Ganadora del reconocimiento Monseñor Carlos Casanueva de la UC, la Premio Nacional Sol Serrano es una historiadora con 46 años de trayectoria. Columnista en Hoy, una de las primeras revistas de oposición a la dictadura de gran tiraje del país, repasa cómo su paso por este medio a fines de los setenta y principios de los 80 marcó su carrera y vida. “Lo que quedó de mí… para mí, fue lo que escribí en la revista Hoy”.
Por: José Gubbins Correa @josejo.se
Sentada en un sillón de un cuerpo, en un salón de su departamento frente al Parque Forestal, con la vista fija en el documento impreso que tiene en la mano, Sol Serrano relee una de sus columnas en la revista Hoy, una de las primeras revistas de oposición al régimen militar de gran tiraje.
“Súbitamente comprendo que tengo respuestas para todo. Cuando me dicen orden, yo digo libertad. Cuando me dicen balanza de pago, yo digo costo social. Cuando me dicen democracia protegida, yo contesto soberanía popular. Son verdades profundas que convertiré en un manual de educación cívica si no las repienso en mi fuero interno a partir de las nuevas experiencias. Pero me siento anquilosada. Porque he olvidado cómo se piensa de verdad”.
La columna se titula “Déjenme dudar” y se dedica a denunciar el pensamiento reactivo que se daba en la época de la dictadura. Luego de leer, Sol deja el papel sobre una mesa para luego decir: “Y eso es. Eso fue. Eso no ha cambiado. Esa soy”.
Sol Serrano Pérez, hoy con 69 años, es una de las más influyentes historiadoras del país. Premio Nacional de Historia en 2018 y premio Monseñor Carlos Casanueva en 2023, se licenció en Historia en la Pontificia Universidad Católica de Chile en 1977. Hizo un Master of Arts en la Universidad de Yale y un doctorado en Historia en la misma Universidad Católica. Sus trabajos más importantes están repartidos en los liceos y universidades a lo largo del país, como el documental “Nuestro siglo” de TVN, o el libro “Chile en el siglo XX” .
—¿Se sigue sintiendo igual a lo que dice en esa columna?
—Parece. Sí. Absolutamente, lo podría escribir tal cual. Y peor todavía, quizás.
Sol entró a estudiar Historia en 1972, pero un año y medio después, en julio, salió del país y se fue a Europa, angustiada por el ambiente polarizado y la tensión.
“Justo me tocó ver toda la llegada de los exiliados. En distintas partes”.
Luego del golpe, Sol, a un océano de distancia, decidió volver a su país y dedicarse a la historia.
“Ese viaje me hizo muy bien para saber al menos lo que no quería. Y lo que no quería era andar dando vueltas por el mundo, ni menos fuera de Chile […]. Yo quería estudiar en Chile. Pasara lo que pasara”.
—¿Y siempre quiso estudiar Historia?
—No. No sabía mucho qué era esto. Cuando volví me puse a estudiar muy seriamente… y me enamoré de la disciplina […]. Bueno, yo no me hubiera dedicado a la historia de Chile sin el golpe de Estado, o sea, ese fue como el hito que me hizo decidir.
Sol volvió en 1974 para retomar sus estudios en Chile y en la UC. Pero no era el mismo Chile, ni la misma universidad. Según ella, en el país, la opinión en la universidad se había perdido, por miedo o desinterés.
“(Estaba) muy angustiada, de qué cresta podíamos hacer. Y entonces, con la Sofía (Correa), nos dijimos que por qué no hacíamos una revista”.
Sol, junto a Sofía Correa y Nicolás Cruz, entonces sus compañeros (más tarde destacados historiadores) y Jorge Correa, estudiante de derecho y hermano de Sofía (luego político y quien en un futuro se casaría con Sol), fundan en 1977 la revista Blanco. Era una revista casera, pagada por sus mesadas, impresa con roneo y corcheteada por ellos. Blanco era una revista pequeña que incluía un artículo de cada uno de los integrantes, de distintos temas y sin relación entre ellos. A veces uno llegaba con uno de poesía y otro de una opinión de un profesor. Una revista anodina, en palabras de la historiadora.
—¿Cuál era la función que cumplía la revista Blanco en el contexto en el que circulaba?
—Nada, que opinaran los estudiantes, los profesores, temas universitarios…
—¿Y qué valor tenía para usted escribir ahí?
—Era como hacer algo. Tenía esa necesidad. Sí, hacer algo, eso era. Hacer algo por opinar. Hacer algo por manifestar nuestra desazón y nuestro horror con lo que pasaba. Ahora, no lo podíamos decir así.
—¿Y tuvieron problemas con la circulación de la revista?
