Cincuenta años han pasado desde que la DINA, bajo órdenes de Augusto Pinochet, asesinó al excomandante en jefe del Ejército, Carlos Prats y su esposa, Sofía Cuthbert. Hoy, a medio siglo de los hechos, Angélica Prats, hija del general, abre
una ventana íntima a uno de los casos más mediáticos de la dictadura.
Por: Mario Ortiz
Edición: Antonia Ossandón
“La DINA los mató”. Esta frase se lee en la portada de una de las revistas que Angélica Prats
(74), hija del general Carlos Prats, tiene sobre la mesa de centro del living de su departamento en
Vitacura.
Es una edición de marzo de 1984 de la revista Análisis, en cuya portada se ve una foto de ella
junto a sus dos hermanas: la mayor, Sofía y la menor, Cecilia. El título lo lleva una entrevista
que le hicieron a ellas tres, a propósito de su versión de lo que ocurrió la noche del 30 de
septiembre de 1974 en Buenos Aires: el atentado en el que murieron sus padres, el comandante
en jefe del Ejército durante la presidencia de Salvador Allende, Carlos Prats y su mujer, Sofía
Cuthbert.
“Ahora nosotras miramos y decimos: fuimos locas”, comenta Angélica. “Todos nos decían:
‘ustedes están locas, váyanse de Chile, las van a matar’”.
El matrimonio se encontraba exiliado en la capital argentina tras la llegada al poder de la Junta
Militar liderada por Augusto Pinochet, quien se reveló como uno de los autores intelectuales del
crimen. Aunque no se llegó a condenar ya que murió antes, documentos desclasificados
muestran que no había operación de la DINA que no pasara por Pinochet, entre ellas, el asesinato
de Carlos Prats.
Al día de hoy se conocen la mayoría de los detalles del atentado. Michael Townley, agente de la
DINA, junto a su esposa, Mariana Callejas, fueron los encargados de colocar una bomba en el
auto del matrimonio, la cual fue detonada a las 12:34 horas del 30 del septiembre de 1974 en las
afueras de la casa donde vivían.
El atentado fue orquestado por varios cabecillas del Ejército en esa época y acabó de manera
inmediata con las vidas de Prats y su esposa. Todos los militares responsables fueron
subordinados y colegas del general Prats. Algunos, como es el caso de Pinochet, incluso
considerados “amigos” por el excomandante en jefe.
“Ahora que las vi me sorprendí”, dice Angélica sobre las revistas. “Primero porque estábamos
tan jóvenes y regias estupendas [risas]. Pero además diciendo locuras como esa. Nos hace decir:
‘No puedo creer que lo hicimos’ Y nadie nos rebatía”.
“Ahora que las vi me sorprendí”, dice Angélica sobre las revistas. “Primero porque estábamos
tan jóvenes y regias estupendas [risas]. Pero además diciendo locuras como esa. Nos hace decir:
‘No puedo creer que lo hicimos’ Y nadie nos rebatía”.
Entre las páginas de la revista se encuentra una fotocopia de la publicación. Es una de las que Angélica y sus hermanas usaron en los múltiples juicios en la búsqueda de justicia por el asesinato de sus padres. Habían decidido guardarlas en una bodega después de la sentencia final en el juicio de 2010, instancia en la cual todos los exmilitares responsables del atentado recibieron condenas. Sin embargo, hace un año, la editorial Debate las contactó para escribir un libro con las crónicas del caso de sus padres, por lo que se vieron en la obligación de volver a abrir el baúl de recuerdos.
El 30 de septiembre pasado, día en que se cumplió medio siglo de los hechos, fue lanzado “Lo
que tarde la justicia”, el libro donde las tres hermanas Prats cuentan en detalle el proceso de
búsqueda de justicia después de la traición que terminó con la vida de sus padres en plena
dictadura militar. Diez días antes del atentado, Prats había terminado de escribir una compilación
de memorias que documentaba el período previo a su muerte, en la que revelaba detalles clave
sobre las tensiones internas en el Ejército y su distanciamiento con Pinochet, material
imprescindible para reconstruir la historia actualmente.
–¿Quién era Pinochet para su familia?
—Antes del 73, Pinochet era un subalterno de mi papá, de máxima confianza. Un amigo con el
que compartían principios básicos. Un general constitucionalista. Y después… era otra persona.
–Antes de que pasara todo hubo una campaña en contra de su padre, tratando de
desprestigiarlo. ¿Cómo se recibió como familia?
