Diana Arón es uno de los nombres entre 20 detenidos desaparecidos de origen judío durante la dictadura de Augusto Pinochet en Chile. Egresada de Periodismo de la Universidad Católica y militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, su rastro se perdió el 18 de noviembre de 1974. Su familia y amigos aún no saben qué fue lo que realmente le pasó. 

Por: Ronit Bortnick (@ronit_bortnick)

Edición: Amanda Astudillo (@amandastudillo)

Fotografía: Memoria Viva

En la tradición judía, uno de los principales rezos cuando alguien fallece es el Kadish de duelo, plegaria que solo puede ser dicha por cónyuges, padres, hijos y hermanos. Además, únicamente debe ser recitado en presencia de un Minián, que es la asistencia mínima de diez hombres judíos mayores de 13 años. “Durante 30 años no pudimos juntar diez personas para decir Kadish por nuestros hermanos, porque en la comunidad que yo conocía, los amigos de mipapá, eran de derecha, por lo tanto, el tema no se hablaba”, afirma Ana María Arón (79), hermana de Diana Arón, detenida desaparecida en 1974, durante la dictadura de Augusto Pinochet. Recién en 2007 lograron decir Kadish por las víctimas que egresaron del Instituto Hebreo, colegio de la comuna de Lo Barnechea.

Diana Frida Arón Svigilsky nació en Santiago el 15 de febrero de 1950, en el seno de una familia chileno-judía, en la que sus padres tenían roles importantes dentro de la comunidad. Su papá, Elías Arón, fue parte del directorio del Instituto Hebreo y su madre, Perla Svigilsky, presidenta de la Organización Mundial de Mujeres Sionistas (WIZO abreviado en inglés) en Chile. Tras egresar del colegio viajó a Israel, y al volver al país, en 1968, entró a estudiar Periodismo en la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Allí conoció a María Loreto Rebolledo (73): “Muy rápidamente nos hicimos amigas”, recuerda Rebolledo, actual decana del Instituto de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile. Tenían un grupo de amigos de izquierda, del cual era parte Cecilia Olmos, a quien conoció en los primeros años de carrera. Se reunían a conversar de “ciertos temas, cierto tipo de libros y de cosas”. La relación con Rebolledo se estrechó cuando Arón la invitó a la Población 26 de enero (Hoy población La Bandera), que era una de las tomasmás emblemáticas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), ubicada en el sector sur de Santiago. Fue ese el momento en que ambas empezaron a militar.

Ana María Arón describe a su hermana como “una niña joven llena de ideales. Le gustaba cantar, leer y la fotografía. Era muy querendona de su familia”. Agrega que tenían una relación muy cercana, porque, antes del golpe de Estado, su hermano Raúl se fue a Estados Unidos y sus padres migraron a Israel.

Diana Arón fue detenida por agentes de la DINA hace 49 años, el 18 de noviembre de 1974, en avenida Ossa. Al intentar escapar, fue alcanzada por cuatro balas, según lo que los propios policías de la DINA le dijeron a Luis Muñoz González, su pareja. Para ese entonces, ella ya era parte del Comité Central del MIR. Tenía 24 años, estaba embarazada de siete meses y fue llevada al centro de tortura Villa Grimaldi.

Surgimiento y persecución del MIR

El MIR surge el 15 de agosto de 1965 de una confluencia de tres grupos: militantes socialistas jóvenes, comunistas y una vertiente trotskista. Según el historiador Mario Garcés, lo que los une es la Revolución Cubana de 1959, que provocó que la izquierda más revolucionaria abogara por cambios políticos más radicales, mediante el enfrentamiento directo con el Estado y la clase dominante.

En Chile, tras la elección de Oscar Naranjo Arias, quien pertenecía a la coalición izquierdista Frente de Acción Popular, como diputado por Curicó y Mataquito, la derecha apoyó a Eduardo Frei Montalva en su candidatura a la Presidencia de la República en el año 1964. En consecuencia, Frei terminó ganándole a Salvador Allende las elecciones. 

Garcés señala que este evento “precipita la idea de que por vía electoral la izquierda nunca iba a conquistar el gobierno”. Por lo tanto, añade, “había que generar un tipo de organización distinta, que de alguna manera se separara de esta tradición electoral de la izquierda”. Según él, el MIR se creó “con esa voluntad revolucionaria, pero con muy pocos recursos y pocos recursos políticos como para iniciar una guerra armada”. 

El historiador añade que “los primeros años del MIR son bastante débiles”. Sin embargo, en el año 1969 se establece una corriente juvenil “más guevarista, seguidora de la corriente cubana más pura”. Se impone acusando al sector trotskista de ser incapaz de ejecutar la revolución. “Hay un discurso muy claro, pero nunca una preparación beligerante, ni siquiera el día del golpe”, agrega Garcés.

Según Mario Garcés, Pinochet sabía que la izquierda chilena no tenía ninguna capacidad de enfrentar el golpe de Estado y consideraba al MIR como “los comunistas más peligrosos y eventualmente la mayor oposición a la dictadura”. Para afrontar este “peligro”, Manuel “Mamo” Contreras, jefe de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), “termina con la izquierda chilena y sus principales expresiones”, dice Garcés. Solo entre los años 1974 y 1975 hubo “180 miristas muertos”, afirma el historiador. Entre ellos, Diana Arón. 

