el deporte nacional”, finaliza.

Gentileza: Amanda Cerna


Benjamín Iglesias es estudiante de tercer año de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica. Su área de interés es el periodismo deportivo y de investigación.

49 años sin Diana

49 años sin Diana

Diana Arón es uno de los nombres entre 20 detenidos desaparecidos de origen judío durante la dictadura de Augusto Pinochet en Chile. Egresada de Periodismo de la Universidad Católica y militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, su rastro se perdió el 18 de noviembre de 1974. Su familia y amigos aún no saben qué fue lo que realmente le pasó. 

Por: Ronit Bortnick (@ronit_bortnick)

Edición: Amanda Astudillo (@amandastudillo)

Fotografía: Memoria Viva

En la tradición judía, uno de los principales rezos cuando alguien fallece es el Kadish de duelo, plegaria que solo puede ser dicha por cónyuges, padres, hijos y hermanos. Además, únicamente debe ser recitado en presencia de un Minián, que es la asistencia mínima de diez hombres judíos mayores de 13 años. “Durante 30 años no pudimos juntar diez personas para decir Kadish por nuestros hermanos, porque en la comunidad que yo conocía, los amigos de mipapá, eran de derecha, por lo tanto, el tema no se hablaba”, afirma Ana María Arón (79), hermana de Diana Arón, detenida desaparecida en 1974, durante la dictadura de Augusto Pinochet. Recién en 2007 lograron decir Kadish por las víctimas que egresaron del Instituto Hebreo, colegio de la comuna de Lo Barnechea.

Diana Frida Arón Svigilsky nació en Santiago el 15 de febrero de 1950, en el seno de una familia chileno-judía, en la que sus padres tenían roles importantes dentro de la comunidad. Su papá, Elías Arón, fue parte del directorio del Instituto Hebreo y su madre, Perla Svigilsky, presidenta de la Organización Mundial de Mujeres Sionistas (WIZO abreviado en inglés) en Chile. Tras egresar del colegio viajó a Israel, y al volver al país, en 1968, entró a estudiar Periodismo en la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Allí conoció a María Loreto Rebolledo (73): “Muy rápidamente nos hicimos amigas”, recuerda Rebolledo, actual decana del Instituto de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile. Tenían un grupo de amigos de izquierda, del cual era parte Cecilia Olmos, a quien conoció en los primeros años de carrera. Se reunían a conversar de “ciertos temas, cierto tipo de libros y de cosas”. La relación con Rebolledo se estrechó cuando Arón la invitó a la Población 26 de enero (Hoy población La Bandera), que era una de las tomasmás emblemáticas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), ubicada en el sector sur de Santiago. Fue ese el momento en que ambas empezaron a militar.

Ana María Arón describe a su hermana como “una niña joven llena de ideales. Le gustaba cantar, leer y la fotografía. Era muy querendona de su familia”. Agrega que tenían una relación muy cercana, porque, antes del golpe de Estado, su hermano Raúl se fue a Estados Unidos y sus padres migraron a Israel.

Diana Arón fue detenida por agentes de la DINA hace 49 años, el 18 de noviembre de 1974, en avenida Ossa. Al intentar escapar, fue alcanzada por cuatro balas, según lo que los propios policías de la DINA le dijeron a Luis Muñoz González, su pareja. Para ese entonces, ella ya era parte del Comité Central del MIR. Tenía 24 años, estaba embarazada de siete meses y fue llevada al centro de tortura Villa Grimaldi.

Surgimiento y persecución del MIR

El MIR surge el 15 de agosto de 1965 de una confluencia de tres grupos: militantes socialistas jóvenes, comunistas y una vertiente trotskista. Según el historiador Mario Garcés, lo que los une es la Revolución Cubana de 1959, que provocó que la izquierda más revolucionaria abogara por cambios políticos más radicales, mediante el enfrentamiento directo con el Estado y la clase dominante.

En Chile, tras la elección de Oscar Naranjo Arias, quien pertenecía a la coalición izquierdista Frente de Acción Popular, como diputado por Curicó y Mataquito, la derecha apoyó a Eduardo Frei Montalva en su candidatura a la Presidencia de la República en el año 1964. En consecuencia, Frei terminó ganándole a Salvador Allende las elecciones. 

Garcés señala que este evento “precipita la idea de que por vía electoral la izquierda nunca iba a conquistar el gobierno”. Por lo tanto, añade, “había que generar un tipo de organización distinta, que de alguna manera se separara de esta tradición electoral de la izquierda”. Según él, el MIR se creó “con esa voluntad revolucionaria, pero con muy pocos recursos y pocos recursos políticos como para iniciar una guerra armada”. 

El historiador añade que “los primeros años del MIR son bastante débiles”. Sin embargo, en el año 1969 se establece una corriente juvenil “más guevarista, seguidora de la corriente cubana más pura”. Se impone acusando al sector trotskista de ser incapaz de ejecutar la revolución. “Hay un discurso muy claro, pero nunca una preparación beligerante, ni siquiera el día del golpe”, agrega Garcés.

Según Mario Garcés, Pinochet sabía que la izquierda chilena no tenía ninguna capacidad de enfrentar el golpe de Estado y consideraba al MIR como “los comunistas más peligrosos y eventualmente la mayor oposición a la dictadura”. Para afrontar este “peligro”, Manuel “Mamo” Contreras, jefe de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), “termina con la izquierda chilena y sus principales expresiones”, dice Garcés. Solo entre los años 1974 y 1975 hubo “180 miristas muertos”, afirma el historiador. Entre ellos, Diana Arón. 

Cuando ella estaba en Villa Grimaldi, fue interrogada por Miguel Krassnoff, militar en aquella época y hoy condenado por crímenes de lesa humanidad. “Krassnoff era nieto de un cosaco, quienes armaron pogromos. Además, su padre fue colaborador nazi”, dice Maxine Lowy (63), titulada en estudios latinoamericanos en Estados Unidos. Agrega que, posterior al Holocausto, el abuelo y el papá de Krassnoff fueron ejecutados por las fuerzas soviéticas, lo que dejó en él “una rabia tanto contra judíos como contra comunistas”.

“Y aquí tenía ante él una judía, mirista y opositora a la dictadura”, cuenta Lowy. En el archivo digital de Memoria Viva, se señala que Krassnoff dijo: “No solo es comunista esta perra, sino que además es judía. Hay que matarla”. Arón habría fallecido el 10 de enero de 1975. 

Ana María Arón cree que el proceso de desaparición es distinto al de la muerte: “Nunca tienes la seguridad de si tu hermana está viva o no está viva”. Afirma que dejó de ser una persona que tiene una hermana para “transformarse en una persona que busca a su hermana”, golpeando puerta por puerta en búsqueda de información: “Es saber que alguien murió, pero no tienes evidencia, no hay cuerpo, no hay dónde enterrarla ni dónde hacer un duelo concreto”.

La comunidad judía chilena en la dictadura

Entre los años 1932 y 1941, llegaron 13.000 judíos a Chile provenientes de Europa, convirtiendo al país en el tercer destino de refugiados en Latinoamérica. Para el año 1959 ya vivían más de 30.000 en tierras chilenas. Valeria Navarro, presidenta del Centro Progresista Judío y secretaria de estudios de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Diego Portales, señala que muchos de los que arribaron escapando, por ejemplo, de los nazis y los gobiernos soviéticos, empezaron a abandonar el territorio durante el gobierno de Allende. 

Navarro dice que tenían miedo a las estatizaciones o a las expropiaciones de sus bienes: “Un miedo incontenible a lo que podría significar un gobierno de izquierda”. Esta migración masiva les generó problemas a quienes se quedaron, porque “se fueron gran parte de los que apoyaban económicamente a la Comunidad Judía”.

