Crónica ganadora del Premio a la Excelencia Periodística entregado por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) adjudicándose el premio de Periodismo Universitario Pedro Joaquín Chamorro
La WWE de los hermanos Urzúa
La primera vez que Patricio Urzúa supo de la lucha libre fue gracias a la WWF. Tenía seis años cuando se volvió un fanático. Ocho años después nació su único hermano, Diego, y Patricio se encargó de que él siguiera sus pasos. Hoy, los dos llevan más de un año entrenando en una escuela de lucha libre en la comuna de San Miguel. En diciembre de 2015, con cuatro meses de preparación, los hermanos Urzúa lograron cumplir un sueño y debutar en un ring como luchadores. Ahora tienen uno más grande: convertirse en luchadores profesionales y triunfar en México, uno de los tres países más importantes para la lucha libre.
Por Juan Manuel Ojeda Güemes / Fotos Hisashi Tanida

Mateo agarra a Bill Jack y lo tira sobre la lona del ring. Lo voltea. Bill queda boca abajo. Puñetazo en la espalda. Dedo torcido. Llave en el cuello. Piernas flectadas. Golpes en la cabeza. Gritos del público. Mateo continúa y toma el brazo izquierdo de su contrincante y lo dobla. Bill Jack trata de escaparse pegando a todas partes sin éxito. Mateo no tiene piedad.
— ¡Aaaaaaaaah! — grita Bill Jack.
— ¡Libérate! — exclama un niño que está justo al lado del ring.
— Por favor, suéltalo que le duele — dice una mujer que está sentada en una silla aprovechando la sombra de un árbol.
Mateo no lo suelta.
Bill Jack está atrapado debido a los golpes de Mateo. Bolton, su compañero, espera detrás de las cuerdas. No puede ingresar para ayudar a su pareja ya que necesita que Bill Jack le de el pase golpeando la palma de la mano de Bolton. Justo en ese momento, Yaro, la dupla de Mateo que ya estaba dentro de la pelea, se sube al pilar de una de las esquinas del ring. Está de pie en lo más alto del cuadrilátero. Los niños que rodean la plataforma miran hacia arriba con asombro.
Toda la escena no dura más de un minuto. El público presente se desespera.
— ¡Que se mueva rápido o si no va a cagar! — grita un hombre.
— ¡Pégale en la cara! — exclama otro.
Los gritos y el ánimo del público no tienen efecto. Bill Jack continúa ahí sin poder hacer nada. Yaro flexiona sus rodillas, con las manos se impulsa hacia adelante y salta.
Yaro vuela. Cae por completo encima de Bill Jack. El público ya no grita. Bill Jack recibe todo el peso de Yaro quien saltó desde un metro de altura. Bill no se mueve. Pero aún queda más. La lucha está recién empezando.
Bolton no soporta ver cómo su compañero es aplastado por Yaro e ingresa al ring sin respetar las reglas. El árbitro sólo mira. Bolton golpea con el pie la espalda de su rival liberando a Bill Jack, quien sale y se recompone afuera de las cuerdas. Ahora Bolton tiene el control y aprieta el cuello de Mateo con sus brazos. Así logra llevarlo hasta una de las esquinas del ring, aturdido. Bolton trepa el pilar de la esquina y con sus dos pies sobre la tercera cuerda se detiene y toma aire. La gente se acerca al ring, saben que algo bueno está por ocurrir. Bolton, con gran agilidad, salta de una cuerda a otra. Mateo no reacciona. Bolton, ya en el aire, logra poner la cabeza de Mateo entre sus piernas y caen. El ring suena, es un gran estruendo.
A seis cuadras de la estación de metro Lo Vial, en la calle Teresa Vial 1290, está el Centro Comunitario Gabriela Mistral. En el patio interior del Centro, seis jóvenes de entre 15 y 22 terminaban de armar un ring de lucha libre. 20 minutos después, Emilio Ogaz, un hombre de 32 años, 1.77 de altura, con el pelo amarrado que le llegaba hasta la mitad de la espalda, vestido con pantalón de tela negro, camisa blanca a rayas, un chaleco negro y zapatos de cuero entró al Centro Cultural, pasó por la oficina y retiró una carpeta de cartón azul marino. Al cruzar la recepción, llegó al patio donde lo esperaban sus seis estudiantes. El ring ya estaba casi listo, pero aún faltaba la aprobación de Emilio.
