Peligra una especie única de Chile: los efectos que tiene el cambio climático en el monito del monte

Fotografía de  Carolina Contreras

Fotografía de  Carolina Contreras

Considerado un “fósil viviente” y clasificado como una especie “casi amenazada”, el monito del monte, un marsupial de apenas 22 centímetros de largo, es el único animal en Chile que hiberna, y el gradual aumento de temperaturas pone en riesgo este proceso y su vida. ¿Cómo puede enfrentar la amenaza de la crisis climática?

Por Javier Burgos @bxrgos­­­_jxvi

Edición por Nicolás Stevenson Flaño @_nicostevenson

De apenas 22 centímetros de largo y 23 gramos de peso, el monito del monte (Dromiciops gliroides) sale de la cavidad de un árbol por la noche. Este marsupial, con la apariencia de una ardilla, habitante entre las regiones del Maule y los Lagos, tiene un promedio de vida de solo dos años. Debe ser rápido y sigiloso, pues sus depredadores también son nocturnos, pero su pelaje marrón pardo le favorece en la oscuridad. Con sus pulgares opuestos en sus cuatro patas, este animal tiene la habilidad de trepar con facilidad todo tipo de árboles, ocupando los 11 centímetros de su cola prensil que enrolla en las ramas y le permite colgarse para cruzar de un lado a otro a través del bosque. En su marsupio, parecido a la bolsa característica de un canguro, transporta a su cría hasta que cumple doscientos semanas de vida. Dentro de esta, el animal encuentra cuatro pezones que ocupa para nutrirse.

Insectos y frutos como el quintral, una planta hemiparásita que produce bayas, son la principal fuente de nutrición del monito del monte. Debe sobrealimentarse, ya que tiene que almacenar la mayor cantidad de energía posible para los periodos de invierno en los que se prepara para la hibernación.

Sin embargo, con la llegada del cambio climático y las olas de calor, esta especie, el único animal en Chile que hiberna, ha visto amenazada su existencia.

La importancia del último ser de un orden extinto

El monito del monte es considerado en la actualidad como “fósil viviente”, de acuerdo con Eduardo Palma, Profesor de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Católica. “La mayor parte de las especies de ese linaje se extinguieron. Es el último del orden microbiotheria, un grupo de hace más de 40 millones de años. Si mueren, no hay más”, explica.

Lida Franco, zoóloga de la Universidad Austral, comenta que esta “es una especie emblema para el tema del cambio climático, es única y carismática, representante súper importante de la fauna chilena, ya que de él depende en gran parte la regeneración del bosque valdiviano”. En su proceso digestivo, el monito del monte defeca la comida 30 minutos después de haberla tragado, y luego dispersa en las heces semillas de su alimento vegetal que permiten mantener la integridad y funcionamiento de los bosques del sur.

La Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), un indicador crítico de la salud de la biodiversidad mundial, ha clasificado a este mamífero como un animal “casi amenazado” debido a un continuo declive en su población causado por la actividad maderera y agrícola. Franco comenta que: “Uno lo escucha y no suena tan terrible, pero para un zoólogo, un animal que está casi amenazado va camino a la extinción”. 

La zoóloga explica que la especie es altamente vulnerable al cambio climático por sus restricciones energéticas, debido a la necesidad de entrar en hibernación. Este proceso es una disminución controlada de la temperatura y en general del metabolismo corporal programado, que puede llegar a extenderse de días a meses. Debe distinguirse del sopor que, en términos de Gloria Rodríguez, bióloga de la Universidad de Chile, se puede definir como “una especie de micro hibernación”. Puede durar incluso horas. El monito del monte es un mamífero que ya está adaptado a un letargo fisiológico para soportar el invierno, por lo que mantenerse activo permanentemente no es eficiente para ellos, a diferencia de otros marsupiales. Una cualidad del monito del monte es que puede entrar tanto en sopor cómo en hibernación.

René Quispe, médico veterinario de la Universidad de Chile, explica que solo hay dos marsupiales que entran en etapa de sopor en el país: el monito del monte y la yaca . La yaca (Thylamys elegans) es una especie de marsupial que, en aspecto, es muy similar al monito del monte, pero dista por su pelaje grisáceo, hocico aguzado y grandes orejas que puede plegar a voluntad. Su principal diferencia con el monito del monte es su capacidad para soportar las altas temperaturas, producto de su hábitat ubicado en la zona norte-centro del país.

“Si se hiciera una comparación con la yaca, sería el monito quien se vería más afectado ante el cambio climático y altera directamente su hibernación, porque la yaca está más adaptada a vivir en ambientes secos y cálidos que el monito del monte”, asegura Quispe.

Rodríguez menciona que, tanto la hibernación como el sopor son procesos regulados y no son una decisión consciente. Los diferencia su duración. Pero la hibernación es un poco más predecible en los meses de invierno y le permite al animal sobrevivir sin comida disponible, ya que la poca energía que necesita para mantenerse con vida, la obtiene de la grasa de su tejido adiposo.

Esta especie tiene un proceso de termorregulación que lo define como un animal homeotermo. Esto significa que podrá adecuar su temperatura corporal en base a las condiciones climáticas de su entorno. A medida que la sensación térmica exterior disminuye, la temperatura corporal del monito baja, dando la señal de que es hora de hibernar. 

“Imagina que soy el monito. Lo que yo haré será despertar de mi hibernación porque aumentó la temperatura. Mi sistema de termorregulación está diseñado así evolutivamente. Pero ahora voy a estar despierta gastando una energía totalmente diferente a la que gasto durante la hibernación o en estados de sopor y no van a estar los recursos. Esto me perjudica totalmente, y esto le puede ocurrir a todos los animales que hibernan en el mundo”, explica la bióloga.

El gran problema

El último informe anual de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), publicado en abril de este año, indicó que las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando y que el clima también se encuentra constantemente cambiante. Los ocho años comprendidos entre 2015 y 2022 fueron los más cálidos de los que se tiene constancia, pese al efecto de enfriamiento producido por un episodio de La Niña durante los tres últimos años. Esto ha traído repercusiones en el sopor e hibernación del monito del monte.

“Hoy estamos en el escenario más catastrófico que se pronosticaba. Ya no solo está el cambio climático, hay que sumarle el global. Son conceptos diferentes, porque el cambio global es un proceso acelerado del cambio climático producido por la acción humana. El ser humano llegó para acelerar este proceso de manera artificial”, explica Carolina Contreras, Licenciada en Ciencias Biológicas de la Universidad Austral de Chile sobre la crisis climática.

Con el constante aumento de temperaturas que se han producido por el cambio global, existe una sincronía entre el fin del ciclo de hibernación o sopor del monito del monte y su periodo de reproducción. Contreras menciona que: “Una vez finalizado los periodos de frío, el animal está más activo y aumentan los recursos. Pero al salir del evento de sopor o hibernación en pleno invierno, y con altas temperaturas, no habrá recursos necesarios para el desarrollo de la vida del monito. Entonces gastará más del 90% de su energía en un momento que no correspondía, y no tendrá la compensación energética que necesita”.

Claudio Veloso, Director del Departamento de Ciencias Ecológicas de la Universidad de Chile, afirma que el calentamiento global afectará negativamente a estos animales, ya que no van a poder llegar a los niveles de ahorro de energía lo suficientemente potentes y tendrán que estar en déficit. Esto, según el experto, podría dar como resultado un aumento de la tasa de mortalidad poblacional.

Para Veloso, la evolución funciona en base al cambio climático, y detecta que el problema está en que la crisis que se maneja actualmente, es de origen antrópica, es decir, de origen humano. Y la tasa de cambio, la velocidad con que está cambiando el clima, es muy fuerte, y para que estos animales se adapten debe haber un efecto de selección natural, donde el tiempo juega un rol fundamental. Ejemplifica de la siguiente manera: “Si yo caliento algo de un día para otro a 100 grados, hervirán todas las cosas, pero si yo voy subiendo la temperatura un grado cada 200 años, las poblaciones se van seleccionando, quedan los que son más eficientes a esas condiciones, y los que no, corren otra suerte.”

¿Qué opciones quedan?

Es complicado hacer cualquier tipo de predicción respecto al futuro del monito del monte, dicen los expertos. Es un animal muy difícil de ver y atrapar, lo que ha retrasado su proceso de estudio e investigaciones. Los expertos han especulado sobre la respuesta que podría tener para enfrentar el cambio climático y prevalecer en el tiempo. La principal conclusión apunta al desplazamiento de su población a otras zonas del territorio chileno. “Buscarán seguir manteniendo rangos marcados de temperatura entre invierno y verano. Es posible también, que empiecen a disminuir estos eventos de hibernación y de sopor, que no estarían acorde al medio ambiente”, comenta la bióloga Gloria Rodriguez.

Rodrigo Vásquez, investigador de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, explica que este desplazamiento no sería tan extraño, pues otros animales del continente están adoptando estas medidas migratorias: “Se ha visto que en aves como el rayadito y el chincol se han ido adelantando las fechas de migración, asociados al calentamiento global. Escapan de los cortos periodos de luz y temperatura que no les permite conseguir alimento suficiente.”

Coincide Claudio Veloso, quien agrega que: “Si se comienzan a secar los hábitats por el calor, el monito tendrá que moverse. Pueden desplazarse en bloque, manteniendo el rango de distribución hacia el sur y tendrán que modificar sus patrones de actividad diarios. Van a tener que hacer un montón de cosas para ajustarse si es que efectivamente llegamos a niveles tan extremos”.

Serían estos hábitos migratorios los procesos que podrían ayudar al monito del monte a sobrevivir a las adversas condiciones climáticas producidas por el cambio global. Pero Veloso identifica el desafío más grande que tiene hoy el monito del monte: “El problema aquí, es que es tan rápida la velocidad de cambio, que en ocasiones los animales no alcanzan a responder, y llega un momento en que no hay reacción porque fue muy rápido, no aguantaron la temperatura, el cambio de hábitat, la falta de agua, ni las presas. Y la población puede llegar a desaparecer”.

Carta a los periodistas: un boletín secreto bajo Estado de Sitio

Carta a los periodistas: un boletín secreto bajo Estado de Sitio

En plena dictadura militar, un grupo de periodistas se organizó con el fin de esquivar la censura de prensa. Ante la necesidad de contar lo que estaba pasando, crearon la Carta a los Periodistas, un medio de comunicación alternativo que circuló entre los años 1984 y 1985, con sede en el Colegio de Periodistas. 50 años después, sus protagonistas reviven aquella época y relatan lo que la iniciativa significó para ellos y para las personas que pudieron leerla.