—Se empezó a producir un rumor de que se estaba armando una alianza DC-izquierda, siendo yo la izquierda, y esto empezaba a cundir. Creo que habíamos sacado con mucha suerte el segundo número —de la misma forma—, cuando uno de nuestros profesores nos dice que estábamos siendo observados. Nosotros no entendíamos nada. O sea, ¿quién iba a mirar a cuatro idiotas escribiendo una cosa? Porque eso era: una cosa.
Aun así, más allá del rumor y esa advertencia del principio, no hubo problemas para la revista, y siguieron sacando números (de la misma manera artesanal). Esto hasta que la legalizaron.
Cuando legalizaron Blanco, al representante legal, que fue Nicolás Cruz, le llegó una carta certificada de la DINACOS (División Nacional de Comunicación Social), citándolo al edificio Diego Portales, sede del Gobierno.
“Ahí nos asustamos. Le avisamos a todo el mundo, y entonces armamos un cuento. Nicolás se puso chaqueta y corbata, yo me conseguí un maletín de cuero, metimos una revista “¿Qué pasa?” adentro… y todo para parecer los estudiantes perfectos de la Universidad Católica. Estábamos aterrados”.
Sol cuenta que Nicolás tuvo que entrar solo al edificio. Mientras tanto, Jorge se quedó en una casa en Lastarria, contactado con abogados de derechos humanos por si Nicolás no salía. Sofía y ella se quedaron abajo, en la puerta.
“Ahora, ¿cómo fue esa reunión? Se me ha olvidado […] Pero no fue tan grave. O sea, lo dejaron irse… Y cuando Nicolás, a los tres cuartos de hora, salió del Diego Portales, la Sofía y yo, que estábamos de loro, le avisamos a Jorge que no pasó nada […]. Pero ¿tú te das cuenta? Toda esta historia por cuatro páginas hechas en roneo, es una ridiculez”.
—¿Y cómo influyó esta revista en quién es hoy?
—En una cierta vocación pública, pero pública, digo, intelectual. Ahora, el escribir… yo vengo de una familia de mucha escritura, entonces, para mí era cualquier cosa menos lejana. La revista Hoy sí que fue distinto, porque me cambió la vida. O sea, porque fue una exposición pública.
Periodismo de oposición y crítico
La revista Hoy (1977- 1989) fue el primer medio de oposición con amplio alcance y tiraje en la sociedad en dictadura. La revista, arraigada en la DC, hacía periodismo de oposición, crítico, pero sin caer en un nicho o en la clandestinidad. En el contexto de finales de los 70, este era el único gran espacio de opinión escrita.
Luego de egresar de la universidad, Sol fue invitada a participar de un grupo de historia joven formado por el ICHEH (Instituto Chileno de Estudios Humanísticos), el cual estaba ligado al mundo de la DC. En este grupo estaba Guillermo Blanco, quien era uno de los fundadores y jefe de cultura de la revista Hoy. “A él se le ocurrió que la Sofía y yo fuéramos columnistas. Nosotras nos queríamos morir”.
—¿Y qué la motivó a decir que sí?
—No tenía chance en esa época… de poder hacer algo y no hacerlo […]. Era mi deber moral. Yo no tenía opción sobre eso.
El primer número donde escribió Sol es el 59, que comprendía desde el 12 al 18 de julio de 1978.
—Escribía número por medio.
—Sí, me costaba mucho, y me demoraba mucho, y sufría mucho. Cada columna me costaba el alma. Hasta el día de hoy.
—En su primera columna en Hoy, “La universidad tiene una pena”, usted cuenta el caso de un profesor que un día colapsó y exclamó fuertemente contra las universidades en esa época y la poca opinión e ideales de las instituciones y sus estudiantes. ¿Cómo se decidió a mandar esa columna como la primera?
—Llegó en una conversación en el café de Campus Oriente. Una amiga mía me contó esta historia y yo dije, ‘está es’ […]. La profesora que dice esto, y que yo lo supe por esta amiga, fue Marta Cruz-Coke […]. Ahí le dije a mi amiga que iba a escribirla. Claro que lo hablé con Guillermo Blanco, y cuando la envié, le dije: ‘a ver, no dejemos ni una huella aquí’. Escribieron “un profesor” en vez de profesora y “alguna vez”, para hacerla más ambigua y menos rastreable.
—¿Ud. pensaba lo mismo que esa profesora en la época?
—Sipo, si éramos todos de oposición. Era verdad que no había discusión, se había perdido. Todos conversaban cualquier cosa, nadie se identificaba con nada.
—¿Y es por eso que escribe estas columnas?