— Miren acá — dijo Emilio.
— ¿Qué pasa, profe? Si quedó pulento — respondió Diego, uno de los jóvenes de la escuela de lucha libre.
— Mira bien, po. Esto está chueco. Si no lo enderezamos el ring se va a romper — insistió el profesor apuntando con el dedo una de las esquinas en donde se cruzaban dos fierros de la base del ring.
Emilio forzó la estructura para que la esquina se enderezara. No podía quedar mal montado. Solo las piezas costaron un millón de pesos y es el único que tiene Xplosión Nacional de Lucha (XNL), la agrupación de lucha libre que está a cargo de la escuela y una de las empresas más grandes del rubro en Santiago. Sin la estructura, los jóvenes no podrían entrenar y XNL no podría hacer sus shows mensuales. De inmediato, Diego y Emilio intentaron arreglar la imperfección de la esquina.
— Ahora súbanse para tensar bien las cuerdas. Quiero dos giros en la tercera, tres en la segunda y dos más en la primera — gritó Emilio mientras se cambiaba de ropa en el patio.
La escuela de XNL funciona como un taller gratuito que el programa municipal San Miguel Joven ofrece desde enero de 2015. Lo único que se necesita para participar es tener más de 12 años. Hoy XNL tiene 15 luchadores, muchos de ellos son campeones en el extranjero y han viajado a países como Japón, Perú y México.

XNL ofrece shows los primeros domingos de cada mes en el Teatro Municipal de San Miguel. Para verlos, hay que pagar una entrada que cuesta entre $3.000 y $7.000. Con eso, la agrupación logra subsistir, ya que, según sus organizadores, ningún luchador en Chile puede vivir de la lucha. A diferencia de Estados Unidos, Japón y México, los tres países más importantes para la lucha libre, acá a nadie le pagan por luchar. “En Chile ningún luchador se hace la vida con esto. Yo llevo 15 años luchando, porque es lo que me gusta y lo que me mueve, no porque quiera ganar plata”, afirmó Emilio.
El entrenamiento de las 19.30 hrs empezó a las 19.54 hrs. Después del calentamiento, Emilio les mostró el primer ejercicio del día. Partieron dando tres vueltas de carnero cada uno.
— Cuando den el giro, tienen que quedar en la misma posición donde partieron. Usen los brazos, es lo único que les da dirección y así estarán mejor preparados para rebotar bien en el ring — mientras explicaba, los demás lo imitaban.
— Ya profe, vaya terminando que tengo que cerrar — era el administrador.
Siempre avisa a las nueve, hora en la que el Centro Comunitario tiene que cerrar. Los luchadores suelen terminar tarde, no desaprovechan ningún minuto y si el administrador no llega a avisar, Emilio sigue haciendo su clase.
Al finalizar cada entrenamiento, el profesor los reúne a todos en un círculo arriba del ring y les pide un aplauso. Los jóvenes siempre lo hacen acompañando el sonido de sus manos con una pequeña reverencia. La última actividad de la noche es firmar la hoja de la carpeta azul. Cuidar la asistencia es fundamental. “La constancia hace al luchador”, dijo Emilio.
La primera vez que Patricio Urzúa supo de la lucha libre fue en 1998 y tenía seis años. Los domingos solía ir con su padre al Persa Biobío a comprar CDs de música. En una de sus visitas entraron a una tienda y vieron en la televisión una pelea de la World Wrestling Federation (WWF), la actual World Wrestling Entertainment (WWE), la empresa norteamericana de lucha libre más grande y conocida del mundo. Era Stone Cold contra la Roca. Patricio miraba asombrado la lucha.

Ahí nació su gusto por la lucha libre. Con el tiempo su papá comenzó a comprarle VHS con los shows de la WWF hasta que descubrió que La Red había comprado los derechos del programa para transmitirlo. Desde ahí en adelante los domingos en la casa de los Urzúa eran los días de lucha. Dos años después nació Diego, quien con el paso del tiempo adquirió el gusto de su hermano mayor. Y como consecuencia, aparecieron las tablas de las camas rotas, adornos de la casa en el suelo y moretones en sus brazos y piernas. La lucha no sólo era para verla en televisión, sino también para vivirla. Sin saber mucho. Sin entenderla. Sólo bastaba pensar que la lucha casera que hacían en su casa de Maipú era como los enfrentamientos entre la Roca y Stone Cold.
