Marcela Stoppel enviudó en 2019, luego de que su marido por 38 años, Mario Lemus, falleciera producto de un cáncer invasivo. Traductora y contadora de profesión, a sus 57 años descubrió su vocación: ser doula del fin de la vida, algo así como una  acompañante de otros, en el proceso de la agonía. 

Por Catalina Butrón (@catabutron)

Edición: Magdalena Soublette ( @maidasoublette) 

“Todos saben lo que es una matrona de la vida. Es quien te acompaña durante tu preparación para el parto, todos los cuidados prenatales, ¿cierto? Bueno, la doula de la muerte es lo mismo, pero al final de la vida. ¿Qué más gráfico que eso?”, dice Marcela Stoppel, 61 años, traductora y contadora de profesión desde su casa. A su espalda, se puede ver un cuadro del Arcángel San Miguel y dos rosarios que cuelgan de él, uno a cada lado. 

Stoppel enviudó en 2019, luego de que su marido por 38 años, Mario Lemus, falleciera producto de un cáncer invasivo. A partir de entonces, descubrió que quería ser una “doula de la muerte”. Agrega: “Acompañar a alguien en la muerte es un momento sagrado”.

El origen de la palabra “doula” se remonta a la Antigua Grecia. Stoppel cuenta que en esos tiempos así se les denominaba a las personas que prestaban ayuda en el parto, o en distintas tareas del hogar. Sin embargo, la Asociación Internacional de Doulas del Fin de la Vida (INELDA, como lo indican sus siglas en inglés) señala que esta palabra fue reintroducida en la década de los 80 para referirse a las personas que apoyan y guían a personas gestantes durante el proceso del embarazo y parto. 

Según la Red Mundial de Doulas, este término sigue siendo utilizado para referirse a quienes asisten y acompañan “en la salud sexual y reproductiva de la mujer y su familia”. Pero hoy también es usado para referirse a quienes acompañan a otros en el proceso del término de la vida, desde la preparación hasta la muerte misma y el duelo familiar posterior. Ellas son las doulas de la muerte, o del fin de la vida.

Marcela Stoppel creció en un hogar de médicos en Chuquicamata. “Yo nací con tanatofobia, que es la fobia a la muerte”, dice. “Y yo trabajo en eso –afirma entre risas–. Pero también siento cuando la muerte está cerca”.  

Vivió hasta los 17 años en el norte, y luego se vino a Santiago a estudiar Enfermería en la Universidad de Chile, carrera que no terminó: “Emocionalmente no lo soporté”, afirma. 

En su primer año de Enfermería le tocó enfrentarse a pacientes oncológicos en el Hospital Calvo Mackenna. Este fue uno de sus primeros encuentros cercanos con la muerte. Luego de dejar la carrera por un diagnóstico de depresión, decidió estudiar Interpretariado en Inglés en el Instituto de Secretarias Intérpretes. Durante un viaje de vuelta a “Chuqui” –como le dice ella– en unas vacaciones de invierno, conoció a Mario, quien se convertiría en su marido tiempo después.

“Fue muy loco, teníamos el mismo grupo de amigos, siempre nos movíamos en el mismo entorno, incluso con el hermano menor de mi marido éramos muy amigos en el colegio, pero yo no lo conocía”, cuenta Stoppel. 

Imagen: Marcela Stoppel y su marido.

 

En 2019, su marido enfermó de un cáncer de próstata y colon por el que pasó seis meses internado en una clínica. “Fueron seis meses del terror para mí, porque nunca me dejaron llevármelo para la casa. Él y todos sabíamos que lo íbamos a sacar en un ataúd de la clínica”.

Cada vez que salía de una operación, los médicos le decían a Stoppel que empezara a pensar en el servicio fúnebre, porque las probabilidades de que su pareja saliera con vida de aquellas intervenciones eran muy bajas. Así pasó el tiempo en el que debió aprender a vivir con el hecho de que su marido podía partir en cualquier momento. 

Así, Stoppel fue su doula de la muerte: Le brindó un espacio de contención, apoyo y orientación para que pudiera enfrentar la muerte de una manera compasiva y colectiva. “Soy intérprete en inglés y contador auditor, pero en mi vida, mi pasión siempre han sido los temas espirituales y las terapias complementarias”, comenta. “Cuando me ha tocado vestir y arreglar a mis muertos, nunca me ha dado miedo. Y eso que lo he hecho cinco veces. Pero sí me entró una angustia del terror como un mes antes de que falleciera mi marido. Con la muerte de Mario, mi hija me dice: Mamá, mi papá se murió y una parte tuya también se murió’. Y es verdad, porque hubo un cambio en mí después de que Mario se fue”. 

El valor a la dimensión espiritual de la muerte

La enfermedad de su marido no fue la que hizo que Stoppel descubriera el mundo de las doulas de muerte. “Con él hice muchas cosas de manera intuitiva”, explica. “Era lo que había que hacer. Pero cuando él falleció, yo dije: ‘bueno, si lo pude hacer con él y lo pude ayudar a tener una buena muerte, tranquila y armoniosa, entonces puedo ayudar a otras personas’”.

Fue, entonces, que Marcela Stoppel hizo un diplomado online que se dictaba desde México en Tanatología  –disciplina científica que se dedica al estudio de la muerte– y que duró entre tres a cuatro meses. “Aquí (en Chile) no hay nada de eso”, agrega. 

