A pesar de que la contaminación acústica bajo el agua es un problema del que usualmente no hay tanta conciencia, un proyecto científico-tecnológico busca obtener información de su impacto en la fauna marina de Magallanes, un lugar caracterizado por el tránsito de embarcaciones.
Por Almendra Mendez
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Algunos investigadores comparan la contaminación acústica marina con el pitido o sordera temporal que se sufre luego de asistir a una discoteca o a un concierto. Si bien se trata de una consecuencia de la introducción de ruido no natural en entornos marinos, generado principalmente por la actividad humana como el tránsito de embarcaciones o construcciones, los mamíferos marinos no están libres de ella.
Asimismo, cuando están expuestos constantemente a pérdidas temporales de la audición, se genera un daño acumulativo que, si persiste por un tiempo prolongado, puede resultar en la pérdida permanente.
Este tipo de contaminación afecta el comportamiento y los procesos biológicos de las especies que habitan los océanos, los cuales van desde la desorientación, cambios en las rutas de migración y búsqueda de alimento, reproducción, huida de depredadores, daños o pérdida total del sistema auditivo e incluso la muerte por colisiones con embarcaciones.
Alfio Yori, ingeniero acústico y profesor del Instituto de acústica de la Universidad Austral, explica que la sordera para un mamífero marino no es lo mismo que para uno terrestre. “Para los mamíferos marinos es equivalente a perder la visión en un mamífero terrestre. Prácticamente, muchas (especies marinas) visualizan su espacio, o sea su posición bajo el agua, a través del sistema auditivo y no del sistema visual”, dice.
Para la bióloga marina Marcela Ruiz la contaminación acústica es invisible a nuestros ojos. “Por lo tanto no podemos sensibilizarnos desde esa perspectiva. Yo creo que visibilizar la problemática ayuda a ser más conscientes y a poder transitar a nuevas formas de mitigar o disminuir el ruido”, complementa Ruiz, quien también es dueña de Acústica Marina, un startup de base científica y tecnológica impulsado por inteligencia artificial, que busca medir, monitorear y procesar los sonidos del océano para ofrecer soluciones a problemáticas mundiales. “Nos dimos cuenta que el ruido submarino era un tema bien interesante desde la acústica, y que había un campo grande para desarrollar equipamiento”, agrega.
Así como fue el caso de Ruiz, en el último tiempo ha habido un interés creciente por parte de organismos, emprendimientos y entidades educacionales por hacerse cargo de la contaminación acústica. Han influido las experiencias internacionales en torno a la investigación de herramientas para medirla, y también de soportes para regularla.
En mayo se instaló por primera vez una red de monitoreo acústico en el Estrecho de Magallanes y el Canal Beagle. El proyecto a cargo del Instituto Alfred Wegener (AWI) de Alemania y del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) se trata de un sistema de escucha marina simultánea que consta de una red de cinco hidrófonos, instrumentos parecidos a los micrófonos, que grabarán durante aproximadamente dos años las distintas frecuencias bajo el agua. Serán analizados por detectores e IA para procesar y estudiar el comportamiento de especies autóctonas como el delfín chileno y el impacto del ruido submarino en ellas. Aquí se busca obtener datos propios para complementar los estudios realizados desde 2018 en el país, que se han basado en información, literatura o guías internacionales.
Diego Filún es biólogo marino, representante de AWI y líder de este proyecto. Es una experiencia pionera porque hasta la fecha no se ha recopilado información acústica marina sobre la zona austral del país. De hecho, la gran mayoría de las investigaciones se ha centrado (es la gran mayoría) en la Patagonia Norte, lugar donde el investigador Luis Bedriñana de IDEAL creó en 2021 un video que mostraba una semana de vida de una sola ballena mientras intentaba alimentarse a la vez que buscaba esquivar embarcaciones. Las ballenas son en esta geografía una de las especies más comunes.
Filún ha enfocado sus años de formación y trabajo en la Antártica, específicamente en el Mar de Weddell. En este lugar AWI ya cuenta con un observatorio acústico y 21 hidrófonos. “La verdad es que nunca lo planeé”, confiesa Filún respecto a la factibilidad del proyecto de Magallanes debido a que en sus planes iniciales estaba instalar el sistema en otra zona.
“Si queremos estudiar (el impacto de) los barcos, el Estrecho de Magallanes es el lugar”, dice Filún. En la actualidad es el puerto donde navegan más de 2000 embarcaciones al año y según información entregada por La Dirección General del Territorio Marítimo y de Marina Mercante (DIRECTEMAR), hasta el 20 de agosto han transitado 1420 embarcaciones por el estrecho. Además, en esta zona es posible encontrar las mismas especies que en la Antártica. Sin embargo, se trata de un escenario distinto afectado por una presencia constante de ruido.
De la guerra a estudiar la acústica marina
En Chile, la contaminación acústica fue reconocida por el Ministerio de Medioambiente (MMA) como una amenaza para las especies marinas en 2018. Bajo esa línea se creó una mesa de trabajo que luego formaría el Comité Operativo para el Fortalecimiento de la Gestión de Control de Ruido Submarino y la Prevención de sus Impactos en la Biodiversidad.
