En Chile, 19.867 personas viven en situación de calle, según cifras de mayo de este año. En 2019, el Ministerio de Desarrollo Social comenzó a implementar un modelo para combatir este problema, que ya se ha puesto en marcha en varios países de América Latina y Europa: antes de cualquier intervención social o médica, a los participantes se les entrega un hogar propio. Llave en mano, pueden comenzar su proceso de reinserción. Estas son algunas historias.

Por María Victoria Agouborde K. (@ita_agouborde)

Edición por Jǒzepa Benčina C. (@joze_benchi)

Pedro Ulises Díaz Cuevas nació en 1963 en Nueva Imperial, en la región de la Araucanía, del vientre de una madre que lo rechazaba, de la sombra de un padre sin nombre y criado por la mano de una abuela dura, muy dura. A los veintitantos quiso abandonar las tierras del sur y, junto a un amigo, partió rumbo 600 kilómetros al norte, a Santiago. Ahí estuvo de paso, su destino final era Melipilla. Recuerda que las micros que salían de la capital pasaban por fuera del Hogar de Cristo. Desde la ventana veía a gente salir de ese lugar.

Pedro es un hombre menudo, de un metro cuarenta y cinco de alto. Moreno, de nariz aguileña y de un pelo oscuro que empieza a entrever sus primeros tintes blancos. Viste una polera de piqué verde claro y un polerón azul chillón. Tiene una voz frágil que se quiebra con facilidad. También se ríe como un niño.

Con 59 años, hoy Pedro es uno de los que entra y sale  del Hogar de Cristo. La obra que dejó el santo chileno, Alberto Hurtado Cruchaga, sigue siendo lugar de acogida para los que, como Pedro, por esas volteretas que da la vida, se caen fuerte como para llegar a dormir en el peor lugar para conciliar el sueño: la calle. En Chile son 19.867 las personas que viven en esta situación, según datos de mayo de 2023 del Ministerio de Desarrollo Social y Familia

“Es difícil vivir en la calle, muy difícil. Uno desea bañarse y no tienes agua. Son hartas cosas que cambian, pero no había otra cosa. Estaba mal, totalmente mal, como que no veía ningún paso más adelante, solamente esperar la hora que alguien te pase y te atropelle o que en la noche alguien venga y te mate. Eso es una esperanza”, dice Pedro con la voz entrecortada.

Actualmente es uno de los 547 beneficiarios -484 hombres y 62 mujeres- del programa estatal Vivienda Primero o, para fines administrativos, Vivienda con Apoyo. Esta iniciativa  llegó a Chile en 2019 importada desde Estados Unidos. Su fin es apoyar la reinserción de las personas en situación de calle a través de una premisa: un techo y lo demás vendrá después. Este modelo es financiado por el Ministerio de Desarrollo Social y lo implementan vía licitación instituciones privadas: Hogar de Cristo, Nuestra Casa, Moviliza, Cristo Vive, Cidets, Las Viñas, Luxemburgo, Catim, Mission Golden. Además, actualmente lo ejecuta la Municipalidad de Los Ángeles y el Arzobispado de Puerto Montt.

El programa está enfocado a personas mayores de cincuenta años que lleven un periodo de cinco años en la calle. A ellos no se les exige nada más que su voluntad de querer participar. La puerta es ancha: no es necesario ser abstinente al alcohol, ni a ningún tipo de droga, tampoco ser parte del mercado laboral. Sin embargo, al momento de ingresar al programa, firman un compromiso de destinar el 30 por ciento del total de sus ingresos a la vivienda. Para los que no reciben renta, cada 15 días se les da $25.000 pesos para cubrir su alimentación.

Según el Ministerio de Desarrollo Social, al año 2021 el 94% de las personas que ingresaron al programa permanecieron más de seis meses consecutivos en su vivienda. En 2022 ese valor llegó al 77% con un total de 503 beneficiarios. 

