Cuando fue Venezuela la que abrió las puertas a Chile

Cuando fue Venezuela la que abrió las puertas a Chile

Chile ha sido uno de los países que ha recibido más venezolanos por la crisis política y social que atraviesa el territorio: cerca de 450 mil. En cambio, 50 años atrás, durante la dictadura, Venezuela fue el país latinoamericano de resguardo para un mayor número de chilenos. Cuatro exiliados cuentan su relación con el país que los acogió cuando más lo necesitaban.

Por Ricardo Ramírez  @ricardo3r04

Edición de Raúl Esteban Santos @raul_stebn 

La distancia entre Santiago y Caracas, capitales de Chile y Venezuela, es de cinco mil kilómetros o nueve horas y media de viaje en avión. Sin embargo, el tiempo y la distancia solo son un número al ser preso político. “En febrero de 1975 me ordenan subir a un avión de Iberia. No sabíamos el destino y tampoco si nos iban a matar. Al llegar, recién supe que estaba en Venezuela”, afirma Juan Ruilova (76), uno de los 80.000 exiliados que recibió este país durante la dictadura de Augusto Pinochet. Juan Ruilova estudió Ingeniería en Construcción Naval en la extinta Universidad Técnica de Valdivia. En su época de estudiante se afilió al Partido Comunista, para luego ser docente en la Universidad Técnica de Santiago (actual USACH). Formó parte del cuerpo de seguridad de Salvador Allende desde que este se perfilaba como candidato político por la Unidad Popular.

Juan Ruilova en el extremo derecho de la imagen, subiendo al avión de Iberia el día que salió de Chile rumbo a Venezuela. Fuente: Juan Ruilova

 

 

 

 

En la madrugada del 11 de septiembre de 1973, según recuerda Ruilova, una unidad de la Infantería de Marina atacó la radio de la Universidad Técnica de Santiago, con el objetivo de evitar que Allende se dirigiera al pueblo para llamar a un plebiscito en el que se sabría si se quería que el mandatario continuara en sus labores. Ruilova acudió a la radio por orden del subsecretario del Interior, Daniel Vergara.

Alrededor de las once de la mañana, tres unidades militares lo rodearon junto a sus compañeros en la entrada de Villa Portales, Quinta Normal. Ahí fue detenido y trasladado al Estadio Chile. “Era una irracionalidad absoluta, un odio increíble. Los militares nos golpeaban sin descanso”, recuerda. 

Esa misma noche, le llamó la atención que el único embajador que se acercó para pedir por el bienestar de sus ciudadanos fue el venezolano, José Tovar. “En una ida al baño reconocí a un amigo venezolano, Mariano Rodríguez, un guerrillero de izquierda. Le pasé su nombre al embajador venezolano, un político conservador, y a pesar del distinto color político, cumplió su función y lo rescató”, reconoce Ruilova.

Él fue trasladado a otros cuatro centros de tortura durante el siguiente año y medio, hasta que un día cualquiera lo subieron a un vuelo con destino a Caracas. Allí, se enteró de la política migratoria abierta del Presidente de turno, Carlos Andrés Pérez. Durante los siguientes cuatro años trabajaría como docente en la Universidad Central de Venezuela.

Nunca abandonó su vinculación política, formando parte de la fundación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. En 1979, viajó de forma clandestina a Nicaragua para luchar como sandinista ante la dictadura de Anastasio Somoza (hijo), se hizo amigo de Fidel Castro, e incluso ingresó clandestinamente a Chile por Argentina para participar en el área de logística en el atentado del 7 de septiembre de 1986 contra Pinochet. “Yo estaba convencido de matarlo, era un acto de justicia política”, afirma Ruilova.

Luego de aquel intento fallido, volvió a Venezuela, y permaneció haciendo clases, participando de proyectos en la empresa petrolera estatal e incluso vinculándose con el Gobierno de Hugo Chávez en sus primeros años. En junio de este año volvió a Chile -ya de forma legal- con la intención de quedarse.

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Sergio Bitar (82), quien fuera ministro de Minería en 1973 (y más tarde, parte del gabinete de Ricardo Lagos y del primer mandato de Michelle Bachelet), luego del Golpe del 73´ fue llevado preso a Isla Dawson. Tras 14 meses, partió exiliado a Estados Unidos, donde formó parte de un equipo de investigación en Harvard. Por lo que él mismo cuenta, debido al atentado contra el ex embajador chileno, Orlando Letelier, en Washington, en 1976 abandonó el país por su temor a ser el siguiente en la lista de ataques de la dictadura chilena.

Gracias al auge económico de Venezuela, se radicó en aquel país y creó una empresa textil que dirigió junto a su esposa, María Eugenia Hirmas: “Yo no sabía de ese rubro, pero íbamos con buen capital y la economía venezolana nos favorecía. Nos fue muy bien”, afirma Bitar. 

En 1975, en la localidad venezolana de “Colonia Tovar”, él asegura que reunió por primera vez a todos los políticos opositores a Pinochet que estaban exiliados en aquel país. En julio de aquel año, varios dirigentes de los partidos democráticos chilenos, desde el centro hasta la izquierda, reflexionaron en conjunto sobre sus responsabilidades en lo acontecido y se orientaron en un futuro común “por la liberación de Chile”, como se afirma en la declaración firmada por todos ellos. Michelle Bachelet llegó a comentar lo siguiente acerca de aquella reunión: “sería el germen de la coalición política más exitosa de la historia política chilena: la Concertación de Partidos por la Democracia”.

Reunión de partidos opositores en Venezuela. Fuente: Sergio Bitar

 

Ya en 1985, Sergio Bitar volvió a Chile para continuar con su carrera política. 

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Yenny Miranda (66), hija de Sergio Miranda (89) -miembro de la Sinfónica de Chile y músico reconocido de izquierda-, vivió los meses posteriores al Golpe del 73´ escondiéndose de la Dirección de Inteligencia Nacional. A sus escasos 15 años, debía viajar en tren todas las semanas a Osorno desde Santiago para constatar la salud de su abuela, detenida en la cárcel de mujeres. Nunca decía su nombre y trataba de no hacerse notar, pues su madre estaba en las listas de búsqueda y captura por considerar que la familia encubrió la salida de un guerrillero de Chile.

“Un día que fui a visitar a mi abuela accedo a su expediente. Veo que buscaban a mi mamá y que la dirección de nuestra casa estaba incorrecta. Decía: ‘San Alfonso 986’ y nuestra casa era San Alfonso 869, por eso, por más que requisaban la cuadra, nunca dieron con nosotros”, asegura Miranda.

Yenny Miranda en el sofá de su casa en Chile durante la entrevista realizada para este reportaje el día 4 de julio de 2023. Imagen propia.

Su padre fue el primero en abandonar Chile a finales de 1973, y luego de una escala en Bolivia, llegó a Venezuela. Año y medio más tarde, arribaron sus hijos (Yenny y sus tres hermanos), mientras la esposa se encontraba detenida. “En Venezuela, el episcopado nos ayudó mucho. Enviaban cartas constantemente pidiendo por la liberación de mi madre y abuela, lográndolo para 1976”, recuerda Miranda.

En Venezuela, su padre inauguró la primera sinfónica juvenil del país y se estableció como músico hasta 1990, año en que retornó a Chile. Mientras tanto, Yenny decidió hacer su vida en Venezuela trabajando en el Ministerio Público de Caracas. A finales de 2022, regresó a Chile para cuidar de sus padres.

 

 

 

 

 

 

¿Por qué Venezuela?

Hasta hace diez años, previo al mandato de Nicolás Maduro, Venezuela se había caracterizado por ser un país con un alto número de inmigrantes. Según la Organización de las Naciones Unidas, en 2020 permanecían 1.324.193 extranjeros en ese país, a pesar de la crisis política que sumergía al territorio. Para esa misma fecha, el número de inmigrantes chilenos en el país caribeño era de 14.390.