Actualmente, en el país no existe regulación para controlar los niveles de ruido submarino, aunque las actividades con potencial emisión de sonidos están consideradas dentro de la ley 19.300 sobre Bases Generales del Medio Ambiente del MMA. En esta norma se indica que cualquier proyecto que pueda generar efectos sobre el ecosistema debe presentar un informe bajo el marco del Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA).
“Si nos comparamos con Sudamérica estamos bien. Estamos en un buen camino. Pero si nos comparamos con ciertos países europeos, estamos muy atrasados. Pero yo creo que desde 2018 en adelante se generó un cambio con la mesa de trabajo que conformó el ministerio”, dice Alfio Yori.
A nivel mundial, la acústica submarina no se comenzó a estudiar en animales o como un problema en sí mismo. Solo fue en un contexto de guerra, específicamente durante la Primera Guerra Mundial, cuando los militares comenzaron a utilizar instrumentos pioneros en la época para detectar submarinos a grandes distancias. Décadas más tarde, en 1950, la Marina de Estados Unidos los usó para escuchar otros sonidos. Uno de los primeros y más reconocibles fue el de la ballena jorobada. Sin embargo, fue en los años 80 cuando se comenzaron a desarrollar los primeros análisis que hablaban sobre un posible impacto de las navegaciones en las especies marinas. El número de estudios e investigaciones fue aumentando a medida que la actividad humana en los océanos también lo hacía.
En el agua, los sonidos se propagan con mayor rapidez y menor absorción, alcanzando una velocidad hasta 4,5 veces más rápida que en el aire e incluso recorrer miles de kilómetros, aunque estas cifras pueden aumentar dependiendo del nivel de sal y temperatura del agua. Estas condiciones convierten al océano en un medio acústico y el que distintas especies como ballenas, delfines, tortugas y cetáceos ocupan como vía de comunicación y sociabilización.
Algunas de las principales fuentes de ruido son: el tráfico marítimo porque el 90% del intercambio comercial se realiza por el mar; dragados que corresponden a la extracción de rocas con maquinaria pesada; construcciones de pilotes que producen un sonido similar al despegue de un avión; ruidos generados en investigaciones geofísicas y explosiones de entrenamiento marino.
En Chile, las primeras investigaciones realizadas por biólogos marinos comenzaron en la década del 2000, orientadas a identificar y a caracterizar las vocalizaciones de cetáceos. “Cuando yo empecé a medir en 2015 el ruido bajo el agua mucha gente me preguntaba ¿para qué medía? No le encontraban sentido porque el hombre no está bajo el agua”, recuerda Yori, quien debido a su trabajo de investigación y eventual publicación fue invitado por el ministerio a formar parte del Comité Operativo para el Fortalecimiento de la Gestión de Control de Ruido Submarino para dar a conocer la situación.
Para Igor Valdebenito, jefe del Departamento Ruido, Lumínica y Olores del MMA, el objetivo principal actualmente es diseñar y desarrollar posibles exigencias. Esto requiere realizar una serie de etapas previas, comenzando con un levantamiento de información. Por esta razón el ministerio patrocina investigaciones, la generación de antecedentes y una eventual coordinación con los actores involucrados. “Esto permitirá analizar las mejores opciones regulatorias”, dice el experto.
Los resultados que se obtengan del proyecto liderado por Filún permitirán analizar las diferencias del paisaje acústico entre Magallanes y la península Antártica. “Ya pusimos el problema y tenemos una guía. Ahora debemos medirlo propiamente con datos chilenos”, dice Filún.
Esta iniciativa pionera ha despertado el interés de distintas organizaciones nacionales, que se han contactado con Filún y el centro IDEAL para conocer sobre la posibilidad de ampliar la red. Dentro de los planes está considerado instalar cuatro hidrófonos más en noviembre de este año.
Para instalar la red de hidrófonos, el centro e instituto necesitaron la autorización de la Armada, ya que esta institución controla los proyectos e instalaciones que puedan interferir con sus instrumentos de rutas de navegación. “La primera vez que lo solicité ellos pensaban que yo iba a hacer ruido, quizás iba a interferir. Pero es todo lo opuesto porque yo grabo el ruido”, dice Filún.
Fue ahí donde el MMA actuó como intermediario para facilitar la obtención del permiso. Por tal razón, hoy también solicita los valores de ruidos obtenidos, además de los generados por barcos cargueros para crear una guía nacional.
A pesar de los avances concretos, Yori aspira a que haya todavía un cambio más profundo en la mirada. “Normalmente el ser humano tiene una visión súper antropogénica de los problemas del mundo. O sea, si afectan al ser humano son problemas gravísimos”, dice. “Pero si no afectan de forma directa se postergan”.
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Almendra Mendez es estudiante de tercer año de periodismo en la FCOM UC. Es ayudante del curso Introducción a la Comunicación Corporativa y actualmente es editora del Kmcero. Es su segunda vez publicando en un medio.