Aunque no fue posible evaluar el porcentaje de personas que mejoraron su salud en el 2021, en el 2022 el 96% de los beneficiarios progresó en al menos una de las ocho dimensiones de salud: emocional, espiritual, intelectual, física, ambiental, financiera, ocupacional y social.

De igual manera, un 75% de los participantes mejoraron su integración social en el año 2021, este valor llegó a 79% en 2022.

UNA IDEA

“Esto es un problema”, pensó el estadounidense Sam Tsemberis en los años noventa mientras caminaba de vuelta de su trabajo como psicólogo clínico en el Hospital Bellevue de Nueva York cuando vio que varios pacientes que atendía en su consulta estaban viviendo en la calle. Esa observación lo llevó a dejar su trabajo para dedicarse a ese número de personas que comenzaron a llenar las cuadras de Estados Unidos y crecieron exponencialmente desde los años ochenta durante la administración de Ronald Reagan.

Con el plan de instaurar un gobierno de menor tamaño, una de las medidas que tomó el presidente republicano fue dejar de construir viviendas públicas: “Antes de Reagan, los estadounidenses al año estaban construyendo 350.000 unidades habitacionales a nivel nacional y, después de él, entre 5.000 y 3.000. Nada”, comenta Tsemberis. Eso, sumado a que el mercado inmobiliario comenzó a subir y era cada vez más difícil acceder a una vivienda, especialmente para las personas que sufrían de afecciones psicológicas: “Muchas de las primeras personas en quedarse sin hogar fueron las que tenían enfermedades mentales o adicciones, porque no tenían ni ingresos ni una familia”, agrega.

Al dejar su puesto en el hospital, pasó cuatro años trabajando por las personas en situación de calle en Nueva York sin buenos resultados. Seguía el modelo que estaba instaurado: hacer que las personas fueran a albergues, tratarlos psicológicamente y luego prepararlos para vivir en una casa. Nuevamente vino una observación.

— ¿Qué tal si vamos a recibir un tratamiento en la clínica? le preguntó Sam a un hombre en situación de calle.

— No, no necesito tratamiento, solamente necesito un lugar donde vivir ¿Puedes conseguirme un lugar para vivir?, le respondió tajantemente.

Y tomó acción: “No le vamos a decir a la gente qué hacer, les vamos a preguntar qué quieren (…) Y como ninguna otra empresa de vivienda los aceptaría a menos que estuvieran sin adicciones, sobrios y tomando medicamentos, tuvimos que iniciar nuestra propia empresa de vivienda”.  

Así nació Pathways to Housing, la ONG que creó Sam junto a su equipo y que transformó la forma de entender el problema de la situación de calle. Hay que partir por lo esencial: una casa.

¿Un techo y ya está? Tampoco se reduce a eso. Desde Nueva York, Sam enfatiza en el acompañamiento personalizado que se le entrega a los participantes: “No es solo tener una casa. Comienza por tener una casa. No tendrías este éxito si no tuvieras especialistas visitando regularmente a las personas después de tener su casa (…) La vivienda solamente soluciona la situación de calle, no soluciona la soledad, no soluciona las enfermedades mentales, no soluciona las adicciones, no resuelve la pobreza. Pero debido a que se ha resuelto la falta de vivienda, ahora se sabe dónde visitar a la persona y cómo trabajar con ella para empezar a solucionar los otros problemas”.

Y la evidencia se deja ver. El estudio a mayor escala evaluando el modelo Housing First se hizo en Canadá, en las ciudades de Vancouver, Winnipeg, Toronto, Montreal y Moncton. 2000 personas fueron sujeto de estudio y se concluyó que, después de dos años, el 62% de los participantes se mantuvo en la vivienda todo el tiempo, comparado con el 31% de permanencia que tuvieron aquellos a los que se les solicitó iniciar un tratamiento antes de pasar a una vivienda. De igual manera,a través de un análisis económico se pudo constatar que el modelo Housing First es una buena inversión, ya que se reducían costos en albergues, alimentación y emergencias médicas.

