Una vez al mes un puñado de grupos conformados por casi una decena de integrantes se viste de época y se reúne en sectores patrimoniales de Santiago. Son recreacionistas, es decir, imitan estilos de vida del pasado para rendir homenaje a la historia.
Por Teresa Leiva Ubilla
Edición: Taller de Edición
Amalia Subercaseaux fue criada por su abuela. La recuerda siempre elegante y distinguida. “La feminidad ya está perdida”, dice mientras sube lentamente las escaleras para llegar a la Virgen del Cerro San Cristóbal. Lleva tacos redondos, medias blancas, un vestido azul a la rodilla, guantes de encaje blancos, un collar de perlas y un sombrero ancho que combina con su vestido. Subercaseaux confiesa que desde niña le ha interesado la moda antigua, pero que lo que realmente la impulsa a caracterizarse cada mes es honrar el recuerdo de su difunta abuela.
El nombre que aparece en su cédula de identidad es Claudia Lavín, pero en Ladies and Gentleman Club, el grupo recreacionista al que pertenece, Lavín se convierte en Subercaseaux y tanto ella como los otros integrantes del club recrean la vida del siglo XIX y XX.
Ladies and Gentleman Club es uno de los varios grupos de recreacionistas que han surgido en la ciudad de Santiago y que convocan a cada vez más adherentes de distintos orígenes y edades. ¿Lo que los une? No solo la nostalgia por el pasado, también una búsqueda por construir comunidad en el presente. Para quienes practican el recreacionismo, vestir las prendas de otra época no es solo un acto estético, sino una manera de habitar la historia, reviviéndola y reinterpretándola, poniendo en valor el recordar para comprender. “Hacemos esto para nosotros pero entendemos que cumplimos con un rol educativo porque siempre que nos juntamos respondemos las preguntas de la gente que se interesa por lo que hacemos”, explica Lavín.
También integran Ladies and Gentleman Club Daniel y Guillermo Sandoval quienes sumaron a su mamá, Marcela Aránguiz, hace dos años. Ambos mostraron pasión por el cine clásico a muy temprana edad: “Nos queríamos vestir como los personajes (de las películas)”, comenta Guillermo, quien además de ser cocinero, colecciona chaquetas de cuero vintage. Su hermano menor se “enamoró del pasado” a partir de la música. Actualmente, estudia contabilidad para financiar su primer álbum junto a su banda “Dani and the moon rockers”, inspirada en el rock de los cincuenta y sesenta. Lo acompaña en su interés musical, Ismael Latrach, cantante de ópera, quien, junto a su novia, Rayén Arredondo, forman parte de la agrupación recreacionista hace menos de un año. Este grupo también lo integra Claudia Rodríguez y su hijo de once años, Sebastián Soto. Hace un año, Soto acompañó a su madre a pasear con el grupo por la estación de trenes de Quinta Normal y decidió unirse en la siguiente salida, esta vez caracterizado. Hoy reconoce haber heredado de su madre el gusto por la historia. Además de ser coleccionista de antigüedades, su madre se encarga de adaptar ropa para los integrantes del club. “Quiero leer sobre la Segunda Guerra Mundial, porque las películas se equivocan a veces”, comenta Soto.
Pero rescatar tradiciones y prácticas de épocas pasadas no es tarea fácil, según Aillaly Acuña, licenciada en historia de la Universidad Alberto Hurtado. Acuña pertenece al grupo Old fashion en el que recrean la vida de los años 1920-1949. Se unió después de que en el 2022, su amigo Salvadore Luccania, cuyo verdadero nombre es Enzo Restrivch, la invitara a participar en él. Acuña responde al seudónimo Pípi y es la cara detrás de “Chile Vistió”, página de Instagram con 1.260 seguidores en la que enseña sobre la historia de la moda y analiza revistas especializadas en el tema de décadas pasadas. Acuña expresa que la valoración por el patrimonio y la recreación en Chile deja mucho que desear. “En Argentina, donde la cultura se valora más, los recreacionistas, como los del club Década del Cuarenta, viven de esto, pero acá es un hobby”, comenta.
Desde su ingreso al grupo Old fashion, Acuña se ha preocupado fuertemente de la pertenencia y rigurosidad histórica. Señala que la línea entre recrear y disfrazarse es muy fina y no quiere cruzarla. “No vaya a ser que alguien pregunte y no sepamos el nombre del sombrero o para qué se usaba”, agrega.
