Retrato Sebastián Kaulen

Autor de trabajos reconocidos como fundamentales para la obtención del premio Nobel de Física en 2011, Hamuy dice que los chilenos tienen la obligación de aprovechar las cualidades de sus cielos y, sobre todo, la tecnología de los nuevos observatorios astronómicos instalados en el desierto de Atacama. “El hombre es la conciencia del universo y, por eso, tiene el deber de observarlo”, dice.

Por Sol Park

En la década del 60 estalló la curiosidad del hombre por el universo. La carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética se tradujo en el primer hombre en el espacio –Yuri Gagarin–, en un satélite de telecomunicaciones geoestacionario en órbita y remató con el primer hombre –Neil Armstrong– pisando la luna. Mientras todo eso ocurría, la cultura popular aportó sus propias teorías –en formato de libros, películas, programas de televisión, etcétera– sobre la existencia de seres extraterrestres y del futuro del hombre más allá de la Tierra, por ejemplo con 2001, Una odisea en el espacio o El planeta de los simios, ambas de 1968. Así, la ciencia y la cultura pop se combinaron para revolucionar la forma de concebir el universo y, en especial, impresionó a los niños de la época. Uno de ellos fue el astrónomo Mario Hamuy, quien desde entonces comenzó a soñar con explorar por sí mismo las estrellas que cada noche veía en el cielo y, así, revelar los misterios que esconde el universo.

El valor de las supernovas

Mario Hamuy hoy es mundialmente reconocido en el mundo de la astronomía gracias a su trabajo en el proyecto Calán-Tololo, en el cual –a fines de los años 80– estudió la distancia del universo a partir de supernovas del tipo 1A: las estrellas más uniformes en el espacio. Tal investigación fue la base para los descubrimientos sobre la expansión acelerada del universo con que los científicos Brian P. Schmidt, Adam G. Riess y Saul Perlmutter ganaron el premio Nobel de física en 2011.

Pese a sus pergaminos, Hamuy trabaja en una oficina sin lujos del departamento de astronomía de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, ubicada en el cerro Calán, en la comuna de Las Condes. En unos 40 metros cuadrados, en su despacho hay tres escritorios, una mesa de reuniones con pilas de papeles y carpetas, cuatro repisas repletas de archivadores en las paredes. Todo el mobiliario es sencillo, funcional. No hay elementos de decoración. Sobre una pared hay un pizarrón lleno de ecuaciones donde Hamuy desarrolla sus proyectos.

Siempre que alguien le pregunta por su lazo con la astronomía, Mario Andrés Hamuy Wackenhut (52 años) retrocede hasta los comienzos de esta disciplina en Chile y cuenta que todo comenzó en 1842, cuando la primera misión de observación extranjera –liderada por el estadounidense James Gilliss– construyó el Observatorio Astronómico Nacional en el cerro Santa Lucía. Luego, recuerda Hamuy, pasó mucho tiempo hasta que en 1958 Federico Rutlland viajó a Chicago para dar a conocer las oportunidades que el cielo chileno ofrecía para la disciplina. A raíz de eso, fue en 1965 que se inauguró Cerro Tololo: el primer observatorio internacional moderno en el país. Entonces, asegura Hamuy, comenzó el boom astronómico chileno y se construyeron La Silla (1969), Las Campanas (1969) y, el más actual, el observatorio japonés-europeo Alma (2011).

— ¿Por qué le interesaron las supernovas?
— En 1989 viajé a un workshop en Santa Cruz, California. Ahí escuché la charla de un astrónomo suizo que había hecho un doctorado en supernovas. Se llamaba Bruno Leidbundgut y mostró que las supernovas del tipo 1A reunían todas las condiciones para ser muy buenos indicadores de distancias, ya que todas las supernovas del tipo 1A, dijo Leidbundgut, tenían la misma luminosidad. Esas condiciones eran apropiadas para medir la distancia del universo, pero los datos que teníamos en esa época no eran buenos pues habían sido obtenidos con tecnología fotográfica antigua, de baja calidad.

De regreso en Chile, Hamuy aprovechó la oportunidad que se le presentó en Cerro Tololo para utilizar una nueva tecnología digital que permitía medir con mayor precisión la luminosidad de las supernovas. “Armamos un equipo con astrónomos de la Universidad de Chile para dedicarnos a la búsqueda de supernovas y nosotros, en Tololo, nos dedicábamos al estudio posterior y seguimiento detallado de cada una de estas estrellas”. Así fue que el equipo encontró 29 supernovas del tipo 1A, consiguiendo reunir datos únicos en el mundo que permitieron concluir que las supernovas no tenían la misma luminosidad, contradiciendo lo que Leibundgut –el científico suizo a quien había escuchado en el workshop de California– aseguraba.

