
Los expulsados
Estas son las historias de niños que por repetir cursos o presentar problemas de actitud, no encuentran un colegio donde estudiar. Si bien hay fundaciones para la reinserción y colegios 2×1, muchas veces la expulsión reiterada los hace abandonar el sistema para siempre.
Por Rocío Cano Muñoz
Es miércoles a las siete de la mañana y Marcelo de 15 años, se alista para ir a la granja de su primo. Trabaja en engorda de animales, donde ayuda a darles las porciones de comida y agua que reciben durante el día, a limpiar la granja y a mover el ganado. A las 20 hrs. puede ir a su casa, luego de doce horas de trabajo. Se acuesta a dormir para ir al trabajo al día siguiente. Con 15 años, Marcelo no ha terminado octavo básico.
En abril lo expulsaron por tercera vez de un colegio en Paine. Buscó otro colegio para reinsertarse y sin éxito en el proceso decidió que dará exámenes libres con ayuda de algún curso online para terminar octavo básico.
“Los jóvenes excluidos del sistema escolar tienen razones económicas y familiares. Además del mismo sistema escolar rígido y tradicional que no acoge sus características distintas y los expulsa”, explica Paola Pérez, directora de desarrollo en la fundación Súmate que busca la reinserción de jóvenes que han sido expulsados. Según explica, el principal factor del abandono de la escuela por parte de los estudiantes es la experiencia al interior del sistema educativo formal.
“Me decían algo que me molestara y me sentía capaz de apuñalar a una persona. Estuve con armas hartas veces, armas hechizas o cuchillas”, cuenta Marcelo.
En Chile hay cerca de 100 mil niños en edad escolar que no asisten a un colegio según datos de la encuesta Casen. La investigadora del área de política educativa y estudios de Educación 2020, Antonia Madrid, dice que esta cifra, se mantiene constante desde 2013 y en gran parte el abandono sucede en escuelas municipales, entre el quintil I y II. Principalmente están entre primero y tercero medio y ocurre generalmente en zonas urbanas como en las de las regiones Metropolitana, Bío Bío, Valparaíso y Antofagasta, generando el peregrinaje de los estudiantes por encontrar una nueva escuela. Las razones son múltiples, embarazo adolescente, problemas socio económicos, en reportaje nos concentramos en un de ellos: la expulsión.
La primera vez que Marcelo fue expulsado estaba en sexto básico. Se escapaba de clases con sus amigos y era desordenado. Aún recuerda a su profesor de inglés. “Juzgaba a las personas por cómo se vestían, por su pelo, por ser como eran. Nos trataba mal psicológica y verbalmente: tú eres tonto, estúpido, no haces las cosas bien, no sirves para nada”, cuenta Marcelo. Repitió ese año y volvió a tener clases con el profesor de inglés. En una de sus discusiones, Marcelo se descontroló y le tiró una silla en la cabeza. Lo echaron inmediatamente.
Dice que se sentía una bomba de tiempo. Entró a un segundo colegio, nuevamente a sexto básico. “Me decían algo que me molestara y me sentía capaz de apuñalar a una persona. Estuve con armas hartas veces, armas hechizas o cuchillas”, recuerda.
Además de ir al colegio, jugaba en tercera división de fútbol del club de La Florida. Este club le enviaba cartas al colegio para que saliera antes de algunas clases para poder entrenar. Marcelo dice que no le creían y nunca lo dejaban salir antes. Discutía todos los días con una de sus profesoras, por quien también se sintió juzgado y dice que además la profesora les pegaba, los zamarreaba y les tiraba las orejas. “Intenté ahorcarla contra la pared, pero no fue por querer matarla, solo para que aprendiera la lección. Me desquité con ella por cómo me trataba. Yo le dije las cosas como eran y como ella me hacía sentir y aún así me juzgaba, me miraba feo”, dice Marcelo. Nuevamente fue expulsado.
