Carmen Pizarro es la encargada de restauración y conservación de piezas patrimoniales en la Catedral de Santiago. En sus 28 años de trayectoria ha preservado la colección de piezas textiles religiosas más completa del país. La restauradora cuenta los desafíos de este oficio y cómo es trabajar sin un equipo especializado.
Por: Almendra Mendez (@alme.mendez)
Una forma de adentrarse en la Catedral de Santiago es a través del palacio Arzobispal, el sector de oficinas de esta institución, cuya entrada se oculta entre librerías y restaurantes frente a Plaza de Armas. Tras el ingreso, hay un largo pasillo que cruza el patio con naranjos. En el segundo piso del edificio se esconde un verdadero “museo” histórico de ornamentos católicos en el país.
Cada jueves es habitual ubicar ahí a la licenciada en arte Carmen Pizarro (54 años), en su oficina de conservación-archivo, un espacio donde se encuentra actualmente la colección de ornamentos sagrados más importante y completa del país. Allí hay más de 1.000 piezas, entre las que destacan 110 casullas (vestimenta que usan los sacerdotes para oficiar misa), algunas de las cuales, según su investigación, datan del barroco-rococó europeo. Se cree que una parte la trajeron a Chile jesuitas bávaros, mientras que la otra la confeccionaron los hermanos brosladores jesuitas, una rama de orden religiosa de carácter apostólico y sacerdotal, residente de Calera de Tango. Muchos de estos objetos religiosos cumplen o han cumplido una función pastoral.
En ocasiones, también se la puede encontrar los lunes o viernes, acompañando y guiando a sus voluntarios, entre los que hay un ingeniero civil, una historiadora y una religiosa. “Más allá de que uno tenga fe o tenga aprecio por la religión, la historia la construimos todos y esto es parte de otra historia, tal vez más grande que es la del país”, dice Pizarro sentada en una larga mesa llena de papeles y trozos de distintos materiales. Lleva puesto un chaleco negro, delantal blanco, el pelo rizado y algunos mechones con canas.
Al sentarse, Pizarro suelta un suspiro. La semana anterior, trabajó en la preparación de una ceremonia privada dirigida a los integrantes de la embajada de Alemania, que financió la restauración de tres objetos de la catedral de origen alemán: un reloj, un retablo y una escultura de San Joaquín. Al mismo tiempo, terminaba los detalles finales para recibir a las personas por el Día del Patrimonio.
Así como ocurre en catedrales emblemáticas de Europa, como las de Sevilla y San Bavón, la restauración de ornamentos permite no solo preservar el valor histórico de cada pieza, sino también ofrecer una ventana al arte sacro, una conexión profunda con la espiritualidad y la fe, como expresa la religiosa de la congregación Hijas de San José Protectoras de la Infancia y voluntaria Rosa Bahamonde.
En el país, además de la Catedral de Santiago, el Museo Histórico Nacional (MHN) cuenta con una colección de 4.142 piezas de vestuario histórico que abarcan desde el siglo XV hasta el siglo XX. Por mencionar algunos ejemplos, es posible encontrar chaquetas de Bernardo O´Higgins o un chaquetón de Arturo Prat. En el Museo de la Moda, dentro de su colección textil, se estiman casi siete mil ejemplares del siglo XV hasta la actualidad.
En la primera habitación a la derecha de la oficina de “conservación-archivo”, hay tres armarios de madera donde se organizan los ornamentos según su color. Dentro de las casullas rojas, destaca una del siglo XIX con una cruz bordada en la espalda. También tiene bordados en hilo de oro, espigas de trigo y uvas, representando el pan y vino en la Eucaristía. Los racimos de uvas están hechos con lentejuelas cóncavas, lo que da relieve al trabajo. En el centro, está bordada con hilos de plata una paloma que representa al espíritu santo. El resto de las casullas cuentan con distintos bordados de flores y, en un caso, frutillas con hilos de distintos colores. En el último y más grande armario se encuentran las capas pluviales, vestidura usada en celebraciones fuera de misa, por ejemplo, en procesiones. Dentro de esta colección se encuentra la capa pluvial de jubileo del Papa León XIII.
Aunque el objeto más antiguo date de 1740, los ornamentos en buen estado de conservación podrían volver a utilizarse en ocasiones especiales. Aquellos que no se usan, no es por un mal estado de conservación, sino porque pueden llegar a pesar varios kilos al estar hechos en hilos de oro y plata. Otra razón es por motivos estéticos. Por ejemplo, uno tiene una forma de guitarra que se dejó de utilizar antes del Concilio Vaticano II en 1959.
Toda esta labor recae en Pizarro, la única trabajadora que ha permanecido en el área de conservación-restauración de la catedral, sin pausa, por 28 años.
“Debería de haber un equipo que pueda ser capaz de gestionar, restaurar y conservar. Puedo decir que he visto que a veces Carmen no daba abasto y que quizás ella quiere hacer muchas cosas. Lo ideal sería que hubiera (un equipo de restauración-conservación) y todo eso (estuviera) liderado por Carmen”, dice Trinidad Garrido, estudiante de historia que realizó su práctica en este lugar en 2023.