El equipo de Hamuy descubrió que la luminosidad de las supernovas dependía de la velocidad de su proceso de crecimiento y muerte. “Pudimos establecer una herramienta, que nadie más tenía, para medir distancias muy precisas de las galaxias”, explica el astrónomo.

— ¿Cómo se mide la distancia del universo con la información que entregan las supernovas?
— El principio es muy fácil. Si tú tienes una ampolleta y la alejas dos veces de ti, vas a recibir cuatro veces menos luz. Ésa es la teoría de las velas, la ley del cuadrado inverso o patrones lumínicos. Eso es porque la cantidad de energía que libera la ampolleta tiene que conservarse. No se puede perder ni crear. Simplemente, la energía se diluye. El desafío es identificar una ampolleta con luminosidad conocida. Ésas son las supernovas tipo 1A.

— ¿Cómo se llegó a la conclusión de que el universo se está expandiendo de manera acelerada?
— Para eso fue necesario datos de supernovas muy lejanas que se complementaron con los de supernovas cercanas, descubiertas en el proyecto Calán-Tololo. Con los dos sets de datos se pudo comparar la tasa de expansión del universo local, a partir de las supernovas estudiadas por Calán-Tololo. Así, si tú comparas las tasas de expansión actuales con las antiguas, descubrirás que el universo se expande más rápido ahora que en el pasado, lo que contraviene los antiguos modelos. Antes pensábamos que todo estaba dominado por la fuerza de la gravedad, por la fuerza de la materia, por lo tanto, el universo debía ir frenándose. Pero resulta que encontramos lo opuesto: el universo se expande cada vez más rápido, y eso es responsabilidad de la llamada energía oscura.

— ¿Qué es la energía oscura?
— Necesitamos algo adicional para explicar la aceleración de la expansión. Si la gravedad dominara el universo, éste debería frenarse. Como encontramos que, al contrario, se va acelerando, tenemos que incorporar algo más al modelo. No sabemos qué es lo que es, pero sabemos que hay algo responsable de ello.

— ¿El modelo del universo acelerado es definitivo?
— No hay nada definitivo en la ciencia, todo va cambiando. La expansión del universo sólo fue descubierta en 1929, antes de eso pensábamos que nuestra galaxia era todo lo que existía. Y ahora, con las observaciones de 1998, sabemos que el universo se acelerará para siempre. El modelo es una verdad en construcción permanente. Nunca será definitivo. Siempre tendremos más información que cambie nuestra visión cosmológica.

“No hay nada definitivo en la ciencia”, dice Hamuy.

— ¿Cómo cambiará la ciencia cuando se descubra qué es la energía oscura?
— Eso tendrá tremendas implicancias, pero no puedo responder más allá esa pregunta porque no sabemos qué es la energía oscura. Podría haber enormes consecuencias para toda la física, quizá en alguna experiencia más cotidiana.

Ciencia a la chilena

Hoy, Hamuy gasta la mayor parte de su tiempo encabezando a un grupo de investigadores de las universidades de Chile, Católica y Andrés Bello que buscan supernovas en el observatorio Cerro Tololo. Han descubierto 150 desde 2008, y realizado estudios posteriores para saber cómo nacen, cómo actúan y cómo explotan las supernovas.

— ¿Qué le parece que su investigación haya sido la base de un premio Nobel?
— Los científicos utilizaron los datos del proyecto Calán-Tololo como referencia y le agregaron datos de sus proyectos, y en su conjunto determinaron que el universo se expandía. Entonces, me siento muy satisfecho de que un proyecto que nació en Chile en 1989, de manera muy simple, haya logrado ser la base de un descubrimiento muy importante que obtuvo un premio Nobel.

— ¿Por qué Chile no destaca por sí solo en la ciencia internacional?
— Primero que todo, porque somos muy pocos. Somos cuatro mil investigadores activos en Chile y en el mundo hay siete millones. Y segundo, porque, aunque somos muy pocos y ha habido casos de ciencia de gran impacto hecha en Chile, para conseguir reconocimiento afuera se necesita un apoyo institucional. Tiene que haber un gobierno atrás interesado para que nuestros científicos se destaquen. Se necesita ese apoyo, pero, lamentablemente, es muy escaso. No se valora suficientemente el trabajo del científico, tampoco se tiene confianza en ellos para apoyarlos y que consigan premios.

— ¿Se necesita aumentar el número de investigadores?
— Eso pasa por incentivar a los jóvenes, de todas maneras. Y también por inyectar más dinero en el sistema de investigación del país. Chile gasta solamente un 0,4 por ciento del PIB en ciencia, mientras el promedio mundial es de 1,7 por ciento. Si Chile realmente quiere dar un gran salto, no sólo para tener galardones o reconocimientos, sino para dar un gran salto en nuestro desarrollo, necesita multiplicar por cuatro su inversión en investigación científica.