Según datos del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, Venezuela fue el país de América Latina que acogió mayor cantidad de exiliados en la dictadura. Hasta 1984 se establecieron alrededor de 80 mil chilenos, y para la vuelta a la democracia, en 1990, se estima que esa cifra superó los 100 mil, casi la mitad de la cantidad total de exiliados chilenos en el resto del mundo, cerca de 200 mil.

El Presidente venezolano de turno, Carlos Andrés Pérez (1974-1979), tuvo una política migratoria abierta, teniendo en cuenta el convenio de reciprocidad de asilo diplomático entre Chile y Venezuela de 1954. 

Cristina Bastidas es venezolana e hija de exiliados chilenos. Volvió al país de sus padres en 2011 para ejercer sus labores como periodista. Relata que en 1973 políticos venezolanos arribaron a territorio austral para sacar a profesionales chilenos de los centros de detención: “Venezuela entregó dinero y estrategias para que Chile saliera de la dictadura, además de que le ofreció trabajo a mucha gente, entre ellos, mi familia, que, aunque no salieron arrancando, igual fueron exiliados”.

Según el diario venezolano, “El Nacional”, esta fue una política de apertura que se remonta a los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial. Por la crisis económica que supuso tal enfrentamiento bélico, entre 1948 y 1961 ingresaron a Venezuela 920 mil inmigrantes (entre el 14% y 18% de población de la época), principalmente españoles, italianos y portugueses.

Precisamente, la segunda causa del aumento de la migración chilena y global hacia territorio venezolano se entiende por el auge económico que vivía este país. En 1956, gobernó en Venezuela el presidente militar Marcos Pérez Jiménez, época en que la moneda de aquel territorio, el bolívar, tuvo más valor que el dólar americano y en que el Producto Interno Bruto (PIB) se elevó un 60% por encima del de Estados Unidos. Por esto, el 28 de febrero de 1955, la revista estadounidense “Time”, nombró a Pérez Jiménez “Hombre del año”.

Ilustración de Marcos Pérez Jiménez en la portada de la revista Time del 28 de febrero de 1955. Fuente: Archivo Revista Time.

Con una economía boyante, el 1 de enero de 1976, Carlos Andrés Pérez nacionalizó el petróleo. “Antes de la nacionalización del oro negro [el petróleo], el barril costaba tres dólares. Inmediatamente subió a 15 dólares y no paró de elevarse”, señala Manuel Hidalgo, economista de profesión y coordinador en la Comisión Nacional de Inmigrantes en Chile. Además, agrega que, sin contar a Chile, Venezuela fue el primer país de la región en adoptar una reforma neoliberal, modelo que recién llegó en la década de 1990 al resto de Latinoamérica.

Claudia Fedora (2019), historiadora y autora en 2019 de la investigación Exiliados políticos chilenos y migración económica en la Venezuela de los setenta, complementa que en dictadura “había que sumarle al ambiente pesado y miedo internalizado normal de una crisis humanitaria, la cantidad de profesionales chilenos preparados que no podían trabajar por las pocas oportunidades que ofrecía Chile. Si estaba la posibilidad de escapar de la represión e irse a la ‘Venezuela Saudita’ [por el dominio petrolero de aquel país en ese momento] con trabajo, había que aprovechar”.

Ese fue el caso de Jorge Rigó (70), músico chileno que se codeó con otros cantantes que hicieron su carrera en Venezuela, como Ricardo Montaner (argentino) u Olga Tañón (puertorriqueña). Rigó llegó en 1979 y encontró en las teleseries venezolanas de los 80´ su vía para consolidarse en aquel territorio. Grabó el tema “Sola”, pieza principal de “Las Amazonas”, así como “No renunciaré”, canción oficial de “El Sol sale para todos”. Con nietos venezolanos, Jorge volvió a Chile en 2017 por la crisis que enfrenta el país caribeño.

“Una lástima ver el daño que hizo la clase política, ver un país tan polarizado. Un territorio rico en petróleo, oro, clima tropical y gente alegre. Era un paraíso”, recuerda con nostalgia Rigó.

Jorge Rigó. Fuente: La Redacción Diario Social

 

La migración cíclica entre Chile y Venezuela

Hace 180 años, quien es considerado el más grande humanista de Iberoamérica y padre de la patria de Venezuela, Andrés Bello, fue el primer rector de la Universidad de Chile, además de ser el principal redactor del Código Civil, promulgado en 1855.

Un siglo más tarde, a finales de la década de 1950, Venezuela vivía una época complicada en la política. El 23 de enero de 1958, el presidente Marcos Pérez Jiménez fue derrocado por un golpe de Estado. Considerado como un régimen autoritario, su caída provocó la conformación de una Junta de Gobierno que duró un año. De vuelta en democracia, asumió en 1959, Rómulo Betancourt, con un discurso de poca tolerancia hacia el Partido Comunista, obligando durante los siguientes diez años a militantes de izquierda a tomar otros rumbos, entre esos, Chile.

“Entre 1970 y 1971, llegaron estudiantes de izquierda de la Universidad Central de Venezuela a Chile. Algunos, incluso perseguidos, aunque no era el mismo tipo de asedio para matar, como ocurriría años más tarde acá (…) Cuando yo llego exiliada a Venezuela en el 75 ́, son esos mismos venezolanos quienes nos reciben en sus casas, en forma de agradecimiento”, recuerda Yenny Miranda.

Lo que no pudieron prever los venezolanos es que a finales de siglo ellos se convertirían en migrantes en tierras chilenas. El 2 de febrero de 1999, asume como presidente en Venezuela, Hugo Chávez, militar y guerrillero de izquierda, quien el 4 de febrero de 1992 había fracasado en intentar derrocar al mandatario de aquel momento, Carlos Andrés Pérez, en su segundo período. 

Chile fue uno de los principales destinos, ya que muchos de los nuevos migrantes tenían algún lazo directo con este territorio: era el reencuentro de familias separadas por la dictadura. No obstante, el grueso de personas que llegaron eran profesionales pertenecientes a la élite venezolana.

“La primera oleada era de un nivel socioeconómico y profesional muy alto. Mayor al común chileno. Eran empresarios que venían a realizar negocios. En muchos de los casos usaron a Chile como un trampolín para luego establecerse en países desarrollados como Estados Unidos”, establece Gonzalo Castillo, abogado migratorio de la Universidad de Chile, especializado en el éxodo venezolano.

Castillo agrega que la segunda oleada se da en la década de 2010 y aumenta con la llegada de Maduro al poder, en 2013. “Son profesionales que representan la clase media venezolana. Médicos, ingenieros, abogados, con un nivel de cultura más alto que el promedio chileno. Venían muy preparados, por eso eran bien valorados”. 

La tercera y última oleada, comienza en 2019. “Estos migrantes son personas que no podían mantenerse en su país, por eso llegan por pasos fronterizos en situaciones deplorables. Su nivel de estudios baja, y lamentablemente se condice con una población violenta. Los chilenos no estaban acostumbrados a ese comportamiento del visitante, de ahí el cambio de paradigma hacia el venezolano”, añade Castillo.

Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), más de siete millones de venezolanos han abandonado su país. De ellos, según las estimaciones del Servicio Nacional de Migraciones de diciembre de 2021, 444.423 estaban en Chile. Para Manuel Hidalgo esa cifra no es precisa. Y considera que solamente llegaría a 400 mil.

Gonzalo Castillo estima que la comunidad llegó a su peak -de 550 mil personas- en 2019. Aunque por la pandemia y el deterioro económico de Chile, ese número ha disminuido, Chile sigue siendo el hogar de miles de migrantes venezolanos que han encontrado en este territorio una nación que los ha acogido.

Castillo asegura que “las cifras nunca serán exactas, hay que considerar a las personas que entran por pasos fronterizos no regulares, o quienes están de paso en Chile para continuar su camino”. 

