Durante años, el término “generación sándwich” se ha implementado para referirse al grupo de personas que cuidan de manera simultánea a sus padres e hijos. Tras la pandemia, este grupo quedó aún más expuesto a una rutina agitada y tuvo que adaptarse a nuevas formas de vida. ¿Cómo lo hacen hoy?

Por: Trinidad Riobó Maturana @trinidadriobo

Edición: Sofía Campos @sofiacamposh

 

“Me levanto a las cinco de la mañana y paso a ver a mi hijo a la casa de mis papás porque le cuesta mucho levantarse. Un cuarto para las siete de la mañana estoy en el colegio del que soy directora y como estamos con un problema grave de personal, lo abro yo. Al mediodía tengo que ir a buscar a mi hija al colegio o tengo que llevar a mis papás al doctor. Estoy en el colegio hasta como las cinco, cinco y media, si es que no me sale una reunión. De ahí paso a la casa de mis papás, les compro pan, los acompaño y voy a la farmacia. Después de todo eso, recién llego a mi casa”.        

Cecilia Rebolledo (en el medio), junto a sus hijos.

Este es un día normal para Cecilia Rebolledo (51), directora del colegio Abraham Lincoln de San Bernardo y quien está a cargo del cuidado de sus dos hijos y sus padres. Su hija menor, de 17 años, todavía está en el colegio y su hijo mayor, Sebastián, de 27, padece trastorno bipolar de grado uno desde los 18. Él vive con sus abuelos maternos para acompañarlos durante la noche ante cualquier eventualidad. El padre de Cecilia, con 75 años, tiene Parkinson e inicios de demencia senil, mientras que su madre, con 74, tiene diabetes y problemas respiratorios. ​​“De tener dos hijos ahora tengo cuatro, ya no pueden vivir solos 100% y hay que estar pendiente todo el día”, agrega Cecilia.                                           

El término “generación sándwich” fue empleado por primera vez por la trabajadora social estadounidense Dorothy A. Miller en el artículo “The ‘sandwich’ generation: adult children of the aging” en 1981 y sigue vigente hasta el día de hoy Quienes conforman este grupo son las personas entre los 45 y 60 años que cuidan a sus padres e hijos. “Son los hijos adultos de los ancianos que están ‘en un emparedado’ entre sus padres ancianos y sus propios hijos en proceso de maduración, estando sujetos a una gran cantidad de estrés”, menciona Miller en su publicación. 

También suele denominarse como “la generación del medio” porque está efectivamente ubicada en la mitad y tiene una doble obligación generacional: la población ascendente y descendente.

Aun así, el tema no es tanto la edad de los responsables de sus familiares, sino las consecuencias del rol que ejercen que repercuten en ellos. Según los expertos, el trabajo, el estrés, el aumento de la esperanza de vida y la postergación de las nuevas generaciones son algunos de los factores que influyen en la calidad de vida de este grupo.

Si bien las definiciones contemplan tanto a hombres como mujeres, la realidad actual, asegura Beatriz Fernández, socióloga de la Universidad Católica e investigadora asociada del Instituto Milenio Micare, centro que estudia el cuidado y acompañamiento de personas mayores, personas con discapacidad intelectual y del desarrollo de sus cuidadoras y cuidadores desde todas sus aristas, asegura que son las mujeres quienes asumen la responsabilidad del cuidado. “Debemos evitar eufemismos, finalmente la generación sándwich se compone particularmente por mujeres. Es importante tenerlo en consideración para evaluar las consecuencias del fenómeno”, dice. 

El aumento de la esperanza de vida en la población, postergación de la maternidad y la inserción laboral de las mujeres son tres de los principales factores que han hecho evolucionar la concepción de este grupo. 

En primer lugar, explica Fernández, hay una “transición demográfica hacia un país cada vez más envejecido en donde no todas las personas mayores son dependientes, pero sin duda mientras más años se vive, más probabilidades hay de finalmente tener algún problema de salud y empezar a tener dependencias funcionales”.

Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), la Esperanza de Vida al Nacer (EVN) de los chilenos se ha “triplicado producto de la implementación de políticas de salud pública, la disminución y posterior erradicación de la desnutrición infantil, el aumento del nivel de escolaridad y la universalización de la educación, el incremento en la calidad de vida de la población y la reducción de la mortalidad infantil, entre otros factores”.

A lo anterior, se le suma el hecho de que las mujeres han aplazado la maternidad, teniendo hijos cada vez más tarde. Las generaciones suelen toparse durante un periodo de tiempo mayor, produciendo una doble responsabilidad. “Al haber una tendencia de tener hijos en edades más avanzadas, se genera un encuentro entre la crianza de los hijos junto a los padres que además van a vivir más años. Te topas con esa disyuntiva de necesidades”, agrega la socióloga. 

