Quintero: Del “edén” al sacrificio
El 17 de junio de este año, el Presidente Gabriel Boric anunció el cierre de operaciones de la división Ventanas de Codelco, una de las 14 industrias culpables de contaminación y deterioro de la calidad de vida de los habitantes de Quintero. Lo que actualmente se conoce como una “zona de sacrificio” tuvo un pasado lleno de esplendor. Estas son las voces de quienes han visto cómo la contaminación cambió el destino del balneario, convirtiéndolo en foco de intoxicación y enfermedad, y a pesar de esto, han decidido quedarse.

Por Constanza Araya Jara (@coni_araya) y Rocío Villalobos Esparza (@chio.ve)
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Marcela Fierro siempre soñó tener limoneros en su patio. Le recuerdan los paseos de pequeña junto a sus papás mientras ellos trabajaban en los frondosos campos de Quintero: “En los ochenta la gente cultivaba sus propias verduras”, explica la funcionaria municipal.
A sus 53 años, ya cumplió uno de sus sueños. En el patio de su casa se observan dos limoneros. Sin embargo, la tierra que cultiva estos frutos no es la de décadas atrás. “Los limones de mi patio están llenos de moho”, dice, refiriéndose a la contaminación que se impregna a la tierra por los residuos tóxicos que llegan por el aire y el mar.
“Los tengo que lavar, porque tienen una capa de un hongo negro. Es lo que respiramos nosotros en Quintero. La contaminación ha sido grande”.
El pasado 17 de junio, Marcela lavaba, secaba y guardaba limones, cuando el Presidente Gabriel Boric anunció, por televisión, el cierre de operaciones de la fundición Codelco Ventanas, parte del Parque Industrial que contamina la zona.
Quintero, ubicada en la Región de Valparaíso, es una de las localidades que se han visto afectadas por la instalación de uno de los complejos industriales más grandes del país, una superficie de 500 hectáreas donde se sitúan 14 fábricas que contaminan el aire con metales pesados. Las pocas exigencias ambientales bajo las que se rigen, de acuerdo a la actual normativa chilena, convirtieron al “primer balneario de Chile”, según el historiador Robinson Pinto, y las localidades colindantes en “zonas de sacrificio”.
La concejala y presidenta de la comisión de Medio Ambiente y Cultura, Tamara Tello, comenta sobre la falta de presupuesto que afecta al hospital, la escasez de estudios sobre la calidad del aire y la pobreza de la comuna. “De nuestra zona sale el 80% de energía que abastece a todo el país, y estamos olvidados. Han sido más de cinco décadas de abandono, nadie se ha hecho cargo”, afirma Tello.
A pesar de todo, los quinteranos entrevistados para este reportaje dicen amar su ciudad. En esta península tienen forjados sus más importantes recuerdos de infancia y juventud y es donde gran parte de ellos, pese al difícil presente, desea vivir hasta el final de sus días.
“Quintero Edén”
Corrían los ’50 y Gabriela Ferrari (74), profesora de historia jubilada, se dirigía a la Casa Estación cuando escuchaba el silbato que anunciaba la llegada del ferrocarril a Quintero. Hoy, sentada junto a su marido Edmundo Alarcón (83), contador auditor jubilado, en la sala de estar de su casa, recuerda a las mujeres de ostentosos vestidos y maletas que descendían del tren para vacacionar en el balneario. “¡Era como de película! Aquí llegaba gente muy adinerada, de hecho, casi todos los presidentes han tenido casa aquí y en esa época los ministros venían con sus hijos y mujeres”, dice.

En la actualidad, la Casa Estación funciona como centro cultural. En su segundo piso, en la habitación donde Gabriela nació, está el quinterano Alberto Inostroza (69), quien es gasfiter de oficio. Mientras observa fotografías antiguas del balneario exhibidas recuerda la bahía en los veranos: “En ese tiempo las personas se dieron cuenta que era un edén, así de simple. Siempre digo: quien le puso el nombre a la ciudad no le tuvo que haber puesto solo Quintero. Quintero Edén, por último”.