Medio siglo después, la memoria histórica recuerda que ambos países pueden estar más cerca que esos cinco mil kilómetros que separan sus territorios. 

Centro cultural “El Trolley”: Contracultura a pulso

Centro cultural “El Trolley”: Contracultura a pulso

Diez años después del golpe de Estado, la necesidad de los artistas chilenos de crear y expresarse era urgente. Como resultado, nació el centro cultural El Trolley, que en los años ochenta se convertiría rápidamente en el epicentro de las artes en Santiago. Refugio para artistas y músicos, este espacio desafió la censura y la represión y dejó un legado en la historia que sus testigos hoy recuerdan. 

Por: Carolina Silva Brousset @carolina.silvab

Edición por: José Gubbins Correa @josejo.se

Tiñeron su pelo, pintaron sus ojos y se vistieron completamente de negro. Estaban de luto por el país. El dramaturgo Ramón Griffero, la actriz Carmen Pelissier y el actor Eugenio Morales subieron al escenario, cada uno con un televisor en sus hombros, en el cual rodaba una grabación de Augusto Pinochet. Era un registro antiguo de Pinochet dando un discurso a la ciudadanía chilena que utilizaron para efectos de la performance.  De repente, sonó la canción Only you can make the world go round, de The Platters y los intérpretes comenzaron a bailar y a besar la figura del dictador a través de la pantalla.

El acto dejó a la audiencia sorprendida y un silencio absoluto inundó el oscuro galpón. Después de unos minutos empezó el evento principal, la fiesta llamada “Esperando 1984” en El Trolley. 

En los últimos días de diciembre de 1983, justamente hace 40 años, y en plena dictadura militar, Ramón Griffero, uno de los dramaturgos y directores teatrales más destacados del país, difundió junto a sus compañeros un afiche invitando a la fiesta de Año Nuevo “Esperando 1984” en El Trolley. El gigantesco y lúgubre galpón, situado en la calle San Martín 841 y construido en 1917 con madera de pino oregón, era capaz de recibir a 700 personas. 

 

Ticket de entrada a la mítica fiesta «Esperando 1984» en El Trolley

 

Abierto en 1983, su programación prometía teatro, rock y performance, ilusiones atractivas para la acotada carta de opciones de la época. El único indicio de que esta fiesta no era como las demás era la imagen del expresidente Pedro Aguirre Cerda, del Partido Radical, señal de la diferencia política entre quienes controlaban al país y los integrantes de El Trolley. Este evento marcaría el inicio de una renovación cultural en la clandestinidad.

“No nos iban a arrebatar nuestra juventud. Había dictadura, pero nosotros seguíamos viviendo, festejando, resistiendo y denunciando lo que sucedía”, recuerda Griffero sobre sus convicciones de aquella época.

Ramón Griffero

 

En 1973, Griffero estudiaba sociología en la Universidad de Chile y pertenecía al Frente de Estudiantes Revolucionario, un grupo creado desde el MIR para ampliar su lucha política al ámbito estudiantil. Luego del golpe, se vio obligado a abandonar el país como refugiado y se trasladó a Londres, donde siguió con sus estudios. Luego pasó por París para estudiar cine y finalmente se estableció en Bélgica donde estudió y se decantó por el teatro. En 1983, volvió a Chile con un objetivo en mente: “hacer arte de resistencia”, dice.  

Al mismo tiempo, el cineasta Pablo Lavín, recién llegado de Londres, buscaba un lugar en Santiago que sirviera como escenario para celebraciones y exhibiciones artísticas. Fue entonces cuando encontró un galpón en desuso que antes había sido sede del sindicato de la Empresa de Transportes Colectivos del Estado. En su honor, lo nombraron El Trolley. 

Ese mismo año, los actores Carmen Pelissier y Eugenio Morales buscaban un director para su obra teatral. Hablaron con Gustavo Meza y él les dijo: “Hay un cabro que viene llegando de Bélgica, yo creo que él los puede dirigir”. Se refería a Ramón Griffero. Lo llamaron por teléfono, se reunieron y Griffero los terminó persuadiendo de montar su propia obra: Historia de un Galpón Abandonado. “Ramón nos convenció en dos minutos”, recuerda Pelissier. 

Afiche de la obra «Historias de un Galpón Abandonado»

Juntos se embarcaron en este proyecto. En pleno centro de Santiago, El Trolley, liderado por Griffero, Pelissier, Lavín, Morales y un contador, cobró vida. Ubicado en un sector marginal, colindaba con una casa de prostitución, una central de la Policía de Investigaciones y la cárcel pública, que funcionaba como centro de detención de presos políticos. 

Dentro del galpón, hombres y mujeres se paseaban con atuendos extravagantes; ropa de cuero, suspensores, telas con brillos y jardineras. Algunos iban sin polera, con maquillaje y ojos delineados. El Trolley se convirtió en uno de los primeros lugares donde travestis y punks podían caminar libremente. Se transformó en un hogar seguro para artistas que querían tener la libertad de vestirse de manera excéntrica, decir y reunirse de la forma que quisieran, a través de obras de teatro y música. Además, se celebraban fiestas icónicas, volviéndose uno de los pocos sitios de entretención para sus asistentes.

Al volver, Griffero se encontró con un país gris, dice. Se percató del “apagón cultural” que quería hacer la Junta Militar y quiso contrarrestarlo con el arte. “En el arte enunciamos los anhelos, los construimos. Era hacer realidad cosas que no se pueden en la realidad concreta”, dice. 

Sergio Durán, en su libro “Ríe cuando todos están tristes. El entretenimiento televisivo bajo la dictadura de Pinochet, se refiere a esta “realidad concreta” de la época, a este “apagón cultural” que evidenció Griffero, cuando las autoridades optaron por cautivar a los chilenos a través de la cultura de masas. Según él, se alimentó la sed por entretención de la población con la “cultura huachaca” y programas televisivos vacíos en su contenido o de carácter banal, como El Festival de la Una, el Jappening con Ja y Sábado Gigante.   

 

Fiestas, Música y Teatro

Para financiar El Trolley, sus fundadores organizaron lo que se conocieron como “míticas fiestas”. Los asistentes se desbandaban tomando y bailando, pero ellos debían mantener la compostura, protegiendo el espacio y asegurándose de que no se pasaran los límites permitidos.

Las personas bailaban y conversaban, comprando trago y esperando expectantes a que pasaran cosas. En los baños, algunos tenían sexo y otros aspiraban cocaína. En el escenario, los artistas se lanzaban desde un cordel y volaban por los aires, apareciendo repentinamente en medio de la multitud para hacer una performance. Uno de esos días, inesperadamente, Carmen Pelissier bajó de las escaleras vestida como Marilyn Monroe, con peluca amarilla y un vestido baby doll blanco, cantando My Heart Belongs to Daddy. “Toda la noche pasaban cosas. Todo el mundo iba a carretear, a lo que viniera”, cuenta Pelissier.

      

Algunos actores se ponían en la puerta cortando tickets, trabajaban en la barra sirviendo cerveza y vino a temperatura ambiente y otros hacían de guardaespaldas, para evitar una avalancha de personas intentando entrar al galpón. Los precios de las entradas iban desde los $100 hasta $200 de la época, lo que hoy en día serían entre $1.800 y $3.650.

La encargada de las finanzas, que tenía que ideárselas y obtener el dinero para la siguiente producción teatral, era la actriz y contadora Lina Boitano. La primera producción que tuvo a su cargo fue “99 La Morgue”, una obra que hablaba directamente de los detenidos desaparecidos y mostraba a Chile como una morgue. El financiamiento para esta obra, cuenta Boitano, fue muy difícil de conseguir: “En esos tiempos no existían recursos estatales para hacer algo artístico, siempre eran propios o de algún particular que pudiera aportar”, explica la contadora. Cada vez que hacían una fiesta o función, Boitano restaba del total recaudado un monto para la siguiente obra. 