Por Lisa Parada Larenas (@lisaparadal)

Edición por Sebastián Cornejo (@seb.cornejo)

Estaban sentados alrededor de la mesa central en el quinto piso del Colegio de Periodistas, sede que integraba el Consejo Nacional y el Consejo Metropolitano, en Amunátegui 31. Los entonces once dirigentes, discutían sobre cómo informar a la ciudadanía en el escenario nacional de aquella época. Oriana Zorrilla (74), periodista que participó de la Carta e integrante del Consejo Metropolitano, ahora jubilada, cuenta: “Recuerdo que Gustavo Pueller (colega suyo) dijo: ‘oye, pero hagamos una carta, una carta a los periodistas’”. A principios de noviembre de 1984 se inició un boletín tamaño carta, de dos hojas, cada una impresa por ambas caras, que contenía las noticias más importantes de la jornada del día anterior. Para concretar la iniciativa de manera discreta, reutilizaron un boletín de circulación interna llamado El Periodista, en el que se informaba sobre lo que ocurría dentro del Colegio, las próximas reuniones, las cuotas, entre otros asuntos, recuerda Oriana.

Nadie imaginaba entonces, dice la periodista, la masificación que la Carta llegaría a tener. “Venían a buscar una copia los estudiantes universitarios, las federaciones, pobladores organizados, vicarías, grupos de derechos humanos, muchos organismos diferentes”, añade.  

Como cuentan sus participantes, la Carta surgió como idea del Consejo Nacional y el Metropolitano. “Nosotros (como dirigentes) aprobamos y respaldamos de inmediato”, afirma el periodista Guillermo Torres-Gaona (74), dirigente del Consejo Nacional en dictadura. Así comenzó la redacción: Buscábamos cómo contribuir a que terminara ese infierno en Chile y pudiéramos tener democracia nuevamente”, cuenta y revela que, pese a estar en su mayoría cesantes, el compromiso de los periodistas con la información era mayor.   

Estimado colega:

Oriana Zorrilla en la actualidad

Oriana Zorrilla en el Colegio de Periodistas (2023)

Cada día, todos llegaban a las 9:30 de la mañana y salían a buscar la información cerca de las 10. “Era un horror (reportear). Uno tenía que conseguirse monedas para llamar al Colegio desde un teléfono público, o más bien conseguirse uno de red fija para despachar lo que estabas reporteando”, cuenta Oriana mientras hojea el libro Carta a los Periodistas: Crónicas Bajo Estado de Sitio, una recopilación de lo que fue la iniciativa. Trabajaban de lunes a viernes hasta las seis de la tarde, tratando de respetar un margen horario para que los periodistas llegaran a sus casas antes del toque de queda, que partía usualmente a las 8 pm. Las personas en puestos de redacción y reporteo variaban, pero había cargos fijos. “Teníamos una reunión a media mañana, en la que Tati Penna e Isabel Torres (colegas) fijaban la pauta de lo que había que cubrir y reportear”, recuerda Guillermo.

La Carta comenzaba a repartirse, de manera gratuita, alrededor del mediodía (o 12 del día). Si bien la situación política prohibía la publicación de cualquier impreso, el boletín “era para los periodistas” comenta Oriana añadiendo con tono irónico que, de igual manera “lo hacían circular afuera” del colegio. Estimado colega: queremos informarte…, eran las cuatro primeras palabras que contenía el boletín, que ayudaban a la discreción que la iniciativa requería al comienzo, pero con el tiempo “no pasaba nada de piola”, según Oriana. Posteriormente, se desplegaban dos hojas con ambas carillas cubiertas de información del día anterior, que combinaba datos sobre interrogatorios, noticias internacionales que otros medios compartían y la descripción de casos de quiénes estaban siendo detenidos, secuestrados o liberados en Chile.

María Olivia Monckeberg (79) periodista que participó de la iniciativa, además de presidir el Consejo Metropolitano, describe la Carta como: “una acción de resistencia ante una situación totalmente anómala, para poder darle información mínima a la gente. No eran grandes reportajes, era información chica”. Pero, aunque fuera acotada o superficial, no por eso dejarían de hacerla, “no podíamos dejar de informar”, relata la periodista. 

Contaban con sólo tres máquinas de escribir y una fotocopiadora donada por organizaciones de periodistas internacionales, rememora Oriana: “Hacíamos la Carta en hojas con papel calco, de ahí sacábamos cinco copias, luego fotocopias y con esténcil también”, dice. El fin era replicar los ejemplares para dar abasto a las personas que iban a retirarlas a la sede del Colegio o para repartirlas en la calle o a la salida del metro.

Una larga fila

El alto edificio del Colegio de Periodistas se transformó en la casa matriz de la distribución de estos ejemplares. Antes de comenzar a entregar la carta solía generarse una fila que iniciaba en la puerta de la oficina principal del Consejo Nacional, ubicada en el quinto piso. Esta recorría el edificio, bajando los 20 escalones de cada piso. Según relatan sus participantes, una vez fuera, la hilera de personas continuaba por Amunátegui hasta llegar a la calle Agustinas y posteriormente chocaba con Teatinos. Si bien esta se disipaba durante la tarde, personas seguían apareciendo hasta antes del cierre de la sede.

Escalera del Colegio de Periodistas de Chile

Escalera del Colegio de Periodistas de Chile

«Nos dimos cuenta de que no teníamos capacidad para hacer tantos boletines y organizamos grupos, agrupaciones que representaran a otros, para que luego las distribuyeran y reprodujeran”, explica Jorge Andrés Richards (75), periodista y dirigente del Consejo Nacional en dictadura. De esta manera comenzó a perderse el rastro de la cantidad de copias repartidas por ejemplar. Se sabe que hubo 144 ediciones de la Carta a los Periodistas, entregadas entre 1984 y 1985, pero no cuántas copias se hicieron en total. “Por fax se empezó a mandar a regiones, a los colegas dirigentes que sobrevivían”, cuenta Oriana. En Concepción e Iquique se les sumaba información regional sobre lo que estaba ocurriendo. Dentro de las noticias podías encontrar titulares como: “Secuestran a la hija de …”, que contenía el detalle de la hora y lugar donde fue vista por última vez, qué se encontraba haciendo o hacia donde se dirigía.

No tenían financiamiento, se apoyaban en aportes de los colegas, la mensualidad del Colegio y las donaciones de otros periodistas. “Alguien trajo un gran tarro de leche nido vacío, cerrado y con un orificio en la tapa. En la parte visible del tarro se había sacado la etiqueta de leche en polvo y se le puso: “Carta a los Periodistas”, recuerda Oriana, ahí la gente que iba a recoger el ejemplar hacía su aporte voluntario. Con eso financiaban los implementos que necesitaban para reproducirla, papel, tinta y cinta para las máquinas de escribir.

Pero la ayuda no sólo se veía en lo económico. Según relata Guillermo, la colaboración de los periodistas de medios formales, que no estaban clausurados, era clave: “Nos entregaban información y antecedentes que tenían por su lado”. Oriana lo reafirma: “Los colegas nos entregaban noticias que ellos no podían publicar por la censura”. Además, por su parte, los dirigentes sociales que retiraban la Carta en la sede aprovechaban de poner al día a los redactores sobre lo que ellos estaban haciendo. Así la información venía de diversas fuentes.

Enfrentando el miedo en conjunto

Con la gran difusión, llegaron las amenazas. Sus participantes cuentan que diariamente eran perseguidos por los militares. Había amedrentamiento de diverso calibre: “Nos decían que nos cuidáramos que nos iban a sacar la mugre, pero no los pescábamos”, cuenta Jorge Andrés. “A los dirigentes nos amenazaban de muerte. A mí me tiraron gatos muertos en el antejardín con el nombre mis hijos (escrito en el cuerpo de los animales)”, relata Oriana, “no nos pasó mucho, pero era muy duro”.

“Siempre como ser humano uno tiene miedo, pero al estar juntos enfrentábamos ese miedo en grupo”, cuenta Guillermo. Como institución no sólo distribuían la Carta, sino que también organizaban manifestaciones callejeras, exigiendo la libertad de prensa. “A más de alguno lo tomaron preso alguna vez”, señala. Producto de una marcha, Guillermo estuvo detenido por cinco días. 

Las amenazas al Colegio se concretaron con el primer y único allanamiento que tuvieron durante la distribución de la Carta, el 5 de enero de 1985. Se registraron las dependencias de la oficina del consejo y les incautaron máquinas, entre ellas la fotocopiadora. Tras aquel episodio comenzaron a turnarse para cuidar el edificio, relata Guillermo. “Resguardábamos lo propio para poder continuar con nuestra tarea. Nos quedábamos toda la noche”.

El equipo de la Carta contaba con asesoría legal y de defensores de los derechos humanos. “Teníamos dos abogados, no les pagábamos ni uno, pero defendían a los periodistas que tomaban presos”, explica Oriana. Los cronistas relatan que ocurría algo “insólito” con el trato hacia la prensa por parte de las Fuerzas Armadas. Según Guillermo la tenacidad de sus abogados tenía mucho que ver. “Quizás tomaban cierto resguardo por el hecho de ser nosotros periodistas”. Al menos así se explica él que la Carta perdurara, pese a la situación de censura nacional.

En junio del año 1985, por orden del régimen, se dio por finalizado el Estado de Sitio en Chile, lo que permitió que medios que se habían visto obligados a dejar de funcionar, volvieran a hacerlo, aún bajo censura militar. Esto trajo consigo el final definitivo de la Carta a los Periodistas, María Olivia relata: “tuvimos que seguir con lo nuestro”, refiriéndose a sus trabajos paralelos a lo que hacían por la Carta, sin dejar sus puestos ni actividades dentro del Colegio.

Con fecha exacta el 28 de junio del mismo año, se publica la última edición de la iniciativa. En esta el equipo de redacción se despide de su público: “La Carta llegó a formar parte substancial de nuestras vidas en este difícil periodo, porque no solo permitió conocer y difundir aquello que otros se empeñaron en ocultar, sino que hizo posible que los principios éticos, morales y filosóficos que nos mueven en el ámbito profesional y personal tuviesen cauce para ejercerlos”, según narra este fragmento extraído de ejemplar número 144.

Ejemplar de la última Carta a los Periodistas (1985)

Ejemplar de la última Carta a los periodistas (1985)

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Sobre la autora: Lisa Parada es estudiante de quinto año de la @fcomuc. Su área de interés es el periodismo social y de investigación.

 

‘Deja de moverte, porque esto no duele tanto’: La normalización del dolor femenino en la inserción del dispositivo intrauterino

‘Deja de moverte, porque esto no duele tanto’: La normalización del dolor femenino en la inserción del dispositivo intrauterino

Hasta 2018, el dispositivo intrauterino (DIU) era el segundo anticonceptivo más utilizado por las mujeres en Chile. Según la Organización Mundial de la Salud es uno de los métodos más efectivos, con una eficacia del 99%. Sin embargo, en redes sociales aumentan los testimonios de usuarias asegurando que su inserción resultó dolorosa. Expertas afirman que el dolor de ellas es normalizado y que, probablemente por eso, no se advierte ni se ofrecen opciones analgésicas. Esta investigación revela trabas culturales e institucionales para visibilizar el dolor femenino en procedimientos ginecológicos, como la inserción del DIU.  