Pero entre los recreacionistas también hay diversidad. Está el grupo de los vikingos, quienes reviven la cultura de esta comunidad medieval, incluso consumiendo hidromiel, una bebida alcohólica que, de acuerdo a la mitología vikinga, proviene históricamente de las cabras del Valhalla, reino de la eternidad. Se hacen llamar el Clan Heidrum, cuyo nombre significa cabra en nórdico antiguo. Se conocieron hace menos de un año en una feria medieval de tres días que se realizó en Melipilla y ahí decidieron formar el grupo, que hoy tiene 18 integrantes activos.
Asimismo, existen Los Teutónicos, que recrean la época de las cruzadas; la Sociedad Victoriana o los victorianos, que evocan la vida de los colonos ingleses bajo el mandato de la Reina Victoria; y uno que abarca más de un periodo histórico, que es el de los Viajeros del Tiempo. Algunos cuentan con una trayectoria de más de una década, mientras que otros se han unido hace solo unos meses. Todos se autofinancian; en el caso de la Sociedad Victoriana, por ejemplo, sus integrantes contribuyen con una cuota anual de 30 mil pesos.
Varios de estos grupos se juntan en “Espacio CyT”, una casa de 1923 ubicada en la dirección Concha y Toro 38, dedicada a la promoción cultural del barrio. En ella se organizan bailes, reuniones del té, club de lecturas, exposiciones, sesiones de fotos y recorridos históricos. De esta manera, los recreacionistas le enseñan a los transeúntes del barrio los saberes teóricos de libros y museos de manera práctica y visual.
Alejandra Balboa, a cargo del centro Espacio CyT, aclara que la idea de reunir e invitar a estos grupos se inspira en las populares fiestas de la socialité chilena Teresa Cazotte, esposa del empresario Enrique Concha y Toro, epónimo del barrio. Las fiestas realizadas en el Palacio Concha Cazotte, que fue demolido en 1935, debido a las deudas de la familia, tenían la particularidad de exigir a sus invitados ir disfrazados con atuendos de otras épocas.
En el grupo de la Sociedad Victoriana, que cuenta con doce miembros activos, sus integrantes se reúnen dos veces al mes: una vez lo hacen para ver temas administrativos y otra para realizar bailes, tertulias o paseos recreacionistas. A las reuniones de la organización asiste Camila Ríos, quien pasó de ser profesora de historia a miembro de la directiva de la sociedad. Ríos relata que acompañan estas actividades con comidas del primer recetario publicado en Chile, “Negrita Doddy”, de 1911, e intentan mantenerse lo más fieles a los “manuales de comportamiento” de la época. Su presidenta, Daniela Silva, este año presentó en la Jornada de Moda e Historia, una exposición de estudios críticos del vestir que se realizó en Museo Histórico Nacional, una exposición de estudios críticos de vestir donde resaltó la importancia del recreacionismo en la reconstrucción textil como una herramienta clave para entender el contexto social, cultural y económico de distintas épocas. Emilia Müller, curadora del museo e historiadora especialista en patrimonio textil, explica que el recreacionismo combina saberes teóricos y prácticos para facilitar el entendimiento histórico. “Ver es muy distinto a leer o estudiar. El recreacionismo tiene esa parte física que ayuda a entender mejor”.
Pero mientras unos se sumergen en los detalles de la gastronomía de principios del siglo XX, otros encuentran en la cultura vikinga una forma de vida que trasciende la mera representación. Uno de los integrantes del Clan Heidrum es Nicolás Valenzuela. Vive de llevar su carro de comida vikinga “Acabacon” a distintas ferias medievales de la región. Su pareja, Patricia Zúñiga, es profesora de historia y dirigente de otro clan vikingo, el Clan Bruma, pero eso no es obstáculo para “fraternizar con el enemigo”, dice él. Ambos practican la religión Asatru, basada en el respeto por la naturaleza y reconocida en lugares como Islandia, Noruega y Dinamarca. Pero para Zúñiga, a diferencia de su novio, el recreacionismo está más ligado al amor por la historia y el entusiasmo por luchar. “Siempre quise pelear y las vikingas eran las guerreras más poderosas”, comenta Zúñiga mientras enrolla masking tape en plumavit para hacer espadas de entrenamiento. Para Valenzuela, no es recreacionismo, “es un estilo de vida”, dice.