Marcelo Montecino siempre recordará el 11 de septiembre de 1973 como el día en que decidió convertirse en fotoperiodista. Junto a su cámara, registró más de 300 momentos icónicos de la historia de Chile, como el bombardeo a La Moneda, el funeral de Pablo Neruda y las detenciones del Estadio Nacional. Responsable de la última fotografía en vida del excanciller Orlando Letelier y mentor de Rodrigo Rojas de Negri, este fotógrafo-que padeció de cerca los horrores de la dictadura que le arrebataron la vida de su único hermano- repasa aquí parte de ese pasado. 

Escrito por: Amelie Lefranc @ameliepascale_

Edición: Trinidad Riobó @trinidadriobo 

Fotografía por Amelie Lefranc

Marcelo Montecino salió de su departamento ubicado en plena Plaza Baquedano y se dirigió hacia el Parque Forestal. Iba con sus dos fieles compañeras: una cámara fotográfica y su credencial de prensa. Era la mañana del 11 de septiembre de 1973.Hacía frío y el ambiente parecía cargado de una extraña tensión. Muy pocas personas recorrían las calles y el tráfico era casi nulo. El cielo gris se reflejaba sobre los ventanales de los altos edificios de manera abrumadora manifestando una inusual quietud.

Mientras paseaba en silencio por Plaza Italia fue detenido por dos militares, quienes le reprochaba sacar fotografías. La detención fue breve e interrumpida por los sonidos de una balacera que estalló en el sector, cerca de las torres San Borja. El oficial a cargo le ordenó regresar a su hogar con una breve advertencia: “Si lo vuelvo a ver por aquí, lo mato”.

Sin embargo, como si fuera atraído por una fuerza magnética, Montecino siguió su camino hacia el parque. El reloj marcaba las 11:00 am cuando llegó a la altura del Puente del Arzobispo. Fue en ese preciso instante que su marcha se detuvo en seco. A pocos metros, una ametralladora lo apuntaba fijamente. Inquieto pero seguro, disparó su cámara en aquella dirección. 

Cincuenta minutos más tarde, el silencio de aquel entorno fue interrumpido por el estruendoso sonido de aeronaves que atravesaban con furia el centro de Santiago. Montecino levantó su cámara al cielo, mientras los transeúntes observaban mudos desde las aceras, el humo, el caos y el estupor de esos 15 minutos que cambiaron la historia de Chile. 

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Marcelo Montecino es un fotógrafo chileno de ochenta años y  una larga trayectoria en el ámbito del fotoperiodismo. Ha registrado diversos hitos históricos de América Latina, como la dictadura y transición de la democracia en Chile y la guerra en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. A lo largo de su carrera ha recibido importantes reconocimientos, como el Premio a la Trayectoria en Fotografía Antonio Quintana (2017), entregado en el gobierno de Michelle Bachelet.

“Fue muy emocionante”, recuerda Montecino refiriéndose a la premiación, sentado en una silla de roble, en el living de su casa, mientras resopla y hojea las páginas de su libro “50 años”, que reúne gran parte de su obra fotográfica en distintas épocas y países. Montecino da su primera declaración: “Perdón, ayer tuve un mal día, me pelié con todos”, refiriéndose al equipo encargado del lanzamiento de su próximo libro. Detrás de su mal humor habla de un nuevo proyecto en el que ya trabaja. De un bolso negro saca una exclusiva, el borrador de su cuarta publicación: Miedo (1973-1990).

Este libro, realizado en colaboración con su amiga y curadora Andrea Aguad, tiene como fin conmemorar los 50 años del golpe militar, con fotografías desde la última marcha de la Unidad Popular en 1973 hasta el triunfo del plebiscito en 1989. “La obra de Marcelo va mucho más allá del suceso periodístico, tiene que ver con una mirada más poética. Sobre todo, desde el amor hasta la tragedia”, explica Aguad.

