Vivir a medio camino
Son cerca de 200 las personas en situación de calle que habitan rucos, pequeñas construcciones de materiales precarios en las orillas de las autopistas, según la fundación Gente de la Calle. La ausencia de políticas públicas y la alta rotación de los habitantes han dificultado seguir los casos hasta encontrar una solución concreta.
Por Patricio Miranda H.

Restos de frazadas y lo que fue un colchón -del que ahora solo quedan los resortes-, evidencian el ruco que estaba a un costado de la Ruta 68. Se denomina rucos a los espacios que habitan las personas que duermen en las autopistas y alrededores, el término se empezó a usar para designar las viviendas de emergencia destinadas a los damnificados por el terremoto en Valdivia en 1960.
Es el primer viernes de abril de 2017 y frente a la intersección de calle Errázuriz con avenida General Bonilla en la comuna de Pudahuel, aún hay olor a quemado. “Fue la China”, dice Michael Aravena, que prefiere que lo llamen Mabel. “Me quemaron todo anoche”. Unos pasos más allá, un arbusto y otro colchón, ambos calcinados, dan cuenta de otro ataque incendiario: a Mabel no es primera vez que le queman sus cosas.
Mabel tiene 25 años y lleva casi dos viviendo en la calle. Primero se instaló en las afueras del metro Barrancas y luego se fue a un costado de la Ruta 68, donde reside actualmente junto a una amiga que la invitó a vivir en ese lugar. Cuando llegaron de la fundación Gente de la Calle para conversar con ella en noviembre de 2016, no quiso hablarles.
Así como Mabel, en Chile existen 12.255 personas en situación de calle que ocupan distintos lugares de la ciudad para pernoctar, así lo demuestran los datos del Catastro Calle más reciente realizado en 2011 por el ministerio de Desarrollo Social junto a la Red Calle, que en su sitio web se define como un grupo de organizaciones que han decidido coordinarse y trabajar de manera colaborativa para y con las personas en situación de calle.
En 2017, según la fundación Gente de la Calle, son más de 200 las personas en situación de calle que prefieren construir sus rucos. Para la institución es difícil llegar a un número exacto ya que, según cuentan, mucha de esta población va rotando los lugares en los que decide pasar la noche.



La irrupción de las autopistas en las zonas urbanas durante 2005 y 2006, les abrió nuevas posibilidades: instalarse en los recovecos que quedaban en el concreto, situarse bajo los pasos bajo nivel o en las zonas aledañas a las carreteras, lejos de las calles del centro donde, al existir más movimiento en la noche, también hay más delincuencia y están más a la vista de los transeúntes.
Peleas familiares en medio de tráfico de drogas llevaron a que Mabel tuviera que salir de su casa. “Me robé un kilo de pasta y $800 mil pesos”, dice, mordiéndose las uñas. Así llegó a las afueras de la estación de Metro Barrancas de la Línea 5, donde se instaló con colchones, frazadas, cartones y pedazos de madera que recogía “de por ahí”, como dice ella, o que le regalaban los vecinos del sector. Cuando su amiga Nicole la vio, la invitó a vivir a su ruco a un costado de la Ruta 68, pero Mabel no quiso. No fue hasta que un día llegó y encontró sus cosas quemadas que se decidió a ir.
Los programas de intervención
En la intersección de Vivaceta con Costanera Norte, en la comuna de Independencia, sobre el paso bajo nivel se puede ver un pequeño ruco armado por colchones y tapado con sábanas y frazadas. Dos perros, la Chola y el Bayron, alertan ladrando cada vez que se acerca un extraño. “La Chola es mi alarma”, cuenta Cristián Rivera, quien lleva siete meses viviendo allí.

A Cristián, de 32 años, no lo han visitado de ninguna fundación ni agrupación para ofrecerle ayuda, solo ha aparecido personal de la municipalidad junto a Carabineros para sacarle sus cosas. “Han venido como cinco o seis veces y arrasan con todo. Yo les digo que me dejen una frazada pa’ taparme por último, pero nada”, dice, fumándose un cigarro a un costado de su ruco. Cada vez que eso sucede, Cristián sale a recorrer el barrio. Los vecinos le ayudan y le regalan cosas. Lo conocen.
Tanto el lado poniente como el sur de la comuna de Independencia están delimitados de principio a fin por dos autopistas: Ruta 5 y Costanera Norte, respectivamente. Según datos de la Dirección de desarrollo comunitario (Dideco), existen 88 personas en situación de calle que viven tanto en las carreteras como en sectores centrales de la comuna.
Gonzalo Durán, (PS) alcalde de Independencia, dice que se realizan catastros de manera periódica para obtener un panorama actualizado de una población inestable: muchos van cambiando los lugares en los que pernoctan, traspasando los límites de la comuna, mientras que la dinámica de la calle, como lugar de paso para algunos, también va modificando las estadísticas.