Por Antonia Ossandón Corral @hoodemons y Sofía Torres Meza @sofitmeza

Cuando Fernanda Medina (23) se puso por primera vez el dispositivo intrauterino a los 19 años, nadie le advirtió que la colocación dolería. Mientras estaba acostada en la camilla con los pies sobre los reposeros y las rodillas separadas, el pequeño pinchazo que le había mencionado el doctor se sintió como algo mucho peor. “Sentí como que me hubieran cortado, y me dolió muchísimo. Yo no tengo idea si fue realmente un corte, pero así lo sentí”, describió.  

Durante la consulta, el doctor no le explicó el procedimiento. “Estaba todo en silencio. Él hacía las cosas adentro, pero no sabía qué estaba haciendo. Yo pensé que me cortó (…) dentro de mi ignorancia”, cuenta. Con ese mismo silencio, Fernanda dejó la consulta sin preguntar ni hacer ningún tipo de reclamo.  

El DIU es uno de los mejores anticonceptivos de larga duración en el mercado. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), su porcentaje de efectividad alcanza el 99%, incluso como método anticonceptivo de emergencia hasta cinco días después de la relación sexual. Sin embargo, el uso del DIU ha disminuido drásticamente.  

Según la Política Nacional de Salud Sexual y Salud Reproductiva de 2018, elaborada por el Ministerio de Salud, “del total de mujeres bajo control por regulación de fertilidad en el sistema público de salud, un 53% usaba DIU de Cobre en 2005, cifra que descendió a 24% en 2015”.  

Para Mourielle Luna, matrona de la Asociación Chilena de Protección de la Familia (APROFA), los motivos por los que las mujeres no escogen el DIU son variados e influyó mucho la incorporación de nuevas opciones anticonceptivas al mercado. Pero cree que entre las causas que han visto disminuido su uso, podría estar el miedo al dolor del procedimiento. «No creo que sea el factor más importante, pero sí uno. Si esa equis saliera de la ecuación, es probable que la gente estuviese más abierta a decidir por un dispositivo intrauterino”, señala. 

Fernanda está cerca de cumplir los cinco años con el dispositivo, el periodo máximo de efectividad del DIU hormonal, y debe renovarlo. Pero volver a pasar por el procedimiento le asusta. “Pienso en ponérmelo y es como ‘no quiero, no quiero volver a sentir ese dolor’”, asegura. 

Como ella, muchas mujeres han experimentado dolor durante el procedimiento de inserción del DIU, el que -según la mayoría de los profesionales- debería ser solo una molestia. Expertas en género sostienen que la dolencia femenina ha sido sistemáticamente minimizada en la medicina, lo que se traduce en una normalización que las propias mujeres hacen de sus experiencias de dolor. Esta investigación recolecta y contrasta testimonios de usuarias y funcionarios de salud, revisa datos de artículos académicos e investigación científica, compara la normativa nacional con regulaciones extranjeras, y revela algunos reclamos ingresados a la red pública de salud por mujeres que experimentaron dolor en procedimientos ginecológicos.  

El DIU en Chile  

El dispositivo intrauterino es un método anticonceptivo reversible que se coloca dentro del útero. Es un dispositivo hecho de plástico en forma de T, cuyo tamaño llega hasta los 3,5 centímetros de alto por 3 de ancho, aproximadamente. 

De acuerdo al Manual para Proveedores de Planificación Familiar de 2022 de la OMS, existen dos tipos de DIU: el no hormonal, que tiene una duración de doce años y el hormonal, de cinco años. En ambos casos, el dispositivo hace del útero un ambiente no apto para la fertilización de ovocitos. El primero, más conocido como T de cobre, funciona por medio de la liberación de iones de cobre. Del segundo, también llamados Sistema Intrauterino Medicado (SIU), existen distintos tipos autorizados por el Instituto de Salud Pública, como el Mirena, Asertia, Levosert y Kylenna. Todos los SIU funcionan igual: liberan una hormona de progestina llamada levonorgestrel.  

Según las cifras más actualizadas del Departamento de Estadísticas e Información de Salud (DEIS) en 2018, de 1.613.878 mujeres bajo el Programa de Regulación de la Fertilidad y Salud Sexual en establecimientos primarios de atención, 280.481 utilizaban un dispositivo intrauterino. Esto representa un 17,38%, convirtiéndolo en el segundo método más utilizado luego de la pastilla anticonceptiva, que alcanza un porcentaje de 31%.  

Para la matrona María Verónica Schiappacasse, profesional del área Mujeres, Derechos Sexuales y Reproductivos del Servicio Nacional de la Mujer y la Equidad de Género (SernamEG), esto se debe a que la T de cobre lleva más años en el mercado y por su costo, es el método más barato a largo plazo. Actualmente, los precios del SIU van de 120.000 a 200.000 pesos en farmacias (ver precios de referencia en la web de esta farmacia), mientras que la T de Cobre cuesta 12.000 pesos, según la web de APROFA.  

Los dispositivos intrauterinos destacan por su alta tasa de efectividad. Según el Instituto Chileno de Medicina Reproductiva (ICMER), en un artículo sobre anticoncepción de emergencia, de 200 mujeres que utilizan este dispositivo en un año, solo una queda embarazada. 

El dolor asociado a la inserción 

La inserción del DIU puede durar entre 5 y 15 minutos. La colocación consiste, primero, en la medición del útero, utilizando un delgado instrumento cilíndrico de plástico llamado histerómetro, que le indicará al profesional qué tan adentro debe introducir el dispositivo. Según el procedimiento estándar, es necesario pellizcar el cuello del cérvix con una pinza en forma de tenazas, llamada pinza Pozzi, para inmovilizar la cavidad cervical. Finalmente, el médico carga el DIU en el dispositivo de colocación y lo introduce lentamente, para luego depositarlo dentro del útero.  

“En general, cuando uno introduce un elemento extraño en la cavidad uterina, hay tres momentos en que se produce el dolor: cuando pinzas el cuello, cuando se realiza la histerometría y cuando abres el dispositivo”, asegura el ginecólogo de la Clínica Alemana, Manuel Parra. “Este dolor está descrito como un dolor de ovario fuerte y una situación que sería frecuente, pero es realmente tolerable (…) no es una situación del otro mundo”, afirma. 

Un documento preparado en 2021 por la Facultad de Salud Sexual y Reproductiva del Real Colegio de Obstetras y Ginecólogos de Inglaterra afirma que no es posible predecir con certeza si una mujer experimentará malestar durante la inserción, ya que existen mujeres que solo sienten un dolor leve o moderado. Con esto coincide el médico René Castro, profesor de Ginecología y Obstetricia de la Universidad Diego Portales y redactor de las Normas Nacionales sobre Regulación de la Fertilidad de 2006. Castro asegura que el dolor es un tema variable, donde, en su experiencia, la mayoría solamente sienten una pequeña molestia.  

“Yo ya perdí la cuenta de cuántas miles de T habré colocado en mi vida, y no recuerdo nunca grandes escenas de dolor”, asegura Castro. 

Sin embargo, nueva evidencia apunta en la dirección contraria. Este año, una investigación publicada en la revista internacional de medicina reproductiva Contraception, especializada en anticoncepción, concluyó que el dolor de este procedimiento puede llegar a 8 en un rango de 1 a 10 en la escala visual de dolor. Para este estudio, investigadores de dos universidades brasileñas les colocaron el DIU a 318 adolescentes. Dentro de este grupo, quienes más dolor experimentaron fueron las 83 participantes que nunca habían tenido un parto vaginal, de las cuales el 18,1% lo describieron como “moderado” y el 61,4% como “severo”. Los resultados fueron atribuidos a la falta de uso de anestesia local antes o durante el procedimiento. 

Francisca Cañas (22) se colocó el SIU a finales de 2021, en una clínica privada en Santiago. Reconoce que desde el principio le ofrecieron llevar a cabo la inserción con anestesia, pero frente al alto precio que esto conllevaba, decidió intentarlo por la vía estándar. De acuerdo a la doctora, sentiría solo un pinchazo. Pero no fue así.  

“Intentaba apretar la camilla, y respirar. (…) Era como tratar de luchar contra los instintos que uno tiene contra el dolor. La ginecóloga me decía como ‘No, si no duele tanto, es un pinchazo, nada más. Todos están siendo muy exagerados’”, cuenta Francisca. “Como que intentó bajarle el perfil (…) “Fue ‘abre las piernas, mete el objeto, y deja de moverte, porque esto no duele tanto’”.  

Un estudio realizado en China y publicado en The European Journal of Contraception & Reproductive Health Care en 2015 coincide con el testimonio de Francisca. Para este estudio se realizó un cuestionario a 135 mujeres que pasaron por el procedimiento y a 135 médicos que colocaron el DIU. Se concluyó que los doctores tendían a subestimar el grado de dolor experimentado por las usuarias. 

La normalización del dolor femenino 

Venus Amengual (24) decidió ponerse un SIU en la consulta de un ginecólogo particular para regular sus periodos largos, abundantes y dolorosos. Cuenta que, a pesar de la amabilidad del médico, él nunca le dijo que el procedimiento dolería. Pero sí le dolió y mucho: “Me llegué a desmayar”. 

Luego de que Venus despertara del desmayo, el doctor le informó que el dispositivo no había sido soportado por su cuerpo, por lo que fue expulsado automáticamente del útero. “El médico me dijo ‘lo vamos a insertar de nuevo’ (…) lo insertó y yo me fui a mi casa llorando”. 

De acuerdo a la ginecóloga Andrea Von Hoveling, directora de Ginecólogas Chile, una asociación que impulsa el enfoque de género en el ejercicio de la ginecología, cuando las pacientes presentan reacciones como vómitos o desmayos, se recomienda detener el procedimiento y retomar en otra sesión si es que la paciente así lo decide. Pero en la experiencia de Venus, esto no ocurrió.  

Según la abogada especialista en género y Derechos Humanos, Dayana Méndez, autora de la primera tesis doctoral sobre Derechos Humanos y violencia obstétrica en España, situaciones como estas pueden ser consideradas como violencia ginecológica. Sin embargo, en la mayoría de los casos, no existe la intención de hacer daño. “Cuando se habla de estos conceptos en el entorno médico, no caen muy bien porque asumen que cuando hablamos de violencia, estamos hablando de una intención deliberada de causar daño y es importante hacer énfasis en que no es así”, dice Méndez. “Hablamos de violencia porque hay una situación de desigualdad estructural”. 

