Santa Olga después del incendio, foto con Creative Commons, por EU Civil Protection and Humanitarian Aid Operations, https://www.flickr.com/photos/eu_echo/

Como Ave Fénix

La madrugada del 26 de enero de 2017, Santa Olga, una localidad de la región del Maule, fue consumida por las llamas en uno de los 417 incendios que afectaron a Chile ese verano. En tres horas, 891 casas quedaron reducidas a cenizas y 5.000 personas lo perdieron todo. A 14 meses de la tragedia, un nuevo pueblo se levanta para estar listo el segundo semestre de 2019 (según el MOP). La Nueva Santa Olga tendrá un parque, calles pavimentadas y un sistema de agua potable: todas cosas que antes no existían.

Por Alejandra Olguín

Foto sacada por Estrella Muñoz desde el patio de su casa una noche antes del incendio en la localidad.

Estrella Muñoz (56) llevaba una semana acostándose a las 4 am. Era 25 de enero, pleno verano y en Santa Olga, una pequeña localidad de la comuna de Constitución, las noches eran más calurosas que de costumbre. A lo lejos, detrás de los cerros, el cielo se teñía de naranjo, el resplandor iluminaba la noche y los vecinos se juntaban, con ansia y miedo, a presenciar el cuadro que se dibujaba cada vez con más intensidad.

Exactamente siete días antes había empezado el primero de los 417 incendios que afectaron a Chile entre enero y febrero de 2017 y que quemarían más de 467 mil hectáreas.

“Durante el día veíamos el humo y durante la noche se notaba cómo se quemaban los cerros. Ardía todo desde distintas partes”, dice Muñoz. Se quedó en Santa Olga hasta la medianoche, cubriéndose la boca y la nariz con un paño húmedo, porque a esa hora, según cuenta, ya no se podía respirar.

A la una de la mañana, 891 casas quedaron reducidas a cenizas y miles de personas perdieron todo lo que tenían. Muñoz sólo alcanzó a sacar su máquina de coser y a su perro. No se llevó ni las fotos, ni su ropa, ni sus recuerdos. Nada. Lo que más le duele es no haber podido llevarse las herramientas de su marido, a quien le apasiona la artesanía.

“Es que nunca pensamos que en verdad se iba a quemar. Los de la Conaf nos dijeron que evacuáramos, pero me gustaría que nos hubiesen dicho más tajantemente: Oigan, sabemos que se va a quemar todo. Saquen sus cosas y arranquen. O algo así”, comenta Muñoz. Meses después, la Conaf confirmó en una charla que el día anterior al incendio y gracias a softwares de alta precisión, sabían que sería imposible salvar Santa Olga de las llamas.

Mónica Panchilla (38) vivía en la misma cuadra que Muñoz. 
— Me hubiese gustado ver cómo se quemaba mi casa — dice Panchilla con voz melancólica — . Yo sé que es fuerte, pero me hubiese gustado verlo. Ver el tsunami de fuego.

Panchilla es una de las aproximadamente 5 mil personas que tuvieron que evacuar Santa Olga el día que se quemó.“No creí”. “Fuimos porfiados”. “No quise pensar que se iba a quemar”, son las frases que se repiten en los testimonios de la gente, del pueblo que ya no era pueblo, de las casas que ya no eran casas. “Fue puro llorar”, dice Mónica Panchilla.

Se fue a eso de las tres de la tarde, un par de horas después de que empezaran a llover cenizas y cuando el incendio ya era algo inminente. “Me fui con la Génesis, mi hija de 11 años, para que no quedara traumada. Mi hijo y mi esposo se quedaron a ayudar”, recuerda. Durante la mañana habían cargado en la camioneta recién comprada –que ni ella ni su marido sabían manejar– los colchones de las camas, las fotos y un poco de ropa. Subieron al perro y le pidieron a un vecino que las llevara –“que nos fuera a botar”, dice Panchilla– a la playa de Constitución. A su gato nunca lo encontraron.

Hace cinco años que Norma Millanguir y Cristian Alcaíno se habían instalado en Los Aromos, la localidad vecina de Santa Olga. Arrendaban una casa que ya sentían como propia, donde habían visto crecer a su hija y donde se sentían cómodos. Por eso habían hablado con el dueño, acordado un precio y hecho la promesa de compra. La transacción final sería el día viernes 27 de enero, pero dos días antes el fuego se llevótodo. Ya no había casa que comprar.