En los ojos de San Martín 841 

Chilenos de todos los estratos sociales se veían seducidos por lo que El Trolley tenía para ofrecer. Guillermo Raurich era uno de los que no encajaba en el molde. Alumno del Colegio Sagrados Corazones de Manquehue e integrante del club de Rugby Cóndores, no conocía realidades más abajo de Avenida Matta. “Me tocó una situación muy privilegiada en los años ochenta. Vivíamos en un mundo Bilz y Pap y por eso para mí fue un estallido, nunca había estado en un lugar así», recuerda. 

Como estudiante de diseño, Raurich se interesó en la peculiaridad artística de El Trolley y de Matucana 19, un antiguo garaje mecánico que también se convirtió en un centro de resistencia cultural en dictadura, donde trabajó como parte de los escenógrafos. Los otros integrantes del club de rugby ya lo habían nombrado como “el chico comunista”, pero no era algo que le afectara. Es más, estaba decidido a que sus compañeros conocieran el lado B de su vida, por eso un día los invitó a una noche de fiesta. “Les regalé tickets a los Cóndores, vinieron en auto y esa noche los metieron a todos presos y estuvieron toda la noche en el calabozo. Al otro día teníamos partido”, recuerda entre risas Guillermo. 

La música y el teatro eran los órganos palpitantes del Trolley, traían el galpón a la vida. En él tocaban grupos emergentes, como Los Prisioneros, UPA! y Bandhada. También se presentaban fuertes y crudas obras de teatro. 

Becado en el Conservatorio de la Facultad de Artes desde temprana edad, Juan Cordech creció con una pasión por la percusión. Después de un intercambio en una prestigiosa escuela de música clásica en Cleveland, Ohio, Estados Unidos, Cordech se encontró con un Chile de mucha “agitación musical”, como dice, producida por la represión. Unirse a ellos era lo único que quería. 

Alrededor de 1982 se convirtió en el baterista de Bandhada, una banda musical pionera del género jazz-rock en Chile. El Trolley, en palabras de Juan, era un “desorden ordenado”, en el que sentían una especial conexión con el público. “Era súper cariñoso. Había una retroalimentación potente de la gente, el público, con lo que estábamos viviendo. Era una efervescencia por consumir música chilena”, relata Cordech.

Desde los primeros días del galpón, se consolidó la compañía “Teatro de Fin de Siglo”, liderada por Griffero, que presentó su trilogía de obras: Historia de un Galpón Abandonado (1984), Cinema Utoppia (1985) y 99 La Morgue (1984-1987). En la última, como fue mencionado, se hablaba directamente de los detenidos desaparecidos y mostraba a Chile como una morgue, algo que pocos se atrevían a hacer.  Fue entonces cuando se comenzaron a ver más automóviles de la CNI por el sector. 

Andrea Lihn, una joven actriz en aquellos años, pololeaba con el cineasta y fundador de El Trolley, Pablo Lavín. Él la introdujo a este mundo y la primera vez que entró al galpón, supo que era lo que estaba buscando. “En ese momento era todo lo que yo quería. Todo lo que me imaginaba que podía hacer como actriz, en este lugar abandonado. La invasión a este galpón me parecía interesante”, cuenta. 

Mientras se preparaban para una función de Historia de un Galpón Abandonado, se encontraron con El Trolley completamente inundado, las vestimentas de los actores flotaban en el suelo. Lihn, quien interpretaba a “La Obesa”, usaba un traje lleno de esponjas para similar un sobrepeso. Se pusieron las ropas empapadas y salieron a actuar. “Lo que nos ocurría lo solucionábamos. Éramos increíbles”, cuenta. 

   

Otra actriz dentro del especial repertorio de Griffero fue Verónica García Huidobro. En 1985, debutó en El Trolley como Mariana en el montaje “Cinema-Utoppia”, obra que trata dos realidades en paralelo: la de un grupo de espectadores que asiste a ver una película en el Teatro de Valencia en 1946 y la historia que se desarrolla en la película. Se tocan temas como la drogadicción, el exilio y el sexo.

García Huidobro cuenta que había un lado muy hermoso de El Trolley. Para ella, trabajar como un colectivo y entregarle una pieza especial al público, nunca antes vista, era gratificante. Sin embargo, el espacio no estuvo exento de dificultades. “Estaban todos los problemas de intentar hacer cultura antisistema, a pulso, sin nada de sueldo ni plata para producir o pagar. Es muy impresionante haber logrado algo tan visible, con tan pocos medios y tantas dificultades”, afirma la actriz. 

La renovación teatral venía de la mano con los costos. Este teatro experimental era algo que no se había probado antes, con ideas y metáforas complicadas, tanto para el actor como para el público. Herbert Jonkers, escenógrafo belga y mano derecha de Ramón hasta su fallecimiento en 1982, exploró nuevas propuestas escenográficas y de iluminación que revitalizaron el teatro contemporáneo. Así, la trilogía de obras antes mencionada fue escrita especialmente para ser presentada en un espacio como El Trolley, el único lugar que se ajustaba a las exigencias escenográficas de la función.

Los actores se sentían atraídos por este nuevo lenguaje y mecanismos escénicos, pero existía una tensión artística y muchos luchaban por entender lo que estaban haciendo. “Era un ambiente muy paranoico, exigente, bien cuestionador y desafiante”, rememora García Huidobro. “Si tú querías ver algo distinto, diferente, tenías que ir al Trolley o no lo verías en ninguna otra parte”, agrega Griffero. Muchos iban impulsados por la curiosidad, otros por el miedo. Pero todos querían presenciar esa explosión de creatividad.

Riesgos de la Contracultura

La represión impulsó la creatividad y el ingenio de los artistas. “En El Trolley podía manifestarse el alma verdadera que afuera estaba reprimida, censurada. Era otra casa, tenías la misma libertad que tenías en tu pieza”, afirma Griffero.

“Configuró, desde cualquier punto de vista cultural, un espacio de resistencia. Pero no solo política, también de género, de una opción distinta de vestirse, de querer escuchar otra música o de querer conectarse con el planeta”, reflexiona García Huidobro sobre cómo El Trolley se convirtió en un espacio de renovación en todos los sentidos. 

Para Carmen Pelissier era una cosa de sobrevivencia. Cada personaje que interpretó lo “vivió deliciosamente”. Para ella, El Trolley se convirtió en un espacio de creación, intensidad y peligro. “El miedo convivía junto con esta pasión orgásmica de la creatividad”, afirma la actriz.

Verónica García Huidobro recuerda que en los últimos años de El Trolley comenzó a sentir que la situación se estaba volviendo más agresiva, pero la idea de vivir sin el teatro era insostenible. “He tenido muchos momentos de la vida en que lo único que me ha levantado ha sido el teatro. Si yo no tuviera conmigo esa vocación, no sé si estaría viva”, confiesa. 

Había un enemigo en común que los unía. La adrenalina y el idealismo hacían que algunos no sintieran temor, y Lina Boitano, contadora de El Trolley, era una de ellas. Había muchas ansias de poder expresar y decir lo que no se podía decir públicamente, tanto así que el miedo pasaba desapercibido. Sin embargo, sí sintió terror en el Festival de Teatro de Córdoba en 1986, Argentina, durante una gira de la obra “Cinema Utoppia”. Boitano cuenta que, en plena dictadura, irse de gira fuera del país para montar una obra que trataba sobre la drogadicción y el exilio no era menor. “No sabíamos si íbamos a volver. Nos poníamos de acuerdo para no hablar mucho. Éramos los más oscuros, por así decirlo. 

Con la llegada de la democracia en 1989, cada uno de los artistas dejó El Trolley atrás para enfocarse en sus propios objetivos, aunque todos recuerdan la década de los ochenta como uno de los periodos más creativos e intensos de sus vidas. “No es superable. No quiero nada menos de lo que ya hicimos, nada va a alcanzar eso”, cuenta emocionada Carmen Pelissier. “Si no colaboraba artísticamente con lo que estaba ocurriendo, me iba a quedar anudado de por vida”, reflexiona Juan Coderch, baterista de Bandhada, sobre su rol como músico en tiempos de dictadura. 