Navarro señala que el Comité Representativo de la Colectividad Israelita “marcaba siempre esta idea de que eran neutrales”. Un ejemplo de eso es que el presidente de la Comunidad Judía de la época, Gil Sinay, mandaba saludos al presidente “cuando era electo”. Navarro dice que “es distinto ser neutral en un gobierno democrático a ser neutral a uno que toma el poder por la fuerza y viola los Derechos Humanos”. Para ella, “esa neutralidad esconde una aceptación”. En el año 2017, conversó con Sinay: “Me dice: ‘¿Quiénes son esos judíos desaparecidos? Nadie, nunca participaron en la comunidad, son solamente judíos de apellido’”.  

De acuerdo con Lowy, Moshé Tov, embajador de Israel en Chile en ese momento, “abrió la embajada y protegió a muchos, pero él fue una de las personas clave en crear el vínculo Israel y Chile para la venta de armas”. Después del bloqueo norteamericano en el año 1978, el Estado judío se convirtió en uno de los principales proveedores de armas del gobierno de Pinochet.

“Perpetuar la memoria”

María Loreto Rebolledo ya estaba en el exilio en Buenos Aires cuando supo lo que le había pasado a su amiga. Se enteraba de las noticias de dos formas: a través de un microfilm que sacaban del país o por personas que viajaban y le contaban. Rebolledo, con lágrimas en los ojos, agrega: “De las tres amigas que éramos, Diana murió, Cecilia estuvo presa y yo alcancé a salir”. Recuerda que sentía que no merecía vivir: “Al resto de la gente que estuvo en lo que tú estuviste le pasaron estas cosas. Es una cuestión casi como de culpa, que es muy rara”. 

El periodista Eduardo Santa Cruz (73) también fue compañero de Arón en la universidad. “Yo siempre sentí que ella era una especie de hermana mayor”, recuerda. Cuenta que ella sabía dactilografía, por lo que, cuando les pedían leer un libro, conseguían un ejemplar y “Diana lo copiaba a máquina para todos mientras alguien le iba leyendo”. 

Hoy, Ana María Arón es psicóloga especializada en trauma y profesora emérita de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y dice: “Trabajar con víctimas de traumas complejos e injustos debe tener mucho que ver con lo que pasó con Diana”. A ella, afirma, le ayuda a “perpetuar la memoria de las personas que se fueron temprano, como Diana, y seguir haciendo algo de lo que ella hubiera hecho, trabajar con la gente más desprotegida”. 

María Loreto Rebolledo aprovecha la ocasión de dar esta entrevista para recordar de manera pública a su amiga. Agrega que, en privado, siempre está recordando: “Yo veo a Ana María y es ver a la Diana. Cada vez que Cecilia viene a Chile es ver a la Diana”, agrega.

A 49 años de la desaparición de Diana Arón, su hermana siente que tiene la herida cicatrizada, ya bien sanada: “Cuando digo cicatrizada es que está la cicatriz, y yo sé que estuvo, no me voy a olvidar, pero no me sangra”. 

 

Cristian Valenzuela, atleta paralímpico: “Cuando me puse las zapatillas por primera vez nunca pensé que iba a ser campeón del mundo”

Cristian Valenzuela, atleta paralímpico: “Cuando me puse las zapatillas por primera vez nunca pensé que iba a ser campeón del mundo”

Del 17 al 26 de noviembre se llevarán a cabo los Juegos Parapanamericanos Santiago 2023, donde deportistas paralímpicos de 33 naciones del continente se enfrentarán en las 17 categorías con las que contará este evento. Entre estas, el Paratletismo, disciplina donde competirá Cristián Valenzuela, corredor no vidente y el primer atleta nacional en ganar una medalla de oro paralímpica para el país.

Por Catalina Aliste (@alis.cataa)

Edición por Catalina Butrón (@catabutron)

Cristián Valenzuela (de negro) junto a su guía Francisco Muñoz, entrenando en el Estadio Nacional. Fotografía del Instagram de Valenzuela (@cristparalympics)

En las afueras de la Asociación de Ciegos de Chile, en la comuna de Independencia, se encuentra Cristian Valenzuela con ropa deportiva negra, audífonos puestos y sosteniendo su bastón. Desde ese lugar, el atleta de 40 años cuenta cómo es que su carrera deportiva “está en el ocaso”. Además se refiere al deporte paralímpico en Chile y cómo vivirá estos Juegos Parapanamericanos Santiago 2023.

Adentro está completamente oscuro, se alcanzan a apreciar las paredes con pintura resquebrajada y por fin al fondo se ve un poco de luz natural. “Perdón, no tengo idea si hay luz, es que aquí no la usamos”, dice Valenzuela riendo. Perdió por completo la vista a los 12 años debido a un glaucoma congénito que acarreaba desde que nació. Tras este hecho, indica, pasó cuatro años encerrado en su casa con una fuerte depresión, hasta que se integró al Colegio Santa Lucía para personas ciegas. “Yo no quería ir a un colegio para ciegos, pensaba que iba a estar sentado en una silla y no hacer nada más que eso”.  Sin embargo, fue en aquella institución donde conoció el mundo deportivo. “Empecé a practicar varios deportes, pero de alguna manera hubo una conexión especial con el atletismo cuando tomo la cuerda y empiezo a correr. Fue clave en mi vida, mi corazón sintió que tenía que quedarme, y no sabía por qué ni para qué”.

Hoy Valenzuela, con ceguera total, compite en las categorías de T-11 (discapacidad visual total o severa), es ayudado por un guía con quien corre a la par, unido por una cuerda en las muñecas de cada uno. Con ellos, cuenta, no necesariamente entabla una relación con el tiempo, pues van cambiando con el tiempo.

 

¿Tuvo a alguien clave que lo alentó?

“Mira…tuve amigos. Tuve un amigo mayor que yo en ese colegio y él era muy deportista. Fue un apoyo y un incentivo constante para todo, o sea, desde salir a la calle con bastón, ser más independiente, hasta la práctica deportiva. Erwin Jiménez su nombre. Yo creo que fue una persona clave como para todo esto”.

 

¿Cómo se dio cuenta de que era bueno y dio un salto a competir internacionalmente? 

“Un profesor en el colegio se acercó y me dijo que había posibilidades de representar a Chile en una competencia. Yo partí haciendo 100-400 metros, una cosa súper distinta a la que hago hoy. De ahí mi primer viaje internacional fue a Brasil a Sao Paulo y fue un torneo para Panamericano específico de atletismo para ciegos y ahí corrí”.

 

Y ¿a qué se dedicaba cuando no era deportista a tiempo completo?

“Cuando empecé de forma más oficial (23 años), trabajaba en el call center de Sodimac. Entrenaba en la mañana, me iba al call center y en la tarde volvía a complementar un poco mi entrenamiento. Tenía que trabajar para financiar mis zapatillas, mi implementación y todo lo que yo necesitaba para poder hacer deporte”.

 

¿En ese momento imaginó que iba a llegar a los Juegos Olímpicos o a vivir de esto?

“Fue fluyendo, o sea, cuando me puse las zapatillas por primera vez nunca pensé que iba a ser campeón del mundo… si me puse las zapatillas, conociéndome, era porque iba a dar todo lo que estuviera a mi alcance por ser el mejor y crecer hasta donde la vida me permitiera”. 

 

¿Cuándo le tomó el peso a lo que estaba haciendo?

“Al principio, desde el desconocimiento, no conocía el nivel internacional, si yo decía ‘ah, son ciegos deben correr súper lento’. Entonces cuando llego a Brasil me doy cuenta de que los tipos son rapidísimos. Y chuta, eran ciegos pero muy buenos. Ahí empecé poco a poco a darme cuenta de que el deporte paralímpico no era algo para jugar. Lo tenía que tomar en serio”.

 

Hasta llegar a los primeros JJOO en que compitió, Beijing 2008. 