Cuando ella estaba en Villa Grimaldi, fue interrogada por Miguel Krassnoff, militar en aquella época y hoy condenado por crímenes de lesa humanidad. “Krassnoff era nieto de un cosaco, quienes armaron pogromos. Además, su padre fue colaborador nazi”, dice Maxine Lowy (63), titulada en estudios latinoamericanos en Estados Unidos. Agrega que, posterior al Holocausto, el abuelo y el papá de Krassnoff fueron ejecutados por las fuerzas soviéticas, lo que dejó en él “una rabia tanto contra judíos como contra comunistas”.

“Y aquí tenía ante él una judía, mirista y opositora a la dictadura”, cuenta Lowy. En el archivo digital de Memoria Viva, se señala que Krassnoff dijo: “No solo es comunista esta perra, sino que además es judía. Hay que matarla”. Arón habría fallecido el 10 de enero de 1975. 

Ana María Arón cree que el proceso de desaparición es distinto al de la muerte: “Nunca tienes la seguridad de si tu hermana está viva o no está viva”. Afirma que dejó de ser una persona que tiene una hermana para “transformarse en una persona que busca a su hermana”, golpeando puerta por puerta en búsqueda de información: “Es saber que alguien murió, pero no tienes evidencia, no hay cuerpo, no hay dónde enterrarla ni dónde hacer un duelo concreto”.

La comunidad judía chilena en la dictadura

Entre los años 1932 y 1941, llegaron 13.000 judíos a Chile provenientes de Europa, convirtiendo al país en el tercer destino de refugiados en Latinoamérica. Para el año 1959 ya vivían más de 30.000 en tierras chilenas. Valeria Navarro, presidenta del Centro Progresista Judío y secretaria de estudios de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Diego Portales, señala que muchos de los que arribaron escapando, por ejemplo, de los nazis y los gobiernos soviéticos, empezaron a abandonar el territorio durante el gobierno de Allende. 

Navarro dice que tenían miedo a las estatizaciones o a las expropiaciones de sus bienes: “Un miedo incontenible a lo que podría significar un gobierno de izquierda”. Esta migración masiva les generó problemas a quienes se quedaron, porque “se fueron gran parte de los que apoyaban económicamente a la Comunidad Judía”.

Navarro señala que el Comité Representativo de la Colectividad Israelita “marcaba siempre esta idea de que eran neutrales”. Un ejemplo de eso es que el presidente de la Comunidad Judía de la época, Gil Sinay, mandaba saludos al presidente “cuando era electo”. Navarro dice que “es distinto ser neutral en un gobierno democrático a ser neutral a uno que toma el poder por la fuerza y viola los Derechos Humanos”. Para ella, “esa neutralidad esconde una aceptación”. En el año 2017, conversó con Sinay: “Me dice: ‘¿Quiénes son esos judíos desaparecidos? Nadie, nunca participaron en la comunidad, son solamente judíos de apellido’”.  

De acuerdo con Lowy, Moshé Tov, embajador de Israel en Chile en ese momento, “abrió la embajada y protegió a muchos, pero él fue una de las personas clave en crear el vínculo Israel y Chile para la venta de armas”. Después del bloqueo norteamericano en el año 1978, el Estado judío se convirtió en uno de los principales proveedores de armas del gobierno de Pinochet.

“Perpetuar la memoria”

María Loreto Rebolledo ya estaba en el exilio en Buenos Aires cuando supo lo que le había pasado a su amiga. Se enteraba de las noticias de dos formas: a través de un microfilm que sacaban del país o por personas que viajaban y le contaban. Rebolledo, con lágrimas en los ojos, agrega: “De las tres amigas que éramos, Diana murió, Cecilia estuvo presa y yo alcancé a salir”. Recuerda que sentía que no merecía vivir: “Al resto de la gente que estuvo en lo que tú estuviste le pasaron estas cosas. Es una cuestión casi como de culpa, que es muy rara”. 

El periodista Eduardo Santa Cruz (73) también fue compañero de Arón en la universidad. “Yo siempre sentí que ella era una especie de hermana mayor”, recuerda. Cuenta que ella sabía dactilografía, por lo que, cuando les pedían leer un libro, conseguían un ejemplar y “Diana lo copiaba a máquina para todos mientras alguien le iba leyendo”. 

Hoy, Ana María Arón es psicóloga especializada en trauma y profesora emérita de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y dice: “Trabajar con víctimas de traumas complejos e injustos debe tener mucho que ver con lo que pasó con Diana”. A ella, afirma, le ayuda a “perpetuar la memoria de las personas que se fueron temprano, como Diana, y seguir haciendo algo de lo que ella hubiera hecho, trabajar con la gente más desprotegida”. 

María Loreto Rebolledo aprovecha la ocasión de dar esta entrevista para recordar de manera pública a su amiga. Agrega que, en privado, siempre está recordando: “Yo veo a Ana María y es ver a la Diana. Cada vez que Cecilia viene a Chile es ver a la Diana”, agrega.

A 49 años de la desaparición de Diana Arón, su hermana siente que tiene la herida cicatrizada, ya bien sanada: “Cuando digo cicatrizada es que está la cicatriz, y yo sé que estuvo, no me voy a olvidar, pero no me sangra”.