Ella lo caracteriza como un hombre discreto, tímido y sensible: “Nos hemos peleado muchas veces, pero siempre desde el cariño”. Samuel Salgado es otro curador que trabajó con Montecino para su última exposición, “Prueba de Vida” (2013), que describe cronológicamente los días previos al golpe militar y los días posteriores. Lo describe como “un fotógrafo valiente, corajudo y singular”.

Montecino volvió a Chile en 2015 con planes de quedarse definitivamente luego de residir más de 50 años en Estados Unidos. Actualmente vive con su esposa Lucy Alexander (74), una norteamericana de Richmond, a quien conoció en un bar en 1974 en Estados Unidos. Tres años después, se casaron y formaron una familia. Tuvieron dos hijos, Tomás y Juan, quienes actualmente residen en Washington. Comunicándose en una mezcla de español e inglés, Montecino y Alexander anuncian que ya llevan 50 años de matrimonio.  «Me encanta estar aquí en Chile, junto a Marcelo y su familia que quiero mucho», cuenta Alexander. 

La vida de Montecino siempre se ha dividido en dos mundos: el chileno y el norteamericano. Nació en Santiago y, en sus palabras, “pertenecía a una familia de la aristocracia provincial de Osorno”. Su núcleo familiar se conformaba por su padre, Marcelo Montecino Montalva, médico y primo lejano del expresidente Eduardo Frei Montalva; su madre Lilian Slaughter, periodista del diario “La Nación”, y su hermano menor Christian. 

“Viví una infancia normal, con todas las enfermedades que tenían los cabros chicos en esos tiempos”, declara. Sin embargo, para Montecino todo cambió con la separación de sus padres, cuando tenía 11 años:  “Ese fue uno de los motivos que llevó a mi madre a partir rumbo a Estados Unidos”.

Adaptarse no fue difícil, el asombro del progreso y los recursos del país que lo acogía se notaban en cotidianidades. El primer acercamiento de Montecino a la fotografía ocurrió justamente en esos años, cuando a los 12 le regalaron su primera cámara fotográfica, una Leica M3, 35 mm, de aluminio y cuero negro, fabricada en Alemania, que lo convirtió en el fotógrafo oficial del colegio.

A los 18 años, en 1962, volvió a Chile. “Llegamos en invierno, encontré que era un país totalmente distinto…  tan feo, tan gris, tan triste”, explica. Pero mientras caminaba por las calles del Barrio Franklin experimentó un nuevo sentir social, algo que lo removió. En un mural, escrito con tiza blanca, casi imperceptible, se leía: “Los obreros no deben tener hijos porque serán pobres fijos”. En silencio, capturó la imagen que años más tarde pasaría a formar parte de su extenso registro.

Montecino describe sus años de juventud como un constante ir y venir entre dos mundos, siempre acompañado de su inseparable cámara. Así también lo recuerda su prima Vivian Montecino. Dice que era un joven inquieto y dueño de unos profundos ojos azules, “Marcelo tenía 27 y yo 20. Él hacía muchas fiestas en su casa, era muy bohemio, con un humor perverso… Todas mis amigas estaban enamoradas de él”, comenta.

El 13 de septiembre de 1973, levantaron el toque de queda a las 11 am. En cuanto se hizo el anuncio, Montecino se apresuró hacia la Plaza de la Constitución montado en su moto negra modelo BD500. El ambiente -dice- era de un silencio abrumador.  Nadie lloraba, gritaba o hablaba. Entre la multitud, su hermano Christian, también fotógrafo, observaba la escena: “Siempre íbamos a los mismos lugares, pero pocas veces nos topábamos”, explica Montecino.

Para él aquella era como una experiencia táctil. Niños y adultos pasaban sus manos por las grandes grietas expuestas en las paredes de la emblemática casa de gobierno, como si esa fuera la única forma de registrar lo sucedido. Lo que más recuerda de aquel día es a un hombre de unos 50 años, con traje y aspecto formal, que lo miró y le dijo: “Saque fotos compañero, para que vean lo que hicieron estos salvajes”. 

Días más tarde, Montecino se dirigió a las oficinas del Ministerio de Defensa para optar a una credencial de prensa. Se la entregaron el mismo día y a pesar de que servía su propósito, era una credencial “informal” o “fulera”, según recuerda. 