“Fue el punto de quiebre para yo decir ‘ya, vuelvo a Chile y me voy a poner a entrenar y la próxima vez que me tope con los mejores del mundo, voy a aguantar una, dos o tres vueltas y bien preparado’. Volviendo a Chile cambié de guía, cambié toda mi planificación y ahí conocí a Ricardo Opazo, que para mí fue una persona clave.

 

¿Por qué tan clave Ricardo? 

“Él era un entrenador con mucha experiencia, pero nunca había entrenado a una persona ciega, pero tuvimos, no sé, la conexión. Creo que el universo de alguna manera nos unió. Yo ahí ya quería ser campeón del mundo, entonces Ricardo me dice: ‘bueno, una cosa es que entrenes para sentirte bien, lo otro es para prepararse y ganar’”.

 

Desde ahí ¿cómo fueron los entrenamientos?

“Muy distintos. Era entrenar para ser campeón del mundo. Me metí en un mundo que yo no conocía, donde al entrenar me dolía el cuerpo y a veces terminaba vomitando. Ricardo me decía: ‘ya párate, tienes que seguir entrenando’. Eso es lo que más le agradezco a él, que nunca me vio como una persona ciega. Nunca me vio como una persona con discapacidad. Entrenaba en un grupo de corredores videntes y yo era uno más”. 

 

Esa búsqueda por ser el mejor del mundo llevó a Valenzuela a estar un 7 de septiembre de 2012 en el Estadio Olímpico de Londres. Él era uno más de los 12 atletas que correrían para la final de los 5000 metros paralímpicos de los JJOO de ese año. Se enfrentaría a grandes corredores, entre los que estaban Francis Karanja, de Kenia, y Jason Dunkerley, de Canadá. 

 

JJOO de Londres 2012… ¿Cómo fue prepararse para eso? 

“Me lesioné subiendo un Transantiago. Me fracturé la tibia. Estuve mucho tiempo parado y (cuando) vuelvo a entrenar, me doy cuenta (de) que estoy muy mal. Yo quería el oro, entonces me pongo a entrenar y entrenar. Soy una persona muy espiritual, intento estar muy conectado y hablo mucho con Dios. En ese momento también, le pedí a Dios que me ayudara, porque sentía que solo no iba a poder”.

 

Y durante la carrera, ¿qué ocurrió? ¿Dios te escuchó?

“Después, analizando un poco, me di cuenta de que esa carrera era para mí. Creo que Dios de alguna manera, sin duda me ayudó para que yo pudiera cumplir mi sueño de ganar esa medalla, porque los kenianos se quedaron atrás. Salió un canadiense a correr muy rápido adelante, pero un ritmo que a mí me acomodaba… Entonces, si yo no le hubiera pagado a los competidores, no habría salido tan perfecto como salió”. (Ríe)

 

¿Y qué te pasó luego de cruzar la meta?

“Yo estaba así como, no sé… en otra dimensión. Muy ido. Todos mis compañeros de selección gritaban, o sea, estaban llorando y yo en un nirvana así muy brígido”.

Valenzuela y su guía en Londres 2012 luego de cruzar la meta. Foto de www.alamy.es

 

Y ¿cómo calificaría el recibimiento en Chile luego del oro?

“Fue un buen recibimiento. Yo supe que nosotros por primera vez (paradeportistas) ganamos portadas de diario. (Salíamos) en todas partes y es bacán sentir eso, aunque yo siento que la valoración hacia el deporte paralímpico, en Chile… no estaba preparado. ‘Qué bacán, él ganó una medalla, aplaudámoslo’. Pero no hubo esa valoración, así como cuando el Nico (Massú) ganó el doble oro en Grecia, y ahí hubo una explosión pero brígida de la gente, que sigue hasta el día de hoy”. 

 

Respecto a eso, ¿qué cree que se debe mejorar en torno al deporte paralímpico entonces?

“El posicionamiento. Que la gente entienda que no somos unos discapacitados que hacemos este deporte para entretenernos. Somos deportistas de alto nivel que nos esforzamos todos los días como una persona sin discapacidad para representar a Chile. Hay un trabajo que hacer. Estamos en un país que no es deportivo, que si no es fútbol difícilmente se valora y a eso súmale que la discapacidad siempre se ha expuesto como: vas en la micro y se sube un ciego a cantar. Voy en el metro y hay una persona con discapacidad pidiendo plata. Todos los años está la Teletón mostrándonos historias terribles de personas con discapacidad que nos hacen llorar y nos hacen meternos la mano en el bolsillo para pagar un poco nuestros pecados…”

A días de los Juegos Parapanamericanos, Cristián Valenzuela ha comenzado a entrenar y analizar corridas. Uno de sus atletas favoritos es el eritreo Zersenay Tadese. Les pide a sus amigos que le describan su ritmo, cómo en la pista pasa del primer mil al segundo, en cuánto tiempo, etc. “Uno se va haciendo una idea de cómo son los corredores a nivel internacional. Uno se las arregla. Como cuando voy al cine y me imagino un poco y lo demás lo preguntaré”, indica el atleta. 

 

¿Cómo te estás preparando para correr este año en los Juegos 2023? 

“Este año ha sido súper raro, he tenido tres lesiones que me ha costado mucho sacarme y hace dos semanas empecé recién a entrenar. Hoy recién hice un poco más…el cuerpo no está como yo pensaba que iba a estar, pero es una realidad y de alguna manera espero el milagro. Voy a hacer todo lo que pueda para llegar lo mejor preparado para encontrar mi mejor versión”.

 

¿Le da más ánimos competir “en casa” (Chile)?

“Preferiría estar compitiendo en Dubai. Me pasa que cuando me pongo la camiseta de Chile, siento que estoy representando un país. No es Cristian Valenzuela que está corriendo, es Chile y no puedo quedar mal”.

 

Dado ese contexto ¿cómo te haces cargo de tu salud mental? Me mencionaste la espiritualidad…

“Yo había ganado varias cosas cuando me dijeron sobre una psicóloga deportiva. Me empecé a contactar con ella y encontré que tampoco era un gran aporte. Con esto no estoy diciendo que se vayan todos para la casa y que no ayudan en nada. Es porque uno mismo va buscando su forma. Yo lo que hago es rezar el día anterior de la carrera y hablar con Dios, decirle: ‘mira, yo hice todo lo que pude hasta aquí y mañana tú define quién gana’. Cuando trabajaba con psicólogos me (repetían) eso de imaginarme ganando, pero lo hago cuando estoy orando”.

 


Catalina Aliste es estudiante de tercer año de periodismo en la @fcom_uc. Esta es su primera vez publicando en un medio. Ha trabajado en asistencia de arte de cortometrajes, y también tiene experiencia en la radio. Actualmente, es encargada de redes sociales del corto de ficción @nuncamefui.corto y del programa de @Radio.UC @productonacionaluc

Marcelo Montecino: El click de un disparo

Marcelo Montecino: El click de un disparo

Marcelo Montecino siempre recordará el 11 de septiembre de 1973 como el día en que decidió convertirse en fotoperiodista. Junto a su cámara, registró más de 300 momentos icónicos de la historia de Chile, como el bombardeo a La Moneda, el funeral de Pablo Neruda y las detenciones del Estadio Nacional. Responsable de la última fotografía en vida del excanciller Orlando Letelier y mentor de Rodrigo Rojas de Negri, este fotógrafo-que padeció de cerca los horrores de la dictadura que le arrebataron la vida de su único hermano- repasa aquí parte de ese pasado. 

Escrito por: Amelie Lefranc @ameliepascale_

Edición: Trinidad Riobó @trinidadriobo 

Fotografía por Amelie Lefranc

Marcelo Montecino salió de su departamento ubicado en plena Plaza Baquedano y se dirigió hacia el Parque Forestal. Iba con sus dos fieles compañeras: una cámara fotográfica y su credencial de prensa. Era la mañana del 11 de septiembre de 1973.Hacía frío y el ambiente parecía cargado de una extraña tensión. Muy pocas personas recorrían las calles y el tráfico era casi nulo. El cielo gris se reflejaba sobre los ventanales de los altos edificios de manera abrumadora manifestando una inusual quietud.