—Un poco, sí. Son todas de crítica. Pero ¿desde dónde uno hacía la crítica? Y en eso, sí, yo discutía en esa época, hasta entre los de oposición […]. No somos mejor oposición por quién grita más fuerte que Pinochet es un asesino. Eso ya lo sabemos. El tema es cómo pensamos. Cómo nos hacemos cargo.
Desde la primera, las columnas de Sol Serrano fueron muy bien recibidas por los lectores de Hoy, tanto así que en muchos números enviaban cartas felicitando a la joven y su escritura.
—¿Qué cree que era lo que les gustaba tanto a los lectores?
—Que no era desde donde se solía hablar. Yo hablé, supongo, desde algún lugar raro, que convocó a personas muy diversas, y entonces… le gustó mucho a la gente […]. Tengo una obsesión por la escritura narrativa, y todas tienen (las columnas) una cierta estructura narrativa, y una parte que es más académica, que es más intelectual, creo. Entonces fue esa mezcla.
—¿Cómo se sentía en ese momento esto de estar en ese único espacio y que sus columnas fueran tan bien recibidas?
—Muerta de susto. Muerta de susto y totalmente asombrada.
—¿Susto de que podía traer consecuencias?
—No, yo no tuve nunca ese susto. No, físico no lo tuve nunca. Laboral, sí, lo tuve. No pude entrar nunca en ninguna parte. Cuando quise, después, en los ochenta, entrar a la Biblioteca Nacional, yo vi con mis ojos un oficio de Enrique Montero, que era ministro del Interior, diciendo que yo no podía entrar en la administración pública […] tampoco pude entrar a la Católica (a trabajar) hasta mucho después.
—Y aparte de esto ¿hubo algún episodio que la hiciera dudar de si seguir escribiendo para Hoy?
—Me complicaba… ser… considerada por otros como una persona pública. Yo era una pinche… nada. O sea, no había relación entre la imagen que yo proyectaba y quien yo era […]. La exposición pública siempre me produjo muchas dudas.
—¿Qué significado tiene hoy, para usted, su participación en esa revista?
—Yo creo que me ayudó en algo que nunca he logrado, mayormente, que era… tener una cierta confianza en mi punto de vista. O sea, en ser yo […]. Yo escribí desde mí, desde mi forma de razonar, y desde mi forma de escribir. Y eso un poco fue lo que se quedó […]. Y me formó en la importancia de la historia. Para mirar variables distintas y complejas. Yo creo que la historia siempre me ayudaba a pensar desde lados… no tan canónicos. Odio los cánones. Aún en la historia […]. Entonces, eso. Yo no representaba a nadie, no pretendía. Nunca me arrogué nada. Porque soy historiadora, por sobre cualquier cosa en la vida.
—Y en su trayectoria como historiadora, ¿dónde entra esta participación en medios, como ser columnista de Hoy?
—De mis experiencias, siempre la llamé una cana al aire. Y me siguen siendo una cana al aire. He tenido ofertas de ser columnista, lo he sido, lo volví a hacer un tiempo. Y la verdad es que no me gusta. Porque… cuando genuinamente creo que tengo algo que decir, escribo. Pero porque genuinamente lo quiero hacer […], pero no soy una profesional de la columna. Yo soy profesional de la historia […]. Entonces, en relación a mi vida como historiadora… confirmó mi vida como historiadora. Confirmó mi vocación académica en el sentido de que no iba a ser un personaje público, ni me iba a dedicar a la política. Claro que nadie me creía mucho.
Sol, en su sillón individual, ojea las fotocopias de sus columnas que tiene en frente. Son fotocopias que una vez le regaló un alumno, y la historiadora confiesa que nunca se dio el tiempo de releerlas.
Sol insiste en que su participación en la revista Hoy no es solo su participación en la revista Hoy, sino que se enmarca en algo más grande, y la revista, en ese marco, está lejos de ser lo más importante.
“Lo que va de fondo, que es todo un largo proceso, es ser parte de la construcción de una sociedad democrática. Y en eso siento una gran, gran gratitud, de haber podido participar. De haber sido muy parte de la construcción del 5 de octubre, del cambio de gobierno y del gobierno de Aylwin. Cuando el gobierno de Aylwin terminó, dije, ‘ahora me puedo meter en los archivos’. O sea, siempre estuve en los archivos. Pero, como diciendo: ‘la política dejó de ser para mí un deber moral’”.
—¿Se siente orgullosa de esa Sol que trabajó por la democracia?
—Agradecida, más que orgullosa.
—¿Y la Sol de esa época se sentiría orgullosa de la de hoy?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque no tenía nada de claro si iba a lograr algo…
Sobre el autor: José Gubbins Correa es estudiante de periodismo y editor de la revista KmCero. Actualmente cursa su tercer año en la Universidad Católica.