Hoy Pato tiene 24 años. Su hermano Diego tiene 16 y ambos quieren ser luchadores.
— Trabajo en una mueblería ubicada en Club Hípico con Carlos Valdovinos. Estoy ahí de ocho y media hasta las seis y media de la tarde. La dueña es familiar mío y con ella siempre veo los permisos. Entrenamos cuatro días a la semana y siempre cumplo, porque quiero ser luchador — cuenta Patricio.
— Yo también po. Estoy en primero medio, pero yo voy a ser luchador — dijo el menor de los Urzúa
Diego va en primero medio en el Colegio Talleres de San Vicente en Estación Central. Su hermano estudió Mecánica Automotriz en el Liceo Politécnico Andes del Duoc UC en Renca. Ahí repitió tercero medio y luego de terminar su enseñanza media dejó los estudios. No había plata para continuar en algún instituto profesional. Diego, según él, es el rey de la nota cuatro. Le gustan los ramos de educación física y a veces matemática. No quiere estudiar después del colegio. Su mamá y su papá siempre los han apoyado.
— Nosotros la tenemos clara. Lo que tenemos pensado es aprender lo que más podamos acá en Chile. Después juntar las lucas e irnos a México. Nos iremos a vivir allá, porque ahí están los grandes. En ese país tenemos el trampolín para saltar y ser exitosos — contó Patricio mientras Diego lo miraba con los ojos de quien escucha algo sagrado.

En febrero de 2015, Diego y Patricio junto a otros amigos, crearon un grupo de Facebook de fanáticos de la lucha libre llamado CWC. Se juntaban antes de los shows de lucha para comentar los videos que veían por Youtube y para apoyar a sus luchadores favoritos. También se reunían en plazas para luchar de manera amateur. En julio de ese año un amigo de ellos les contó que en San Miguel existía una escuela para luchadores. No lo dudaron y a la semana abandonaron para siempre al grupo que habían formado.
— En ese grupo éramos todos fans, no había nadie que hubiese practicado lucha antes, ni alguien que nos enseñara los pasos a seguir. Llegar a la escuela fue un cambio radical. Aquí nos dimos cuenta de que no todo es puro golpe, que tenís que saber caer, registrar y cuidar a tu compañero para que no se vaya a lesionar, porque al fin y al cabo la vida de tu compañero está en tus manos. Si yo me tiro mal, él se puede quebrar el cuello, una pierna, un brazo. No es simplemente llegar y pegar. La lucha tiene su método — dijo Pato.
Los hermanos Urzúa tienen el pelo negro, ambos comparten el mismo estilo: bien corto por los costados y largo arriba de la cabeza. A los dos les gusta el Colo-Colo. Tienen la piel morena. Patricio en su brazo izquierdo tiene varios tatuajes. Diego mide 1,70 y su hermano ocho centímetros más que él. Pato pesa 92 kilos, su hermano 68. Actualmente ninguno pololea. Dicen no ser muy buenos para carretear, prefieren estar solos en su casa. Los dos llevan cuatro meses en la escuela. Ambos van a todas partes juntos. Después del colegio, Diego va a buscar a su hermano a la mueblería para luego irse a la escuela. Están dedicados completamente a la lucha libre.
A pesar de que los hermanos Urzúa sólo llevan cuatro meses, para ellos la escuela no se trata de un hobby sino del primer paso para ser luchadores. Por eso van al Gabriela Mistral los lunes, miércoles y viernes para entrenar con Emilio desde las siete y media de la tarde hasta las nueve de la noche y los sábados desde las cuatro hasta las seis con Lenko, otro luchador de XNL.

— Entrenar con Emilio es un lujo — afirmó Patricio.
Emilio Ogaz es un luchador de XNL, uno de los primeros chilenos en irse a entrenar y competir a Japón. Lleva 15 años luchando. Partió como aprendiz de uno de los grandes de los Titanes del Ring, Mr. Death, y se presentó con él en el Teatro Caupolicán frente a más de 700 personas. Por eso los hermanos Urzúa creen que con un profesor como Emilio el proyecto de ser luchadores es posible. Cuando está abajo del ring es Emilio Ogaz, pero cuando está arriba para pelear es Mateo, uno de los luchadores más antiguos de XNL.
— La lucha…es todo para mí — comentó Diego.