La abogada Méndez asegura que la naturalización del dolor de las mujeres en la salud sexual y reproductiva es estructural, tanto así que ni siquiera ellas mismas tendrían conciencia de que han pasado por una situación que podría llegar a ser violencia ginecológica. Para ella, esa sería la razón por la que las mujeres tienden a no manifestarse frente al dolor. “Cómo nos vamos a quejar de lo que nunca nos han dicho que está mal, de algo que siempre nos dijeron que está bien, que es la forma correcta y que es normal”, dice. 

Para este reportaje, se presentaron numerosas solicitudes de transparencia a la Superintendencia de Salud y a todos los Centros de Salud Familiar (CESFAM) a cargo de las 52 municipalidades de las comunas de la Región Metropolitana y de las 16 capitales regionales del país, con el objetivo de llegar a denuncias de dolor en procedimientos ginecológicos En la solicitud, se pidieron todos los reclamos realizados por mujeres que incluyeran las palabras «dolor», «anticonceptivos», «dispositivo intrauterino» y/o «DIU» en su descripción. Todas las solicitudes presentadas a la Superintendencia fueron rechazadas, ya que ninguna de las palabras clave figura en su sistema de clasificación de reclamos y, por lo tanto, no podían filtrarlos y seleccionarlos.  

No obstante, sí se logró obtener información a través de las solicitudes de transparencia presentadas a las Oficinas de Reclamos y Sugerencias (OIRS) de los CESFAM. A través de estas solicitudes, fue posible acceder a 36 reclamos por dolor y/o malos tratos de parte de los funcionaros en consultas ginecológicas, entre junio y octubre de 2023. De ellos, 33 son de la RM, dos de Puerto Montt y otro de Punta Arenas. 

Por ejemplo, una usuaria de Recoleta reclamó haber sufrido dolor durante la extracción de un dispositivo intrauterino, tanto así que el procedimiento tuvo que detenerse para ser derivada a un hospital. Otra usuaria en la comuna de El Bosque manifestó haber sufrido dolor durante un tacto vaginal. Por otro lado, en la comuna de Santiago una mujer reclamó haber sido tratada de forma ofensiva por un ginecólogo, quien fue brusco al introducirle distintos instrumentos y al realizar un tacto vaginal, produciéndole mucho dolor y haciéndola sentir vulnerada.  

La abogada Méndez recalca que la normalización del dolor de parte de las mismas mujeres podría ser la causa del bajo número de reclamos. “La naturalización de malos tratos, de ese dolor, de todas estas prácticas dañinas, han llevado también a que, al considerarse esto como algo normal, no exista una vía adecuada para tratar este tipo de reclamos”, afirma. 

Frente a esta dificultad de utilizar las vías institucionales para reclamar, se ha vuelto muy común que las mujeres denuncien de manera informal, a través de redes sociales. A principios de diciembre, el hashtag #DIU en TikTok tenía más 1,7 billones de visualizaciones, donde mujeres de países como Colombia, México, Argentina y Estados Unidos cuentan su experiencia dolorosa, algunas aún en la camilla, en medio del procedimiento. Otras también mencionan la incredulidad de los profesionales: “Mi obstetra me dijo que era una drama queen”, asegura un comentario en inglés. 

Imagen 1. Comentarios en TikTok

 

@doctorsood #stitch with @lol comment to raise awareness #iud #iudinsertion #womenshealth ♬ original sound – DoctorSood, M.D.

 

@hellomerrmerr I have been having extreme health issues my doctor thinks the IUD will correct. Im hoping hes right because this experience was not super 🙌🏻 not that the doctor wasnt super. Whole staff was lovely and amazing, but holy wow. Ive had things removed from my jaw with no numbing and THIS hurt worse. I would 100% block out your day if youre having this done. #iudinsertion #iudexperience #myiudexperience #iudpain ♬ Baby Girl – Disco Lines

 

@norahexisting IUD placement should require pain management 🙌🏼 #foryoupage #chronicillness #surgery #bertolottissyndrome #iud #fypシ ♬ FTCU – Nicki Minaj

  

Descripción del texto en español: “La inserción del DIU es el peor dolor que te puedes imaginar”, “30 minutos después de la inserción del DIU. Un dolor horrible. Simplemente terrible. Horrible”; “Estoy aquí para reportar que hacerse una cirugía columna con básicamente solo Tylenol en la recuperación es menos doloroso que ponerse un DIU». 

Estos testimonios en redes sociales están incluso siendo materia de investigación. Un estudio de 2022, cuyo título en español dice “TikTok, #IUD, y la Experiencia de Usuarias con Dispositivos Intrauterinos Reportadas en Redes Sociales”, realizado por el Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos, analizó 100 videos relacionados con la experiencia de usuarias de DIU, de los cuales 37,8% tenían un tono negativo y 19,4% positivo. De los 23 videos que hablaban sobre el proceso de inserción, el 80,6% tenían un tono negativo, 19,4% eran ambiguos y 96,8% destacaban el dolor asociado a la inserción o como efecto secundario. Al mismo tiempo, una cuarta parte de estos enfatizaban el deseo de algún tipo de anestesia en el procedimiento.  

Una publicación publicada por el New York Times en diciembre de 2023, titulada “Getting an IUD Hurts. Why Aren’t More Women Offered Relief?” (Ponerse un DIU duele ¿Por qué no sé le ofrece más manejo del dolor a las mujeres?), hizo referencia a este estudio, mencionando que las redes sociales están “inundadas” de mujeres compartiendo sus experiencias de dolor con la inserción del DIU.  

El uso de anestesia en Chile 

Loreto Zablah, ginecóloga de Red Salud, únicamente lleva a cabo la inserción del DIU bajo anestesia general. “Yo llevo muchos años diciéndole a mis pacientes que no pongo el dispositivo intrauterino sin anestesia”, comenta. “Si quieren ponérselo sin anestesia, les puedo recomendar a alguien, pero yo ya me cansé de verlas sufrir”. 

La inserción del DIU bajo anestesia general solo se realiza en el sistema privado. En la Clínica Alemana, el precio parte desde los 460.000 pesos, incluyendo solo la colocación y anestesia. Esto se debe a que la normativa vigente no permite ni recomienda utilizar alguna forma de anestesia en establecimientos públicos.  

Los procedimientos de manejo de la fertilidad -incluyendo la inserción del DIU- están descritos en las Normas Nacionales sobre Manejo de la Fertilidad del Ministerio de Salud, documento que ha sido modificado en tres ocasiones. La última modificación es de 2018.   

En la sección del dispositivo intrauterino, solo se menciona el dolor como un posible efecto secundario, pero no durante la inserción. Dice que en caso de que la mujer consulte sobre el dolor después del procedimiento, se pueden administrar “analgésicos no esteroidales, como ibuprofeno, paracetamol o naproxeno”. La norma también indica que se debe guiar a la paciente durante todo el procedimiento, instando a nunca ocupar fuerza durante la inserción. Si se presentan dificultades para dejar entrar el dispositivo, el especialista debe detenerse por completo. 

La anestesia no solo no está recomendada en las normas del Ministerio de Salud, sino que incluso, está prohibida. La Ley 20.533 de 2011 modificó el Artículo 117 del Código Sanitario, estableciendo que las matronas no pueden usar técnicas quirúrgicas, dejando fuera la aplicación de anestesia inyectable en la inserción de DIU. Las matronas son las que comúnmente realizan este procedimiento en el sistema público de salud. 

Respecto a la información que deben tener las pacientes para decidir su salud reproductiva, en 2010 se promulgó la Ley 20.418 sobre información, orientación y prestaciones en materia de regulación de la fertilidad, estipulando que al paciente se le debe informar de las consecuencias no buscadas de cualquier método de regulación de la fertilidad. Por otro lado, la Ley 20.584 que establece los Derechos y Deberes del Paciente, señala que toda persona tiene derecho a estar informada “de las alternativas de tratamiento disponibles para su recuperación y de los riesgos que ello pueda representar”. 

Consultada al respecto, Andrea Von Hoveling asegura que informarles a las usuarias del al dolor durante la inserción es fundamental. “Cuando tú firmas un consentimiento informado –que para este procedimiento debería firmarse- tú estás dando fe de un procedimiento verbal, y en el procedimiento verbal, tú explicaste las implicancias, las complicaciones, y el dolor intenso se considera una complicación”, asegura. 

Por otro lado, el ginecólogo René Castro, redactor de las primeras Normas Nacionales sobre Regulación de la Fertilidad en 2006, asegura que el dolor durante el procedimiento de inserción “no es tema, nunca ha sido tema. Puede ser molestosa la inserción, sí, pero solo molestosa”. Al mismo tiempo, menciona que no hay suficiente evidencia científica para regular el manejo del dolor durante la inserción. “Nosotros en medicina tenemos un concepto muy instalado: ‘las buenas prácticas, basadas en evidencia’”, dice. “O sea, haga lo que se ha demostrado que sirve”. 

De acuerdo a la ginecóloga Loreto Zablah, la inserción bajo anestesia completa requiere de muchas cosas, siendo las más básicas y costosas, el pabellón y la atención de un anestesista. Para Von Hoveling, esta sería una de las principales barreras. “No se podría ofrecer universalmente la inserción bajo anestesia por un tema de contención de costos y logística”, afirma. Aparte de este método, estudios científicos indican que la anestesia local de lidocaína en forma tópica e inyectable también sirve. Sin embargo, no hay un consenso sobre cuál sería la más efectiva para este procedimiento. 

Por su parte, el ginecólogo Guillermo Galán, quien participó en la redacción de las tres versiones de las normas, menciona que “la evidencia no muestra que haya una real diferencia entre los distintos sistemas y no hay una disminución importante de dolor”. Igualmente, se muestra abierto a una solución. “La causa del dolor es por una acción médica, no es por una acción de la naturaleza. Entonces mitigar este dolor, por supuesto que sería un muy buen objetivo de tal manera de evitarle una molestia a mucha gente”. 

Actualmente, no existe un procedimiento estandarizado en cuanto al manejo del dolor replicado internacionalmente. Sin embargo, diferentes asociaciones como la Asociación Americana de Obstetricia y Ginecología (ACOG) en Estados Unidos y la Fundación Marie Stopes de México, una organización líder en salud reproductiva, recomiendan aplicar lidocaína inyectable en el cuello del cérvix para manejar el dolor del procedimiento. De la misma manera, en 2021, el gobierno de Reino Unido reconoció el dolor que sufren ciertas usuarias en una declaración oficial del Real Colegio de Obstetras y Ginecólogos, y estipuló la obligación de informarles sobre las distintas opciones de anestesia, pudiendo optar entre anestésicos farmacológicos orales, tópicos o inyectables.  