Cuando su tía Cruz Riquelme falleció a Cristián se le vino el mundo abajo. Ella era quien administraba la casa en la que vivía junto a sus primos y algunos tíos en Independencia. El terreno era una sucesión familiar, que luego del fallecimiento de Cruz, se lo apropió un tío de Cristián con el que no se llevaba bien. Un día llegó y no pudo abrir la puerta, habían cambiado la chapa. Un vecino le dijo que su tío le había dejado un recado: él ya no podía seguir viviendo ahí.
Cuando decidió irse a una pensión o arrendar una pieza, su trabajo fue la piedra de tope. “Trabajo de noche descargando camiones en La Vega. Llego como a las 4.30 de la mañana a la casa y cuando quería arrendar, siempre me exigían horario de entrada”, cuenta. Irse a la casa de su suegra donde viven su señora y su hijo tampoco era opción. Según Cristián, ellos ya viven lo suficientemente apretados. Quedarse en Renca junto a su madre, tampoco le pareció buena idea. “No me voy a ir a meter a vivir a una población. Aquí soy nacido y criado, este es mi barrio”, dice.
Actualmente la Dideco está trabajando en dos focos: por un lado están los programas de intervención que buscan retomar el contacto de las personas en situación de calle con sus familiares y por el otro existe un convenio con el albergue de la municipalidad de Recoleta hace tres años. Si bien, estas intervenciones se pueden extender por meses, no son focalizadas. “No es que tomamos una persona en situación de calle y trabajemos de manera sistemática hasta que se le encuentra una casa. Más bien, estamos permanentemente trabajando respecto de la totalidad de los casos, tratando de identificar redes de apoyo que nos permitan conectarlos”, cuenta Durán.
Eduardo Muñoz, director de la Dideco, cuenta que les cuesta hablar de un número de casos en que consideren las intervenciones como exitosas. “Muchas veces se logra conectar a las personas en situación de calle con sus familias. Incluso se ha detectado que algunos tienen casa en otros lugares. Aun así, hay varios que deciden vivir en la calle como opción”, explica. El trabajo, en esos casos, se limita a hacerlos parte del Registro social de hogares del ministerio de Desarrollo Social, con el objeto de que puedan acceder a servicios como salud, educación y capacitación laboral.
“Con esto del asistencialismo, paternalismo y caridad, hemos generado un acostumbramiento a la situación de calle. Estamos lejos de una política de Estado con una mirada de erradicación y un enfoque de derecho”, dice Francisco Javier Román, director de la fundación Gente de la Calle.
Según la concesionaria Abertis, a cargo de la Autopista Central y las Rutas 68 y 78, la realidad es diferente. En 2013 decidieron dejar de trabajar con las municipalidades, argumentando que los programas de intervención eran demasiado cortos y no permitían dar solución efectiva a las personas en situación de calle. “Las municipalidades tienen un plazo de 20 o 21 días, los dan de alta y después quien los llevó se tiene que hacer cargo de esas personas”, asegura Mauricio Rodríguez, jefe de Responsabilidad Social Empresarial de Abertis Autopistas.
Así llegaron a trabajar con fundación Gente de la Calle en la creación de programas de intervención que integran trabajadores sociales y psicólogos, que se preocupan de hacer un seguimiento a las personas en situación de calle que viven en las autopistas y sus alrededores.
Un problema base
A pesar de las diferencias, hay algo en que coinciden tanto la concesionaria como la municipalidad, uno de los problemas más frecuentes en ese sector de la población es el consumo de drogas, principalmente la pasta base. Para Mabel también lo era, según ella, hasta hace unos días. “Llevo una semana sin consumir nada”, cuenta, refiriéndose tanto a la drogas como al alcohol.
Según Abertis, un 70% de quienes viven en las autopistas son adictos a alguna sustancia. Estos escenarios terminan dando paso a riñas y peleas, además de asociarse generalmente a comercio sexual, como le sucedió a Mabel. Para comprarse pasta, se dedicó a “putear”, como dice ella, aunque reconoce que ya no lo hace. “Una vez un viejo después de atenderlo me dejó en el aeropuerto. Me tuve que venir caminando con tacos”, cuenta.
Fue en esa época que comenzó su enemistad con la China, que también vivía en la calle pero, según cuenta Mabel, ella decidió irse a vivir con los traficantes de drogas del sector. El deseo de renegar de su pasado a un costado de la Ruta 68 y la supuesta envidia que le generaba que Mabel y Nicole siguieran haciendo “fiestas” en sus rucos, las llevó más de una vez a enfrentarse directamente. “Una vez me quiso apuñalar y dos veces la vi dando vueltas en mis cosas antes de encontrar todo quemado”, cuenta Mabel. Aunque asegure que son hechos aislados. “Aquí todos me quieren, yo hago mi vida y no me meto con nadie”, dice.