Mientras paseaba en silencio por Plaza Italia fue detenido por dos militares, quienes le reprochaba sacar fotografías. La detención fue breve e interrumpida por los sonidos de una balacera que estalló en el sector, cerca de las torres San Borja. El oficial a cargo le ordenó regresar a su hogar con una breve advertencia: “Si lo vuelvo a ver por aquí, lo mato”.

Sin embargo, como si fuera atraído por una fuerza magnética, Montecino siguió su camino hacia el parque. El reloj marcaba las 11:00 am cuando llegó a la altura del Puente del Arzobispo. Fue en ese preciso instante que su marcha se detuvo en seco. A pocos metros, una ametralladora lo apuntaba fijamente. Inquieto pero seguro, disparó su cámara en aquella dirección. 

Cincuenta minutos más tarde, el silencio de aquel entorno fue interrumpido por el estruendoso sonido de aeronaves que atravesaban con furia el centro de Santiago. Montecino levantó su cámara al cielo, mientras los transeúntes observaban mudos desde las aceras, el humo, el caos y el estupor de esos 15 minutos que cambiaron la historia de Chile. 

……..

Marcelo Montecino es un fotógrafo chileno de ochenta años y  una larga trayectoria en el ámbito del fotoperiodismo. Ha registrado diversos hitos históricos de América Latina, como la dictadura y transición de la democracia en Chile y la guerra en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. A lo largo de su carrera ha recibido importantes reconocimientos, como el Premio a la Trayectoria en Fotografía Antonio Quintana (2017), entregado en el gobierno de Michelle Bachelet.

“Fue muy emocionante”, recuerda Montecino refiriéndose a la premiación, sentado en una silla de roble, en el living de su casa, mientras resopla y hojea las páginas de su libro “50 años”, que reúne gran parte de su obra fotográfica en distintas épocas y países. Montecino da su primera declaración: “Perdón, ayer tuve un mal día, me pelié con todos”, refiriéndose al equipo encargado del lanzamiento de su próximo libro. Detrás de su mal humor habla de un nuevo proyecto en el que ya trabaja. De un bolso negro saca una exclusiva, el borrador de su cuarta publicación: Miedo (1973-1990).

Este libro, realizado en colaboración con su amiga y curadora Andrea Aguad, tiene como fin conmemorar los 50 años del golpe militar, con fotografías desde la última marcha de la Unidad Popular en 1973 hasta el triunfo del plebiscito en 1989. “La obra de Marcelo va mucho más allá del suceso periodístico, tiene que ver con una mirada más poética. Sobre todo, desde el amor hasta la tragedia”, explica Aguad.

Ella lo caracteriza como un hombre discreto, tímido y sensible: “Nos hemos peleado muchas veces, pero siempre desde el cariño”. Samuel Salgado es otro curador que trabajó con Montecino para su última exposición, “Prueba de Vida” (2013), que describe cronológicamente los días previos al golpe militar y los días posteriores. Lo describe como “un fotógrafo valiente, corajudo y singular”.

Montecino volvió a Chile en 2015 con planes de quedarse definitivamente luego de residir más de 50 años en Estados Unidos. Actualmente vive con su esposa Lucy Alexander (74), una norteamericana de Richmond, a quien conoció en un bar en 1974 en Estados Unidos. Tres años después, se casaron y formaron una familia. Tuvieron dos hijos, Tomás y Juan, quienes actualmente residen en Washington. Comunicándose en una mezcla de español e inglés, Montecino y Alexander anuncian que ya llevan 50 años de matrimonio.  «Me encanta estar aquí en Chile, junto a Marcelo y su familia que quiero mucho», cuenta Alexander. 

La vida de Montecino siempre se ha dividido en dos mundos: el chileno y el norteamericano. Nació en Santiago y, en sus palabras, “pertenecía a una familia de la aristocracia provincial de Osorno”. Su núcleo familiar se conformaba por su padre, Marcelo Montecino Montalva, médico y primo lejano del expresidente Eduardo Frei Montalva; su madre Lilian Slaughter, periodista del diario “La Nación”, y su hermano menor Christian. 

“Viví una infancia normal, con todas las enfermedades que tenían los cabros chicos en esos tiempos”, declara. Sin embargo, para Montecino todo cambió con la separación de sus padres, cuando tenía 11 años:  “Ese fue uno de los motivos que llevó a mi madre a partir rumbo a Estados Unidos”.

Adaptarse no fue difícil, el asombro del progreso y los recursos del país que lo acogía se notaban en cotidianidades. El primer acercamiento de Montecino a la fotografía ocurrió justamente en esos años, cuando a los 12 le regalaron su primera cámara fotográfica, una Leica M3, 35 mm, de aluminio y cuero negro, fabricada en Alemania, que lo convirtió en el fotógrafo oficial del colegio.

A los 18 años, en 1962, volvió a Chile. “Llegamos en invierno, encontré que era un país totalmente distinto…  tan feo, tan gris, tan triste”, explica. Pero mientras caminaba por las calles del Barrio Franklin experimentó un nuevo sentir social, algo que lo removió. En un mural, escrito con tiza blanca, casi imperceptible, se leía: “Los obreros no deben tener hijos porque serán pobres fijos”. En silencio, capturó la imagen que años más tarde pasaría a formar parte de su extenso registro.

Montecino describe sus años de juventud como un constante ir y venir entre dos mundos, siempre acompañado de su inseparable cámara. Así también lo recuerda su prima Vivian Montecino. Dice que era un joven inquieto y dueño de unos profundos ojos azules, “Marcelo tenía 27 y yo 20. Él hacía muchas fiestas en su casa, era muy bohemio, con un humor perverso… Todas mis amigas estaban enamoradas de él”, comenta.

El 13 de septiembre de 1973, levantaron el toque de queda a las 11 am. En cuanto se hizo el anuncio, Montecino se apresuró hacia la Plaza de la Constitución montado en su moto negra modelo BD500. El ambiente -dice- era de un silencio abrumador.  Nadie lloraba, gritaba o hablaba. Entre la multitud, su hermano Christian, también fotógrafo, observaba la escena: “Siempre íbamos a los mismos lugares, pero pocas veces nos topábamos”, explica Montecino.

Para él aquella era como una experiencia táctil. Niños y adultos pasaban sus manos por las grandes grietas expuestas en las paredes de la emblemática casa de gobierno, como si esa fuera la única forma de registrar lo sucedido. Lo que más recuerda de aquel día es a un hombre de unos 50 años, con traje y aspecto formal, que lo miró y le dijo: “Saque fotos compañero, para que vean lo que hicieron estos salvajes”. 

Días más tarde, Montecino se dirigió a las oficinas del Ministerio de Defensa para optar a una credencial de prensa. Se la entregaron el mismo día y a pesar de que servía su propósito, era una credencial “informal” o “fulera”, según recuerda. 

Pocas horas después de obtener su nuevo documento, fue detenido en las afueras del Estadio Nacional, mientras sacaba fotografías de los distintos ingresos del recinto. Lo tomaron a él y a dos periodistas extranjeros, encerrándolos en un camarín, sin sus pertenencias. A las cuatro horas los sacaron de forma abrupta. Dice que su credencial lo ayudó a volver a casa rápidamente:  “El toque de queda era a las 5 y me sacaron a las 4:55”.

Al día siguiente volvió al Estadio. Finalmente abrirían las puertas para la prensa internacional. “Fue todo un show. En ese momento había como 7.000 presos y nos mostraron solo unos 1.000”, cuenta Montecino. Una de sus fotos favoritas de aquel día es de su hermano Christian.