Reconocer una necesidad 

El reconocimiento del dolor de las mujeres en procedimientos ginecológicos tiene aún un largo camino que recorrer.  

“Hay una idea interiorizada y normalizada porque se ha hecho así siempre, de que esto duele y tiene que doler. En realidad, no hay una justificación (…) Hay que romper un montón de barreras ideológicas, sociales, culturales, médicas, científicas, para que empecemos a hablar de esto», afirma Dayana Méndez, abogada especialista en género.  

“Aquí no pasa porque los centros de salud no compren lidocaína u otro anestésico, sino porque las personas que hacen el procedimiento reconozcan que vale la pena usar algún analgésico o un anestésico”, señala el médico especialista en políticas públicas de la Universidad Católica, Diego García-Huidobro. “No está dentro de la cultura local. No es algo que esté valorado como algo que se debiera de hacer”. Pensando en esto, considera que, de crearse una regulación del uso de anestésicos locales, sí existirían los recursos para capacitar a los profesionales y abastecer a los servicios de salud primarios.  

Desde el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género aseguran, vía correo electrónico, que eventualmente se podría regularizar su uso para mujeres que, por ejemplo, tengan antecedentes de violencia sexual, sean menores de edad u otros casos específicos. Sin embargo, destacan que la regularización a gran escala podría “agregar riesgos innecesarios a un procedimiento ambulatorio, vinculados al uso de anestesia en cualquier procedimiento médico. Además, aumentaría excesivamente los costos del procedimiento, generando una brecha de acceso muy grande”.  

El área de Mujeres, Derechos Sexuales y Reproductivos de SernamEG concuerda con el ministerio, pero asegura que es importante generar políticas públicas desde una perspectiva de género, que tomen en cuenta la experiencia de las mujeres, así como el dolor en procedimientos ginecológicos como la inserción de DIU, especialmente en leyes que traten la violencia gineco-obstétrica. “Si una mujer va a su control ginecológico para ponerse un DIU y tú no respetas a esa mujer que te está diciendo que le duele y sigues el procedimiento, estás ejerciendo violencia ginecológica”, dice la matrona María Verónica Schiappacasse. “Eso debería estar penado por la ley. Hoy día no lo está, solamente existen estas normas”.  

*Este reportaje fue realizado por las estudiantes Sofía Torres y Antonia Ossandón, en la sección de la profesora Catalina Gaete del curso Taller de Periodismo Avanzado de la Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile. 

Cuando fue Venezuela la que abrió las puertas a Chile

Cuando fue Venezuela la que abrió las puertas a Chile

Chile ha sido uno de los países que ha recibido más venezolanos por la crisis política y social que atraviesa el territorio: cerca de 450 mil. En cambio, 50 años atrás, durante la dictadura, Venezuela fue el país latinoamericano de resguardo para un mayor número de chilenos. Cuatro exiliados cuentan su relación con el país que los acogió cuando más lo necesitaban.

Por Ricardo Ramírez  @ricardo3r04

Edición de Raúl Esteban Santos @raul_stebn 

La distancia entre Santiago y Caracas, capitales de Chile y Venezuela, es de cinco mil kilómetros o nueve horas y media de viaje en avión. Sin embargo, el tiempo y la distancia solo son un número al ser preso político. “En febrero de 1975 me ordenan subir a un avión de Iberia. No sabíamos el destino y tampoco si nos iban a matar. Al llegar, recién supe que estaba en Venezuela”, afirma Juan Ruilova (76), uno de los 80.000 exiliados que recibió este país durante la dictadura de Augusto Pinochet. Juan Ruilova estudió Ingeniería en Construcción Naval en la extinta Universidad Técnica de Valdivia. En su época de estudiante se afilió al Partido Comunista, para luego ser docente en la Universidad Técnica de Santiago (actual USACH). Formó parte del cuerpo de seguridad de Salvador Allende desde que este se perfilaba como candidato político por la Unidad Popular.

Juan Ruilova en el extremo derecho de la imagen, subiendo al avión de Iberia el día que salió de Chile rumbo a Venezuela. Fuente: Juan Ruilova

 

 

 

 

En la madrugada del 11 de septiembre de 1973, según recuerda Ruilova, una unidad de la Infantería de Marina atacó la radio de la Universidad Técnica de Santiago, con el objetivo de evitar que Allende se dirigiera al pueblo para llamar a un plebiscito en el que se sabría si se quería que el mandatario continuara en sus labores. Ruilova acudió a la radio por orden del subsecretario del Interior, Daniel Vergara.

Alrededor de las once de la mañana, tres unidades militares lo rodearon junto a sus compañeros en la entrada de Villa Portales, Quinta Normal. Ahí fue detenido y trasladado al Estadio Chile. “Era una irracionalidad absoluta, un odio increíble. Los militares nos golpeaban sin descanso”, recuerda. 

Esa misma noche, le llamó la atención que el único embajador que se acercó para pedir por el bienestar de sus ciudadanos fue el venezolano, José Tovar. “En una ida al baño reconocí a un amigo venezolano, Mariano Rodríguez, un guerrillero de izquierda. Le pasé su nombre al embajador venezolano, un político conservador, y a pesar del distinto color político, cumplió su función y lo rescató”, reconoce Ruilova.

Él fue trasladado a otros cuatro centros de tortura durante el siguiente año y medio, hasta que un día cualquiera lo subieron a un vuelo con destino a Caracas. Allí, se enteró de la política migratoria abierta del Presidente de turno, Carlos Andrés Pérez. Durante los siguientes cuatro años trabajaría como docente en la Universidad Central de Venezuela.

Nunca abandonó su vinculación política, formando parte de la fundación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. En 1979, viajó de forma clandestina a Nicaragua para luchar como sandinista ante la dictadura de Anastasio Somoza (hijo), se hizo amigo de Fidel Castro, e incluso ingresó clandestinamente a Chile por Argentina para participar en el área de logística en el atentado del 7 de septiembre de 1986 contra Pinochet. “Yo estaba convencido de matarlo, era un acto de justicia política”, afirma Ruilova.

Luego de aquel intento fallido, volvió a Venezuela, y permaneció haciendo clases, participando de proyectos en la empresa petrolera estatal e incluso vinculándose con el Gobierno de Hugo Chávez en sus primeros años. En junio de este año volvió a Chile -ya de forma legal- con la intención de quedarse.

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Sergio Bitar (82), quien fuera ministro de Minería en 1973 (y más tarde, parte del gabinete de Ricardo Lagos y del primer mandato de Michelle Bachelet), luego del Golpe del 73´ fue llevado preso a Isla Dawson. Tras 14 meses, partió exiliado a Estados Unidos, donde formó parte de un equipo de investigación en Harvard. Por lo que él mismo cuenta, debido al atentado contra el ex embajador chileno, Orlando Letelier, en Washington, en 1976 abandonó el país por su temor a ser el siguiente en la lista de ataques de la dictadura chilena.

Gracias al auge económico de Venezuela, se radicó en aquel país y creó una empresa textil que dirigió junto a su esposa, María Eugenia Hirmas: “Yo no sabía de ese rubro, pero íbamos con buen capital y la economía venezolana nos favorecía. Nos fue muy bien”, afirma Bitar. 

En 1975, en la localidad venezolana de “Colonia Tovar”, él asegura que reunió por primera vez a todos los políticos opositores a Pinochet que estaban exiliados en aquel país. En julio de aquel año, varios dirigentes de los partidos democráticos chilenos, desde el centro hasta la izquierda, reflexionaron en conjunto sobre sus responsabilidades en lo acontecido y se orientaron en un futuro común “por la liberación de Chile”, como se afirma en la declaración firmada por todos ellos. Michelle Bachelet llegó a comentar lo siguiente acerca de aquella reunión: “sería el germen de la coalición política más exitosa de la historia política chilena: la Concertación de Partidos por la Democracia”.

Reunión de partidos opositores en Venezuela. Fuente: Sergio Bitar

 

Ya en 1985, Sergio Bitar volvió a Chile para continuar con su carrera política. 

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Yenny Miranda (66), hija de Sergio Miranda (89) -miembro de la Sinfónica de Chile y músico reconocido de izquierda-, vivió los meses posteriores al Golpe del 73´ escondiéndose de la Dirección de Inteligencia Nacional. A sus escasos 15 años, debía viajar en tren todas las semanas a Osorno desde Santiago para constatar la salud de su abuela, detenida en la cárcel de mujeres. Nunca decía su nombre y trataba de no hacerse notar, pues su madre estaba en las listas de búsqueda y captura por considerar que la familia encubrió la salida de un guerrillero de Chile.

“Un día que fui a visitar a mi abuela accedo a su expediente. Veo que buscaban a mi mamá y que la dirección de nuestra casa estaba incorrecta. Decía: ‘San Alfonso 986’ y nuestra casa era San Alfonso 869, por eso, por más que requisaban la cuadra, nunca dieron con nosotros”, asegura Miranda.

Yenny Miranda en el sofá de su casa en Chile durante la entrevista realizada para este reportaje el día 4 de julio de 2023. Imagen propia.

Su padre fue el primero en abandonar Chile a finales de 1973, y luego de una escala en Bolivia, llegó a Venezuela. Año y medio más tarde, arribaron sus hijos (Yenny y sus tres hermanos), mientras la esposa se encontraba detenida. “En Venezuela, el episcopado nos ayudó mucho. Enviaban cartas constantemente pidiendo por la liberación de mi madre y abuela, lográndolo para 1976”, recuerda Miranda.

En Venezuela, su padre inauguró la primera sinfónica juvenil del país y se estableció como músico hasta 1990, año en que retornó a Chile. Mientras tanto, Yenny decidió hacer su vida en Venezuela trabajando en el Ministerio Público de Caracas. A finales de 2022, regresó a Chile para cuidar de sus padres.

 

 

 

 

 

 

¿Por qué Venezuela?

Hasta hace diez años, previo al mandato de Nicolás Maduro, Venezuela se había caracterizado por ser un país con un alto número de inmigrantes. Según la Organización de las Naciones Unidas, en 2020 permanecían 1.324.193 extranjeros en ese país, a pesar de la crisis política que sumergía al territorio. Para esa misma fecha, el número de inmigrantes chilenos en el país caribeño era de 14.390.

Según datos del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, Venezuela fue el país de América Latina que acogió mayor cantidad de exiliados en la dictadura. Hasta 1984 se establecieron alrededor de 80 mil chilenos, y para la vuelta a la democracia, en 1990, se estima que esa cifra superó los 100 mil, casi la mitad de la cantidad total de exiliados chilenos en el resto del mundo, cerca de 200 mil.

El Presidente venezolano de turno, Carlos Andrés Pérez (1974-1979), tuvo una política migratoria abierta, teniendo en cuenta el convenio de reciprocidad de asilo diplomático entre Chile y Venezuela de 1954. 