El último colegio en el que estuvo era un 2×1 –un establecimiento donde se hacen dos cursos a la vez–, debía terminar séptimo y octavo este año, pero solo alcanzó a terminar séptimo cuando lo expulsaron. Se peleó con un grupo de compañeros y terminó en un retén de carabineros. “Yo nunca anduve con drogas, no trataba mal a nadie, pero cuando me pegaban o me molestaban, yo reventaba”, reconoce el adolescente que también dice sentirse afectado, porque su padre es alcohólico. Dice que actúa así, porque no quiere que lo pasen a llevar ni en el colegio ni en su casa. Por lo mismo portó armas hechizas en los establecimientos, delito que tiene una pena de cárcel entre tres años y un día, y 10 años según la Ley de Control de Armas.
Cindy López, psicopedagoga y coordinadora académica de TutorDoctor Chile –donde hacen clases a domicilio–, define la alta desmotivación, exigencia, y el factor familiar-emocional como puntos que afectan a la expulsión de los jóvenes de sus colegios. “No están bien apoyados y por eso deciden ser más agresivos o rebeldes. Es importante trabajar con ellos después de clases, porque sino después se van a ir a otro lugar y van a repetir el mismo comportamiento”, explica López.
En abril de 2017, luego de ser expulsado por última vez, Marcelo comenzó a trabajar. Además de no tener colegio, se quedó sin lo que más le gustaba, entrenar en el club de fútbol de La Florida. Era imposible entrenar con un horario como el que tiene en la granja donde trabaja. También dejó atrás un proyecto de educación física que tenía con una profesora por ser uno de los mejores en la materia.
Otro estudiante que abandonó el sistema escolar es Luis de 17 años. Vende zapatillas en el local de su hermano en el Persa Bío Bío los siete días de la semana, desde las nueves de la mañana hasta las siete de la tarde. Estaba condicional y en octavo básico, con 15 años, lo echaron por pelearse a golpes con otro compañero. Se cambió a un colegio municipal en el que solo estuvo un semestre. “Me salí, porque estaba perdiendo el tiempo. Nadie se preocupaba de uno, nadie preguntaba. Tampoco me apoyaban en mi familia, les daba lo mismo. Además, me portaba mal, era desordenado, faltaba a clases y peleaba con compañeros”, recuerda Luis.
“Se me olvidan las cosas, no sé nada. Iba a puro dar la hora al colegio, todo se me olvidó, me cuesta mucho”, dice Luis.
Cuenta que en el colegio fumaba marihuana y en la noche drogas más fuertes. Ahora está medicado por epilepsia. “Yo me provoqué una enfermedad, yo creo que eso me quitó la mente, ya no me dio más la mente y ahora estoy enfermo por lo mismo”, explica el joven. Terminó octavo básico dando pruebas libres, sin asistir a clases se inscribió para rendir los exámenes para pasar de curso.
En 2017 fue dos semanas a un 2×1 y no siguió asistiendo a clases nocturnas, porque dice que prefiere trabajar. “Se me olvidan las cosas, no sé nada. Iba a puro dar la hora al colegio, todo se me olvidó, me cuesta mucho”, explica Luis, y dice que aún así le gustaría terminar cuarto medio y poder salir del país porque “hay más plata”. Por ahora sigue vendiendo en el local mientras a un costado otros vendedores fuman marihuana.
“Una escuela que pierde a chicos debería volver a recuperarlos rápidamente. Si alguien es expulsado debería haber medidas transitorias donde después de ciertas acciones el joven pueda volver a la escuela. Si no es como un castigo permanente, si bien pueden pasar cosas graves, no pueden ser definitivas para su vida”, explica la directora de desarrollo de la fundación Súmate, Paola Pérez.
La fundación cuenta con cinco escuelas de reinserción para niños entre 11 y 24 años con desfase en su escolaridad. Solo logra abarcar alrededor de 800 jóvenes en Santiago y Lota, muy por debajo de los 100 adolescentes sin educación formal. “La expulsión reiterada ocurre, porque son escuelas tradicionales antiguas, no hay estrategias diferentes. Una escuela puede tener chicos muy complejos, pero si genera un vínculo cercano con ellos, convivencia, clases entretenidas, es raro que ocurra algo complejo”, explica la directora y agrega que el municipio de cada comuna tiene que hacer un seguimiento de estos niños sin educación y ofrecerles alternativas, trabajo que según Pérez no se está realizando.