—Fuerte. Muy fuerte. Fue un tiempo muy difícil. Una familia que es común y corriente […] Y
de repente entrar en esa vorágine. […] Sentir que la mitad de lo que se hablaba, o todo lo que se
decía, era mentira. En ese tiempo era todo borroso. En las memorias hay un capítulo entero sobre
la campaña esta. Son como treinta citas de desprestigio. Súper impresionante.
—En el libro mencionan que era borroso al principio: quién estaba detrás, por qué…
—Teníamos la sensación de que había habido una traición. Pero también teníamos lo que estaba
pasando en el contexto. En Argentina estaba difícil, había mucha violencia, podría haber sido de
ahí. Entonces nos abrimos a todo. Cuando vino el atentado, el Ejército y gobierno, nos ayudaron
en cosas específicas, pero con conductas muy raras. Ningún oficial del Ejército apareció en el
funeral. Eso nos habló mucho.
—Ustedes hicieron mucha inversión en los juicios; inversión económica, psicológica, de
tiempo…
—Impresionante. Hubo gente que ya lo veía como una montaña muy empinada. Muchas veces
hay situaciones que te tiran de espaldas. Ya no quieres más. Pero nunca pensamos en abandonar.
Ni nos preguntábamos. Nunca. Era como parte de nuestra naturaleza.
—¿Por cuántos años no pararon?
—Nunca… Nunca paramos.
Cincuenta años de perspectiva
En el libro “Lo que tarde la justicia”, las hermanas Prats abordan los hitos más importantes del
caso con detalles profundamente personales. Juicios en Estados Unidos, Argentina y Chile.
Encuentros cara a cara con los responsables. Sentencias que no creían justas. Períodos donde el
miedo y la desconfianza era el sentimiento común en la familia. Hoy, Angélica observa el
proceso con la perspectiva que solo cincuenta años de experiencia pueden dar.
—Es una historia tan pública. Pero había tenido una suerte de intimidad. Lo profundo era
íntimo… Y ahora es público, entonces me cuesta. Me cuesta cuando me dicen “hiciste tal cosa”.
Yo digo, “pero si eso lo sabía yo nomás” y ahora quedó expuesto.
—En el libro mencionan que cuando le preguntaban por las memorias, ustedes respondían
muy cortantes, incluso a su círculo cercano. ¿Cómo era vivir con esa desconfianza?
—Era una cosa muy rara. Desconfianza de todo el mundo. Era una cosa doble. Por un lado, era
desconfianza y por otro era que no queríamos arriesgar a los otros. Era preferible que no
supieran. Por si los tomaban presos y les preguntaban. A un tío no le quisimos contar, lo tomaron
en un auto y se lo llevaron para preguntarle. Por suerte no le habíamos dicho nada.
—Y en cuanto al Ejército, ¿cómo se sana esa relación?
—Ha sido una evolución. Y tiene que ver con la conducta de los comandantes que han ido
asumiendo. Desde el año 98, todos han hecho homenajes. Eso obliga [al Ejército] a pronunciarse
respecto del legado de mi papá. Y eso se ha ido dando permanentemente. No así los últimos
años… No hemos tenido por parte del general Iturriaga ningún contacto.
—Los nombres de Townley, Arancibia, Pinochet, de todos los culpables. ¿Cómo se siente
frente a ellos?
—No tengo ningún sentimiento personal, así que me… Son información. Son… Son
información. Son los responsables, pero es como… información.
—¿Cuál es el sentimiento que les dejó el juicio final del 2010? ¿Por qué ahora volvieron a
sacarlo y contarlo al público?
—Mira, cuando terminó en 2010 fue tranquilidad. Es el doble de tranquilidad haberle dicho la
verdad al país. Es un aporte a los derechos humanos, una verdad a la familia. Nada pendiente.
—¿Se siente orgullosa de haberla “revuelto” tanto?
—Me siento tranquila. Yo creo que es el mayor sentimiento que hay. Y un poquito orgullosa de
no haberle dejado a los hijos ninguna cosa pendiente. Eso es una de las cosas que ahora que se
cumplen cincuenta años yo he sentido: tener hijos tranquilos de corazón.
—Respecto de eso, ¿qué opina de los grupos que predican olvido?
—Ahí hay un error tremendo. Olvidar para ocultar, y construir sin esa verdad, no resulta. Esa
premisa de decir si olvidamos, vamos a construir mejor… No es así. Es imposible. La historia lo
ha dicho así.
Mario Ortiz es un estudiante de tercer año de Periodismo en la @fcomuc. Ha participado en @radio.uc formando parte de Jugo de Pelotas como reportero. Es también ayudante de los ramos Narración Gráfica de No Ficción y Desafios de la Comunicación. Es la primera vez que publica en un medio.
Excelente artículo. Muy interesante y significa un gran aporte a los detalles íntimos del tema.