El periodista Sergio Campos ha informado a los chilenos por más de 50 años a través de la radio y televisión. Le ha tocado estar frente a los micrófonos en los momentos más críticos de la historia reciente de Chile, como el régimen militar, la vuelta a la democracia y el estallido social. La locución, el periodismo y la pedagogía son las tres pasiones que lo mantienen vigente a sus 74 años. Su primera gran historia como profesional la vivió el 11 de septiembre de 1973 junto a La Moneda y aquí la recuerda.

Por: Sebastián Cornejo I. (@seb.cornejo)

“¡Esta es Corporación, la voz de la revolución!”, vociferó el periodista Sergio Campos Ulloa pegado al micrófono mientras los cazas de guerra de la FACH volaban sobre su cabeza y las ventanas de los edificios aledaños estallaban como tiritas de papel. Solo la angosta calle Morandé separaba la emisora de la casa de gobierno en llamas. 

Era mediodía en Santiago. El cielo estaba completamente apagado por las nubes. Los Hawker Hunter surcaban dejando una estela de plomo y balas. Las tanquetas reptaban hacia La Moneda con sus cañones en alto. Junto al golpe de Estado perpetrado por las Fuerzas Armadas, se estaba emitiendo la última transmisión de Radio Corporación, dial CB-114 AM del Partido Socialista, comprada a El Mercurio dos años antes.

“Fue un estruendo que te remece. Quedas con un vacío de tu existencia, como si te derrumbaras de un andamio. De un golpe”, recuerda hoy Campos, de 74 años, cuando los cohetes Sura P3 reventaron al otro lado de la vereda. Uno por uno, hasta contar 18 en 7 ataques frenéticos y consecutivos. 

Sergio Campos es un comunicador forjado en boletines radiales, con un largo recorrido iniciado en Corporación en 1969. Actualmente cuenta con múltiples galardones en distintas áreas, como la Orden al Mérito Docente y el Premio Nacional de Periodismo. Tenía 24 cuando le tocó locutear su primer hito, y estaba apenas a 50 metros de distancia: “No solo se estaba derrumbando una parte de La Moneda, sino que se estaba derrumbando la democracia en Chile”. Para él, ese día había comenzado mucho antes. 

A la una de la madrugada lo habían citado en los estudios del tercer piso de Morandé 25, debido a los rumores de una posible sublevación de la Armada y el Ejército. Eric Schnake, senador y secretario general de comunicaciones del PS a cargo de Corporación, había advertido horas antes que un convoy de militares estaba patrullando cerca de la antena de radio, ubicada en Vicuña Mackenna. Posteriormente se conocería como el inicio de la Operación Silencio.

Campos repetía “llueve sobre Santiago”, mientras sonaba de fondo la alegre melodía cubana de la Guantanamera. Aquellos eran mensajes cifrados, y acordados con anterioridad con dirigentes políticos, para que oyentes y militantes entendieran que el golpe había comenzado. El presidente Salvador Allende llamó en repetidas ocasiones a la radio para confirmarlo en vivo ante la ciudadanía.

La emisora avanzaba a todo vapor hasta que, a las 9:00 de la mañana, todo quedó en silencio: “La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de radio Portales y radio Corporación…”. Con aquellas palabras el mandatario iniciaba su último discurso por la frecuencia de Magallanes. Todo estaba fríamente calculado.

Aunque el equipo periodístico de Corporación se había repuesto del intento de censura mediante un moderno maletín que les permitía transmitir en FM, la recepción fue extremadamente limitada. Mientras tanto, Miguel Ángel San Martín, jefe de prensa de la radio, le ofrecía a Allende por teléfono ir con los periodistas a defender La Moneda junto a él: “Compañero presidente, Carabineros abandona el palacio, los tanques le rodean. Somos una veintena de personas, y estamos dispuestos a cruzar la calle”, declaró San Martín desde los pisos superiores de la emisora.

“¿Sabe usted cuántos caerían si hiciéramos un pasillo armado para que ustedes crucen la calle? Un solo caído sería demasiado precio. No. ¿Y sabe qué…? No me moleste más…”, contestó Allende, que dejó descolgado el teléfono sobre la mesa de su oficina. 

Preso por educar, preso por informar

El periodista Miguel Ángel San Martín, de ahora 79 años, conoció a Campos cuando este arribó desde Rengo con 12 años a estudiar junto a él en la Escuela Normal José Abelardo Núñez: “Llegó del sur cabrito chico, con pantalones cortos. Nos conocimos mucho, porque como él era hijo único, pasaba conmigo en mi casa”, relata su amigo y exjefe por coincidencia en Corporación. 