Las tres sufrieron la incertidumbre de no saber cómo iban a reconstruir sus vidas y hoy, las tres son parte de las 270 familias que formarán una nueva localidad aledaña a Santa Olga y Los Aromos: la futura Villa Renacer del Ave Fénix, nombre que decidieron entre los vecinos.

Previo al incendio, todas las calles de Santa Olga eran de tierra. Foto gentileza de la Subsecretaría de Obras Públicas.

Se trata de un CNT (Construcción de Nuevos Terrenos), un terreno comprado por el Estado y destinado a la construcción, en este caso, de una nueva población para quienes habitaban en lugares que tuvieron que ser expropiados por encontrarse debajo de cables de alta tensión; para personas que arrendaban al momento del incendio –como Norma Millanguir y Cristian Alcaíno–; gente que vivía en áreas verdes municipales y personas que vivían de allegados en los terrenos de familiares –como es el caso de Estrella Muñoz y Mónica Panchilla–. Es decir, la nueva población será para todos aquellos que no tenían un título de propiedad: gente que ha pertenecido gran parte de su vida a Santa Olga, pero que no pudo acceder a una casa con escritura y, ahora, serán dueños de una casa de 65 metros cuadrados.

Antes y después de las llamas

Santa Olga nació producto del boom maderero de los años 60. Las familias se instalaron en los terrenos frente a una de las plantas de la Forestal Arauco. Poco a poco se fue erigiendo una localidad sin plano regulador, a partir de la auto-construcción. Esa Santa Olga no tenía grifos ni calles pavimentadas. Tampoco tenía mucha agua ni alcantarillas. “Durante el verano pasado, la Cooperativa de Agua tuvo que arrendar un camión aljibe para que diera ocho vueltas diarias. En el momento del incendio no había agua, la gente no sabía cómo apagarlo”, recuerda Muñoz.

La región había sufrido nueve años de intensas sequías, lo que según el jefe de control de incendios forestales de la Conaf, Fernando Ramírez, es uno de los factores importantes que hicieron de la tragedia una verdadera “tormenta de fuego”. “El estrés hídrico que sufría la vegetación producto de las sequías, sumado a las condiciones meteorológicas, provocaron un incendio que vino a inaugurar una nueva clase de incendios a nivel mundial, que tienen una intensidad y velocidad de propagación nunca antes vistas”, afirma el experto.

La Nueva Santa Olga será diferente. No sólo tendrá un nuevo Liceo Enrique Mac Iver, construido entre la Fundación Desafío Levantemos Chile y el gobierno, sino que también contará con un nuevo Cesfam, un terminal de buses, centros comunitarios, un estadio y hasta un parque con pasarelas y flora nativa –estos dos últimos construidos en base a aportes de privados–.

Mónica Sepúlveda explica a representantes de empresas forestales extranjeras, cómo serán las nuevas medidas de seguridad de la localidad. Foto por Alejandra Olguín.

Pero estas obras no constituyen el trabajo más pesado, sino lo que va por debajo de la tierra: el sistema hidráulico. Un pueblo que sufría de sequías y cortes de agua ahora tendrá un suministro normal, proveniente del Río Maule y disponible para todas las casas, sin que se tengan que “colgar” unas de otras, como sucedía antes.

El director regional de obras hidráulicas del Maule, Roberto Salazar, explica: “se trata de un proyecto ambicioso. Corresponde a 15,5 kms de impulsión desde el Río Maule, donde habrá cuatro plantas elevadoras y un estanque”. Un dato curioso: de los 7 mil 718 millones que costará el nuevo sistema, 5 mil fueron donados por el gobierno de Qatar.

El entonces Coordinador Nacional de Reconstrucción y subsecretario de Obras Públicas, Sergio Galilea, cuando se iniciaban las construcciones aseguró: “Cuando Michelle Bachelet se propuso reconstruir, dijo: Tenemos que establecer un estándar de vida que sea mejor del que había anteriormente. Lo que se expresa nítidamente en el caso de Santa Olga, en que no sólo se va a reconstruir, sino que se va a hacer ciudad. Además, se dijo que la reconstrucción debía definirse en conjunto con la comunidad, con quien se acordó un plano a fines de febrero de 2017”. Afirmó también que se había dado un esfuerzo de coordinación inédito con el sector privado, que sería responsable de aportar el 35% de los 70 millones de dólares (más o menos 43 mil millones de pesos) que costaría la Nueva Santa Olga.