A pesar de que fueron tiempos difíciles, de crímenes impunes, represión y censura, los personajes sienten nostalgia sobre esos años y lo que lograron gracias a El Trolley. “Es lejos lo mejor que he hecho en mi vida. Me dio la oportunidad de ser partícipe de un proceso trascendental”, confiesa la actriz Andrea Lihn.

Rodrigo Pérez, Alfredo Castro y Andrea Lihn

 


 

Sobre la autora: Carolina Silva Brousset está en tercer año de periodismo en la Universidad Católica. Una de sus pasiones es la escritura y la investigación y, anteriormente, hizo su práctica interna en Módulo 2 de Radio UC donde estuvo a cargo de la columna de efemérides musicales. 

Deepfake: cómo la Inteligencia Artificial está transformando la delincuencia en Chile

Deepfake: cómo la Inteligencia Artificial está transformando la delincuencia en Chile

En los últimos años, el desarrollo de la inteligencia artificial ha propiciado el fenómeno del deepfake, una técnica de manipulación a través de la alteración del rostro y la voz. Si bien ha proliferado en memes y ha impulsado la creatividad digital, también se está utilizando para cometer estafas y crímenes en Chile. ¿Qué resguardos se pueden tomar?

Por: Daniel Moreno C. 

Edición: Belén Mackenna

Tiempo de Lectura: 8 minutos

En los últimos meses se ha hecho conocido un video de Oil Profit, una plataforma fraudulenta de inversión en el que voces autorizadas como el presidente Gabriel Boric, el periodista Daniel Matamala y el empresario Leonardo Farkas, llaman a internautas a invertir en petróleo y en empresas públicas como Codelco, prometiendo ganancias de un millón de pesos con una inversión mínima y de manera automática. Si bien los cibernautas se dieron cuenta de la falsedad del vídeo, este es un aviso de cómo el deepfake y otras formas de IA están incursionando en el mundo del fraude.

Según el diccionario de Cambridge, el deepfake es un video o grabación de sonido que reemplaza la cara o la voz de alguien con la de otra persona, de una manera que parece real. El concepto deriva de deep learning (aprendizaje profundo) y fake (falsificación). Para crear un deepfake se necesita entrenar un modelo de Inteligencia Artificial, lo que usualmente se hace a través de redes generativas antagónicas (GAN por sus siglas en inglés). Las GAN tienen dos algoritmos: uno cumple el rol de “generador” y el otro de “discriminador”.  El generador se encarga de utilizar los datos disponibles (imágenes y sonidos) para generar rostros y voces humanas con el contenido que se desea, mientras que el discriminador se encarga de detectar la veracidad o falsedad de los resultados producidos por el generador. De esta manera, ambos modelos compiten continuamente entre sí para que los datos generados sean cada vez más sofisticados y difíciles de detectar. 

Sobre los modelos que hacen deepfakes, Felipe Urrutia, investigador del Centro Nacional de Inteligencia Artificial (CENIA), afirma que “pueden ser entrenados para que puedan incrustar una cara y esta se mueva en concordancia con respecto a su entorno. Tú lo puedes entrenar con muchos ejemplos y lograr que el modelo lo replique. Eso es por el uso de arquitecturas que se crean y por el uso de más datos y modelos más grandes, permitiendo que con el tiempo los resultados mejoren exponencialmente, siendo difícil determinar hasta donde se puede llegar”.

Los anuncios de Oil Profit circularon por las redes de meta por lo menos desde el mes de agosto. Desde ese entonces fueron denunciados por usuarios, y recientemente los anuncios fueron retirados de las plataformas. Cabe destacar que redes como Instagram o TikTok han probado modelos para intentar etiquetar de manera automática el contenido generado con IA subido a sus servidores. Pero de acuerdo con el newsroom de este último, siguen en la etapa de pruebas.

La evolución del deepfake

Por el momento, no se puede determinar el número de denuncias por fraudes y estafas utilizando deepfake a nivel nacional. René Araneda, comisario de la Brigada de Cibercrimen de la Policía de Investigaciones, sostiene que los funcionarios de la institución recibieron “seminarios y recursos sobre los peligros de su propagación con fines delictuales en el país”. Además, el oficial sostiene que están al tanto de su creciente masificación en países como Estados Unidos y que “en cualquier momento pueden llegar acá con fuerza, falta que se vuelva mediático o que empecemos a trabajar con un número mayor de denuncias”.

Otro de los delitos en los que está siendo utilizado el deepfake es el ya conocido “cuento del tío”. De acuerdo con cifras de la PDI, durante el primer semestre de 2022 se recibieron 1.650 denuncias de estafas telefónicas, más de la mitad de las 2.992 de todo el año 2021. Además, al enfocarse en la comparación de junio de ambos años, el aumento es de un 58%, pasando de 277 denuncias en 2021, a 440 en 2022. Este aumento no debiera ser una sorpresa considerando las nuevas técnicas utilizadas por los delincuentes. Con el “cuento del tío”, los delincuentes, además de contactar al objetivo de la estafa por redes sociales y mencionar información de un familiar (la supuesta víctima), están comenzando a incluir en su repertorio audios con la voz clonada de esta última. Esta técnica es realizada con generadores de voz, cuentan desde la PDI, para la cual solo se necesita tener registrado desde antes la voz de la persona, siendo una llamada previa o un audio en las redes sociales más que suficiente.

Según el sitio DeepMedia, una plataforma estadounidense especializada en IA, alrededor de 500.000 videos y audios con deepfakes se habrán compartido a nivel global durante el 2023. Esta cifra está relacionada a la cada vez menor cantidad de barreras de entrada que existen para el uso de estas herramientas. 

Andrés Bustamante, cofundador de Asimov, una consultora especializada en innovación digital e IA, comenta que hasta hace unos pocos años el proceso de hacer un deepfake era mucho más complicado y, por ende, un fenómeno poco común. “La evolución del deepfake ha sido primero con plataformas más complejas como Stable Diffusion (uno de los primeros generadores de imágenes con IA), que las tenían que operar programadores o gente experta en audiovisuales. Hoy el proceso está mucho más difundido gracias a la aparición de plataformas mucho más simples de usar y con softwares que hacen el proceso de manera directa como HeyGen” (programa que convierte textos en videos generados con IA con avatares y voces realistas). 

En el caso de las estafas, Bustamante afirma que crear y difundir fraudes como los de Oil Profit hoy en día es mucho más fácil, y serán situaciones cada vez más recurrentes en el futuro. “Una persona con habilidades limitadas en tecnología puede acceder a herramientas más baratas, simples y que se pueden usar en el celular. Solo hay que buscar personas que no estén familiarizadas con estas posibilidades para hacerlas caer”, dice.

La manera de protegerse

En el caso chileno, el 24 de abril de este año, la Comisión de Ciencias y Tecnología de la Cámara de Diputados presentó un proyecto de ley que busca regular los sistemas de inteligencia artificial, la robótica y las tecnologías conexas, en sus distintos ámbitos de aplicación. Eric Aedo, presidente de la comisión, resalta que el proyecto que hoy sigue en tramitación incluye el control sobre los deepfakes y que tiene como foco evitar la suplantación de identidad.  “Estamos siguiendo la línea de los países europeos, que han hecho esfuerzos en delimitar barreras éticas para las empresas del rubro, pero asumimos que toda esta legislación va a quedar corta. La velocidad de cambio de la IA es enorme, pero sí hay que poner un marco jurídico para proteger a las personas”.