— A mí me gusta el espectáculo, los golpes, el apoyo del público. Eso es lo que quiero para mi vida. Por eso venimos a la escuela, es el primer paso. El segundo es subirnos a un ring a luchar de verdad, en algún gimnasio repleto de gente — susurró Patricio.
— Esa es nuestra esperanza. Pasar de ser un fanático a que griten tu nombre. Es por esa ilusión que uno entrena, se sacrifica, deja de hacer miles de cosas por venir a entrenar.
— En verdad si la pienso bien, hago esto porque me hace feliz. Conozco muchos amigos o compañeros que pasaron su vida estudiando y ahora los veo trabajando en el empaque de supermercados o como cajeros. ¿De qué les sirvió gastar tanta plata, tanto tiempo en estudiar si no lograron nada y no son felices? Sé que nunca voy a ganar muchas lucas con la hueá, pero al menos tendré lo único que me pertenece: mi felicidad.
En julio, los hermanos Urzúa dieron el primer paso: llegar a la escuela. El 13 de noviembre dieron el segundo. Ese día Emilio invitó al entrenamiento a Bajo Cero y a Lenko, dos luchadores profesionales de XNL. Ellos estaban ahí para elegir a los tres estudiantes que el 5 de diciembre representarían a la escuela en el acto final del Centro. Ninguno de los seis jóvenes que estaba ahí se lo esperaba, estaban nerviosos.
Partieron calentando como siempre y después los profesores se juntaron para definir las luchas. A Diego le tocó pelear con un compañero de escuela que recién llevaba dos clases. Pato tuvo que luchar con su compañero Álvaro; y Nacho, otro estudiante de la escuela, con Bajo Cero. Las luchas debían durar cinco minutos y un rato antes de subirse al ring, las parejas se pusieron de acuerdo en los pasos y golpes que harían. El primero en subirse al cuadrilátero fue Nacho, después vino Diego y al final Pato.
Luego de las luchas Mateo, Bajo Cero y Lenko se reunieron en un círculo sobre el ring, el resto esperaba abajo. Diego tenía mucha rabia, sabía que no había hecho una buena lucha y no pudo lucirse como le hubiera gustado. Sentía impotencia y quería llorar. Su hermano le veía los ojos llenos de lágrimas y pensaba que si sólo quedaba él, le daría el puesto a su hermano. Mientras esperaban solo se escuchaba el murmullo de los luchadores y luego, el veredicto. “Ya estamos listos”, afirmó Emilio.
— Quienes van a representar a la escuela en el debut del 5 de diciembre serán — una pausa — Nacho, Pato y Diego.
Los hermanos Urzúa se abrazaron llorando y apretaron muy fuerte sus manos. Lo habían logrado.
Desde entonces, Diego y Patricio no dejaron de pensar en cómo sería su entrada al ring ese primer sábado de diciembre. Debían preparar todos los detalles, tener un nombre y el traje necesario para luchar profesionalmente. Dos semanas después se pusieron de acuerdo con Lenko, el profesor de los sábados, para que los acompañara a encargar sus trajes. La tarde del viernes 27 de noviembre partieron a Plaza de Armas, donde está la Casa Marcos, una tienda especializada en ropa de ballet que confecciona trajes de lycra.
— ¿Pato, te digo algo? El día que quedaron seleccionados, estuve a punto de votar por Álvaro y no por ti — comentó Lenko mientras caminaban frente a la catedral de Santiago.
— Ppff, si yo soy mucho mejor — le respondió Patricio.
— Pero Lenko estái puro hueveando, si mi hermano le gana al Alvarito — replicó Diego.
— Vieron. Esto es lo que siempre les he dicho. Tienen que bajarse los humos, aún no han conseguido nada y si siguen así no van a llegar lejos.
— Le ponís color, si sabís que somos mejores que él — sentenció el mayor de los Urzúa.
Para Lenko lo más importante de un luchador es la humildad y la perseverancia. “De qué te sirve creerte el mejor si la lucha tiene otras lógicas. No te sirve ganar, tampoco acumular cinturones ni títulos. ¿Qué valor tiene un triunfo que es pauteado antes? Ninguno. Nosotros acá estamos por el público. Que te odien, te aclamen, te sigan para todas partes, esos son nuestros trofeos”, dijo Lenko.