Cristina Bastidas es venezolana e hija de exiliados chilenos. Volvió al país de sus padres en 2011 para ejercer sus labores como periodista. Relata que en 1973 políticos venezolanos arribaron a territorio austral para sacar a profesionales chilenos de los centros de detención: “Venezuela entregó dinero y estrategias para que Chile saliera de la dictadura, además de que le ofreció trabajo a mucha gente, entre ellos, mi familia, que, aunque no salieron arrancando, igual fueron exiliados”.

Según el diario venezolano, “El Nacional”, esta fue una política de apertura que se remonta a los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial. Por la crisis económica que supuso tal enfrentamiento bélico, entre 1948 y 1961 ingresaron a Venezuela 920 mil inmigrantes (entre el 14% y 18% de población de la época), principalmente españoles, italianos y portugueses.

Precisamente, la segunda causa del aumento de la migración chilena y global hacia territorio venezolano se entiende por el auge económico que vivía este país. En 1956, gobernó en Venezuela el presidente militar Marcos Pérez Jiménez, época en que la moneda de aquel territorio, el bolívar, tuvo más valor que el dólar americano y en que el Producto Interno Bruto (PIB) se elevó un 60% por encima del de Estados Unidos. Por esto, el 28 de febrero de 1955, la revista estadounidense “Time”, nombró a Pérez Jiménez “Hombre del año”.

Ilustración de Marcos Pérez Jiménez en la portada de la revista Time del 28 de febrero de 1955. Fuente: Archivo Revista Time.

Con una economía boyante, el 1 de enero de 1976, Carlos Andrés Pérez nacionalizó el petróleo. “Antes de la nacionalización del oro negro [el petróleo], el barril costaba tres dólares. Inmediatamente subió a 15 dólares y no paró de elevarse”, señala Manuel Hidalgo, economista de profesión y coordinador en la Comisión Nacional de Inmigrantes en Chile. Además, agrega que, sin contar a Chile, Venezuela fue el primer país de la región en adoptar una reforma neoliberal, modelo que recién llegó en la década de 1990 al resto de Latinoamérica.

Claudia Fedora (2019), historiadora y autora en 2019 de la investigación Exiliados políticos chilenos y migración económica en la Venezuela de los setenta, complementa que en dictadura “había que sumarle al ambiente pesado y miedo internalizado normal de una crisis humanitaria, la cantidad de profesionales chilenos preparados que no podían trabajar por las pocas oportunidades que ofrecía Chile. Si estaba la posibilidad de escapar de la represión e irse a la ‘Venezuela Saudita’ [por el dominio petrolero de aquel país en ese momento] con trabajo, había que aprovechar”.

Ese fue el caso de Jorge Rigó (70), músico chileno que se codeó con otros cantantes que hicieron su carrera en Venezuela, como Ricardo Montaner (argentino) u Olga Tañón (puertorriqueña). Rigó llegó en 1979 y encontró en las teleseries venezolanas de los 80´ su vía para consolidarse en aquel territorio. Grabó el tema “Sola”, pieza principal de “Las Amazonas”, así como “No renunciaré”, canción oficial de “El Sol sale para todos”. Con nietos venezolanos, Jorge volvió a Chile en 2017 por la crisis que enfrenta el país caribeño.

“Una lástima ver el daño que hizo la clase política, ver un país tan polarizado. Un territorio rico en petróleo, oro, clima tropical y gente alegre. Era un paraíso”, recuerda con nostalgia Rigó.

Jorge Rigó. Fuente: La Redacción Diario Social

 

La migración cíclica entre Chile y Venezuela

Hace 180 años, quien es considerado el más grande humanista de Iberoamérica y padre de la patria de Venezuela, Andrés Bello, fue el primer rector de la Universidad de Chile, además de ser el principal redactor del Código Civil, promulgado en 1855.

Un siglo más tarde, a finales de la década de 1950, Venezuela vivía una época complicada en la política. El 23 de enero de 1958, el presidente Marcos Pérez Jiménez fue derrocado por un golpe de Estado. Considerado como un régimen autoritario, su caída provocó la conformación de una Junta de Gobierno que duró un año. De vuelta en democracia, asumió en 1959, Rómulo Betancourt, con un discurso de poca tolerancia hacia el Partido Comunista, obligando durante los siguientes diez años a militantes de izquierda a tomar otros rumbos, entre esos, Chile.

“Entre 1970 y 1971, llegaron estudiantes de izquierda de la Universidad Central de Venezuela a Chile. Algunos, incluso perseguidos, aunque no era el mismo tipo de asedio para matar, como ocurriría años más tarde acá (…) Cuando yo llego exiliada a Venezuela en el 75 ́, son esos mismos venezolanos quienes nos reciben en sus casas, en forma de agradecimiento”, recuerda Yenny Miranda.

Lo que no pudieron prever los venezolanos es que a finales de siglo ellos se convertirían en migrantes en tierras chilenas. El 2 de febrero de 1999, asume como presidente en Venezuela, Hugo Chávez, militar y guerrillero de izquierda, quien el 4 de febrero de 1992 había fracasado en intentar derrocar al mandatario de aquel momento, Carlos Andrés Pérez, en su segundo período. 

Chile fue uno de los principales destinos, ya que muchos de los nuevos migrantes tenían algún lazo directo con este territorio: era el reencuentro de familias separadas por la dictadura. No obstante, el grueso de personas que llegaron eran profesionales pertenecientes a la élite venezolana.

“La primera oleada era de un nivel socioeconómico y profesional muy alto. Mayor al común chileno. Eran empresarios que venían a realizar negocios. En muchos de los casos usaron a Chile como un trampolín para luego establecerse en países desarrollados como Estados Unidos”, establece Gonzalo Castillo, abogado migratorio de la Universidad de Chile, especializado en el éxodo venezolano.

Castillo agrega que la segunda oleada se da en la década de 2010 y aumenta con la llegada de Maduro al poder, en 2013. “Son profesionales que representan la clase media venezolana. Médicos, ingenieros, abogados, con un nivel de cultura más alto que el promedio chileno. Venían muy preparados, por eso eran bien valorados”. 

La tercera y última oleada, comienza en 2019. “Estos migrantes son personas que no podían mantenerse en su país, por eso llegan por pasos fronterizos en situaciones deplorables. Su nivel de estudios baja, y lamentablemente se condice con una población violenta. Los chilenos no estaban acostumbrados a ese comportamiento del visitante, de ahí el cambio de paradigma hacia el venezolano”, añade Castillo.

Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), más de siete millones de venezolanos han abandonado su país. De ellos, según las estimaciones del Servicio Nacional de Migraciones de diciembre de 2021, 444.423 estaban en Chile. Para Manuel Hidalgo esa cifra no es precisa. Y considera que solamente llegaría a 400 mil.

Gonzalo Castillo estima que la comunidad llegó a su peak -de 550 mil personas- en 2019. Aunque por la pandemia y el deterioro económico de Chile, ese número ha disminuido, Chile sigue siendo el hogar de miles de migrantes venezolanos que han encontrado en este territorio una nación que los ha acogido.

Castillo asegura que “las cifras nunca serán exactas, hay que considerar a las personas que entran por pasos fronterizos no regulares, o quienes están de paso en Chile para continuar su camino”. 

Medio siglo después, la memoria histórica recuerda que ambos países pueden estar más cerca que esos cinco mil kilómetros que separan sus territorios. 

Centro cultural “El Trolley”: Contracultura a pulso

Centro cultural “El Trolley”: Contracultura a pulso

Diez años después del golpe de Estado, la necesidad de los artistas chilenos de crear y expresarse era urgente. Como resultado, nació el centro cultural El Trolley, que en los años ochenta se convertiría rápidamente en el epicentro de las artes en Santiago. Refugio para artistas y músicos, este espacio desafió la censura y la represión y dejó un legado en la historia que sus testigos hoy recuerdan. 

Por: Carolina Silva Brousset @carolina.silvab

Edición por: José Gubbins Correa @josejo.se

Tiñeron su pelo, pintaron sus ojos y se vistieron completamente de negro. Estaban de luto por el país. El dramaturgo Ramón Griffero, la actriz Carmen Pelissier y el actor Eugenio Morales subieron al escenario, cada uno con un televisor en sus hombros, en el cual rodaba una grabación de Augusto Pinochet. Era un registro antiguo de Pinochet dando un discurso a la ciudadanía chilena que utilizaron para efectos de la performance.  De repente, sonó la canción Only you can make the world go round, de The Platters y los intérpretes comenzaron a bailar y a besar la figura del dictador a través de la pantalla.

El acto dejó a la audiencia sorprendida y un silencio absoluto inundó el oscuro galpón. Después de unos minutos empezó el evento principal, la fiesta llamada “Esperando 1984” en El Trolley. 

En los últimos días de diciembre de 1983, justamente hace 40 años, y en plena dictadura militar, Ramón Griffero, uno de los dramaturgos y directores teatrales más destacados del país, difundió junto a sus compañeros un afiche invitando a la fiesta de Año Nuevo “Esperando 1984” en El Trolley. El gigantesco y lúgubre galpón, situado en la calle San Martín 841 y construido en 1917 con madera de pino oregón, era capaz de recibir a 700 personas. 

 

Ticket de entrada a la mítica fiesta «Esperando 1984» en El Trolley

 

Abierto en 1983, su programación prometía teatro, rock y performance, ilusiones atractivas para la acotada carta de opciones de la época. El único indicio de que esta fiesta no era como las demás era la imagen del expresidente Pedro Aguirre Cerda, del Partido Radical, señal de la diferencia política entre quienes controlaban al país y los integrantes de El Trolley. Este evento marcaría el inicio de una renovación cultural en la clandestinidad.

“No nos iban a arrebatar nuestra juventud. Había dictadura, pero nosotros seguíamos viviendo, festejando, resistiendo y denunciando lo que sucedía”, recuerda Griffero sobre sus convicciones de aquella época.

Ramón Griffero

 

En 1973, Griffero estudiaba sociología en la Universidad de Chile y pertenecía al Frente de Estudiantes Revolucionario, un grupo creado desde el MIR para ampliar su lucha política al ámbito estudiantil. Luego del golpe, se vio obligado a abandonar el país como refugiado y se trasladó a Londres, donde siguió con sus estudios. Luego pasó por París para estudiar cine y finalmente se estableció en Bélgica donde estudió y se decantó por el teatro. En 1983, volvió a Chile con un objetivo en mente: “hacer arte de resistencia”, dice.  

Al mismo tiempo, el cineasta Pablo Lavín, recién llegado de Londres, buscaba un lugar en Santiago que sirviera como escenario para celebraciones y exhibiciones artísticas. Fue entonces cuando encontró un galpón en desuso que antes había sido sede del sindicato de la Empresa de Transportes Colectivos del Estado. En su honor, lo nombraron El Trolley. 