“Imagínate que antes había viviendas que en promedio costaban entre tres y cuatro millones de pesos. Las casas que les va a entregar el Estado cuestan entre 20 y 23 millones”, afirma Galilea en la actualidad.

Santa Olga mirado desde el frente. Las casas rojas son las primeras que ya han sido entregadas.

Galilea pretendía dejar el gobierno con un 54% de avance en la reconstrucción y que estuviese completa en diciembre de 2018. En su última visita a Santa Olga antes de dejar el cargo, Galilea afirmó que habían logrado un 50%. Sin embargo, el actual Seremi, Gonzalo Montero, cree que el porcentaje real está “muy por debajo”. De hecho, desde el MOP creen que la Nueva Santa Olga estará lista a fines de 2019. Hasta ahora fueron entregadas 46 de las cerca de 800 casas y la localidad cuenta con cinco calles pavimentadas, mientras el resto sigue en construcción. Según el MOP, el liceo cuenta con un 52% de avance; el parque: un 5%; el CESFAM: 2%. El terminal de buses es lo único que se encuentra 100% reconstruido, pero a la espera de los últimos ajustes que permitan su funcionamiento.

Volver a casa

Mónica Panchilla sostiene las monedas que encontró el día después del incendio. Foto por Alejandra Olguín.

El día después del incendio, los vecinos de Santa Olga y Los Aromos comenzaron a llegar de a poco. Querían ver sus casas, sus cosas, sus animales. Mónica Sepúlveda, presidenta de la junta de vecinos, se había tomado un café en su comedor la noche anterior, antes de la evacuación. Dejó la taza sobre la mesa, con la esperanza de que al otro día estaría exactamente donde mismo. “Pero cuando volví, fue como si nunca hubiese tenido casa. Le decía a mi esposo: Negro, ¿No teníamos refrigerador, acaso?. Todo derretido”, recuerda.

Quienes vivían en Santa Olga y Los Aromos, por el momento habitan lugares como San Javier, Santiago, Talca y Constitución, principalmente. En esta última residen Muñoz, Panchilla y Millanguir, en casas que arriendan gracias al bono de $200 mil pesos que el gobierno destina a todas las familias damnificadas, más algunos ahorros, ya que, según ellas, en Constitución los arriendos subieron de precio luego del incendio debido a la alta demanda por parte de los damnificados de localidades como Santa Olga. Panchilla, por ejemplo, usa la totalidad del bono para pagar el arriendo de su casa en Constitución, misma casa por la que, según cuenta, los arrendatarios anteriores pagaban $90 mil pesos.

La piedra inicial de Villa Renacer del Ave Fénix -la nueva población para quienes arrendaban, eran allegados o vivían en áreas verdes- fue puesta en un acto simbólico, la primera semana de diciembre de 2017, luego de arduos meses de discusión para decidir desde el tipo de casas –“No pareadas”, fue la exigencia de los beneficiados–, hasta si serían de uno o dos pisos. El entonces Seremi de Vivienda y Urbanismo del Maule, Rodrigo Olivares, destaca que todo el proceso fue llevado en conjunto con la comunidad. “En general, los procesos de reconstrucción son complejos y este en particular ha tenido características bien ejemplares, sobre todo por el vínculo y colaboración que ha tenido el Ministerio de Obras Públicas con la comunidad, con el alcalde y la mesa de dirigentes”, afirma Olivares. En un principio, se proyectaba que las 270 familias estarían viviendo en sus respectivas casas en marzo de 2019. Sin embargo, desde el Ministerio de Obras Públicas estiman que la villa estará lista en julio de 2019. Por ahora, los trabajos se concentran en emparejar el suelo del terreno y la construcción de la red de alcantarillado, lo que equivale a un avance de más o menos el 5%.

El recién asumido Seremi de Vivienda y Urbanismo del Maule, Gonzalo Montero, considera: “El trabajo fue lento y faltó fiscalización a las constructoras para que cumplieran los plazos. Lo importante no es sólo agilizar el proceso, si no que también entender que queremos construir algo que perdure en el tiempo”.

De izquierda a derecha: Estrella Muñoz, secretaria Comité Ave Fénix (AF); Mónica Panchilla, presidenta Comité A.F.; Juan Ancieta, representante de Arauco y Mónica Sepúlveda, presidenta Junta de Vecinos Santa Olga. Foto por Alejandra Olguín.