Felipe Urrutia respalda el proyecto de la comisión, planteando que se le pueden añadir más criterios a futuro: “Una garantía debería ser que se pueda identificar a la empresa cuyo servidor sea utilizado para generar contenido malicioso. Este año, la compañía británica de inteligencia artificial Deepmind desarrolló una marca de agua que permite identificar el contenido que ha sido generado de manera sintética. Podría ser un requisito dentro del marco legal hacerlas obligatorias, pero también eventualmente podría salir un modelo que, al igual que las GAN (redes antagónicas neuronales entrenadas para obtener resultados más realistas), sea entrenado para que quite estas marcas”. 

En el caso de los usuarios, Carlos Franco, director del Observatorio de Datos de la Universidad Adolfo Ibáñez, sugiere el uso de la herramienta INVID, un software de verificación de video, para detectar de manera específica la presencia de deepfakes en videos: “INVID es un muy buen ejercicio porque trabaja cuadro por cuadro. Lo que hace es desintegrar, separar o hacer una disección del video para ofrecerte cuadro por cuadro, foto por foto y hacer análisis integrados. De todas formas, ni esta ni ninguna herramienta es 100% eficiente en la detección de deepfakes”.

Debido a esto, Franco defiende el fact checking como una conducta saludable que permite verificar la veracidad de un video o audio a través de su contenido. Además, recomienda sitios como Mala Espina Check y FastCheck, ambas plataformas surgidas en Chile tras el estallido social. Este último es el portal que verificó la falsedad de los anuncios de Oil Profit. 

Daniel Moreno (@danielmorenoc) es estudiante de segundo año de periodismo de la Pontificia Universidad Católica. Se perfila como periodista cultural e internacional.

De la sala de clases al estadio: testimonios de una práctica profesional

De la sala de clases al estadio: testimonios de una práctica profesional

En roles de producción, conducción y animación, un puñado de estudiantes de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica hizo su práctica profesional en los Juegos Panamericanos Santiago 2023. La experiencia les exigió entrevistas espontáneas, trabajos en producción y despachos en vivo. ¿Qué lecciones les dejó? 

 

Por Florencia Cabello Troncoso (@floo.re) y Nicolás Stevenson Flaño (@_nicostevenson)

Tiempo de lectura: 8 minutos

 

El estudiante de cuarto año Raúl Esteban (23) nunca imaginó que su primer despacho en vivo resultaría de esa forma. Trabajaba como practicante en Panam Sports Channel, el canal oficial de los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos a nivel internacional. Desde el inicio de los juegos asistía en producción periodística, es decir, estaba a cargo de crear contenido para el programa del canal. Esto significaba conseguir entrevistas con medallistas, buscar datos para bloques históricos, traer invitados de equipos internacionales y muchas otras tareas que fueran saliendo en el momento.

Raúl llevaba más de un mes en ese rol el 23 de octubre pasado. Ese día, cuando se encontraba asistiendo a una reportera del canal para un despacho en vivo, ella le confesó que no manejaba un buen inglés. Por esa razón,  no iba a poder entrevistar a la escaladora estadounidense Piper Kelly, quien había ganado el oro en la prueba de velocidad femenina en escalada.

Raúl no lo dudó: vio una oportunidad y la aprovechó. No conocía a Kelly, tampoco manejaba su disciplina, pero hablaba inglés, que en ese contexto era lo más importante. Empoderado  se lanzó a hablar al aire por primera vez.

Así es cómo logró salvar al canal de perder una buena entrevista en vivo al realizar una exitosa conversación con la atleta. En ella pudo, sin nerviosismos y en un fluido inglés, dialogar con la escaladora acerca de su desempeño, la obtención del reconocimiento y profundizó en lo que significó para ella alcanzar su mejor marca en la competencia.

Tal como Raúl, decenas de estudiantes de periodismo debutaron en sus roles durante los Juegos Panamericanos Santiago 2023, uno de los eventos deportivos más grandes e importantes de América que por primera vez tomó lugar en Chile. Entre el 20 de octubre y el 5 de noviembre, este certamen le abrió las puertas a cientos de deportistas del continente, pero también fue para muchos estudiantes de periodismo su primera instancia profesional. 

A diferencia de otros frentes mediáticos, estos juegos deportivos significaban una intensidad mayor a la habitual para periodistas profesionales. Para los universitarios Raúl Esteban, Sofía Maldonado, Alejandra Rojas y Diego Vargas Santiago 2023 se convirtió en una escuela de rigor y disciplina en tiempo real sin espacio para las equivocaciones.

 

El camino hacia los Panamericanos

Era principios de agosto. Alejandra Rojas (22) recién iniciaba el segundo semestre universitario cuando recibió una notificación de su polola. En el mensaje, la productora audiovisual estadounidense Van Wagner, encargada de la presentación deportiva y del entretenimiento, mediante la productora nacional La Oreja, buscaba estudiantes de periodismo que quisieran ser parte del evento y trabajar con ellos. El mensaje no especificaba mucho más y ella no tenía mayor interés en participar. Nunca había sido una amante del deporte ni tampoco la cautivaba esa área del periodismo. Pero probó: ¿qué era lo peor que podría pasar? Envió su CV casi de inmediato y sin muchas expectativas.

La respuesta no tardó en llegar. Le solicitaron una entrevista y sin darse cuenta tenía un contrato en su correo esperando a ser firmado. “En algún minuto, cuando me llegó la primera oferta, dudé. No sé de deportes así que, ¿qué iba a hacer ahí?”, menciona. Pero luego recordó la entrevista y cómo la calmaron haciéndole saber que no era un requisito conocer el funcionamiento de ellos. Ella debía aplicar el criterio periodístico, es decir, enfrentarse a lo desconocido, buscando aproximarlo a todo tipo de público.

No lo dudó, imprimió el contrato y lo firmó. 

Otra fue la piedra de tope para Sofía Maldonado (23). Este era su último semestre universitario. Hoy trabaja en su reportaje de investigación final, por lo que ir a buscar una práctica profesional en un evento deportivo de esa envergadura significaba dedicarle menor cantidad de tiempo a lo urgente.

Sin embargo, no podía dejar de pensar en su sueño desde que tiene memoria: locutear en los Juegos Olímpicos. “Esa es mi meta. Desde que entré a periodismo he querido trabajar para llegar allí”, confiesa. 

Tras meditarlo, se decidió y escribió a La Oreja.

Al ver el tatuaje que cubre todo su antebrazo derecho se intuye que Diego Vargas (21) es amante del fútbol. En su piel lleva a un niño de espaldas con la camiseta número 10 de Colo-Colo, cargando una pelota blanca y negra en sus manos. 

Podría ser perfectamente él: Desde que tiene memoria, tiene una pelota en sus pies. Fue su pasión por este deporte lo que lo llevó a ser periodista “de fútbol” y no al revés. Pero luego de la experiencia en Santiago 2023 su visión se transformó. 

“Yo siempre quise ser periodista. No periodista deportivo, quería ser periodista de fútbol, que son dos cosas completamente diferentes. Y es algo de lo que me puedo dar cuenta ahora”, explica Diego. Desde el 1 de julio hasta el 5 de noviembre, trabajó como practicante en Santiago 2023, dándose cuenta que el periodismo deportivo abarca mucho más que solo el fútbol, uno de los aprendizajes más fuertes que tiene tras los juegos. “(La práctica) redefine mi gusto de lo que yo quería hacer en el futuro. Me quiero enfocar en el periodismo deportivo, no en el fútbol”, agrega.

Sofía vislumbró en los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos una oportunidad única para cambiar el paradigma del periodismo deportivo. El certamen la convenció de que estos eventos podrían ser el catalizador necesario para ampliar el enfoque que se tiene de ellos siendo estudiante. “Siempre he querido que el periodismo deportivo se enfoque en otros deportes que no sean fútbol. Es difícil (cambiar esa idea) en Chile, pero este ambiente de los Panamericanos nos da un pie para quizás hacerlo”.