— También ha dicho que es necesario destinar más recursos para la ciencia básica, la que, según usted, hoy se encuentra en una situación de desmedro frente a las ciencias aplicadas.
— Ambas tienen que convivir. Pero hoy día el interés de las autoridades nuestras, del gobierno, es fomentar la investigación aplicada, lo cual encuentro que es muy bueno. Pero no se puede descuidar la investigación básica. Me temo que la esta iniciativa actual del gobierno pueda perjudicar a la ciencia básica.

— ¿Cómo así?
— Le podría perjudicar si, de los pocos recursos que el Estado da a la ciencia, cada vez éstos se van más para la investigación aplicada. No hay problema con que exista más inversión en la ciencia aplicada, pero no hay que quitar dinero a la investigación en la ciencia básica porque es ahí donde surge la verdadera innovación, desde el terreno desconocido.

Al preguntarle acerca de los desafíos actuales de la astronomía chilena, Hamuy responde que el país tiene garantizado el 10 por ciento de las noches de observación de todos los telescopios extranjeros instalados en el desierto de Atacama. De ese modo, dice el científico, nuestro primer desafío es prepararnos para la gran probabilidad de crear un Silicon Valley astronómico, para contratar expertos que hagan buen uso de los nuevos telescopios y para que sean científicos chilenos quienes realicen descubrimientos.

“En este momento la mayoría de los instrumentos utilizados son diseñados y construidos en el extranjero. Hay una necesidad de que Chile participe activamente en el diseño y construcción de instrumentación. Por ejemplo, involucrando a alumnos de ingeniería en proyectos con norteamericanos, europeos y japoneses para que aprendan y puedan adquirir experticia que les permitan crear innovaciones imprevistas, tales como aplicaciones en las telecomunicaciones”, dice Hamuy convencido de que el país debe desarrollar una ingeniería asociada a la astronomía.

— Más allá de la astronomía y el desarrollo de las ciencias, ¿qué opina de la educación en Chile?
— Es mala, especialmente la pública. Se genera mucha diferencia dependiendo del origen social de la persona. Lo cual nos pone en una situación inaceptable para la sociedad. Una vergüenza nacional. Yo creo que la educación debe borrar las diferencias sociales de origen, pero en Chile la educación pública es tan mala que, al contrario, exacerba las diferencias sociales.

— ¿Cuál es la solución?
— Una educación pública de calidad. Una educación básica y media gratuita, y de muy buena calidad. Y eso no pasa simplemente por inyectar dinero al sistema, sino que empieza por tener buenos profesores. En Chile había una muy buena escuela de profesores, llamada Pedagógico, que pertenecía a la Universidad de Chile, y que, por razones políticas en la dictadura, se separó de la universidad y muchos profesores buenos se fueron, y el nivel bajó. Entonces, comenzaron a formarse profesores muy malos, y eso impactó directamente en la educación chilena.

Preguntas de ficción

Afuera de la oficina el día está claro, todavía no se encienden las luces de la ciudad. “Hay que cuidar el cielo. A diferencia del cobre, la madera o el mar, el cielo es un recurso natural inagotable”, explica Hamuy, quien advierte que la contaminación lumínica de las ciudades puede comenzar a perjudicar el futuro de la astronomía nacional.

Más tarde, cuando comience a oscurecer, Mario Hamuy caminará desde su escritorio al telescopio de cerro Calán para seguir trabajando. Antes de que eso suceda, resulta imposible no retroceder en el tiempo para preguntarle al astrónomo más importante de Chile por los temas que conoció en las películas y series de televisión que vio, cuando aún era un niño, a fines de los años 60.

— ¿Cree en la vida extraterrestre?
— Cuando era niño creía que existían ovnis, ya no, pero creo que sí hay seres vivos afuera de la Tierra. Sería un desperdicio que se haya desarrollado un universo tan grande y que seamos los únicos con conciencia para preguntarse sobre él. Hay mil millones de soles como el nuestro en nuestra galaxia y hay cien mil millones de galaxias, entonces, la probabilidad de tierras como la nuestra es muy grande. Es difícil, con tantos planetas como el nuestro, que sea el único con seres con conciencia.

— ¿Se imagina el universo sin el hombre?
— ¿Qué sentido tendría de existir si no hubiera alguien que se pregunte por él? Ahí aparecemos nosotros. En este momento somos los únicos seres con conciencia que conocemos que se preguntan sobre el universo. Yo sostengo que nosotros somos la conciencia del universo y que tenemos el deber de observarlo. Porque, si no, estaríamos quitándole el sentido al universo.

Sobre la autora: Sol Park es alumna de primer año de Periodismo y este artículo fue guiado por el editor general de Km Cero y profesor del curso Taller de Edición en Prensa Escrita, Rodrigo Cea.