A partir de los dos años se puede diagnosticar TEA en niños y niñas, sin embargo, existen casos en donde este diagnóstico llega en la adultez, lo que se da mayormente en mujeres. Falta de investigación, estigmas asociados al autismo y diagnósticos erróneos son algunas de las razones que ayudan a que estos casos pasen desapercibidos. Estas son las historias contadas por sus protagonistas.
Por María Ignacia Olave Hola (@mignacia.o)
Editado por Mattias Sandoval Gatica (@mattibenja)
Desde que tiene memoria, Romina Escobedo (33) sabía que algo no estaba bien. Recuerda lo incómoda que se sentía cuando era pequeña y tenían que bañarla. En el baño de su casa había una alfombra azul eléctrico con unos relieves que le daba pánico pisar, y eso la hacía llorar desconsoladamente. “No podía pisarla, ya que tocarla me generaba incomodidad. Pedía a llantos que me pusieran una toalla en el suelo para salir de la ducha”, cuenta. En el jardín infantil demoró un mes en poder entrar a la sala sin llorar, hasta que su mamá le dijo a la directora que tenía que acostumbrarse a la fuerza. Su familia normalizó su forma de ser y de actuar, justificando que su comportamiento era así “porque era una niña”.
Existen diferentes razones por las que las mujeres llegan a enterarse años después de que son parte del espectro autista. Muchas veces ocurre porque se normalizan actitudes que tienen cuando son pequeñas. Según Abel Morales, psiquiatra de adultos de la Universidad de Chile, los criterios y las escalas de medición del espectro históricamente han estado más enfocados en los síntomas de los hombres, y agrega que esto es algo que se está visibilizando hace poco. “Recién se está conversando esta diferencia entre diagnosticar mujeres y hombres. Ahora están más en la palestra los Trastornos del Espectro Autista (TEA), y los y las que nos están mostrando estas diferencias son ellos mismos”, comenta.
Esta falta de diagnóstico hizo que la adolescencia de Romina fuera aún más difícil que su infancia. Sentía que todo le molestaba, se enojaba con facilidad y le parecían tontas algunas actitudes de las personas a su alrededor. Creció escuchando cómo los demás le decían que era rara. “Copiaba las conductas del resto, incluso los tics los terminaba repitiendo. Era difícil estar siempre pensando qué era lo que tenía que decir, cómo me tenía que poner”, recuerda.
Su vida universitaria no fue muy diferente. Logró titularse de psicóloga y comenzar a trabajar, pero aun así no se sentía bien, por lo que decidió ir a terapia. Pasó por tres psicólogos, hasta que el último le entregó su diagnóstico: ansiedad. “Aún tenía un ruidito, ya que esto de no encajar o (cometer) los mismos errores una y otra vez me llamaba la atención”. Con sus conocimientos profesionales, Romina analizó su conducta y se dio cuenta de que tenía dificultades en los vínculos, en el lenguaje y en el manejo de las emociones, características de personas neurodivergentes. Le costó asumir que podría ser eso, ya que tenía muy arraigada la imagen que se muestra en televisión del niño que no habla o del niño genio. Siempre un niño. “Existe una imagen muy caricaturesca del autismo, con rasgos muy marcados que muchas veces no son tan así. Pero es un espectro, tiene un gradiente impresionante. Así como es el universo neurotípico tienes introvertidos y extrovertidos, hay de todo en el TEA también”, comenta la psicóloga.
Algunos especialistas sugieren que las mujeres logran adaptarse de manera más rápida y fácil que los hombres, lo que muchas veces genera que mujeres TEA imiten comportamientos de personas neurodivergentes o logren enmascarar algunas de sus actitudes creando un personaje. Greissy Comte (40), jefa del Servicio de Neurología del Hospital Regional de Copiapó, explica: “Las personas, gracias a su capacidad de adaptación y para poder encajar en la sociedad, tratan de hacer papeles. Tengo pacientes que me dicen: ‘en verdad yo hago un rol, estoy actuando o soy un personaje en tal o cual ambiente”. Esto lo reafirma el psiquiatra Abel Morales: “Las mujeres tienen mayor habilidad para enmascarar los síntomas, ya que comúnmente tienen más habilidades sociales. Es por esto que les resulta más fácil enmascarar y parecer una neurotípica”, explica el especialista.
“Confundimos los síntomas o las manifestaciones con otros trastornos, y esos diagnósticos no son los más acertados. Por ejemplo, es común que pensemos que se trata de un trastorno de ansiedad, cuando en realidad es un síntoma ansioso asociado al espectro autista”, confirma la doctora Greissy Comte. “Cuando te dan el diagnóstico te das cuenta de todo el esfuerzo que haces para sociabilizar y toda esa máscara que tienes, se cae”, dice Romina, quien actualmente trabaja en una clínica psiquiátrica, y dirige la cuenta @mi_saludmental, donde sube información con el fin de educar sobre el TEA a la población neurodivergente.
La estudiante de Dirección Audiovisual Sigrid Gallardo (22) recibió este año su diagnóstico. Recuerda que en el liceo donde estudió le hacían bullying por sus buenas notas, lo que le causó mucho sufrimiento. La segunda psicóloga educacional que tuvo le diagnosticó desmotivación escolar y se quedó con ese diagnóstico hasta salir de Cuarto Medio. Al entrar a la universidad, pasó por tres psicólogos más. En ese entonces tenía distimia, una depresión crónica, y por eso la derivaron a un psiquiatra. Después de tres meses, le entregaron una respuesta que nunca se imaginó: pertenecía al espectro autista. “Como no hay una representación fiel de lo que es el autismo, no me sentía identificada con ninguna de las personas autistas que había visto”, comenta. Que le entregaran su diagnóstico le ayudó a entender su condición: “Me decían que era mañosa porque no comía cierto tipo de alimentos o que era mal genio porque la luz del supermercado me molestaba. Ahora recién entiendo que esas cosas tenían una justificación”, dice.
La experiencia de Nora Peña no se aleja a la de Romina o Sigrid. La psicóloga clínica tenía 34 años cuando se enteró de su diagnóstico. Se encontraba realizando su post título sobre psicoanálisis lacaniano, en el que tuvo que hacer terapia para poder aprobarlo, y así comenzó a reconocer lo que le estaba pasando. “En ese proceso me desestructuré, se me cayó toda la máscara que tenía armada. Quedé dos semanas tartamuda después de que supe el diagnóstico. Fue un proceso fuerte, pero también de mucho encuentro y reconocimiento de mí misma”, recuerda.
Cuatro años se demoró en asumir y exponer en sus redes sociales que pertenece al espectro autista, ya que tenía mucho miedo debido a su profesión. A pesar de sus temores, decidió dedicarse a realizar terapia a personas neurodivergentes y a través de la cuenta @espacioautista también educa sobre el tema.
“Si tú ya llegas 10 años más tarde con el diagnóstico y empiezas a estimular ahí, no va a ser la misma respuesta que si empiezas a estimular a los dos años”, confirma el doctor Morales. “Es por esto que es clave visibilizar estos casos y que los profesionales se capaciten”.
La importancia de la detección temprana radica en el tratamiento precoz, entendiendo a este no como algo curativo, ya que el autismo no es una enfermedad, sino una condición. El tratamiento está enfocado en mejorar las áreas que están más afectadas por el trastorno, todo esto con apoyo de evaluaciones de terapeutas ocupacionales, psicólogos, neurólogos o psiquiatras. Respecto a esto, Morales menciona: «La detección precoz va a permitir realizar intervenciones que van a tener mayores beneficios a esta edad (dos años), en donde el niño o niña está en desarrollo».