Campos recuerda vívidamente cómo, cuando tenía nueve, escuchaba la radio para la elección presidencial entre Eduardo Frei, Jorge Alessandri y Salvador Allende en 1958. Años después convenció al director de la escuela, el papá de San Martín, para abrir una pequeña radio en el colegio. Se llamaba Gabriela Mistral: “Siempre me gustó la radio. En el colegio transmitíamos música, deportes y, por paradojas del destino, marchas militares”, recuerda.

En el colegio se le inculcó la vocación hacia la pedagogía. En 1967, cuando cumplió los 18, se tituló como profesor normalista y, junto a su rol de locutor radial en Corporación, empezó a hacer clases en la escuela Consolidada a niños de escasos recursos y con limitaciones intelectuales: “Mi convicción política empezó cuando era profesor. Creía que un gobierno popular podía sacar a Chile de la miseria”, explica. Además, participó en el Sindicato Unitario de Trabajadores Educacionales, incluso después del golpe.

“¡Dice mi comandante que vaya!”, ordenó un militar a Campos quien, con la tiza en la mano, hacía clases a los niños en 1974. Estaba siendo arrestado junto a otros profesores sindicalistas, por supuestamente conservar literatura marxista en el colegio. Era la segunda vez que lo tomaban detenido. 

La primera ocurrió meses después del golpe, el locutor fue citado a declarar a la Academia de Guerra por las “transmisiones rebeldes” del día 11 del año anterior. Recuerda que esa vez lo hicieron permanecer vendado y de pie durante dos días en un calabozo. Al intentar acomodarse para dormitar el cansancio, recibía patadas e insultos de los militares de guardia. 

Cuando fue liberado tras la segunda detención decidió irse a Argentina. Dos años más tarde regresaría a un Santiago que recuerda como “triste y gris” para incorporarse a las aulas nuevamente.  En 1977, mientras era locutor nocturno en radio Yungay para complementar sus clases con los niños en el día, recibió una oferta que no podía rechazar. Era para leer las noticias en el día, pero en radio Cooperativa.

Cortar el silencio con el filo del micrófono

“¡Urgente. El diario de Cooperativa está llamando!”. A través de la señal 76 AM suena un redoble de tambores. Los pelos de los auditores se encrespan. La cortina icónica de “El diario de Cooperativa” presagia que algo importante acaba de pasar en algún lugar de Chile: “Me pone alerta. Cuando escucho los tambores, paro lo que estoy haciendo y escucho lo que dice la radio”, declara Richard Calderón, fiel auditor del programa de Sergio Campos desde la década de los 80. Ese día de 1985 la radio le contó que habían encontrado los cuerpos de tres hombres en un sitio eriazo en Pudahuel. Estaban degollados.

Sergio Campos conoció con un dolor intenso la identidad de los asesinados por oficiales de Carabineros, debido a los detalles entregados por los reporteros de Cooperativa: José Manuel Parada, Santiago Nattino y Manuel Guerrero. Este último había sido su amigo cercano en la Escuela Normal y colega en la Asociación Gremial de Educadores. El día que fue asesinado vestía una chaqueta café, la cual Campos reconoció que era de él. 

La División de Comunicación Social (Dinacos) del régimen militar clarificó que daría la identidad de los cuatro sujetos a las ocho de la noche. Cualquier medio que osara a infundir la información por su cuenta, se arriesgaba a ser temporalmente clausurada, como ya era costumbre para Campos y su equipo. Lo habían aprendido “a la mala”, tras cubrir las diversas jornadas de protestas durante el inicio de la década de 1980.

Sin embargo, a eso de las 20:05 de la noche, Campos, con el teléfono prestado en la Vicaría de la Solidaridad, lugar de trabajo de Parada, llamó a la radio para hacer el despacho con los nombres.

“Fue fuerte. Era una realidad dura. Las noticias que daba la Cooperativa eran las que más estaban pegadas a la realidad”, rememora Calderón, quien también conoció por la voz de Campos el caso “Quemados”, crimen perpetrado por una patrulla de militares al mando del capitán Pedro Fernández Dittus que prendió fuego a dos manifestantes, de 18 y 19 años, tras ser rociados con parafina en 1986. 

Campos asegura que la censura previa o los cierres forzados nunca le hicieron retroceder. Cuando le tocaba estar fuera del aire, hacía boletines escritos o grababa casetes con testimonios y las mandaba a emisoras hermanas como radio Chilena, Santiago o Carrera, para así seguir informando: “Por supuesto que no paramos, para mí era muy importante la defensa de los derechos humanos, y la solidaridad con la gente que estaba sufriendo. Por eso estuvimos luchando, por la libertad de expresión y para recuperar la democracia”. 