A LA CHILENA

La implementación del modelo ha resultado un ahorro sustantivo para el país. De acuerdo al Ministerio de Desarrollo Social, según proyecciones de 2019, el costo anual para el Estado de personas con largas trayectorias en la calle es cercano a los 14 millones de pesos per cápita. Aplicar el programa Vivienda Primero, según datos del mismo ministerio, significa un ahorro de costos de hasta los 5.700 millones de pesos.

El 7 de mayo de 2019 Alfredo Moreno Charme, a la cabeza del Ministerio de Desarrollo Social, entregó la primera llave, dando inicio al programa piloto de Vivienda Primero en Chile. Lo acompañaba el exministro de Vivienda y Urbanismo, Cristián Monckeberg y el director nacional social del Hogar de Cristo, Pablo Egenau, al momento de entregar dos viviendas en Estación Central.

Tres años después, en una sala de reuniones en el piso 17 de un edificio cubierto por vidrios impolutos, Moreno recuerda el problema a resolver en torno a la situación de calle en Chile: “¿Qué se hace con esas personas que ya llevan muchos años, que tienen toda esta situación tan compleja y que los sistemas tradicionales no los logran sacar de ahí?” 

En conversaciones con el Hogar de Cristo llegó a su conocimiento el modelo Vivienda Primero. Desde el Ministerio de Desarrollo Social decidieron hacer parte a la sociedad civil en la implementación del programa porque esa experiencia no podía ser desaprovechada: “En Chile tenemos fundaciones y capacidades que colaboran mucho a lo que el Estado puede hacer en cualquiera de estos temas. Cada vez que hay un problema social grande, que el Estado no ha logrado superar, aparece gente de buena voluntad que se ha juntado y que ha dedicado la vida a intentar resolver el problema en forma privada”, dice el ex ministro. Luego de mucho estudio se implementó. Pero a la chilena.

Tamara Elgueta, asistente social de profesión y encargada del plan piloto que desarrolló el Ministerio de Desarrollo Social junto al Hogar de Cristo, comenta que en Chile, desde el principio, el programa fue pensado en una vivienda compartida entre dos y tres personas, cosa que no pasa en el país natal del modelo, donde cada participante cuenta con su propio espacio. 

Karinna Soto, jefa de la Oficina Nacional de Calle, dependiente del Ministerio de Desarrollo Social, comenta que decidieron hacer un cambio al modelo original de Housing First porque: “Primero, la cultura latina es bien distinta y muchos de los participantes sí querían vivir acompañados. Por otra parte, hay diversos estudios que indican que la convivencia muchas veces habilita a las personas para hacer ciertas cosas, porque vivir solo igual retrae algunas competencias. Además, por el costo-efectividad de la política, decidimos que fueran casas compartidas porque si no, subía bastante el precio”. Este modelo de viviendas compartidas también ha sido replicado en otros países como Costa Rica, Brasil y Uruguay.

Sam Tsemberis comenta que puede ser más complicado este tipo de implementación: “Creo que es más difícil juntar a los participantes en un mismo departamento, porque todos ellos tienen problemas. A veces es difícil llevarse bien incluso si eres familia. Entonces, tres extraños bajo el mismo techo, cada uno con diferentes desafíos, podría funcionar, pero depende si las personas permanecen en la vivienda y les va bien”.

A Pedro, por su parte, le ha funcionado. Comparte con Jorge Zapata el departamento del piso 18 en la comuna de Independencia, al que le costó acostumbrarse porque “nunca había estado tan alto”. Los dos se conocieron en la hospedería de hombres del Hogar de Cristo en la calle Jotabeche 3828. Se llevaron bien y pidieron quedar juntos cuando postularon al programa.

Sentada al lado de Pedro, Camila Muñoz, asistente social y quien lo acompaña en su proceso de reinserción, dice que fue mejor que ellos mismos decidieran su compañero de vivienda porque “de cierta forma no experimentábamos en cuanto a los rasgos de personalidades y hasta hoy en día se mantienen en el programa juntos”.