El viernes siguiente, Diego volvió a la Casa Marcos a retirar los trajes que se habían mandado a hacer. Eran dos pantalones de lycra. El de Patricio era negro con franjas amarillas y el de Diego rojo con cuadrados azules. Les salió $40 mil pesos en total. Antes habían ido a Deportes Player, también ubicado en Plaza de Armas, a comprar sus botines de box. Se llevaron dos, uno talla 43 y el otro 42. Los dos pares les salieron $30 mil pesos cada uno. Todo lo costeó Patricio, con el sueldo que recibe en la mueblería.

Eran las 2.45 de la madrugada del sábado 5 de diciembre y Patricio Urzúa recién estaba llegando a su casa. Ese mismo viernes había estado de cumpleaños y Emilio le recordó: “No te acostís tarde, tenís que descansar”. Al entrar a su pieza, se encontró con Diego que también estaba despierto. Los nervios y la ansiedad no lo dejaban dormir.
— Estábamos muy ansiosos. Habíamos esperado con muchas ganas ese día. Al fin sentíamos que todo el tiempo sacrificado y el esfuerzo entregado habían valido la pena. Además íbamos a tener el privilegio de luchar como hermanos. Si ganábamos o perdíamos no nos importaba. Para nosotros nuestro triunfo era el hecho de estar ahí juntos y ver a la gente esperándote — recordó Patricio.
A las cuatro lograron quedarse dormidos y cinco horas después sonó el despertador. El día que tanto esperaron había llegado. Se levantaron de inmediato y rápidamente se ducharon para alcanzar a llegar al Gabriela Mistral. A las 12 estuvieron en el Centro. Junto con los profesores y sus compañeros desmontaron el ring y se lo llevaron en un camión a la población San Miguel.
A las 13:30 estaban en la calle Tristán Matta esquina con Gauss armando el ring. El primer problema fue el piso: estaba desnivelado. Buscaron unas latas y unos palos del basurero para arreglarlo. A las tres de la tarde ya estaba todo listo, incluso improvisaron un camarín con una tela negra amarrada a los árboles de la plaza. Almorzaron un aliado en pan de miga, un plátano y una manzana. Se cambiaron de ropa y se pusieron sus trajes. No sabían la dinámica de la pelea. El jueves Emilio les había informado que el sábado lucharían en parejas contra él y Yaro. Tenían al oponente, pero no los pasos de cómo iba a ser el espectáculo.

En la lucha libre de espectáculo, las peleas siempre son pauteadas. En las empresas profesionales el encargado de esta tarea son los bookers o guionistas, quienes manejan la trama de la lucha. Ellos deciden quién debe ganar y los luchadores son muy obedientes, saben que es así. Como escribió Roland Barthes en su libro Mitologías: “La función del luchador no consiste en ganar, sino en realizar exactamente los gestos que se esperan de él”. Por eso Diego y Patricio estaban nerviosos, sabían que con toda la presión que tenían, no lograrían retener todas las instrucciones que les daría Emilio en el camarín.
15 minutos antes de salir a luchar, Emilio habló:
— ¿Están claros quién gana cierto?
— Si po, nosotros — le respondió Pato.
— No, campeón, cálmate. Nadie gana en su primera lucha.
Las dos parejas se reunieron para pautear sus luchas. Tenían que acordar los golpes a dar, qué movimientos podían hacer y cuáles no. También debían definir el final: con qué golpe destrozar al rival. Estaban en eso cuando Natalia Stack, la animadora del evento, dio inicio al espectáculo.
Desde adentro del camarín los Urzúa escuchaban sólo los aplausos del público. El micrófono apenas se oía por culpa del ruido que hacía el generador eléctrico. Mateo y Yaro, ya habían entrado al show y sólo faltaban ellos. De repente escucharon Come with me de Kongos, la canción elegida por los hermanos Urzúa para iniciar su debut.
Al salir de los camarines, Diego y Patricio pasarían a ser la dupla de luchadores compuesta por Bolton y Bill Jack. Sus nombres los habían escogido hace tiempo y les gustaban, porque sonaban bien. Con la música andando, la hazaña recién empezaba. Los dos hermanos salieron del camarín corriendo y chocando sus manos. El público los aplaudía, algunos pocos gritaban sus nombres. Estaban felices y sus ojos brillaban.
— Apenas salí vi a mi mamá. Sólo quería llorar. Después no quise mirar a nadie más, no quería emocionarme arriba del ring — recordó Pato.