Según el Censo de 1952, la población de Quintero en la época era de 5.754 habitantes. Sin embargo, esta cifra aumentaba hasta tres veces en el verano. Aún es posible ver vestigios de lo que fue este pasado. Grandes hoteles hoy no son más que edificios en ruinas. Imponentes casas de estilo europeo, abandonadas. Discotecas que en los ’80 recibían a los jóvenes de toda la Quinta Región son pequeños restaurantes.

Estos efectos negativos no fueron contemplados por los habitantes de Quintero cuando, en 1957, la Empresa Nacional de Minería (ENAMI) tomó la decisión de instalar una Fundición Nacional y Refinería de Cobre. “En la época, la construcción de estas industrias era sinónimo de progreso y oportunidades laborales”, cuenta Esteban Contardo, autor del libro Náusea, publicado en mayo de 2022, que recoge testimonios sobre cómo es vivir en esta zona de sacrificio. “Hubo una disputa entre Papudo y Quintero para que la fundición se quedara en su comuna. Se hizo lobby durante muchos años. La gente quería a las industrias”, explica.
Edmundo Alarcón recuerda cuando, finalizado el año de disputas, se enteraron que Quintero sería el hogar de la Fundición Ventanas. “Aquí hicieron hasta fiesta. La gente estaba feliz porque Quintero había ganado la propuesta de ENAMI”, expresa.
Alberto Inostroza tenía siete años cuando comenzaron a materializarse los sueños de los quinteranos con el inicio de la construcción. En un esfuerzo por adquirir nuevos ingresos económicos, su mamá lo llevaba a caminar por la playa de Quintero hasta llegar a Ventanas y así, poder ofrecer los almuerzos que preparaba para los trabajadores que estaban instalando la Fundición. Les empezó a ir bien, y Alberto comenzó a entregar por sí solo mientras su mamá cocinaba. “En ese tiempo había muchas aves. Mi mamá cocinaba harto pollo, pescados y mariscos. Había muchos tipos de mariscos. Todo era natural”, recuerda.
Hoy, en las tierras de Quintero no se cosechan vegetales y en sus mares ya no se pesca como antes. El camino que Alberto recorría para llegar a la Fundición ya no es ni frondoso ni de aguas cristalinas. La arena, antes blanca, hoy se tiñe de gris por el petróleo derramado al otro lado de la bahía. “Los quinteranos no sabíamos los problemas que las refinerías iban a traer. Pero los que sí sabían eran los que estaban a cargo de las obras”, dice Alberto, refiriéndose a ENAMI.
“Los trabajadores a veces me alegaban porque siempre les llevaba lo mismo para comer. Yo les decía que eran cosas de la zona, que nosotros teníamos todo sembrado con hortalizas y legumbres bonitas. Ahí llegó un alemán, y les dijo que aprovecharan de comer ahora todas esas cositas. Les estaba advirtiendo que lo que estaban construyendo era veneno. Ellos ya sabían que todo esto iba a traer contaminación”, explica con pesar.
Una mirada crítica tiene el historiador Robinson Pinto, quien administra Quintero Histórico, un instagram que recopila la historia de la ciudad. Mientras camina a la Casa Estación comenta sobre los gestores de la construcción: “Era una firma alemana la que estaba a cargo. La inversión no fue suficiente y se tuvo que comprar una instalación que había funcionado en Alemania, pero que quedó obsoleta allá. Por lo mismo, el impacto fue instantáneo. Contaminó desde que se apretó el primer botón”, enfatiza.
Pasaban los años y el balneario se popularizaba cada vez más. Específicamente, gracias a la política pública que permitió la llegada de micros al balneario. Así, los ’70 iniciaron con un cambio en los veraneantes que se acercaban a la costa para disfrutar. Rodrigo Campos (55) recuerda cómo sus papás arrendaban una micro con otros vecinos para llegar desde Santiago hasta Quintero: “Con la llegada de Allende hasta los obreros pudieron ir. La gente pudo veranear en masa, apropiarse de su mar”, cuenta.