Pedro hace poco comenzó a trabajar en limpieza en una hospedería del Hogar de Cristo, pero sin un horario fijo. Lo llaman cuando lo necesitan. Para él, volver a trabajar ha sido una terapia: “Me estaba bajoneando en el departamento. Solo, ahí encerrado, todos los días tele, tele, tele”. Con respecto a su futuro, no tiene planes: “Pienso en el día a día, de vivirlo y de disfrutarlo. Si me dan ganas de comer algo, tengo mis lucas, lo compro y me lo como”. 

HERMANA TERESA WINTER 

En la esquina de la calle Lircay con Las Torres, en la comuna de Recoleta, en una estructura de ladrillo de color rojo, está la residencia Cristo Acoge para personas en situación de calle, perteneciente la fundación Cristo Vive. 

La hermana Teresa Winter llegó a Chile desde Alemania en 1989 como religiosa de las Misioneras Siervas del Espíritu Santo, y en 2010 dejó su congregación para formar parte de la Comunidad de Jesús, fundada por la hermana Karoline Meyer. Hoy es la encargada de los planes relacionados a la situación de calle de la Fundación Cristo Vive, entre ellos, tres proyectos pertenecientes al programa Vivienda Primero, con un total de 60 participantes. 

Con su alemán que aún se deja ver cuando habla español, sentada junto a sus dos perros quiltros de pelaje rubio -Candy y Odín- dice: “(Esta política pública) a nivel teórico, desde la mirada de los derechos humanos, es un lujo. De verdad es un lujo, es súper buena”. Para cada proyecto que tiene la fundación trabaja un terapeuta ocupacional, una asistente social y un psicólogo. “Esa es la tríada perfecta”, comenta la hermana.

Como fundación la primera licitación que ganaron fue el año 2019 y, hasta el día de hoy, el principal problema es la búsqueda de viviendas: 

— ¿Para quién quiere arrendar la casa? ¿Es para usted?

— No.

— ¿Para un familiar suyo? 

— No.

— ¿Para quién es entonces?

— Para un programa social (Cierran la puerta).

Tomando en cuenta esta experiencia, para el tercer proyecto decidieron contratar a una persona que los ayudara específicamente en la tarea de buscar los hogares para los participantes. Según la hermana Teresa, fue realmente un acierto.

También ha sido un desafío que las personas vuelvan a cocinar. En ocasiones, en la noche suena el teléfono de algunos de los profesionales del equipo: 

— Hola, quiero cocinar una cazuela ¿Qué necesito para hacerla?

O a veces, desde el otro lado de la línea, se escucha una voz que dice:

— Disculpe señorita, ¿Cómo se hace una sémola con leche?

Otra piedra en el camino ha sido la adaptación de las personas a las viviendas: “La gente está sobreexigida con la realidad con la que se encuentran. Al pasar treinta años en la calle, tú pierdes todos los hábitos, pierdes todas las tradiciones, pierdes todo lo que te marcó en tu infancia y en tu juventud”. La hermana Teresa recuerda la experiencia de un participante que le daba temor dormir en una cama por miedo a caerse: “Claro, durmiendo por treinta años en una colchoneta en el suelo y ahora está en una cama a esa altura, entonces por supuesto que tenía miedo”.

LA MANTEQUILLA Y EL CAFÉ

En la comuna de Santiago, en la calle Vergara, en el número 749, en el piso dos, en el departamento 207, la cosa es distinta. Tomando el pote de mantequilla con su mano izquierda y el tarro de café instantáneo con la derecha, Saulo explica: 

—Esto —la mantequilla— con esto —el café— nunca estuvieron juntos y de repente los ponen juntos de un día para otro, ¿cachái?

En el primer semestre de 2019, la mantequilla y el café fueron Saulo Urbina Navarro y Manuel Pastenes Cáceres. Ambos son participantes del programa Vivienda Primero y empezaron a compartir, de un momento para otro, ese departamento de 65 metros cuadrados, con dos piezas y dos baños, en el centro de la capital. 