Alrededor del ring hay cerca de 80 personas. La lucha entre Bolton, Bill Jack, Mateo y Yaro lleva nueve minutos y ya está por terminar. Ahora los cuatro están sobre el cuadrilátero y todos pelean con todos. Bill Jack aplasta a Yaro en la esquina del ring, Bolton le pega un lazo al cuello de Mateo. A pesar de que parecen tener el control, la dupla de hermanos se descuida y vuelven a caer a la lona. Yaro se sube encima de Bolton y Mateo sobre Bill Jack. El árbitro se acerca y comienza el conteo. La mano del réferi golpea fuertemente la lona: un golpe, dos golpes.
Todos se quedan en silencio.
Tres golpes.
Gana Mateo y Yaro. La animadora del evento se sube al ring y levanta las manos de la dupla vencedora.
En el suelo quedan los hermanos Urzúa. Derrotados, cansados y sudados. No se les ve la cara. Diego estira su mano, agarra la de Patricio y se aprietan fuerte. Luego levantan la cabeza y miran al público que ya empieza a abandonar el lugar para ir a ver a Anita Tijoux, que tocaba al otro lado de la plaza. La animadora pide un fuerte aplauso para ellos. Se ponen de pie, bajan de la plataforma dando un salto, saludan de beso a su mamá, a un amigo y a un primo. Entran al camarín y se abrazan.
Esa tarde los Urzúa perdieron, pero su carrera recién estaba comenzando.

Epílogo
— Nuestro debut en diciembre fue sólo el inicio — dijo Patricio Urzúa.
Desde que lucharon en la población San Miguel su carrera por ser luchadores los ha mantenido ocupados todos estos meses. No han parado. Los hermanos Urzúa saben que deben aprovechar cada oportunidad que se les presenta. Por eso siguen entrenando en la escuela de XNL. Por problemas de horario, ahora sólo entrenan tres días a la semana. Y en eso son rigurosos. No hay excusa para no cumplir. Ahora los Urzúa entrenan en el grupo de los avanzados con el Perfecto Bundy, otro luchador profesional, mientras Mateo entrena a los novatos que recién se están integrando a la escuela.
Patricio ahora vive con su polola Elizabeth. Son vecinos en el mismo block en Maipú. Llevan meses juntos en la casa de ella y la vida de Patricio cambió. Ya no sólo está preocupado de la lucha libre. Ahora tiene una nueva familia con su polola y su hijo. Pato se ha encargado de hacer que la lucha sea parte de su nuevo hogar. Y lo logró. “Cuando grande yo quiero ser luchador como el Pato”, dijo Dylan quien a los cinco años ya sueña con subirse a un ring.

A Diego lo expulsaron de su colegio por mala conducta y problemas con los profesores. Ahora está cursando un dos por uno en un colegio en Maipú cerca de su casa. En la mañana duerme y de dos a seis de la tarde va a estudiar. Sólo quiere terminar rápido la enseñanza media para dedicarse a lo único que le gusta.
En agosto los hermanos Urzúa cumplieron un año en la escuela. En sus cuerpos ya suman varios shows y a inicios de septiembre lograron algo que venían añorando hace meses: debutar de manera profesional en un show de XNL. Los hermanos Urzúa participaron de la Copa Declaración de Independencia de Xplosión. En el teatro Huemul, cerca del Metro Franklin, volvieron a recordar las ansias y la adrenalina que sintieron cuando se subieron al ring en la población San Miguel. Esta vez fue distinto, no era un show de la escuela, ahora lo hicieron de forma profesional y eso los llenó de orgullo.
— No nos esperábamos algo así tan pronto. Cuando nos contaron que lucharíamos en septiembre, me sentí la raja, agarré más confianza para seguir mejorando. Es una tranquilidad saber que uno va avanzando y que te tienen considerado — dijo Diego.
— ¿Si seguimos con las mismas ganas? Obvio que sí. Nosotros lo decimos mil veces, porque esto es así: nosotros queremos ser luchadores y lo vamos a lograr. No importa cuándo, ni dónde. El sueño de México cada vez agarra más fuerza. Nuestras ganas siguen aún más intensas y nadie nos va a quitar esto que, de a poco, comienza a ser cada vez más parte de nosotros — afirmó Pato.

Sobre el autor: Juan Manuel Ojeda es estudiante de Periodismo y escribió este reportaje para el curso Taller de Crónica. El reportaje fue editado por Francisca Escobar y Javiera Navarro en el Taller de Edición en Prensa.