Ilustración Mathias Sielfeld

Nueve familias conviven hoy en una franja de terreno de 910 metros cuadrados. Más allá, desde 2011 en Chile se han cerrado 75 campamentos de los 657 que entonces se registraron, pero se desconoce la cifra de nuevos campamentos formados.

Por César Burotto

La lluvia caía con fuerza en Santiago. Jacqueline Muñoz, preocupada, despertó a Lucas, su hijo mayor para que la ayudara a revisar el piso. Juntos desplazaron una plancha de madera del suelo y con alivio descubrieron que la tierra aún permanecía seca. Eran las dos de la madrugada y los vecinos del Cité Los López estaban en su mayoría despiertos. Algunos tapaban goteras, otros movían sus camas para evitar que se mojaran y los que no tenían problemas con sus viviendas ayudaban al resto a cubrir los techos con plásticos.

El Cité Los López es el campamento más antiguo de Chile. Los datos del Ministerio de Vivienda (Minvu) indican que se formó en 1920, en ese entonces en terrenos que pertenecían a la comuna de Ñuñoa. Si bien no hay certeza de cómo se constituyó, se sabe que fue parte de los asentamientos precarios que surgieron en la capital luego de las migraciones campo-ciudad de comienzos del siglo pasado, producto del ocaso de la industria del salitre. En un comienzo, el Cité de Los López habría acogido a tres familias que se dedicaban a trabajos precarios, especialmente en el sector agrícola.

Hoy son 28 personas –nueve familias– las que comparten 910 metros cuadrados de terreno, algo así como la sexta parte de la superficie de la cancha del Estadio Nacional. El campamento se ubica en la comuna de Macul, en la calle Joaquín Rodríguez, un barrio principalmente residencial. Fabricadas con planchas de madera y de lata, desde lejos las viviendas parecen una sola construcción, pues están amontonadas unas junto a otras.

El desafío del Minvu

El catastro 2011 de campamentos del Minvu considera como campamento a los asentamientos humanos, preferentemente urbanos, de más de ocho familias y que carecen de –al menos– uno de los tres servicios básicos: agua potable, electricidad y sistema de alcantarillado. Según el mismo estudio, en 2011 existían 657 campamentos en el país, los cuales eran conformados por 27.378 familias. Desde ese estudio, en el Minvu aseguran que se han cerrado 75 campamentos en Chile.

La región con más asentamientos de este tipo es la de Valparaíso, donde en 2011 había 146, mientras que en la Región Metropolitana 4.645 familias vivían distribuidas en 117 campamentos. Ana Claudia Amar, Secretaria Ejecutiva de Aldeas y Campamentos del Servicio de Vivienda y Urbanización (Serviu), asegura que un cuarto de los asentamientos han sido erradicados desde 2011 en el Gran Santiago. El problema es que en el mismo periodo se han formado otros nuevos, pero no se conoce con certeza cuántos son. Pía Mondaca, Directora Social de la fundación Techo –ex Un Techo para Chile–, calcula que hoy existen cerca de 130 campamentos en la capital.

Para trabajar en la erradicación de los campamentos, el Minvu desarrolló una carta de navegación sobre la base del catastro de 2011. El objetivo era erradicar los asentamientos precarios y para hacerlo se estableció un orden de prioridades. La mayor urgencia estaba en aquellos lugares con las peores condiciones de vida, es decir, donde no se contaba con acceso a servicios básicos. También fueron prioritarios los campamentos en donde existían riesgos para las personas por las características físicas de los terrenos, como por ejemplo derrumbes o deslizamientos de tierra. Así, cuando se determina que un campamento debe ser cerrado, el Minvu busca la solución que más convenga a los pobladores. Se puede otorgar subsidios para que las familias elijan su propia vivienda en otro sector, construir casas nuevas en los mismos terrenos o en sectores ubicados en la periferia.

El gran problema hoy, a juicio de Pía Mondaca, lo sufren las personas que habitan en campamentos conformados después del catastro de 2011, ya que no aparecen en los planes del Minvu pues simplemente no existen en los datos y, de ese modo, lo afectados no pueden acceder a ningún tipo de beneficio.

Ana Claudia Amar estima que el Minvu está cerrando en promedio un campamento a la semana este año y, según el plan de trabajo, se deberían erradicar un tercio de los asentamientos precarios registrados en 2011 en la Región Metropolitana.

Los encantos del Cité

El Cité Los López es un campamento particular: si bien es considerado como tal en los registros del Minvu, no se encuentra dentro las prioridades para ser erradicado. Aunque todas las familias deban compartir dos baños y tengan que sacar agua de una misma llave, los vecinos cuentan con agua potable, electricidad y alcantarillado. El problema es que no siempre pueden pagar las cuentas y muchas veces se “cuelgan” de los cables de electricidad.

Catalina Ortiz vive junto a sus dos hijos, Jaime y Jorge, de 8 y 11 años, respectivamente. Los tres duermen en una misma cama, en una habitación de tres por dos metros. El suelo está cubierto por una plancha de madera, pero hay varios espacios en los que solo hay cartones. Catalina cuenta que una vez pudo obtener un subsidio para comprar una casa, pero que no logró juntar el dinero para pagar el resto. Asegura que con sus ingresos como vendedora de ropa en una tienda de la calle Bandera no le alcanzaría para costear las cuentas de una casa propia.

La principal dificultad para erradicar el Cité es la cantidad de familias que ahí viven. Como el terreno es tan pequeño no es posible construir viviendas sociales para todos en el lugar, pese a que el paño es propiedad de la municipalidad de Macul. Jacqueline Muñoz, quien vive en el Cité Los López junto a su hijo Lucas, descarta la idea de irse a vivir a una casa nueva en la periferia porque cree que perderá muchas de las comodidades que tiene actualmente.

La mayoría prefiere soportar las condiciones precarias de vivienda, antes que alejarse de Macul en donde tienen todo al alcance de la mano, como servicios de salud, liceos y la seguridad que, dicen, les brinda el barrio. Incluso la estación de Metro más cercana está a diez cuadras y los servicios de Transantiago, que pasan por Avenida Pedro de Valdivia, a solo una.

En 2007, Joel Norambuena logró comprar una casa en Estación Central. Aunque era pequeña, recuerda, tenía una pieza para su hijo y otra para él y su mujer. Alcanzo a vivir siete meses antes de que empezaran los problemas. Perdió su trabajo como jefe de seguridad en una sucursal bancaria y después de eso pagar las cuentas se convirtió en un desafío. Tres meses más tarde optó por vender la vivienda y regresar al Cité.

Joel hoy tiene 59 años. Con el dinero que le quedó por la venta de la casa le pagó una carrera como técnico electricista a su hijo, quien ya no vive con él. También instaló piso de madera en su vivienda y arregló el techo, el cual ahora es de lata y no tiene goteras. Joel sabe que probablemente vivirá el resto de su vida en el cité, lo que ya no representa un problema para él. Ahí tiene su vida, dice, sus amigos y un entorno tranquilo. Incluso, cuenta, un nuevo trabajo como guardia de supermercado, a tan solo 20 minutos de su hogar.

Sobre el autor: César Burotto es alumno de quinto año de periodismo y este artículo corresponde a su trabajo en el curso Taller de Edición en Prensa Escrita, dictado por el profesor Rodrigo Cea.