Saulo, ad portas de los sesenta años, es moreno, con una argolla plateada en la oreja izquierda y una calvicie avanzada, pero de barba abundante. Baja la voz y agacha la cabeza para explicar que la convivencia no es fácil con Manuel. Respecto a las tareas del hogar dice: “No las dividimos, él no hace nada”. Pero también admite que, dentro de todo, se llevan bien: “No nos tiramos los platos, solamente las tazas”, dice riendo. Él se hace cargo de la limpieza de las áreas comunes porque tampoco se lo puede exigir a su compañero: “El Manuel, por ejemplo, no ocupa esto (apunta al living-comedor). Nada, casi nada. Entonces yo ¿Qué le voy a estar diciendo que limpie si él no lo ocupa? Además, ahora está con el problema de su mano, en el túnel carpiano, que ojalá lo operen lo más pronto posible y ahora tiene otro problema que también es medio complicado en una pierna. Entonces, con mayor razón, menos yo le voy a estar pidiendo que limpie”. Mientras tanto, se escucha un televisor de fondo, es Manuel viendo noticias en su pieza. 

“Y cada cual su vida también. De repente, ‘Hola Manuel, ¿Cómo estai? ¿Cómo amaneciste?’ y si lo puedo ayudar en algo, o él a mí, porque él también de repente me apoya en una que otra cosita a mí”. 

Mientras su compañero sigue viendo las noticias, Saulo, sentado en una de las cuatro sillas de madera que tiene su comedor, recuerda los primeros días bajo un techo. Estuvo cuarenta días solo antes de que llegara Manuel. Después de cinco años de calle intermitente, de arrendar piezas, de no poder pagarlas, de volver a la calle, de refugiarse en una posta, de vivir en una hospedería del Hogar de Cristo, lo único que esperaba era el llamado de la asistente social diciéndole: “Ya Saulo, vamos”.

Y un día de inicios de 2019, fue a su nuevo hogar. “Llegamos acá y esto no era lo que tú ves ahora. Estaba un sofá que era de dos cuerpos nomás, uno chiquitito, de color verde me acuerdo. No estaban ni las mesas, ni las alfombras, ni las plantas, ni ese televisor, nada, nada. Estaba como vacío. Bueno, de todas maneras, el departamento se veía mucho más grande”. 

Después de pasar la noche, Saulo comenzó a tomarle el peso a las llaves de su nueva casa: “Al otro día en la mañana, yo empecé a sentir la responsabilidad de la nueva etapa en la vida. Entonces, me dio un ataque de llanto. Para qué te digo, me las lloré todas porque no me sentí capaz de sacar esto adelante porque no había nada. Había más de lo que yo tenía, y tenía mi privacidad y mi espacio después de una vida prácticamente. Pero yo no me sentía capaz de cómo iba a armar esto, porque aquí faltaba todo, ¿cachái? Solamente había un juego de loza, una batería de cocina y un juego de servicio”. Después del llanto, lo primero que compró fue una escoba y una pala.

Hoy, a más de dos años viviendo en el departamento del número 207, los ojos de Saulo se llenan de lágrimas, pero esta vez de emoción al comentar cómo se vive después de la calle:“Lo más significativo para mí es tener un lugar donde poder recibir a mis hijos, a mi familia (…) Cuando estaba en la calle no me importaba nada, qué me iba a importar, qué tenía que perder. Yo no tenía nada, no tenía a nadie. Ahora es distinto, te podría decir que tengo una familia, que se preocupan por mí, que casi todas las semanas los veo. Que tus nietos corran a abrazarte es algo que para mí no tiene precio, ¿cachái? Entonces perder eso ahora sería catastrófico, por eso me cuido mucho, porque la familia tampoco está para la chacota”.

Bio: María Victoria Agouborde es alumna de quinto año de la Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica. La primera versión de este trabajo la desarrolló el segundo semestre de 2022 para el Taller de Crónica, dictado por el profesor Gonzalo Saavedra.