Ese mismo año, los actores Carmen Pelissier y Eugenio Morales buscaban un director para su obra teatral. Hablaron con Gustavo Meza y él les dijo: “Hay un cabro que viene llegando de Bélgica, yo creo que él los puede dirigir”. Se refería a Ramón Griffero. Lo llamaron por teléfono, se reunieron y Griffero los terminó persuadiendo de montar su propia obra: Historia de un Galpón Abandonado. “Ramón nos convenció en dos minutos”, recuerda Pelissier. 

Afiche de la obra «Historias de un Galpón Abandonado»

Juntos se embarcaron en este proyecto. En pleno centro de Santiago, El Trolley, liderado por Griffero, Pelissier, Lavín, Morales y un contador, cobró vida. Ubicado en un sector marginal, colindaba con una casa de prostitución, una central de la Policía de Investigaciones y la cárcel pública, que funcionaba como centro de detención de presos políticos. 

Dentro del galpón, hombres y mujeres se paseaban con atuendos extravagantes; ropa de cuero, suspensores, telas con brillos y jardineras. Algunos iban sin polera, con maquillaje y ojos delineados. El Trolley se convirtió en uno de los primeros lugares donde travestis y punks podían caminar libremente. Se transformó en un hogar seguro para artistas que querían tener la libertad de vestirse de manera excéntrica, decir y reunirse de la forma que quisieran, a través de obras de teatro y música. Además, se celebraban fiestas icónicas, volviéndose uno de los pocos sitios de entretención para sus asistentes.

Al volver, Griffero se encontró con un país gris, dice. Se percató del “apagón cultural” que quería hacer la Junta Militar y quiso contrarrestarlo con el arte. “En el arte enunciamos los anhelos, los construimos. Era hacer realidad cosas que no se pueden en la realidad concreta”, dice. 

Sergio Durán, en su libro “Ríe cuando todos están tristes. El entretenimiento televisivo bajo la dictadura de Pinochet, se refiere a esta “realidad concreta” de la época, a este “apagón cultural” que evidenció Griffero, cuando las autoridades optaron por cautivar a los chilenos a través de la cultura de masas. Según él, se alimentó la sed por entretención de la población con la “cultura huachaca” y programas televisivos vacíos en su contenido o de carácter banal, como El Festival de la Una, el Jappening con Ja y Sábado Gigante.   

 

Fiestas, Música y Teatro

Para financiar El Trolley, sus fundadores organizaron lo que se conocieron como “míticas fiestas”. Los asistentes se desbandaban tomando y bailando, pero ellos debían mantener la compostura, protegiendo el espacio y asegurándose de que no se pasaran los límites permitidos.

Las personas bailaban y conversaban, comprando trago y esperando expectantes a que pasaran cosas. En los baños, algunos tenían sexo y otros aspiraban cocaína. En el escenario, los artistas se lanzaban desde un cordel y volaban por los aires, apareciendo repentinamente en medio de la multitud para hacer una performance. Uno de esos días, inesperadamente, Carmen Pelissier bajó de las escaleras vestida como Marilyn Monroe, con peluca amarilla y un vestido baby doll blanco, cantando My Heart Belongs to Daddy. “Toda la noche pasaban cosas. Todo el mundo iba a carretear, a lo que viniera”, cuenta Pelissier.

      

Algunos actores se ponían en la puerta cortando tickets, trabajaban en la barra sirviendo cerveza y vino a temperatura ambiente y otros hacían de guardaespaldas, para evitar una avalancha de personas intentando entrar al galpón. Los precios de las entradas iban desde los $100 hasta $200 de la época, lo que hoy en día serían entre $1.800 y $3.650.

La encargada de las finanzas, que tenía que ideárselas y obtener el dinero para la siguiente producción teatral, era la actriz y contadora Lina Boitano. La primera producción que tuvo a su cargo fue “99 La Morgue”, una obra que hablaba directamente de los detenidos desaparecidos y mostraba a Chile como una morgue. El financiamiento para esta obra, cuenta Boitano, fue muy difícil de conseguir: “En esos tiempos no existían recursos estatales para hacer algo artístico, siempre eran propios o de algún particular que pudiera aportar”, explica la contadora. Cada vez que hacían una fiesta o función, Boitano restaba del total recaudado un monto para la siguiente obra. 

En los ojos de San Martín 841 

Chilenos de todos los estratos sociales se veían seducidos por lo que El Trolley tenía para ofrecer. Guillermo Raurich era uno de los que no encajaba en el molde. Alumno del Colegio Sagrados Corazones de Manquehue e integrante del club de Rugby Cóndores, no conocía realidades más abajo de Avenida Matta. “Me tocó una situación muy privilegiada en los años ochenta. Vivíamos en un mundo Bilz y Pap y por eso para mí fue un estallido, nunca había estado en un lugar así», recuerda. 

Como estudiante de diseño, Raurich se interesó en la peculiaridad artística de El Trolley y de Matucana 19, un antiguo garaje mecánico que también se convirtió en un centro de resistencia cultural en dictadura, donde trabajó como parte de los escenógrafos. Los otros integrantes del club de rugby ya lo habían nombrado como “el chico comunista”, pero no era algo que le afectara. Es más, estaba decidido a que sus compañeros conocieran el lado B de su vida, por eso un día los invitó a una noche de fiesta. “Les regalé tickets a los Cóndores, vinieron en auto y esa noche los metieron a todos presos y estuvieron toda la noche en el calabozo. Al otro día teníamos partido”, recuerda entre risas Guillermo. 

La música y el teatro eran los órganos palpitantes del Trolley, traían el galpón a la vida. En él tocaban grupos emergentes, como Los Prisioneros, UPA! y Bandhada. También se presentaban fuertes y crudas obras de teatro. 

Becado en el Conservatorio de la Facultad de Artes desde temprana edad, Juan Cordech creció con una pasión por la percusión. Después de un intercambio en una prestigiosa escuela de música clásica en Cleveland, Ohio, Estados Unidos, Cordech se encontró con un Chile de mucha “agitación musical”, como dice, producida por la represión. Unirse a ellos era lo único que quería. 

Alrededor de 1982 se convirtió en el baterista de Bandhada, una banda musical pionera del género jazz-rock en Chile. El Trolley, en palabras de Juan, era un “desorden ordenado”, en el que sentían una especial conexión con el público. “Era súper cariñoso. Había una retroalimentación potente de la gente, el público, con lo que estábamos viviendo. Era una efervescencia por consumir música chilena”, relata Cordech.

Desde los primeros días del galpón, se consolidó la compañía “Teatro de Fin de Siglo”, liderada por Griffero, que presentó su trilogía de obras: Historia de un Galpón Abandonado (1984), Cinema Utoppia (1985) y 99 La Morgue (1984-1987). En la última, como fue mencionado, se hablaba directamente de los detenidos desaparecidos y mostraba a Chile como una morgue, algo que pocos se atrevían a hacer.  Fue entonces cuando se comenzaron a ver más automóviles de la CNI por el sector. 

Andrea Lihn, una joven actriz en aquellos años, pololeaba con el cineasta y fundador de El Trolley, Pablo Lavín. Él la introdujo a este mundo y la primera vez que entró al galpón, supo que era lo que estaba buscando. “En ese momento era todo lo que yo quería. Todo lo que me imaginaba que podía hacer como actriz, en este lugar abandonado. La invasión a este galpón me parecía interesante”, cuenta. 

Mientras se preparaban para una función de Historia de un Galpón Abandonado, se encontraron con El Trolley completamente inundado, las vestimentas de los actores flotaban en el suelo. Lihn, quien interpretaba a “La Obesa”, usaba un traje lleno de esponjas para similar un sobrepeso. Se pusieron las ropas empapadas y salieron a actuar. “Lo que nos ocurría lo solucionábamos. Éramos increíbles”, cuenta. 

   

Otra actriz dentro del especial repertorio de Griffero fue Verónica García Huidobro. En 1985, debutó en El Trolley como Mariana en el montaje “Cinema-Utoppia”, obra que trata dos realidades en paralelo: la de un grupo de espectadores que asiste a ver una película en el Teatro de Valencia en 1946 y la historia que se desarrolla en la película. Se tocan temas como la drogadicción, el exilio y el sexo.

García Huidobro cuenta que había un lado muy hermoso de El Trolley. Para ella, trabajar como un colectivo y entregarle una pieza especial al público, nunca antes vista, era gratificante. Sin embargo, el espacio no estuvo exento de dificultades. “Estaban todos los problemas de intentar hacer cultura antisistema, a pulso, sin nada de sueldo ni plata para producir o pagar. Es muy impresionante haber logrado algo tan visible, con tan pocos medios y tantas dificultades”, afirma la actriz. 

La renovación teatral venía de la mano con los costos. Este teatro experimental era algo que no se había probado antes, con ideas y metáforas complicadas, tanto para el actor como para el público. Herbert Jonkers, escenógrafo belga y mano derecha de Ramón hasta su fallecimiento en 1982, exploró nuevas propuestas escenográficas y de iluminación que revitalizaron el teatro contemporáneo. Así, la trilogía de obras antes mencionada fue escrita especialmente para ser presentada en un espacio como El Trolley, el único lugar que se ajustaba a las exigencias escenográficas de la función.

Los actores se sentían atraídos por este nuevo lenguaje y mecanismos escénicos, pero existía una tensión artística y muchos luchaban por entender lo que estaban haciendo. “Era un ambiente muy paranoico, exigente, bien cuestionador y desafiante”, rememora García Huidobro. “Si tú querías ver algo distinto, diferente, tenías que ir al Trolley o no lo verías en ninguna otra parte”, agrega Griffero. Muchos iban impulsados por la curiosidad, otros por el miedo. Pero todos querían presenciar esa explosión de creatividad.

Riesgos de la Contracultura

La represión impulsó la creatividad y el ingenio de los artistas. “En El Trolley podía manifestarse el alma verdadera que afuera estaba reprimida, censurada. Era otra casa, tenías la misma libertad que tenías en tu pieza”, afirma Griffero.

“Configuró, desde cualquier punto de vista cultural, un espacio de resistencia. Pero no solo política, también de género, de una opción distinta de vestirse, de querer escuchar otra música o de querer conectarse con el planeta”, reflexiona García Huidobro sobre cómo El Trolley se convirtió en un espacio de renovación en todos los sentidos. 

Para Carmen Pelissier era una cosa de sobrevivencia. Cada personaje que interpretó lo “vivió deliciosamente”. Para ella, El Trolley se convirtió en un espacio de creación, intensidad y peligro. “El miedo convivía junto con esta pasión orgásmica de la creatividad”, afirma la actriz.