 

La experiencia en Santiago 2023

El Parque Deportivo Estadio Nacional, recientemente renovado para Santiago 2023, fue una infraestructura multidisciplinaria que no solo se transformó en el espacio de trabajo para los distintos atletas. En las mismas instalaciones, Diego y Raúl encontraron una segunda casa durante los juegos con el equipo que los recibió.

Para los ya casi egresados, el principal trabajo fue hacerse cargo de la producción de “Sin Fronteras”, un programa estilo matinal que transmitía el canal durante los días de competencias. Entre las 10:00 y 13:00 horas, en el bloque matutino, y las 17:00 y 20:00, en el horario de la tarde, los practicantes tuvieron que nutrir al programa de contenido. Para ello, armaban notas sobre distintos atletas, recopilaban archivos históricos de las competencias, conseguían medallistas para entrevistarlo en vivo y se encargaban de lo que se fuera necesitando para el programa en el día a día.

Además, uno de las cosas que buscó la transmisión fue mostrar cómo las culturas visitantes se desenvuelven en el país anfitrión. “Vino (gente) del Papelón Sabroso, que es un lugar de comida venezolana a mostrar la gastronomía venezolana. Y así con diferentes países, brasileños a bailar, unos chilenos vinieron a bailar cueca. Porque a Panam (Sports Channel) lo ve el resto de países en latinoamérica, transmite oficialmente todos los juegos. Tenemos que tener metido en la cabeza que no somos un canal chileno”, comenta Diego.

Con el set del programa dentro del recinto, los practicantes tenían todo el parque para hacer sus labores. Así es como pudieron conocer también a los protagonistas de las competencias. 

Raúl recuerda haber acompañado hacia el set de entrevistas al hondureño de 42 años y competidor de Taekwondo, Miguel Ferrera, deportista con basta trayectoria en las artes marciales.

En este trayecto un niño, sin saber a quién tenía enfrente, le preguntó al atleta dónde se encontraba el gimnasio del arte marcial. “En verdad es alguien importante, y la convivencia es súper natural”, reflexiona el estudiante sobre lo que le parece una escena que grafica la espontaneidad con la que todos —las estrellas del deporte latinoamericano y su audiencia— deambulaban en el universo temporal al que los juegos dieron origen.

“Lo que me ha sorprendido es el nivel de cercanía que llegas a tener con los deportistas. Conocer su lado humano. Se ven siempre en la tele tan distantes, pero hay personas terrible humildes, terrible piola. Eso me ha sorprendido mucho, la convivencia que hay acá, parece una burbuja. Como un mundo diferente”, agrega Diego.

¿Qué tal la experiencia? Esa fue la pregunta que una compañera del colegio de Diego le hizo sobre el trabajo que estaba realizando en los juegos. “Una locura, siento que estoy en Disney”, respondió él.

Raúl coincide en que la experiencia de haber estado en los juegos lo hizo sentir como  recorriendo un parque de diversiones como Walt Disney World. Los practicantes, hasta ahora, sienten que vivieron una fantasía, ajena a la realidad, similar a la que se experimenta cuando uno se siente habitando un mundo que solo vive en la ficción en el parque del ratón más famoso del mundo.

Para Sofía los Panamericanos fueron surrealistas. 

El miércoles 18 de octubre fue el primer día que se reunió con su equipo. Ella podría haber explotado de felicidad, por supuesto que los nervios no faltaban, pero su emoción era mayor. Se estaban conociendo entre todos y en su presentación ella les confesó que, al estar allí parada y formar parte de ese equipo, estaba cumpliendo un sueño.

En esa misma instancia se enteró de que sería animadora de las competencias de voleibol en el Arena Parque O’Higgins, donde se llevó a cabo esta disciplina. Al día siguiente, cuando comenzó su trabajo, dejó atrás su personalidad tímida y comenzó a bailar, cantar y celebrar frente a miles de personas. Algunos desus conocidos quedaron impresionados, pues no sabían que Sofía podía ser así de desinhibida y ella tampoco. Lo que hizo fue conducir una verdadera fiesta, parecida a un concierto de música o a un programa de televisión.

“Conocí una parte de mí que no sabía que tenía o quizá lo sabía, pero me daba vergüenza explorarla y aquí eso ya no lo tengo. Bailo al frente de 13.000 personas, hago el ridículo si es que tengo que hacer el ridículo, todo para hacer sonreír a la gente durante siete horas. Estoy muy orgullosa de mí”, confiesa.

Entre bailes, dinámicas y concursos, la química entre los animadores mantenía cautivos a cada asistente al partido, espectadores y jugadores. Sofía lo supo cuando al acabar el evento, el público la empezó a reconocer. “Va a sonar rarísimo, pero he firmado camisetas, ¡con mi nombre, Sofía!”, confiesa aún incrédula. 

Alejandra tuvo un rolmás técnico. Fue productora asociada en BMX racing, es decir, la mano derecha del productor general del deporte. Eso le significó ser el nexo entre los trabajadores del evento y organizarlos para que todo saliera de la mejor forma posible.

En rugby 7 fue field manager, una suerte de encargada en terreno, donde realizó tareas similares a las de BMX, pero desde la cancha. Allí se convirtió en los ojos y oídos de quienes estaban detrás de escena, encargándose de que la transmisión funcionara correctamente, desde las pantallas hasta el entretenimiento. Allí, dice,  la comunicación y el compañerismo fueron esenciales. “Se notaba de inmediato que todo se hacía muy en buena onda. Eran todos muy simpáticos, todos querían trabajar en equipo y atraer a más gente a esta fiesta Panamericana que se empezó a formar”, comenta.

 

Una proyección después de la experiencia 

El último día de BMX racing, Alejandra revisaba cuáles serían sus tareas de la jornada cuando su jefe la llamó. Le informó que ella debía hacerse cargo del entretenimiento, pidiéndole que organizara a los anunciadores, al DJ y a los bailarines.

Estaba asustada, tenía sus dudas con respecto a si lo lograría o no, sabía que sería difícil, pero no se esperaba que terminaría siendo también lo mejor de su experiencia. “Fue muy motivante ver que mi jefe tuviera ese nivel de confianza en mí. Y lo logré. Poder hacerlo, que saliera bien y que me felicitaran al final, fue lo más bacán de todo”, dice con una sonrisa. “Me estoy demostrando a mí misma un buen desempeño, que soy buena trabajadora sobre todo en un ámbito laboral como este, bajo presión”, comenta.

A pesar de la intensidad del trabajo que significaron los Panamericanos, debido a la cantidad de cosas que ocurrieron en una corta cantidad de tiempo, Diego no podría estar más feliz. Asegura que la experiencia se disfrutó en todo sentido, aun tras largas jornadas de trabajo. “Llegaba a mi casa, me acostaba, cerraba los ojos y sonreía. Y me quedaba dormido así, sonriendo”, cuenta. 

Y agrega: “Sabemos que somos privilegiados de la experiencia que estamos viviendo. Creo que más allá de que sea como un impacto laboral, como trabajar por primera vez y que sea en algo así, yo lo veo más como, no tanto como algo complicado ni duro, sino que como una tremenda oportunidad”.

Alejandra no puede estar más feliz de haber enviado ese correo solo por un ‘veamos qué pasa’. De no haber sido por ese impulso, jamás hubiera descubierto que el periodismo deportivo era una opción viable en su carrera profesional.

“Me cambió el modo de ver el futuro, de ver todas las opciones a las que puedo llegar. Eso no significa que vaya a cambiar full mi switch, pero definitivamente quiero seguir siendo parte de estas instancias”, asegura. 

Con los Panamericanos y Parapanamericanos ya finalizados, Raúl, Alejandra, Sofía y Diego, debieron volver a sus actividades académicas. Por estos días extrañan la intensidad y alegría de las últimas semanas, pero se llevan para siempre recuerdos inolvidables grabados en su memoria. 