Ana lleva dos años sin colegio, repitió octavo básico y después solo alcanzó a terminar primero medio en 2015 con 17 años.
Además de la existencia de fundaciones de reinserción, otra de las opciones que existen para jóvenes con rezago educacional por repetición de cursos o mala conducta y que son expulsados, son los colegios 2×1. Jenny Castro, subdirectora del colegio Miraflores explica que ellos mantienen psicopedagogos y tutores para sus alumnos. Además de horarios de mañana, tarde y noche para acomodarse a las distintas realidades. “Tienen muy buenos cambios, los tratamos de forma afectiva, siempre hay un apoyo para ellos”, asegura la subdirectora. Castro explica que sus tasas de deserción son bajas, alrededor de un 3% y que entre un 80 y 90% termina cuarto medio.
Ana tiene 19 años y un hijo de cinco meses. Trabaja de empaque en un supermercado cerca de su casa, en la población La Ermita de Lo Barnechea. En su hogar viven 11 personas contándola a ella, seis son los hijos de su hermana, a quienes Ana cuida. Lleva dos años sin colegio, repitió octavo básico y después solo alcanzó a terminar primero medio en 2015 con 17 años.
La expulsaron, porque le pegó una patada en la guata a una compañera por defender a una amiga. Más tarde llegó la apoderada de la niña a la que le pegó. “Se acercó y me tiró el pelo. Nadie hizo nada, entonces yo me tuve que defender y le pegué”, cuenta la joven. Ana le tiró el pelo, le pegó y la azotó en un palo de cemento, hasta dejarla sangrando. Más tarde llegó la hermana de Ana a defenderla. Las tres se fueron detenidas por Carabineros y fueron al juzgado. Ana no podía volver a su colegio por lo menos por un año.
“Me mandaron suspendida y después se corrió la voz por lo profesores de que yo era la peor del colegio, que estaba expulsada, porque era mal vividora, peleadora, hacía bullying, era desordenada, no hacía caso…”, recuerda Ana. Un día la fundación 24 horas de Lo Barnechea, que se dedica a reinsertar niños en riesgo social, tocó su puerta para ofrecerle entrar a un colegio 2 x 1 de segundo y tercero medio. Sólo estuvo un semestre debido a que repitió por inasistencia. Volvió a su antiguo colegio a buscar sus papeles para encontrar un nuevo establecimiento y más tarde los perdió. Su mamá la echó de la casa, pero después volvió y se puso a trabajar. Para eso tuvo que mentir en su curriculum, y escribió que había terminado cuarto medio. “Ya no estoy en edad, no me interesa el colegio, prefiero trabajar para tener plata”, explica Ana, quien ocupa el dinero para su hijo e insumos para la casa.
La subsecretaria de educación Valentina Quiroga, expone que con la nueva ley de inclusión que busca terminar con la selección arbitraria de niños, la cual se está implementando desde marzo de 2017 en Chile, se regulará la expulsión. “No es que la expulsión esté eliminada del sistema, pero tiene que ser una medida de última instancia, porque finalmente los niños tienen que educarse. Es un derecho de los estudiantes, si son expulsados de un establecimiento empieza el peregrinaje de ir a otro establecimiento y eso afecta el proceso de aprendizaje”, dice Quiroga.
Antonia Madrid de Educación 2020, explica: “Los niños no deciden desertar. La deserción es el último paso de un proceso de exclusión educativa. No hay políticas públicas para estudiantes que están fuera de las escuelas. Eso sólo lo cubren las organizaciones civiles”.
Sobre el autor: Rocío Cano Muñozes estudiante de Periodismo y escribió este artículo en el curso Taller de Prensa. El reportaje fue editado por Romina Díaz en el curso Taller de Edición en Prensa.