Pocas horas después de obtener su nuevo documento, fue detenido en las afueras del Estadio Nacional, mientras sacaba fotografías de los distintos ingresos del recinto. Lo tomaron a él y a dos periodistas extranjeros, encerrándolos en un camarín, sin sus pertenencias. A las cuatro horas los sacaron de forma abrupta. Dice que su credencial lo ayudó a volver a casa rápidamente:  “El toque de queda era a las 5 y me sacaron a las 4:55”.

Al día siguiente volvió al Estadio. Finalmente abrirían las puertas para la prensa internacional. “Fue todo un show. En ese momento había como 7.000 presos y nos mostraron solo unos 1.000”, cuenta Montecino. Una de sus fotos favoritas de aquel día es de su hermano Christian.

La relación que los hermanos Montecino habían construido era de mucha confianza y cercanía. Tenían dos años de diferencia y compartían el amor por la fotografía. Christian llegó a Chile el 2 de junio de 1973 desde Washington, Estados Unidos. Había renunciado a su trabajo como fotógrafo para el Fondo Monetario Internacional y al igual que Marcelo vivió gran parte de los hitos de la represión en el país. 

El 16 de octubre de 1973, a las 3 de la mañana, Christian y cinco vecinos de las Torres de San Borja fueron detenidos en sus departamentos por Efectivos del Ejército en Santiago. “La administradora del edificio fue la que los acusó”, declara Montecino.  Según el Informe Rettig, la detención fue ilegítima. En el caso de Christian Montecino fue un error, pues no militaba en ningún partido, y en el escrito de los detenidos su nombre no aparecía en ninguna parte: “Los llevaron a un túnel y esa misma noche lo mataron sin preguntarle nada”.

El 22 de octubre de 1973, Marcelo Montecino debió enfrentar el terrible dolor de reconocer a su hermano en la morgue. “Cuando llegué me llevaron directamente hacia él, lo vi  y lo reconocí inmediatamente, su cuerpo llevaba el número 3369”. Ese día marcaría un antes y después en su vida. “Sentía mucho dolor y angustia, no pude aguantarlo, es por eso que al mes volví a Estados Unidos”, cuenta Montecino.

Una vez en Washington, continuó colaborando con la prensa chilena y trabajó para revistas y medios como Newsweek y Washington Post Magazine. Durante ese periodo, también participó en actividades con otros chilenos radicados en Estados Unidos. Fue así como floreció una relación de amistad con personajes emblemáticos de la época como con el ex canciller de Salvador Allende, Orlando Letelier, a quien fotografió en la celebración del 18 de septiembre bailando cueca justo tres días antes de morir a causa del atentado que hizo estallar su auto en pleno centro de Washington. Cuenta que también fue cercano de un joven Rodrigo Rojas de Negri, a quien formó y traspasó sus conocimientos. “La muerte de Rodrigo fue terrible. Quedamos muy mal psicológicamente, armamos un vínculo a partir de eso”, comenta Álvaro Hoppe, fotógrafo, colega y amigo de Montecino, a quien conoció durante los años 90, mientras realizaba trabajos para un medio internacional. 

En el ático de su hogar, a lo que Montecino llama su “estudio”, almacena gran parte de sus registros. Alzando una foto antigua destaca las imperfecciones del cuadro, con varios destellos porosos y granulados, que en su visión le entregan toda una esencia de tiempos pasados “Algunas fotos se ven feas e imperfectas, pero ¿acaso no fue así la dictadura?”. Para él, la fotografía siempre debe tener un poder emotivo, no ser tan literal. Para Montecino, el sentido del asombro es parte de la magia de una buena toma, la curiosidad que despierta y como esa foto puede despertar emociones y recuerdos. 

Fotografía del estudio de Marcelo

Bio:

Amelie Lefranc Villa (@ameliepascale_) es alumna de tercer año de la Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica (@fcomuc). Ha participado como columnista y colaboradora de producción en Módulo 2 de Radio UC, además  de la realización de diversos trabajos periodísticos en la formación de la carrera.