Mientras muchas familias conocían el mar por primera vez, las consecuencias de la contaminación de las industrias (el 64, ENAMI; el 66, Ventanas I, y Puerto Ventanas-Chilgener, el ’77 Ventanas II, el ’81, Oxiquim) ya eran percibidas por quinteranos. Los abuelos de Robinson poseían un pequeño fundo donde se sembraban legumbres, pero él conoció el terreno cuando la tierra ya se veía grisácea producto de las emanaciones sulfurosas de la chimenea de la Fundición. “Mis abuelos tuvieron que vender su fundo, porque ya no era rentable. Si no podían sembrar, mucho menos vender”, explica.
Para entonces, el Complejo Industrial iba ampliándose cada vez más. De acuerdo con datos del Ministerio de Medio Ambiente, ENAMI construyó en 1975 una nueva chimenea. Esta vez, la cimentación medía 155 metros, convirtiéndose así en la más grande de Latinoamérica y, hasta 2010, era más alta que cualquier edificio de la Región Metropolitana. Con el pasar de los años, la gigante chimenea es un elemento más del paisaje de Quintero. Hoy, casi 50 años después, este alargado tubo que emerge entre las industrias se observa desde todo punto de la ciudad.
Francisco Willancura (27), ingeniero ambiental quien trabaja en la Unidad de Medio Ambiente de la municipalidad, solía ir a pasear de pequeño con sus papás por el borde costero. “Siempre que íbamos me sorprendía mucho con la chimenea. Me acuerdo que le decía a mi mamá que eso parecía un cigarro gigante. Siempre estaba tirando humo y hasta tiene la forma de uno”, dice. “Pero esta sorpresa fue al comienzo no más, después ya te acostumbras a ver las industrias al otro lado de la playa”, agrega.

“Todo tiempo pasado fue mejor”
“Siempre se dice que todo tiempo pasado fue mejor, pero acá esa es la regla general”, dice Víctor Azócar (65), presidente de la unión comunal y miembro del consejo de salud del Hospital de Quintero, sobre sus recuerdos de juventud. “En los ’70 y ’80 había mucha bohemia, teníamos alrededor de 20 discos. Venía toda la gente de Viña, Maitencillo, Papudo. La más popular era “El Trauco” que estaba a orillas de la playa de Los Enamorados. Y la que a mí más me gustaba era la “Waikiki”, en la playa El Durazno”.
En la actualidad, el día muere temprano en Quintero y ya no queda nada de Los Enamorados ni de la Discoteque Waikiki. Esta última funciona como “Terraza Waikiki”, un restaurante especializado en productos del mar. “A las seis la gente ya no sale, los negocios cierran. Después se pone peligroso”, explica Marcela Fierro, refiriéndose a la delincuencia del lugar.
En 1981 se construyó el terminal marítimo de Oxiquim, para recepcionar y preparar productos como la gasolina, gas licuado y petróleo. “Es cosa de mirar fotos de la época. Las aguas eran turquesas y se fueron poniendo cada vez más turbias y sucias”, dice Alberto sobre la contaminación que fue aumentado, a medida que se fue agrandando el complejo.
“La contaminación ya existía cuando se empezó a agrandar el complejo industrial”, recuerda.
Cinco años después, el Plan Regulador de la comuna cambió por el cambio de suelo. Si antes Quintero era puerto y balneario y considerado un lugar turístico, con la llegada de las industrias el plan regulador se cambió para enfocarse en la actividad industrial, y el turismo que caracterizó al balneario por años pasó a segundo plano. La actividad industrial tomó fuerza con la consolidación de los centros industriales más importantes de la época: ENAMI (hoy Codelco División Ventanas), Chilectra (Aes Gener) y ENAP (Refinerías Aconcagua); y con la llegada de nuevas industrias a la zona. Es en 1985 cuando se empieza a construir lo que en la actualidad se conoce como Parque Industrial.