“Usted tiene derecho a saber la verdad, y la verdad está en los hechos”, se volvió el eslogan de Campos, grabándose en la memoria colectiva de los chilenos. Con la astucia que desarrolló en Corporación, dice que entregaba “mensajes subliminales” a los auditores para así sortear el brazo estrangulador de Dinacos: “¡Atención, chilenos! ¡En 20 minutos serán las ocho de la noche!”. Aquello le indicaba a la gente que se avecinaba el caceroleo en contra de la junta.

“En los años 80 hacer un periodismo que buscara defender la democracia requería una cuota grande de valentía”, dice la periodista y locutora Verónica Franco, quien empezó a trabajar en la radio en 1991, cuando Augusto Pinochet ya había entregado el poder. Hoy, cuenta ella que la química entre los dos es “de taquito”, por los 11 años años que llevan haciendo el programa juntos: “Si él ha estado presente dentro de la memoria de tanta gente, como la voz de El diario de Cooperativa en dictadura, es por algo”, agrega.

El guiño del periodista

Campos se tituló de periodista recién en 1995 en la USACH. Fue un acto “casi protocolar” para reflejar formalmente su medio siglo de servicio. Luego sería reconocido con el Premio Nacional de Periodismo 16 años después. Se lo entregó el presidente de la República, Sebastián Piñera. Hoy sigue haciendo clases como profesor en la escuela de Periodismo de la Universidad Central. Sus compañeros de trabajo aseguran que “hay Sergio para rato”, pero él ve la posibilidad de colgar los audífonos de locutor: “Llega un momento donde uno tiene que descansar. El camino ha sido arduo”.

En el sexto piso del Ministerio de Defensa, a pasos de La Moneda y el extinto estudio de Morandé 25, está el jefe de gabinete Francisco Astudillo llamando por celular: “Es que estay muy viejo, Sergio. Ya no sé qué hacer contigo”, bromea. 

Astudillo conoció a Campos en 1996, durante los gobiernos de la Concertación. Recuerda cuando le tocaba trabajar en el turno de noche y su amigo pasaba por Cooperativa desde Megavisión, donde fue conductor de medianoche, a revisar los titulares del día siguiente. Les traía sándwiches a los que trabajaban en los estudios de la radio, ubicada en ese entonces en Providencia: “Sergio es una persona bondadosa, atenta. Siempre tiene una palabra de ánimo y siempre se ha preocupado de los demás colegas”, dice mirando en dirección a la fachada sur del palacio reluciente y blanco pulcro. 

Recubierto de ceniza grisácea, y chamuscado por el fuego ya extinto, ese mismo frontis de ladrillo, pegado con cal y arena, indicaba que el bombardeo había cesado. Sergio Campos y San Martín corrían despavoridos desde las cercanías de ese lugar, tras la irrupción del Ejército y la FACH en el edificio del actual Banco Estado. Ambos iban dejando atrás todo el equipo radial que había sido uno de los más modernos en ese entonces. San Martín dice que presenció minutos antes cómo retiraron por la puerta de Morandé 80, en camilla de lona y cubierto por un chamanto de colores, el cuerpo de Salvador Allende.  

Ambos llegaron a la Alameda y descendieron hasta Manuel Montt desorientados bajo la llovizna, escuchando disparos al aire. Comentaban sin frenar las pisadas el shock que acababan de sobrevivir. 

Al oscurecer, arribaron a la casa del locutor Sergio Neri buscando refugio. Había comenzado el toque de queda que se impondría regularmente por los próximos 14 años. Campos se tumbó en el living y le costó quedarse dormido. Las grabaciones del 11 de septiembre de Corporación, que dejaron escondidas en algún lugar recóndito del pasaje Antonio Varas, y las balas incrustadas en la fachada del edificio de Morandé 25, son hoy como memorias perdidas 50 años después. 

“Yo siempre a Sergio le digo: ‘tú no eres locutor, tú eres un comunicador social’, y como tal eres el más importante en Chile”, sentencia San Martín, quien esa noche descansó también en la casa de Neri pensando cómo había fracasado la democracia en Chile.

Campos, con un tono innato de profesor, comenta que hoy su misión sigue siendo inspirar: “Uno tiene que estimular a las nuevas generaciones de periodistas para que puedan alcanzar un desarrollo óptimo. Eso a la gente le hace mucho sentido y me siento muy gratificado por ello”, recalca. Actualmente sigue despertando a los chilenos a las 6:00 A.M en punto para dar las noticias con su característica voz de tenor grave, junto a los tambores de El Diario de Cooperativa.   

Sobre el autor: Sebastián Cornejo (@seb.cornejo) es estudiante de tercer año de Periodismo en la FCOM UC (@fcomuc). Es director del medio estudiantil El PUClítico (@el_puclitico). Se ha dedicado a cubrir política universitaria de la UC y las elecciones FEUC desde 2021. Además, es editor del Kmcero (@revistakmcero).