Nelson Caucoto, abogado de Joan Jara: “Pedro Barrientos es el último eslabón que nos queda. Tiene que ser condenado”

Nelson Caucoto, abogado de Joan Jara: “Pedro Barrientos es el último eslabón que nos queda. Tiene que ser condenado”

En 1973, transcurridos cinco días desde el golpe de Estado, el cuerpo del cantautor nacional Víctor Jara fue encontrado con 44 impactos de bala. Después de 50 años, Pedro Barrientos, sindicado como el principal responsable de la muerte del artista, fue detenido en Estados Unidos. El abogado Nelson Caucoto cuenta con 47 años de experiencia en la defensa de derechos humanos y era el representante legal de la viuda de Víctor Jara, Joan Jara. En esta entrevista se refiere a los crímenes de lesa humanidad cometidos en dictadura y a la eventual condena del ex teniente del Ejército de Chile.

Por Paula Gómez Correa (@paula.xgomez)

Edición de Raúl Esteban Santos (@raul_stebn)

En agosto de este año, la Corte Suprema ratificó la condena a siete agentes del Estado por el asesinato de Víctor Jara. El ex teniente del Ejército Pedro Barrientos había sido enjuiciado en un tribunal civil en Estados Unidos y condenado en 2018 como el principal responsable de la muerte del artista en 1973. El imputado residía en el Estado de Florida y en julio perdió la ciudadanía estadounidense. El pasado 5 de octubre fue detenido. La justicia chilena estaba a la espera de su arribo al país, el cual se producirá hoy, a 19 días del fallecimiento de Joan Jara, la viuda del cantautor.

Nelson Caucoto, defensor y representante legal de la familia de Víctor Jara desde hace 25 años, estaba expectante por la llegada de Barrientos. Se considera un hombre cristiano y de izquierda. Tiene 72 años, es oriundo de Iquique y lleva 47 años dedicado a la defensa de los derechos humanos. Algunos de los juicios emblemáticos que ha representado sobre crímenes cometidos durante la dictadura cívico-militar son el Caso Degollados y la causa del cantautor nacional.

El abogado recuerda que, durante su paso por la Vicaría de la Solidaridad, se encomendaba a su patrono, San Francisco de Asís. Su figura, ubicada en el segundo piso, era un apoyo constante para él. Lo encontraba al subir las escaleras y con la mirada buscaba la única parte del sermón de las montañas que le interesaba: “Bienaventurados los que luchan por la justicia”.

¿Qué lo hace tomar la decisión de encargarse de crímenes de lesa humanidad?

— En mi formación profesional, llegué a un centro universitario marcado por la izquierda. En esa época era imposible omitirse de tener una posición. Y dentro de esta, se encuentra la necesidad de trabajar por el bien común, de aportar al país. Cuando se produce el golpe militar, no tuve ninguna duda del lado que iba a estar para ayudar. Desde ahí no me moví nunca más de los derechos humanos. Comencé a trabajar y me enteré de los crímenes de lesa humanidad. 

Por su trabajo en la Vicaría.

— Mi único trabajo profesional fue en la Vicaría, donde continúo trabajando, pero en un programa especial. Al desaparecer en 1992, realiza un convenio con el ministerio de Justicia y crea una oficina de derechos humanos que se hace cargo de los casos. Ahí voy yo. Soy un trabajo de continuidad de la Vicaría. Hay un tema que a mí me enorgullece y pocos lo conocen. Nosotros fuimos la oficina de derechos humanos que se abrió al mundo militar. Es un drama el que conocimos. Son seres humanos, maltratados por sus superiores. La labor era universalizar los derechos humanos, y los militares tienen derechos humanos.

Con relación a este mundo castrense, tras la dictadura, los militares de menor rango se excusaron de cumplir órdenes de sus oficiales. ¿Qué pasa en esos casos?

— Mientras el cumplimiento de las órdenes sea dentro de la ley, no hay problema. Ellos debían cumplir con las órdenes del servicio, las que son propias de la vida militar. Pero no pueden matar y torturar a alguien. Yo siempre he sido un defensor de los conscriptos, porque entiendo que son el último eslabón en la jerarquía de mando. Eran jóvenes de 18 o 19 años en esa época. Pero si a un conscripto lo elige un oficial para salir reiteradamente a patrullar en las noches, sin existir ningún motivo, a matar personas. ¿Esos conscriptos merecen que uno los trate con benevolencia? Se pusieron al lado del mal. Ellos sabían lo que estaban haciendo.

¿Por qué en Chile se ha permitido que esos militares, ahora en retiro, sean acusados cuando alcanzan los 70, 80 o más años?

— La justicia no operó en Chile como debía haber operado. Hubo una creciente influencia de la impunidad. Entre los años 1973 y 2003 los tribunales fueron muy funcionales a la dictadura.  A los militares nadie los tocó. Llegan con una avanzada edad al momento de su sentencia. Eso explica que en la causa de Víctor Jara lleguen con 70 u 80 años a asumir su sentencia. 

¿Qué ha significado para usted defender el caso de Víctor Jara?

— En 1998, el año de la detención de Pinochet, aparece Joan Jara en mi oficina con sus dos hijas, Amanda y Manuela. Me preguntó si podía tomar el caso. Sabía en lo que me estaba metiendo. Estaba consciente de la importancia de la víctima. Fue una enorme satisfacción y una motivación permanente. Víctor Jara es universal y su crimen tiene una relevancia mayor por lo mismo.

¿Se preguntó por qué Joan Jara lo escogió a usted y no a otro abogado?

— No, yo no he hablado con Joan sobre eso. No pregunto las razones detrás de mi elección, pero las agradezco.

¿Cuál es su máximo objetivo en el caso del artista?

— Queda pendiente el caso del señor Barrientos. Vamos a esperar ansiosos que traspase el umbral del aeropuerto. Mientras no lo veamos acá, sigue siendo una tarea pendiente. Pedro Barrientos es el último eslabón que nos queda. Tiene que ser condenado.

Desde un punto de vista aprobatorio, ¿hay alguna complejidad en el caso?

— La prueba está rendida. Las presunciones de culpabilidad de Barrientos están. Es un mero trámite.

Para cuándo está prevista la extradición de Barrientos a Chile?

— Él va a llegar a Chile no por la extradición, sino porque Estados Unidos lo va a expulsar. Su detención se debió a que violó las leyes de inmigraciones. Podría irse expulsado a cualquier otro lugar, pero hay una orden de captura internacional en su contra.

¿Se tomarán medidas para vigilar a Pedro Barrientos y evitar la repetición de un suceso similar al suicidio de Hernán Chacón, otro de los responsables de la muerte de Víctor?

— Debe quedar en prisión preventiva. Él no llega para irse a su casa ni visitar a sus familiares. Estará detenido mientras sale la sentencia. Lo pasarán a Punta Peuco o Colina 1. 

¿Qué piensa de Barrientos, Hernán Chacón y tantos otros militares vinculados a crímenes de lesa humanidad que por años han eludido la justicia?

— Es lamentable que se haya suicidado el señor Chacón. La pérdida de una vida es siempre lamentable. No me alegro con su muerte. Entiendo que él en un minuto haya pensado que nadie lo iba a enjuiciar. Es la primera gran lección que les deja a los militares: no confiarse en la impunidad. Creo que todos los militares vivieron con esa idea. Es un verdadero logro haber alcanzado a enjuiciarlo, pero a nadie le sirve que haya muerto. 

Entonces, ¿una eventual condena a Pedro Barrientos marcaría el fin judicial del caso de Víctor Jara? 

— Es lo único que nos falta. Este es el fin del caso. Los familiares de Víctor están conscientes de eso. Están satisfechos con lo que se ha logrado. 

 

Paula Gómez es estudiante de 4to año de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica (@fcomuc) y es la primera vez que publica en un medio. Su área de interés es la prensa escrita y de investigación, además del periodismo cultural y de espectáculo.