Verónica García Huidobro recuerda que en los últimos años de El Trolley comenzó a sentir que la situación se estaba volviendo más agresiva, pero la idea de vivir sin el teatro era insostenible. “He tenido muchos momentos de la vida en que lo único que me ha levantado ha sido el teatro. Si yo no tuviera conmigo esa vocación, no sé si estaría viva”, confiesa. 

Había un enemigo en común que los unía. La adrenalina y el idealismo hacían que algunos no sintieran temor, y Lina Boitano, contadora de El Trolley, era una de ellas. Había muchas ansias de poder expresar y decir lo que no se podía decir públicamente, tanto así que el miedo pasaba desapercibido. Sin embargo, sí sintió terror en el Festival de Teatro de Córdoba en 1986, Argentina, durante una gira de la obra “Cinema Utoppia”. Boitano cuenta que, en plena dictadura, irse de gira fuera del país para montar una obra que trataba sobre la drogadicción y el exilio no era menor. “No sabíamos si íbamos a volver. Nos poníamos de acuerdo para no hablar mucho. Éramos los más oscuros, por así decirlo. 

Con la llegada de la democracia en 1989, cada uno de los artistas dejó El Trolley atrás para enfocarse en sus propios objetivos, aunque todos recuerdan la década de los ochenta como uno de los periodos más creativos e intensos de sus vidas. “No es superable. No quiero nada menos de lo que ya hicimos, nada va a alcanzar eso”, cuenta emocionada Carmen Pelissier. “Si no colaboraba artísticamente con lo que estaba ocurriendo, me iba a quedar anudado de por vida”, reflexiona Juan Coderch, baterista de Bandhada, sobre su rol como músico en tiempos de dictadura. 

A pesar de que fueron tiempos difíciles, de crímenes impunes, represión y censura, los personajes sienten nostalgia sobre esos años y lo que lograron gracias a El Trolley. “Es lejos lo mejor que he hecho en mi vida. Me dio la oportunidad de ser partícipe de un proceso trascendental”, confiesa la actriz Andrea Lihn.

Rodrigo Pérez, Alfredo Castro y Andrea Lihn

 


 

Sobre la autora: Carolina Silva Brousset está en tercer año de periodismo en la Universidad Católica. Una de sus pasiones es la escritura y la investigación y, anteriormente, hizo su práctica interna en Módulo 2 de Radio UC donde estuvo a cargo de la columna de efemérides musicales. 

Deepfake: cómo la Inteligencia Artificial está transformando la delincuencia en Chile

Deepfake: cómo la Inteligencia Artificial está transformando la delincuencia en Chile

En los últimos años, el desarrollo de la inteligencia artificial ha propiciado el fenómeno del deepfake, una técnica de manipulación a través de la alteración del rostro y la voz. Si bien ha proliferado en memes y ha impulsado la creatividad digital, también se está utilizando para cometer estafas y crímenes en Chile. ¿Qué resguardos se pueden tomar?

Por: Daniel Moreno C. 

Edición: Belén Mackenna

Tiempo de Lectura: 8 minutos

En los últimos meses se ha hecho conocido un video de Oil Profit, una plataforma fraudulenta de inversión en el que voces autorizadas como el presidente Gabriel Boric, el periodista Daniel Matamala y el empresario Leonardo Farkas, llaman a internautas a invertir en petróleo y en empresas públicas como Codelco, prometiendo ganancias de un millón de pesos con una inversión mínima y de manera automática. Si bien los cibernautas se dieron cuenta de la falsedad del vídeo, este es un aviso de cómo el deepfake y otras formas de IA están incursionando en el mundo del fraude.

Según el diccionario de Cambridge, el deepfake es un video o grabación de sonido que reemplaza la cara o la voz de alguien con la de otra persona, de una manera que parece real. El concepto deriva de deep learning (aprendizaje profundo) y fake (falsificación). Para crear un deepfake se necesita entrenar un modelo de Inteligencia Artificial, lo que usualmente se hace a través de redes generativas antagónicas (GAN por sus siglas en inglés). Las GAN tienen dos algoritmos: uno cumple el rol de “generador” y el otro de “discriminador”.  El generador se encarga de utilizar los datos disponibles (imágenes y sonidos) para generar rostros y voces humanas con el contenido que se desea, mientras que el discriminador se encarga de detectar la veracidad o falsedad de los resultados producidos por el generador. De esta manera, ambos modelos compiten continuamente entre sí para que los datos generados sean cada vez más sofisticados y difíciles de detectar. 

Sobre los modelos que hacen deepfakes, Felipe Urrutia, investigador del Centro Nacional de Inteligencia Artificial (CENIA), afirma que “pueden ser entrenados para que puedan incrustar una cara y esta se mueva en concordancia con respecto a su entorno. Tú lo puedes entrenar con muchos ejemplos y lograr que el modelo lo replique. Eso es por el uso de arquitecturas que se crean y por el uso de más datos y modelos más grandes, permitiendo que con el tiempo los resultados mejoren exponencialmente, siendo difícil determinar hasta donde se puede llegar”.

Los anuncios de Oil Profit circularon por las redes de meta por lo menos desde el mes de agosto. Desde ese entonces fueron denunciados por usuarios, y recientemente los anuncios fueron retirados de las plataformas. Cabe destacar que redes como Instagram o TikTok han probado modelos para intentar etiquetar de manera automática el contenido generado con IA subido a sus servidores. Pero de acuerdo con el newsroom de este último, siguen en la etapa de pruebas.

La evolución del deepfake

Por el momento, no se puede determinar el número de denuncias por fraudes y estafas utilizando deepfake a nivel nacional. René Araneda, comisario de la Brigada de Cibercrimen de la Policía de Investigaciones, sostiene que los funcionarios de la institución recibieron “seminarios y recursos sobre los peligros de su propagación con fines delictuales en el país”. Además, el oficial sostiene que están al tanto de su creciente masificación en países como Estados Unidos y que “en cualquier momento pueden llegar acá con fuerza, falta que se vuelva mediático o que empecemos a trabajar con un número mayor de denuncias”.

Otro de los delitos en los que está siendo utilizado el deepfake es el ya conocido “cuento del tío”. De acuerdo con cifras de la PDI, durante el primer semestre de 2022 se recibieron 1.650 denuncias de estafas telefónicas, más de la mitad de las 2.992 de todo el año 2021. Además, al enfocarse en la comparación de junio de ambos años, el aumento es de un 58%, pasando de 277 denuncias en 2021, a 440 en 2022. Este aumento no debiera ser una sorpresa considerando las nuevas técnicas utilizadas por los delincuentes. Con el “cuento del tío”, los delincuentes, además de contactar al objetivo de la estafa por redes sociales y mencionar información de un familiar (la supuesta víctima), están comenzando a incluir en su repertorio audios con la voz clonada de esta última. Esta técnica es realizada con generadores de voz, cuentan desde la PDI, para la cual solo se necesita tener registrado desde antes la voz de la persona, siendo una llamada previa o un audio en las redes sociales más que suficiente.

Según el sitio DeepMedia, una plataforma estadounidense especializada en IA, alrededor de 500.000 videos y audios con deepfakes se habrán compartido a nivel global durante el 2023. Esta cifra está relacionada a la cada vez menor cantidad de barreras de entrada que existen para el uso de estas herramientas. 

Andrés Bustamante, cofundador de Asimov, una consultora especializada en innovación digital e IA, comenta que hasta hace unos pocos años el proceso de hacer un deepfake era mucho más complicado y, por ende, un fenómeno poco común. “La evolución del deepfake ha sido primero con plataformas más complejas como Stable Diffusion (uno de los primeros generadores de imágenes con IA), que las tenían que operar programadores o gente experta en audiovisuales. Hoy el proceso está mucho más difundido gracias a la aparición de plataformas mucho más simples de usar y con softwares que hacen el proceso de manera directa como HeyGen” (programa que convierte textos en videos generados con IA con avatares y voces realistas). 

En el caso de las estafas, Bustamante afirma que crear y difundir fraudes como los de Oil Profit hoy en día es mucho más fácil, y serán situaciones cada vez más recurrentes en el futuro. “Una persona con habilidades limitadas en tecnología puede acceder a herramientas más baratas, simples y que se pueden usar en el celular. Solo hay que buscar personas que no estén familiarizadas con estas posibilidades para hacerlas caer”, dice.

La manera de protegerse

En el caso chileno, el 24 de abril de este año, la Comisión de Ciencias y Tecnología de la Cámara de Diputados presentó un proyecto de ley que busca regular los sistemas de inteligencia artificial, la robótica y las tecnologías conexas, en sus distintos ámbitos de aplicación. Eric Aedo, presidente de la comisión, resalta que el proyecto que hoy sigue en tramitación incluye el control sobre los deepfakes y que tiene como foco evitar la suplantación de identidad.  “Estamos siguiendo la línea de los países europeos, que han hecho esfuerzos en delimitar barreras éticas para las empresas del rubro, pero asumimos que toda esta legislación va a quedar corta. La velocidad de cambio de la IA es enorme, pero sí hay que poner un marco jurídico para proteger a las personas”.

Felipe Urrutia respalda el proyecto de la comisión, planteando que se le pueden añadir más criterios a futuro: “Una garantía debería ser que se pueda identificar a la empresa cuyo servidor sea utilizado para generar contenido malicioso. Este año, la compañía británica de inteligencia artificial Deepmind desarrolló una marca de agua que permite identificar el contenido que ha sido generado de manera sintética. Podría ser un requisito dentro del marco legal hacerlas obligatorias, pero también eventualmente podría salir un modelo que, al igual que las GAN (redes antagónicas neuronales entrenadas para obtener resultados más realistas), sea entrenado para que quite estas marcas”. 

En el caso de los usuarios, Carlos Franco, director del Observatorio de Datos de la Universidad Adolfo Ibáñez, sugiere el uso de la herramienta INVID, un software de verificación de video, para detectar de manera específica la presencia de deepfakes en videos: “INVID es un muy buen ejercicio porque trabaja cuadro por cuadro. Lo que hace es desintegrar, separar o hacer una disección del video para ofrecerte cuadro por cuadro, foto por foto y hacer análisis integrados. De todas formas, ni esta ni ninguna herramienta es 100% eficiente en la detección de deepfakes”.

Debido a esto, Franco defiende el fact checking como una conducta saludable que permite verificar la veracidad de un video o audio a través de su contenido. Además, recomienda sitios como Mala Espina Check y FastCheck, ambas plataformas surgidas en Chile tras el estallido social. Este último es el portal que verificó la falsedad de los anuncios de Oil Profit. 

Daniel Moreno (@danielmorenoc) es estudiante de segundo año de periodismo de la Pontificia Universidad Católica. Se perfila como periodista cultural e internacional.