“Aquí ocurren cosas súper extrañas”, dice Víctor. “Toda la vida nos han contaminado de SO2 (dióxido de azufre). Se percibe en la boca, se te seca y sientes un gusto como a azufre. También los ojos se irritan”, dice sobre los síntomas de la contaminación. “Nosotros cuando ‘cabros’ la pasábamos así, pero como no había leyes ambientales no sabíamos de qué se trataba. Estaba incorporado con el paisaje”, recuerda.
De acuerdo al archivo del Ministerio de Medio Ambiente, no es hasta 1991, que se promulga el primer decreto que “regula a los establecimientos y fuentes emisoras de anhídrido sulfuroso” y obliga a las empresas a presentar un plan de descontaminación. “Más adelante nos enteramos que había más contaminantes, como el PM 2.5 (partículas muy pequeñas que están en el aire) que pasa directo a la sangre”, explica Víctor.
“Estamos todos los días consumiendo este cóctel tóxico en el aire, y hasta el día de hoy no sabemos bien qué nos hace. Hay gente que pasa con dolores de cabeza, vómitos, hasta desmayos. Pero yo, por ejemplo, nunca he manifestado ninguna dolencia. Lo que no sé es cómo me ha afectado esto al interior”, reflexiona sobre estos tipos de dolencia Azócar.
Quinteranos verdes
De acuerdo al Ministerio de Educación, las intoxicaciones más graves comenzaron el 21 de agosto de 2018. El historiador Robinson Pinto se encontraba en Viña del Mar cuando recibió la llamada de un amigo que lo alertó: “Robinson, hay más de 50 niños en urgencias en el hospital. Tienen náuseas, vómitos, les duelen los ojos. Hay algunos que se desmayaron, les cuesta hasta respirar”, le dijo. “De verdad fue algo nuevo, algo que nunca había pasado antes. Fue la peor crisis sanitaria y ambiental en la historia de Quintero”, señala Robinson.
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), los peaks ocurrieron entre agosto y septiembre de ese año, produciéndose alrededor de 1.400 intoxicaciones que fueron atendidas en el Hospital de Quintero. Según el Informe Misión de Observación Zona de Quintero y Puchuncaví, como solución, se tomó la decisión de suspender las clases de todos los colegios de la zona hasta fines de septiembre, tiempo en el que las empresas solo redujeron las operaciones y paralizaron algunos procesos de mayor riesgo. Nunca dejaron de operar.
En el hospital, Robinson vio a decenas de niños llorando y a papás desesperados. Sintió impotencia porque recordó su propia infancia y cómo se normalizó vivir en una zona de sacrificio: “Ahí uno hace recuerdos, memorias de cuando iba al colegio y veía el humo de la chimenea. O cuando me dolía la cabeza. Ver en la playa el carbón. Estar siempre cansado. Entonces te das cuenta que esto ha pasado siempre”, reflexiona.
Francisco no le tomó el peso a lo que ocurría en la zona hasta avanzada su adolescencia: intoxicaciones, derrames de petróleo y varamiento de carbón, fueron algunas de las cosas que lo motivaron a estudiar Ingeniería Ambiental. Hoy, desde su oficina en el Departamento de Medio Ambiente de Quintero, reflexiona: “Solo el hecho de vivir acá diferencia a las personas en torno al conocimiento que tienen sobre contaminación. Todos tienen una noción sobre lo que es”, dice.
Todos estos hechos han develado las condiciones en las que viven los pobladores producto de la contaminación que emana de las industrias: “Diferentes estudios que hemos levantado al gobierno regional y las autoridades hacen oídos sordos. Es cosa de venir y darse cuenta”, puntualiza la concejala Tamara Tello.