La relación que los hermanos Montecino habían construido era de mucha confianza y cercanía. Tenían dos años de diferencia y compartían el amor por la fotografía. Christian llegó a Chile el 2 de junio de 1973 desde Washington, Estados Unidos. Había renunciado a su trabajo como fotógrafo para el Fondo Monetario Internacional y al igual que Marcelo vivió gran parte de los hitos de la represión en el país. 

El 16 de octubre de 1973, a las 3 de la mañana, Christian y cinco vecinos de las Torres de San Borja fueron detenidos en sus departamentos por Efectivos del Ejército en Santiago. “La administradora del edificio fue la que los acusó”, declara Montecino.  Según el Informe Rettig, la detención fue ilegítima. En el caso de Christian Montecino fue un error, pues no militaba en ningún partido, y en el escrito de los detenidos su nombre no aparecía en ninguna parte: “Los llevaron a un túnel y esa misma noche lo mataron sin preguntarle nada”.

El 22 de octubre de 1973, Marcelo Montecino debió enfrentar el terrible dolor de reconocer a su hermano en la morgue. “Cuando llegué me llevaron directamente hacia él, lo vi  y lo reconocí inmediatamente, su cuerpo llevaba el número 3369”. Ese día marcaría un antes y después en su vida. “Sentía mucho dolor y angustia, no pude aguantarlo, es por eso que al mes volví a Estados Unidos”, cuenta Montecino.

Una vez en Washington, continuó colaborando con la prensa chilena y trabajó para revistas y medios como Newsweek y Washington Post Magazine. Durante ese periodo, también participó en actividades con otros chilenos radicados en Estados Unidos. Fue así como floreció una relación de amistad con personajes emblemáticos de la época como con el ex canciller de Salvador Allende, Orlando Letelier, a quien fotografió en la celebración del 18 de septiembre bailando cueca justo tres días antes de morir a causa del atentado que hizo estallar su auto en pleno centro de Washington. Cuenta que también fue cercano de un joven Rodrigo Rojas de Negri, a quien formó y traspasó sus conocimientos. “La muerte de Rodrigo fue terrible. Quedamos muy mal psicológicamente, armamos un vínculo a partir de eso”, comenta Álvaro Hoppe, fotógrafo, colega y amigo de Montecino, a quien conoció durante los años 90, mientras realizaba trabajos para un medio internacional. 

En el ático de su hogar, a lo que Montecino llama su “estudio”, almacena gran parte de sus registros. Alzando una foto antigua destaca las imperfecciones del cuadro, con varios destellos porosos y granulados, que en su visión le entregan toda una esencia de tiempos pasados “Algunas fotos se ven feas e imperfectas, pero ¿acaso no fue así la dictadura?”. Para él, la fotografía siempre debe tener un poder emotivo, no ser tan literal. Para Montecino, el sentido del asombro es parte de la magia de una buena toma, la curiosidad que despierta y como esa foto puede despertar emociones y recuerdos. 

Fotografía del estudio de Marcelo

Bio:

Amelie Lefranc Villa (@ameliepascale_) es alumna de tercer año de la Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica (@fcomuc). Ha participado como columnista y colaboradora de producción en Módulo 2 de Radio UC, además  de la realización de diversos trabajos periodísticos en la formación de la carrera. 

Sol Serrano, historiadora:  “Yo no me hubiera dedicado a la historia de Chile sin el golpe de Estado”

Sol Serrano, historiadora: “Yo no me hubiera dedicado a la historia de Chile sin el golpe de Estado”

Ganadora del reconocimiento Monseñor Carlos Casanueva de la UC, la Premio Nacional Sol Serrano es una historiadora con 46 años de trayectoria. Columnista en Hoy, una de las primeras revistas de oposición a la dictadura de gran tiraje del país, repasa cómo su paso por este medio a fines de los setenta y principios de los 80 marcó su carrera y vida. “Lo que quedó de mí… para mí, fue lo que escribí en la revista Hoy”.

Por: José Gubbins Correa @josejo.se                                                             

Sentada en un sillón de un cuerpo, en un salón de su departamento frente al Parque Forestal, con la vista fija en el documento impreso que tiene en la mano, Sol Serrano relee una de sus columnas en la revista Hoy, una de las primeras revistas de oposición al régimen militar de gran tiraje.

“Súbitamente comprendo que tengo respuestas para todo. Cuando me dicen orden, yo digo libertad. Cuando me dicen balanza de pago, yo digo costo social. Cuando me dicen democracia protegida, yo contesto soberanía popular. Son verdades profundas que convertiré en un manual de educación cívica si no las repienso en mi fuero interno a partir de las nuevas experiencias. Pero me siento anquilosada. Porque he olvidado cómo se piensa de verdad”.

La columna se titula “Déjenme dudar” y se dedica a denunciar el pensamiento reactivo que se daba en la época de la dictadura. Luego de leer, Sol deja el papel sobre una mesa para luego decir: “Y eso es. Eso fue. Eso no ha cambiado. Esa soy”.

Sol Serrano Pérez, hoy con 69 años, es una de las más influyentes historiadoras del país. Premio Nacional de Historia en 2018 y premio Monseñor Carlos Casanueva en 2023, se licenció en Historia en la Pontificia Universidad Católica de Chile en 1977. Hizo un Master of Arts en la Universidad de Yale y un doctorado en Historia en la misma Universidad Católica. Sus trabajos más importantes están repartidos en los liceos y universidades a lo largo del país, como el documental “Nuestro siglo” de TVN, o el libro “Chile en el siglo XX” .

—¿Se sigue sintiendo igual a lo que dice en esa columna?

—Parece. Sí. Absolutamente, lo podría escribir tal cual. Y peor todavía, quizás.

Sol entró a estudiar Historia en 1972, pero un año y medio después, en julio, salió del país y se fue a Europa, angustiada por el ambiente polarizado y la tensión.

“Justo me tocó ver toda la llegada de los exiliados. En distintas partes”.

Luego del golpe, Sol, a un océano de distancia, decidió volver a su país y dedicarse a la historia.

“Ese viaje me hizo muy bien para saber al menos lo que no quería. Y lo que no quería era andar dando vueltas por el mundo, ni menos fuera de Chile […]. Yo quería estudiar en Chile. Pasara lo que pasara”.

—¿Y siempre quiso estudiar Historia?

—No. No sabía mucho qué era esto. Cuando volví me puse a estudiar muy seriamente… y me enamoré de la disciplina […]. Bueno, yo no me hubiera dedicado a la historia de Chile sin el golpe de Estado, o sea, ese fue como el hito que me hizo decidir.

Sol volvió en 1974 para retomar sus estudios en Chile y en la UC. Pero no era el mismo Chile, ni la misma universidad. Según ella, en el país, la opinión en la universidad se había perdido, por miedo o desinterés.

“(Estaba) muy angustiada, de qué cresta podíamos hacer. Y entonces, con la Sofía (Correa), nos dijimos que por qué no hacíamos una revista”.

Sol, junto a Sofía Correa y Nicolás Cruz, entonces sus compañeros (más tarde destacados historiadores) y Jorge Correa, estudiante de derecho y hermano de Sofía (luego político y quien en un futuro se casaría con Sol), fundan en 1977 la revista Blanco. Era una revista casera, pagada por sus mesadas, impresa con roneo y corcheteada por ellos. Blanco era una revista pequeña que incluía un artículo de cada uno de los integrantes, de distintos temas y sin relación entre ellos. A veces uno llegaba con uno de poesía y otro de una opinión de un profesor. Una revista anodina, en palabras de la historiadora.

—¿Cuál era la función que cumplía la revista Blanco en el contexto en el que circulaba? 

—Nada, que opinaran los estudiantes, los profesores, temas universitarios…

—¿Y qué valor tenía para usted escribir ahí?

—Era como hacer algo. Tenía esa necesidad. Sí, hacer algo, eso era. Hacer algo por opinar. Hacer algo por manifestar nuestra desazón y nuestro horror con lo que pasaba. Ahora, no lo podíamos decir así.