“Hay un déficit de políticas públicas en esta materia. Falta una política de Estado destinada a enfrentar el tema de la gente en situación de calle, teniendo presente la complejidad que esto presenta”, dice Gonzalo Durán, alcalde de Independencia

Dos piezas, luz eléctrica y más de cincuenta gatos. Así es el ruco de madera de Marcos Briones, ubicado en la ribera norte del Mapocho, justo a un costado del enlace a Costanera Norte. A Marcos no le gusta aparecer en fotos ni hablar mucho, pero deja retratar su ruco y también a sus cincuenta gatos. “Se me quemó la casa donde vivía, por eso llegué a parar acá”, cuenta. A diferencia de otras construcciones más precarias, la suya se asemeja a una mediagua y es lo más parecido a los rucos originales. Tiene un televisor y muchas plantas que riega a diario. Las cinco decenas de gatos viven en un cuarto al fondo de la construcción. El olor de los animales se puede notar apenas se entra al ruco, donde también hay una pequeña perra negra que Marcos recogió hace unos días. “Los arriendos están muy caros como para irme de aquí. Además que me cuesta encontrar, necesito un lugar grande para llevarme a mis gatos”, dice.
Al lado de la casa, a lo largo de la ribera, se pueden ver por lo menos cinco rucos más, de menor envergadura y todo tipo de materiales: plástico, metales, palos de madera, frazadas e incluso sábanas, que forman pequeños espacios en los que no caben más de dos o tres personas. “Para allá es mejor no meterse, le pueden hacer algo”, advierte Marcos. “Están metidos en la pasta”.
Datos perdidos en la carretera
La falta de datos estadísticos oficiales actualizados después de 2011 es una de las piedras de tope con la que han tenido que lidiar tanto la municipalidad como la concesionaria y la fundación, debiendo realizar sus propios catastros. Para el edil de Independencia, la inexistencia de esta información por parte del Estado refleja también un problema de fondo. “Hay un déficit de política pública en esta materia. Falta una política de Estado destinada a enfrentar el tema de la gente en situación de calle, teniendo presente la complejidad que esto presenta”, afirma Durán.
Francisco Javier Román, director de la fundación Gente de la Calle, comparte el diagnóstico. “Con esto del asistencialismo, paternalismo y caridad, hemos generado un acostumbramiento a la situación de calle. Estamos lejos de una política de Estado con una mirada de erradicación y un enfoque de derecho”, argumenta. Otra de las dificultades que enfrentan es que no todas las personas en situación de calle están dispuestas a recibir ayuda. Si las personas no quieren ser intervenidas, no se les obliga a participar.
Según los registros de Gente de la Calle, el panorama en las autopistas ha cambiado. El número de personas en situación de calle va en aumento y la población femenina se ha incrementado: si antes un quinto eran mujeres, hoy son dos de cada cinco. Patricia Valenzuela, coordinadora del programa Vía solidaria de la fundación, que se centra en el trabajo en autopistas, explica que en el caso de las mujeres, el aumento se debe a una población que ya no tolera los casos de abuso y maltrato. “En su mayoría son mujeres violentadas, que dejaron de aguantar y salieron a la calle en busca de refugio”, dice. El segmento etario también presentó variantes: si antes la población mayoritaria correspondía a personas de la tercera edad, hoy el promedio ronda los 35–45 años.
Se había anunciado lluvia para ese primer viernes de abril y a eso del mediodía empezaron a caer chubascos. El cobertor colgado de una reja y que hacía de techo en el improvisado nuevo ruco de Mabel comenzaba a humedecerse. “Lo que me importa es que no se me vaya a mojar el colchón”, dice mientras mira unas prendas de ropa y su cartera, que salvó del incendio que consumió su ruco la noche anterior, junto con frazadas que le regalaron los vecinos del sector esa misma mañana. Las gotas que cayeron se detienen y comienza a despejar.
Mabel recibe unas monedas que le pasa Maureen Henríquez, una de las profesionales de Gente de la Calle y se pierde en los pasajes de la población de enfrente. Vuelve comiendo galletas y tomando leche con chocolate. “Oiga, me quiero ir donde mi mamá”, le pide a Henríquez. “Ayúdeme a comunicarme con ella po”. Pero la madre de Mabel no contesta el teléfono. Mabel tendrá que esperar. “No importa, la voy a ir a esperar afuera del Metro, a lo que salga de su trabajo”, se consuela, antes de volver a acostarse y seguir durmiendo, a ver si tapada puede pasar el frío y la humedad que se cuela en sus calzas de lycra y su delgado polerón negro.
Sobre el autor: Patricio Miranda es estudiante de Periodismo y escribió este reportaje como parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa. El artículo fue editado por Paula Díaz en el curso Taller de Edición en Prensa. María Fernanda Barbagelata sacó las fotos como parte de su práctica interna en Km Cero.