Tras ello, se siguió capacitando en Canadá, por medio de seminarios en Estados Unidos y también en México, donde hizo un curso de acompañamiento compasivo del buen morir con la Fundación Elisabeth Kübler-Ross, un centro tanatológico integral que se enfoca “en dar una nueva perspectiva de la vida, el duelo y la muerte”, y que se llama así por la psiquiatra pionera en esta disciplina.

A pesar de su instrucción en diversos lugares, cuando en 2021 Stoppel llevó su currículum y certificaciones a hospitales, clínicas y fundaciones chilenas, ningún lugar la llamó de vuelta. 

“La muerte no es parte de nuestra cultura. Si quieres hablarle a alguien del tema, te dicen que mejor no, porque la puedes atraer. O te dicen: ‘¿cómo tan tétrica?’ Pero la muerte es tan parte de la vida como cualquier otra cosa. Así como nacemos, también nos morimos. La muerte es la única certeza que tenemos en la vida, y cuesta, pero es necesario hacer las paces con eso. Como uno le da la bienvenida a la vida, también te despides de ella”. 

En Chile, a pesar de que se contrata a personal de salud especializado en cuidados paliativos —una rama de la salud que busca mejorar la calidad de vida de pacientes con enfermedades avanzadas, o en fases terminales— actualmente no existen centros de formación acreditados por la INELDA para entrenar a doulas del fin de la vida. De hecho, gran parte de los cursos impartidos para la preparación de doulas, tanatólogos, o acompañantes en el buen morir, se dictan en línea desde Estados Unidos, Canadá, México y Australia.

A este rol de cuidado, históricamente desempeñado por mujeres, se le acuñó así por el papel ejercido por la pionera, la norteamericana Phyllis Farley, considerada por sus seguidoras como “la primera doula de la muerte”. De hecho, Farley fue quien promovió el programa inicial de doulas fundado en Estados Unidos en 1998.

De acuerdo a su definición, las doulas le entregan un mayor valor a la dimensión espiritual de la muerte, acompañando tanto en el proceso previo como posterior a la pérdida de la vida. “Ese acompañamiento es más que nada conversar. Es poner oído, porque lo que necesitan las personas que viven un duelo es que se les escuche, nada más”, comenta Stoppel sobre un rol que se extiende a la cúpula familiar. 

 

Salud y muerte: dos elementos esenciales en su vida

Marcela Stoppel vive con un diagnóstico de fibromialgia hace ya casi diez años. Esta condición crónica –que no tiene cura– le provoca dolores intensos en el cuerpo, junto con una fatiga constante y sensación de agotamiento profundo. Además de eso, la han operado dos veces por una espondilolistesis –una enfermedad que consiste en el desplazamiento de una vértebra sobre otra– por lo que tuvieron que devolverla a su lugar y fijarla con placas de titanio. 

Antes de sufrir la pérdida de su pareja en 2019, Stoppel vivió varios episodios difíciles que la remecieron. En febrero de 2015 sufrió la primera intervención quirúrgica. Y al mes siguiente, falleció su suegra. La segunda cirugía fue en enero de 2018 y luego, en julio del mismo año, murió su suegro. “Las casualidades no existen, pero es inevitable asociarlo, entonces ya no quiero más cirugías”, afirma.

En mayo de 2019, cuando caducó su licencia tras la muerte de su esposo, Stoppel fue despedida de su lugar de trabajo, una empresa de fabricación y venta de productos químicos, donde estaba a cargo del área de recursos humanos.

“En ese momento yo lo agradecí, porque no era capaz de levantarme de la cama. Y estuve así mucho tiempo”, dice. “Pero aprendí a manejar ese duelo. Y digo eso porque yo voy a estar toda la vida viviéndolo. Nunca me va a dejar de doler, pero sí he aprendido a vivir con este dolor”.

Actualmente, trabaja con Simón Engel –hijo del astrólogo Pedro Engel– en la venta de ánforas, con quien además forma parte del “Movimiento Positivo de la Muerte”, fundado por Simón. Esta organización busca promover la “normalización y visibilización de la muerte, y los procesos que conlleva en la vida cotidiana”.

El Movimiento Positivo de la Muerte está pensado para entregar un espacio de socialización en torno a la muerte y distintos tipos de duelo, por medio de talleres, conversatorios u otras instancias de reflexión sobre los procesos de pérdida. Estas actividades son coordinadas por un equipo de profesionales que trabaja de cerca con la muerte –tanatólogos, especialistas en cuidados paliativos, psicólogos, entre otros– que han enfrentado sus propios duelos. Entre ellos, se encuentra Stoppel.

 

¿Qué es lo más complejo de trabajar recurrentemente con un tema tan tabú como la muerte?

“Que te pone frente a tu propia muerte y mortalidad. Eso es inevitable. También lo es que en cada taller o curso que hago sobre duelo o algún conversatorio, me enfrento a mi propia muerte. Ahora igual, no te voy a negar que de repente me vienen bajones cuando me imagino que ya viví más de la mitad de mi vida, y que no me deben quedar más de 20 años. Cuando te das cuenta de esto, empiezas a ver la vida con otros ojos, y lo mismo con la muerte. Pero, aunque cueste, siento que ya hice las paces con esta certeza”.