—¿Y tuvieron problemas con la circulación de la revista?

—Se empezó a producir un rumor de que se estaba armando una alianza DC-izquierda, siendo yo la izquierda, y esto empezaba a cundir. Creo que habíamos sacado con mucha suerte el segundo número —de la misma forma—, cuando uno de nuestros profesores nos dice que estábamos siendo observados. Nosotros no entendíamos nada. O sea, ¿quién iba a mirar a cuatro idiotas escribiendo una cosa? Porque eso era: una cosa.

Aun así, más allá del rumor y esa advertencia del principio, no hubo problemas para la revista, y siguieron sacando números (de la misma manera artesanal). Esto hasta que la legalizaron.

Cuando legalizaron Blanco, al representante legal, que fue Nicolás Cruz, le llegó una carta certificada de la DINACOS (División Nacional de Comunicación Social), citándolo al edificio Diego Portales, sede del Gobierno.

“Ahí nos asustamos. Le avisamos a todo el mundo, y entonces armamos un cuento. Nicolás se puso chaqueta y corbata, yo me conseguí un maletín de cuero, metimos una revista “¿Qué pasa?” adentro… y todo para parecer los estudiantes perfectos de la Universidad Católica. Estábamos aterrados”.

Sol cuenta que Nicolás tuvo que entrar solo al edificio. Mientras tanto, Jorge se quedó en una casa en Lastarria, contactado con abogados de derechos humanos por si Nicolás no salía. Sofía y ella se quedaron abajo, en la puerta.

“Ahora, ¿cómo fue esa reunión? Se me ha olvidado […] Pero no fue tan grave. O sea, lo dejaron irse… Y cuando Nicolás, a los tres cuartos de hora, salió del Diego Portales, la Sofía y yo, que estábamos de loro, le avisamos a Jorge que no pasó nada […]. Pero ¿tú te das cuenta? Toda esta historia por cuatro páginas hechas en roneo, es una ridiculez”.

—¿Y cómo influyó esta revista en quién es hoy?

—En una cierta vocación pública, pero pública, digo, intelectual. Ahora, el escribir… yo vengo de una familia de mucha escritura, entonces, para mí era cualquier cosa menos lejana. La revista Hoy sí que fue distinto, porque me cambió la vida. O sea, porque fue una exposición pública.

 

Periodismo de oposición y crítico

La revista Hoy (1977- 1989) fue el primer medio de oposición con amplio alcance y tiraje en la sociedad en dictadura. La revista, arraigada en la DC, hacía periodismo de oposición, crítico, pero sin caer en un nicho o en la clandestinidad. En el contexto de finales de los 70, este era el único gran espacio de opinión escrita.

Luego de egresar de la universidad, Sol fue invitada a participar de un grupo de historia joven formado por el ICHEH (Instituto Chileno de Estudios Humanísticos), el cual estaba ligado al mundo de la DC. En este grupo estaba Guillermo Blanco, quien era uno de los fundadores y jefe de cultura de la revista Hoy. “A él se le ocurrió que la Sofía y yo fuéramos columnistas. Nosotras nos queríamos morir”.

—¿Y qué la motivó a decir que sí?

—No tenía chance en esa época… de poder hacer algo y no hacerlo […]. Era mi deber moral. Yo no tenía opción sobre eso.

El primer número donde escribió Sol es el 59, que comprendía desde el 12 al 18 de julio de 1978.

—Escribía número por medio.

—Sí, me costaba mucho, y me demoraba mucho, y sufría mucho. Cada columna me costaba el alma. Hasta el día de hoy.

—En su primera columna en Hoy, “La universidad tiene una pena”, usted cuenta el caso de un profesor que un día colapsó y exclamó fuertemente contra las universidades en esa época y la poca opinión e ideales de las instituciones y sus estudiantes. ¿Cómo se decidió a mandar esa columna como la primera?

—Llegó en una conversación en el café de Campus Oriente. Una amiga mía me contó esta historia y yo dije, ‘está es’ […]. La profesora que dice esto, y que yo lo supe por esta amiga, fue Marta Cruz-Coke […]. Ahí le dije a mi amiga que iba a escribirla. Claro que lo hablé con Guillermo Blanco, y cuando la envié, le dije: ‘a ver, no dejemos ni una huella aquí’. Escribieron “un profesor” en vez de profesora y “alguna vez”, para hacerla más ambigua y menos rastreable.

—¿Ud. pensaba lo mismo que esa profesora en la época?

—Sipo, si éramos todos de oposición. Era verdad que no había discusión, se había perdido. Todos conversaban cualquier cosa, nadie se identificaba con nada.

—¿Y es por eso que escribe estas columnas?

—Un poco, sí. Son todas de crítica. Pero ¿desde dónde uno hacía la crítica? Y en eso, sí, yo discutía en esa época, hasta entre los de oposición […]. No somos mejor oposición por quién grita más fuerte que Pinochet es un asesino. Eso ya lo sabemos. El tema es cómo pensamos. Cómo nos hacemos cargo.

Desde la primera, las columnas de Sol Serrano fueron muy bien recibidas por los lectores de Hoy, tanto así que en muchos números enviaban cartas felicitando a la joven y su escritura.

—¿Qué cree que era lo que les gustaba tanto a los lectores?

—Que no era desde donde se solía hablar. Yo hablé, supongo, desde algún lugar raro, que convocó a personas muy diversas, y entonces… le gustó mucho a la gente […]. Tengo una obsesión por la escritura narrativa, y todas tienen (las columnas) una cierta estructura narrativa, y una parte que es más académica, que es más intelectual, creo. Entonces fue esa mezcla.

—¿Cómo se sentía en ese momento esto de estar en ese único espacio y que sus columnas fueran tan bien recibidas?

—Muerta de susto. Muerta de susto y totalmente asombrada.

—¿Susto de que podía traer consecuencias?

—No, yo no tuve nunca ese susto. No, físico no lo tuve nunca. Laboral, sí, lo tuve. No pude entrar nunca en ninguna parte. Cuando quise, después, en los ochenta, entrar a la Biblioteca Nacional, yo vi con mis ojos un oficio de Enrique Montero, que era ministro del Interior, diciendo que yo no podía entrar en la administración pública […] tampoco pude entrar a la Católica (a trabajar) hasta mucho después.

—Y aparte de esto ¿hubo algún episodio que la hiciera dudar de si seguir escribiendo para Hoy?

—Me complicaba… ser… considerada por otros como una persona pública. Yo era una pinche… nada. O sea, no había relación entre la imagen que yo proyectaba y quien yo era […]. La exposición pública siempre me produjo muchas dudas.

—¿Qué significado tiene hoy, para usted, su participación en esa revista?

—Yo creo que me ayudó en algo que nunca he logrado, mayormente, que era… tener una cierta confianza en mi punto de vista. O sea, en ser yo […]. Yo escribí desde mí, desde mi forma de razonar, y desde mi forma de escribir. Y eso un poco fue lo que se quedó […]. Y me formó en la importancia de la historia. Para mirar variables distintas y complejas. Yo creo que la historia siempre me ayudaba a pensar desde lados… no tan canónicos. Odio los cánones. Aún en la historia […]. Entonces, eso. Yo no representaba a nadie, no pretendía. Nunca me arrogué nada. Porque soy historiadora, por sobre cualquier cosa en la vida.

—Y en su trayectoria como historiadora, ¿dónde entra esta participación en medios, como ser columnista de Hoy?

—De mis experiencias, siempre la llamé una cana al aire. Y me siguen siendo una cana al aire. He tenido ofertas de ser columnista, lo he sido, lo volví a hacer un tiempo. Y la verdad es que no me gusta. Porque… cuando genuinamente creo que tengo algo que decir, escribo. Pero porque genuinamente lo quiero hacer […], pero no soy una profesional de la columna. Yo soy profesional de la historia […]. Entonces, en relación a mi vida como historiadora… confirmó mi vida como historiadora. Confirmó mi vocación académica en el sentido de que no iba a ser un personaje público, ni me iba a dedicar a la política. Claro que nadie me creía mucho.