Existen cuatro personas que representan a la comunidad en el proceso de construcción de la futura Villa Renacer del Ave Fénix: Mónica Sepúlveda, presidenta de la Junta de Vecinos de Santa Olga; su amiga, Mónica Panchilla, presidenta del Comité Ave Fénix –que agrupa a los allegados, arrendatarios y expropiados–; Estrella Muñoz, secretaria del mismo comité y Juana Vega, presidenta del comité que convoca a todos quienes vivían en áreas verdes.

— Esta tragedia ha hecho surgir varios liderazgos innatos — asegura Sepúlveda — . Hay mucha gente que tiene cosas que decir y que aportar, sobre cómo le gustaría que fuese la nueva Santa Olga — dice mientras se toma una bebida en un quiosco con Muñoz y Panchilla.

No todos están contentos con su futura villa. Yislen Agurto (32), profesora del Liceo Enrique Mac Iver, más conocido como “Liceo Santa Olga”, no ve con igual entusiasmo el panorama. Ella se trasladó temporalmente a Constitución después de vivir en una casa construida sobre áreas verdes.

— Las casas son chicas comparadas con la que teníamos, que era hasta con piscina. Incluso le habíamos remodelado recién el baño y puesto una tina con masajeador — cuenta Agurto, con voz grave y ceño fruncido — . Además, queda mucho más lejos del centro. Yo no he ido a mirar nada, cuando esté listo voy a ir — agrega.

A Agurto lo que más le preocupa son sus hijos, de 16, ocho y dos años. Cree que la de 16 ya no volverá más: “De aquí a que esté listo, ya se va a ir a estudiar y dudo que vuelva. Creo que le ha faltado llorar”, dice cabizbaja.

Nunca más

“Aquí hay que hacer un mea culpa como comunidad: nosotros tampoco estábamos preparados para un incendio. También hay que aprender de esto y enseñarles a los niños en la casa primero, como familia, que todo lo que ocurrió no debería volver a ocurrir”, dice Sepúlveda, quien desde 2016 estaba planeando hacer un comité de prevención de incendios para controlar los distintos focos que se producían en verano, generalmente en pequeños vertederos o por fogatas hechas por jóvenes. Finalmente, el comité se constituyó unas semanas antes de que el fuego se llevara todo.

El nuevo plan anti incendios cuenta con el apoyo de Conaf, Arauco, la PDI, Bomberos y la comunidad, entre otras. Contempla un cordón de seguridad alrededor de toda la localidad, como explica el el encargado de prevención comunitaria de incendios en Santa Olga, Jorge Martínez: “(será) un cinturón de 30 metros de ancho en que no haya ningún tipo de material que pueda ser inflamable”. “Lo que interesa aquí es que un pueblo que sufrió ahora vuelva a renacer seguro”, agrega Sepúlveda, quien además cuenta que habrá capacitaciones para toda la comunidad y concientización sobre el peligro de los micro basurales.

¿Y ahora qué?

— El otro día una vecina me dijo: Oiga, ¿y para qué gastar espacio en un centro comunitario? y yo le respondí: ¿¡Cómo!? Si el centro es lo más lindo que vamos a tener. Imagínese… — cuenta la presidenta del Comité Ave Fénix, llevándose las manos a la cabeza.

Sentadas afuera de un quiosco, Muñoz, Panchilla y Sepúlveda sueñan con lo que podría llegar a ser su futuro hogar.

— Tenemos ganas de hacer un museo bonito que cuente la historia, que muestre fotos de antes y después del incendio, que tenga cosas recogidas — cuenta Sepúlveda.

— Como el platito que recogí el día después y que era de mi mamá — propone Muñoz.

— O como las monedas que estaban todas chamuscadas — agrega Panchilla.

No se trata sólo de contar una historia o hacer algo estéticamente lindo, hay un trasfondo más grande: estas tres mujeres se impusieron el desafío de motivar a la comunidad y hacer que se involucren con la nueva Santa Olga, que la quieran. La idea es transformar a la localidad en un sector turístico, para que así sus habitantes cuiden los nuevos espacios y, además, nazcan puestos de trabajo: una persona encargada del museo, otra del turismo, otra de cuidar el paseo peatonal del parque, gente que venda artesanías y así, hasta convertir a Santa Olga en lo que ellas denominan “el living de entrada de Constitución ”.

Sobre la autora: Alejandra Olguín es estudiante de Periodismo y escribió este reportaje en Taller de Prensa.