En los 80’, los trabajadores de ENAMI que ingresaron a la planta entre 1963 y 1977 comenzaron a notar los efectos que la exposición al plomo les provocaba en sus cuerpos. “Al principio los hombres sentían un sabor dulce en la boca, producto del ácido que respiraban. Pero estos síntomas escalaron, provocando que se jubilaran con fuertes dolores corporales”, explica Víctor del paulatino empeoramiento su calidad de vida. Sobre la gravedad de los síntomas relacionado a la cantidad de años que estos hombres estuvieron dentro de las industrias, agrega: “Ellos estaban sanos y de a poco vieron cómo la piel se les ponía amarilla, les salían ampollas y perdían la memoria y sus piezas dentales. Morían de cáncer o paros cardíacos”.
“Yo tenía varios amigos que trabajan ahí en las industrias, y algunos comenzaron con dolores. ENAMI les pagaba operaciones de rutinas para encontrar el problema. Cuando los abrieron, los doctores encontraron que estaban verdes por dentro y que tenían su cuerpo totalmente destruido. Eso era fatal, los abrían y a los meses morían de cáncer”, cuenta Alberto con tristeza.
Fue en 2011 cuando se exhumaron algunos cuerpos de trabajadores fallecidos entre el 2005 y 2009 para ver la presencia y la concentración de metales pesados en la sangre,. De acuerdo al Ministerio Público, tres de ellos “presentaron concentraciones de cobre, arsénico o plomo por sobre la norma”.
Víctor lleva un recuento de las querellas que se presentaron al respecto. “Han pasado más de diez años y las familias de los conocidos como ‘hombres verdes’ aún no han recibido respuesta por parte del Estado”, cuenta con resignación.
Hoy muchos de estos síntomas derivados de la contaminación afectan a los habitantes de Quintero. Un informe elaborado en 2018 por el Colegio Médico detalla las consecuencias a largo plazo por la emanación de gases en la salud de los habitantes de Quintero y Puchuncaví. Mutaciones, cáncer y malformaciones fetales son algunas de ellas.
A pesar de todas las problemáticas existentes en la zona, el ambiente en Quintero es cercano. Los vecinos se conocen entre sí, se saludan en la calle y se reúnen donde llegaba el tren. Las distintas generaciones conversan sobre la trayectoria de su tierra. Se entremezclan los recuerdos de los mejores años del balneario, con la alegría por la llegada de las industrias, las masivas intoxicaciones por la contaminación del aire, y la suciedad del mar.
Hoy, sin embargo, el anuncio del cierre de la Fundición Ventanas de Codelco significó una alegría para los quinteranos. Si bien esto no se traduce en que la contaminación desaparecerá por completo, es una señal. Con las otras 13 industrias seguirá existiendo contaminación, pero será menos que ahora.
Tal es el apego con su tierra que Víctor, a pesar de los problemas ambientales y los cambios que ha sufrido Quintero con los años, espera pasar sus últimos días en la ciudad que lo vio crecer. “Yo no lo cambio. Yo ya me quedé a morir acá. De hecho tengo casa en el cementerio”, expresa.
Al igual que él, Gabriela también planea pasar hasta sus últimos días en la ciudad. Aunque cuando quiso asegurar un espacio en el mismo lugar, dice, no consiguió plazas disponibles ni para ella y su marido.
“Me dijeron que preguntara en Viña. Pero yo jamás he vivido ahí. ¿Cómo me van a enterrar allá? Yo quiero estar en el cementerio de Quintero, y con mi marido al lado”, dice.
Mientras Marcela realiza la limpieza de la Casa Estación, reflexiona: “¿Qué mirada tenemos los quinteranos? Una de esperanza, absolutamente. Quintero yo lo amo como es. Me encantaría retroceder un poco y que vuelva a ser como antes, pero sé que no se va a poder”, dice.
Y luego agrega: “Hay que intentar vivir de la mejor forma posible y cuidar Quintero”.