Sol, en su sillón individual, ojea las fotocopias de sus columnas que tiene en frente. Son fotocopias que una vez le regaló un alumno, y la historiadora confiesa que nunca se dio el tiempo de releerlas.

Sol insiste en que su participación en la revista Hoy no es solo su participación en la revista Hoy, sino que se enmarca en algo más grande, y la revista, en ese marco, está lejos de ser lo más importante.

“Lo que va de fondo, que es todo un largo proceso, es ser parte de la construcción de una sociedad democrática. Y en eso siento una gran, gran gratitud, de haber podido participar. De haber sido muy parte de la construcción del 5 de octubre, del cambio de gobierno y del gobierno de Aylwin. Cuando el gobierno de Aylwin terminó, dije, ‘ahora me puedo meter en los archivos’. O sea, siempre estuve en los archivos. Pero, como diciendo: ‘la política dejó de ser para mí un deber moral’”.

—¿Se siente orgullosa de esa Sol que trabajó por la democracia?

—Agradecida, más que orgullosa.

—¿Y la Sol de esa época se sentiría orgullosa de la de hoy? 

—Sí.

—¿Por qué? 

—Porque no tenía nada de claro si iba a lograr algo…

 

Sobre el autor: José Gubbins Correa es estudiante de periodismo y editor de la revista KmCero. Actualmente cursa su tercer año en la Universidad Católica. 

La voz icónica de Cooperativa en dictadura

La voz icónica de Cooperativa en dictadura

El periodista Sergio Campos ha informado a los chilenos por más de 50 años a través de la radio y televisión. Le ha tocado estar frente a los micrófonos en los momentos más críticos de la historia reciente de Chile, como el régimen militar, la vuelta a la democracia y el estallido social. La locución, el periodismo y la pedagogía son las tres pasiones que lo mantienen vigente a sus 74 años. Su primera gran historia como profesional la vivió el 11 de septiembre de 1973 junto a La Moneda y aquí la recuerda.

Por: Sebastián Cornejo I. (@seb.cornejo)

“¡Esta es Corporación, la voz de la revolución!”, vociferó el periodista Sergio Campos Ulloa pegado al micrófono mientras los cazas de guerra de la FACH volaban sobre su cabeza y las ventanas de los edificios aledaños estallaban como tiritas de papel. Solo la angosta calle Morandé separaba la emisora de la casa de gobierno en llamas. 

Era mediodía en Santiago. El cielo estaba completamente apagado por las nubes. Los Hawker Hunter surcaban dejando una estela de plomo y balas. Las tanquetas reptaban hacia La Moneda con sus cañones en alto. Junto al golpe de Estado perpetrado por las Fuerzas Armadas, se estaba emitiendo la última transmisión de Radio Corporación, dial CB-114 AM del Partido Socialista, comprada a El Mercurio dos años antes.

“Fue un estruendo que te remece. Quedas con un vacío de tu existencia, como si te derrumbaras de un andamio. De un golpe”, recuerda hoy Campos, de 74 años, cuando los cohetes Sura P3 reventaron al otro lado de la vereda. Uno por uno, hasta contar 18 en 7 ataques frenéticos y consecutivos. 

Sergio Campos es un comunicador forjado en boletines radiales, con un largo recorrido iniciado en Corporación en 1969. Actualmente cuenta con múltiples galardones en distintas áreas, como la Orden al Mérito Docente y el Premio Nacional de Periodismo. Tenía 24 cuando le tocó locutear su primer hito, y estaba apenas a 50 metros de distancia: “No solo se estaba derrumbando una parte de La Moneda, sino que se estaba derrumbando la democracia en Chile”. Para él, ese día había comenzado mucho antes. 

A la una de la madrugada lo habían citado en los estudios del tercer piso de Morandé 25, debido a los rumores de una posible sublevación de la Armada y el Ejército. Eric Schnake, senador y secretario general de comunicaciones del PS a cargo de Corporación, había advertido horas antes que un convoy de militares estaba patrullando cerca de la antena de radio, ubicada en Vicuña Mackenna. Posteriormente se conocería como el inicio de la Operación Silencio.

Campos repetía “llueve sobre Santiago”, mientras sonaba de fondo la alegre melodía cubana de la Guantanamera. Aquellos eran mensajes cifrados, y acordados con anterioridad con dirigentes políticos, para que oyentes y militantes entendieran que el golpe había comenzado. El presidente Salvador Allende llamó en repetidas ocasiones a la radio para confirmarlo en vivo ante la ciudadanía.

La emisora avanzaba a todo vapor hasta que, a las 9:00 de la mañana, todo quedó en silencio: “La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de radio Portales y radio Corporación…”. Con aquellas palabras el mandatario iniciaba su último discurso por la frecuencia de Magallanes. Todo estaba fríamente calculado.

Aunque el equipo periodístico de Corporación se había repuesto del intento de censura mediante un moderno maletín que les permitía transmitir en FM, la recepción fue extremadamente limitada. Mientras tanto, Miguel Ángel San Martín, jefe de prensa de la radio, le ofrecía a Allende por teléfono ir con los periodistas a defender La Moneda junto a él: “Compañero presidente, Carabineros abandona el palacio, los tanques le rodean. Somos una veintena de personas, y estamos dispuestos a cruzar la calle”, declaró San Martín desde los pisos superiores de la emisora.

“¿Sabe usted cuántos caerían si hiciéramos un pasillo armado para que ustedes crucen la calle? Un solo caído sería demasiado precio. No. ¿Y sabe qué…? No me moleste más…”, contestó Allende, que dejó descolgado el teléfono sobre la mesa de su oficina. 

Preso por educar, preso por informar

El periodista Miguel Ángel San Martín, de ahora 79 años, conoció a Campos cuando este arribó desde Rengo con 12 años a estudiar junto a él en la Escuela Normal José Abelardo Núñez: “Llegó del sur cabrito chico, con pantalones cortos. Nos conocimos mucho, porque como él era hijo único, pasaba conmigo en mi casa”, relata su amigo y exjefe por coincidencia en Corporación. 

Campos recuerda vívidamente cómo, cuando tenía nueve, escuchaba la radio para la elección presidencial entre Eduardo Frei, Jorge Alessandri y Salvador Allende en 1958. Años después convenció al director de la escuela, el papá de San Martín, para abrir una pequeña radio en el colegio. Se llamaba Gabriela Mistral: “Siempre me gustó la radio. En el colegio transmitíamos música, deportes y, por paradojas del destino, marchas militares”, recuerda.

En el colegio se le inculcó la vocación hacia la pedagogía. En 1967, cuando cumplió los 18, se tituló como profesor normalista y, junto a su rol de locutor radial en Corporación, empezó a hacer clases en la escuela Consolidada a niños de escasos recursos y con limitaciones intelectuales: “Mi convicción política empezó cuando era profesor. Creía que un gobierno popular podía sacar a Chile de la miseria”, explica. Además, participó en el Sindicato Unitario de Trabajadores Educacionales, incluso después del golpe.

“¡Dice mi comandante que vaya!”, ordenó un militar a Campos quien, con la tiza en la mano, hacía clases a los niños en 1974. Estaba siendo arrestado junto a otros profesores sindicalistas, por supuestamente conservar literatura marxista en el colegio. Era la segunda vez que lo tomaban detenido. 

La primera ocurrió meses después del golpe, el locutor fue citado a declarar a la Academia de Guerra por las “transmisiones rebeldes” del día 11 del año anterior. Recuerda que esa vez lo hicieron permanecer vendado y de pie durante dos días en un calabozo. Al intentar acomodarse para dormitar el cansancio, recibía patadas e insultos de los militares de guardia. 