En Chile la proporción de mujeres que trabajan remuneradamente todavía es baja. “Con la pandemia disminuyeron y hoy día se recuperó, pero estamos hablando del 50%; solo una de cada dos mujeres”, enfatiza la investigadora y socióloga. Según el informe “Igualdad de género en Chile: Hacia una mejor distribución del trabajo remunerado y no remunerado”de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) la tasa de empleo femenino es de un 53,3%, siendo casi 20 puntos porcentuales más baja que la masculina. Los desafíos de la inserción de las mujeres en el mundo laboral siguen vigentes y la situación no se hace más fácil considerando el trabajo que significa el cuidado de otros miembros familiares. 

 

Un nuevo ingrediente: Lo que dejó el COVID-19

Con la llegada de la pandemia, la situación de las cuidadoras se hizo más evidente, puesto a que todos los ámbitos de sus vidas estaban concentrados en un mismo lugar: sus casas. La socióloga Beatriz Fernández explica que lo que sucedió con las mujeres cuidadoras fue que se contrajeron exclusivamente al ámbito doméstico, especialmente las que trabajaban. “La pandemia eliminó todas las posibilidades de apoyo desde el sistema educativo, de mandar a los niños al colegio, al jardín, o que alguien externo viniera a apoyarte. Y además no había división de tiempo ni espacio, sino que estás ahí todo el día en la casa tratando de hacer todo. Y eso efectivamente agudizó o creó problemas de salud mental en muchas mujeres”, explica la socióloga e investigadora.

Nicole Cazenave con su padre. Santiago, 2020.

En 2020, con el decreto del confinamiento, Nicole Cazenave (49), debió trasladar a su padre de 81 años desde su campo en Taulemu, en la región de O’Higgins, a vivir con ella, sus dos hijas universitarias y su marido en Santiago. “La rutina era súper difícil porque el departamento era chico y cada uno estaba en su mundo. Mi papá echaba de menos el campo y despertaba todos los días desorientado. Mis otras dos hijas estaban con sus cosas de la universidad y mi marido salía a trabajar, lo que me tenía histérica porque todos los días tenía miedo de que mi papá se contagiara”.

Tras seis meses viviendo con su padre bajo su cuidado, con su demencia y condición física empeorando, Cazenave y toda la familia se contagió de COVID-19. “No me preguntes por qué, pero supe que esa semana sería la última. Nos sentíamos todos muy mal, pero estábamos todos preocupados por él”, comenta Nicole. “Mi papá se fue tranquilo mientras dormía, pero el golpe fue aún más duro porque de alguna manera u otra, ya lo habíamos integrado a la dinámica familiar cotidiana”.

Ser parte de la generación de mujeres que cumplen con todas las exigencias que requiere el cuidado de dos generaciones, sumado a una creciente inserción laboral, no es fácil. Para muchas, incluso, no existe una manera de hacerlo todo al mismo tiempo, y deben acudir a redes de apoyo. 

María Angélica Regueira es psicóloga familiar hace más de 25 años y actualmente es parte de la red de psicólogos Centro Luminus, centro de derivación psicológica según las necesidades especiales de cada paciente y con distintos estilos de psicoterapia..  Trabaja con familias completas abarcando el ámbito emocional y mental interviniendo transversalmente. Ella enfatiza en que la aceptación de las emociones y sentimientos es una parte fundamental del proceso de cuidado y del hacerse responsable de otros miembros familiares. “Si las emociones no son integradas, si no son elaboradas y discriminadas, en con qué me quedo y con qué no, terminan actuando por sí mismas, más allá de mi voluntad consciente. Y eso, finalmente, en el futuro va generando repercusiones negativas, se instauran patrones distintos, para los hijos y para la descendencia posterior”, dice.

A los 55 años, Guadalupe Rodríguez es directora de un jardín infantil en Las Condes. Es casada, tiene cinco hijos y cinco nietos y cuida de sus padres. “Es difícil compatibilizarlo todo, hago un tetris para organizarme. Siempre está el sueño de tener tiempo para hacer cualquier otra cosa que no sea lo que demanda una familia, pero no es que sea atroz. Estoy feliz, es parte de mi vida. Lo vivo de ese modo y me apoyo en mi familia. En la pandemia tuvimos que aprender a trabajar en equipo y hasta hoy, es lo que más me ayuda”, comenta Guadalupe. 

Por su parte, Fernández, enfatiza en el importante rol que cumple la contención de otros. “Es crucial el rol del entorno. Empezar a cuidar va a generar cambios relevantes sobre cómo hablamos, en tu tiempo, tus recursos, tus redes, etcétera. Pero claramente si tienes una red de contención, llámese pareja, hermano, vecinos, amigos, pensando como la red más informal, por supuesto que vas a poder tener mayor capacidad de resiliencia y que tus síntomas ansiosos y depresivos no gatillen finalmente problemas de salud más profundos”, agrega.

 

Trinidad Riobó es estudiante de periodismo de tercer año en la Facultad de Comunicaciones de la UC. Actualmente es Secretaria General del CECOM, ha participado en distintos programas de Radio UC y es actual editora de la revista KMCero.