El proceso de restauración
Carmen Pizarro recuerda que fue en su hogar donde le inculcaron el “preocuparse por las cosas antiguas. El cuidar los recuerdos que vienen de familia y así se fue despertando ese interés por proteger los objetos que uno les guarda un cariño”, dice.
Mientras realizaba su práctica en el Museo Histórico Nacional en 1996, un día llegó María Elena Troncoso, quien en 1978 fundó el Departamento Textil del MHN, preguntando por alguien interesado en temas de conservación y restauración para ser voluntario en la Catedral de Santiago. Pizarro aceptó y comenzó realizando un inventario, principalmente en la conservación de textiles.
Desde su llegada a la catedral, las técnicas, materiales y análisis respecto a la restauración textil se han actualizado y modernizado. “Hay cosas que uno aprendió hace muchos años y ya no se usan porque (se descubrió) que dañaba el textil y que en ese momento estaban súper bien. Entonces se van desechando esas antiguas técnicas”, dice Fanny Espinoza, quien fue profesora de Pizarro en la especialización de restauración en la Universidad Católica.
“Como el volumen de objetos aquí en la catedral es enorme, es muy difícil llevar un control tan riguroso de (ellos) y de su estado. Muchas veces uno llega como a situaciones de emergencia”, explica Pizarro.
El proceso de restauración, ya sea de textiles u objetos patrimoniales, comienza con una documentación para saber de dónde vienen, su función y si han tenido intervenciones previas de restauración. A la vez se toman fotografías para tener un registro del estado actual.
“Es un trabajo súper silencioso. En la restauración ya después aparece la foto, se publica o se ve exhibido. Y claro, ahí ya también es más lucido, pero en el fondo también es silencioso porque tú eres una autora anónima”, dice.
En algunas ocasiones, se realiza una limpieza de las piezas ornamentales con agua destilada y detergente neutro. Tras secarse, las piezas se llevan nuevamente a los armarios y son puestas sobre soportes para evitar un sobreesfuerzo de la tela y que se conserven mejor.
Carmen Pizarro cree que en Chile la restauración textil es poco conocida y por lo mismo, poco aplicada. “Existen buenas restauradoras de textil y yo creo que están principalmente en dos museos aquí en Santiago y eso habla de que hay una preocupación. Yo creo que muchas veces se trata con cuidado de no tironearlos, no rasgarlos. Pero principalmente, no hay una conciencia de cuidarlo de manera distinta ni de que hay métodos y técnicas para tratar solo a los textiles. Son dentro del ámbito del patrimonio histórico-artístico uno de los que menos se cuida diría yo”, explica.
El trabajo con voluntarios
A diferencia del MHN o el Museo de la Moda, que cuentan con un equipo especializado en textiles y su restauración, la situación es distinta en la catedral. Pizarro es la única restauradora del lugar y, aunque cuenta con el apoyo de sus voluntarios, estos están solo por un tiempo.
La falta de un equipo de conservación propio y estable tiene que ver con los costos de la catedral porque no tienen la capacidad de contratar a más personal para tener un grupo especializado. Por esta razón es que en su página web tienen un apartado donde las personas interesadas en ser voluntarios pueden inscribirse y luego tener una entrevista con Pizarro.
Desde la catedral, se han presentado a las convocatorias de distintos fondos para restaurar y, posteriormente, conservar las piezas patrimoniales. “El tema de conseguir fondos no es fácil”, dice Pizarro. En sus distintas postulaciones, aunque obtienen una calificación alta en un principio, es la categoría de daño que baja su calificación porque las piezas no están en un riesgo inminente de pérdida debido al trabajo de Pizarro. En diciembre de 2023, presentó un proyecto de textiles a la Fundación Tohma, en Estados Unidos, una organización que apoya las artes visuales, la educación y la innovación a través de becas, exhibiciones y préstamos de su colección de arte, pero no resultó. Esto porque su proyecto tenía un enfoque en la conservación y no estaba la posibilidad de una exhibición, y más bien propusieron la opción de crear un catálogo.
“No están los recursos que pudiera tener un buen departamento de restauración. Pero prácticamente, Carmen y sus colaboradores son los que poco a poco van sacando adelante el trabajo”, dice Juan Carlos Rivera, voluntario hace tres meses.
Carmen Pizarro espera que, en algún momento, puedan volver a exhibir las piezas ornamentales. Años atrás, cuando la catedral contaba con un museo de Arte Sacro que funcionó entre 1972 y 2004, los ornamentos se exhibieron en la Sala Capitular y la Sala Biblioteca, pero las condiciones no eran las adecuadas para su conservación. Las piezas estaban clavadas en madera, lo que dañó tanto la tela como el tinte. Ante esta situación Carmen Pizarro decidió sacarlos, limpiarlos y guardarlos.
Ella espera que en algún momento se pueda realizar un nuevo montaje que asegure un cuidado correcto y con todas las condiciones necesarias para una exhibición abierta al público. “Eso va a permitir que otras personas se den cuenta de lo mucho que se ha hecho para la Iglesia y lo mucho que la iglesia también está haciendo en aportar con ese patrimonio”, dice Carmen Pizarro.
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Almendra Méndez es estudiante de tercer año de periodismo en la FCOM UC. Es ayudante del curso Introducción a la Comunicación Corporativa y actualmente es editora de la revista Kmcero.