Cuando fue liberado tras la segunda detención decidió irse a Argentina. Dos años más tarde regresaría a un Santiago que recuerda como “triste y gris” para incorporarse a las aulas nuevamente.  En 1977, mientras era locutor nocturno en radio Yungay para complementar sus clases con los niños en el día, recibió una oferta que no podía rechazar. Era para leer las noticias en el día, pero en radio Cooperativa.

Cortar el silencio con el filo del micrófono

“¡Urgente. El diario de Cooperativa está llamando!”. A través de la señal 76 AM suena un redoble de tambores. Los pelos de los auditores se encrespan. La cortina icónica de “El diario de Cooperativa” presagia que algo importante acaba de pasar en algún lugar de Chile: “Me pone alerta. Cuando escucho los tambores, paro lo que estoy haciendo y escucho lo que dice la radio”, declara Richard Calderón, fiel auditor del programa de Sergio Campos desde la década de los 80. Ese día de 1985 la radio le contó que habían encontrado los cuerpos de tres hombres en un sitio eriazo en Pudahuel. Estaban degollados.

Sergio Campos conoció con un dolor intenso la identidad de los asesinados por oficiales de Carabineros, debido a los detalles entregados por los reporteros de Cooperativa: José Manuel Parada, Santiago Nattino y Manuel Guerrero. Este último había sido su amigo cercano en la Escuela Normal y colega en la Asociación Gremial de Educadores. El día que fue asesinado vestía una chaqueta café, la cual Campos reconoció que era de él. 

La División de Comunicación Social (Dinacos) del régimen militar clarificó que daría la identidad de los cuatro sujetos a las ocho de la noche. Cualquier medio que osara a infundir la información por su cuenta, se arriesgaba a ser temporalmente clausurada, como ya era costumbre para Campos y su equipo. Lo habían aprendido “a la mala”, tras cubrir las diversas jornadas de protestas durante el inicio de la década de 1980.

Sin embargo, a eso de las 20:05 de la noche, Campos, con el teléfono prestado en la Vicaría de la Solidaridad, lugar de trabajo de Parada, llamó a la radio para hacer el despacho con los nombres.

“Fue fuerte. Era una realidad dura. Las noticias que daba la Cooperativa eran las que más estaban pegadas a la realidad”, rememora Calderón, quien también conoció por la voz de Campos el caso “Quemados”, crimen perpetrado por una patrulla de militares al mando del capitán Pedro Fernández Dittus que prendió fuego a dos manifestantes, de 18 y 19 años, tras ser rociados con parafina en 1986. 

Campos asegura que la censura previa o los cierres forzados nunca le hicieron retroceder. Cuando le tocaba estar fuera del aire, hacía boletines escritos o grababa casetes con testimonios y las mandaba a emisoras hermanas como radio Chilena, Santiago o Carrera, para así seguir informando: “Por supuesto que no paramos, para mí era muy importante la defensa de los derechos humanos, y la solidaridad con la gente que estaba sufriendo. Por eso estuvimos luchando, por la libertad de expresión y para recuperar la democracia”. 

“Usted tiene derecho a saber la verdad, y la verdad está en los hechos”, se volvió el eslogan de Campos, grabándose en la memoria colectiva de los chilenos. Con la astucia que desarrolló en Corporación, dice que entregaba “mensajes subliminales” a los auditores para así sortear el brazo estrangulador de Dinacos: “¡Atención, chilenos! ¡En 20 minutos serán las ocho de la noche!”. Aquello le indicaba a la gente que se avecinaba el caceroleo en contra de la junta.

“En los años 80 hacer un periodismo que buscara defender la democracia requería una cuota grande de valentía”, dice la periodista y locutora Verónica Franco, quien empezó a trabajar en la radio en 1991, cuando Augusto Pinochet ya había entregado el poder. Hoy, cuenta ella que la química entre los dos es “de taquito”, por los 11 años años que llevan haciendo el programa juntos: “Si él ha estado presente dentro de la memoria de tanta gente, como la voz de El diario de Cooperativa en dictadura, es por algo”, agrega.

El guiño del periodista

Campos se tituló de periodista recién en 1995 en la USACH. Fue un acto “casi protocolar” para reflejar formalmente su medio siglo de servicio. Luego sería reconocido con el Premio Nacional de Periodismo 16 años después. Se lo entregó el presidente de la República, Sebastián Piñera. Hoy sigue haciendo clases como profesor en la escuela de Periodismo de la Universidad Central. Sus compañeros de trabajo aseguran que “hay Sergio para rato”, pero él ve la posibilidad de colgar los audífonos de locutor: “Llega un momento donde uno tiene que descansar. El camino ha sido arduo”.

En el sexto piso del Ministerio de Defensa, a pasos de La Moneda y el extinto estudio de Morandé 25, está el jefe de gabinete Francisco Astudillo llamando por celular: “Es que estay muy viejo, Sergio. Ya no sé qué hacer contigo”, bromea. 

Astudillo conoció a Campos en 1996, durante los gobiernos de la Concertación. Recuerda cuando le tocaba trabajar en el turno de noche y su amigo pasaba por Cooperativa desde Megavisión, donde fue conductor de medianoche, a revisar los titulares del día siguiente. Les traía sándwiches a los que trabajaban en los estudios de la radio, ubicada en ese entonces en Providencia: “Sergio es una persona bondadosa, atenta. Siempre tiene una palabra de ánimo y siempre se ha preocupado de los demás colegas”, dice mirando en dirección a la fachada sur del palacio reluciente y blanco pulcro. 

Recubierto de ceniza grisácea, y chamuscado por el fuego ya extinto, ese mismo frontis de ladrillo, pegado con cal y arena, indicaba que el bombardeo había cesado. Sergio Campos y San Martín corrían despavoridos desde las cercanías de ese lugar, tras la irrupción del Ejército y la FACH en el edificio del actual Banco Estado. Ambos iban dejando atrás todo el equipo radial que había sido uno de los más modernos en ese entonces. San Martín dice que presenció minutos antes cómo retiraron por la puerta de Morandé 80, en camilla de lona y cubierto por un chamanto de colores, el cuerpo de Salvador Allende.  

Ambos llegaron a la Alameda y descendieron hasta Manuel Montt desorientados bajo la llovizna, escuchando disparos al aire. Comentaban sin frenar las pisadas el shock que acababan de sobrevivir. 

Al oscurecer, arribaron a la casa del locutor Sergio Neri buscando refugio. Había comenzado el toque de queda que se impondría regularmente por los próximos 14 años. Campos se tumbó en el living y le costó quedarse dormido. Las grabaciones del 11 de septiembre de Corporación, que dejaron escondidas en algún lugar recóndito del pasaje Antonio Varas, y las balas incrustadas en la fachada del edificio de Morandé 25, son hoy como memorias perdidas 50 años después. 

“Yo siempre a Sergio le digo: ‘tú no eres locutor, tú eres un comunicador social’, y como tal eres el más importante en Chile”, sentencia San Martín, quien esa noche descansó también en la casa de Neri pensando cómo había fracasado la democracia en Chile.

Campos, con un tono innato de profesor, comenta que hoy su misión sigue siendo inspirar: “Uno tiene que estimular a las nuevas generaciones de periodistas para que puedan alcanzar un desarrollo óptimo. Eso a la gente le hace mucho sentido y me siento muy gratificado por ello”, recalca. Actualmente sigue despertando a los chilenos a las 6:00 A.M en punto para dar las noticias con su característica voz de tenor grave, junto a los tambores de El Diario de Cooperativa.   

Sobre el autor: Sebastián Cornejo (@seb.cornejo) es estudiante de tercer año de Periodismo en la FCOM UC (@fcomuc). Es director del medio estudiantil El PUClítico (@el_puclitico). Se ha dedicado a cubrir política universitaria de la UC y las elecciones FEUC desde 2021. Además, es editor del Kmcero (@revistakmcero).