Su filme obtuvo reconocimiento al convertirse en la primera cinta chilena en ganar el premio de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica en Cannes. Antes de ella, este cineasta nunca había dirigido un largometraje. Aquí el artista de 41 años comparte el duro proceso tras su éxito.

Por Philippa Smith

Edición: Paz Morales

La película “Los Colonos” narra el exterminio del pueblo originario Selk’nam a finales del siglo XIX. La película filmada en Magallanes hizo historia al convertirse en el primer largometraje chileno en ganar el prestigioso premio que otorga la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI) en el 76° Festival de Cannes en 2023.      

En dicha entrega, la ovación del público a “Los Colonos” duró unos diez minutos, y el juez suizo Ruben Östlund explicó que el galardón fue otorgado «por su narración hábil, que arroja luz sobre los conflictos sociopolíticos de la historia de la colonización de América Latina, a menudo demasiado silenciados, y su acercamiento preciso al tema por la fuerza y la precisión de su dirección».

Tras el aclamado evento en Cannes, Francia, “Los Colonos” ha superado los 150.000 espectadores en Francia. Además, ha sido estrenada en 24 países y recibió premios en varios festivales internacionales, incluyendo los Golden Rooster Awards en China, el Festival de Cine de Estocolmo, el Festival Du Nouveau Cinéma en Canadá, el Almería Western Film Festival en España y el Festival de Cine de Lima.

Desde su departamento en París, donde reside hace dos años, el chileno Felipe Gálvez, director de “Los Colonos”, acaba de llegar de una residencia de dos meses en San Sebastián, España, con motivo de la celebración del festival homónimo. Si bien, al comenzar las grabaciones de “Los Colonos” era un director poco conocido en el mundo audiovisual chileno, hoy no solo es un creador destacado en el circuito local, sino que celebrado a nivel internacional.

Todo comenzó hace trece años, cuando Gálvez vio una fotografía en un portal de Facebook. En la imagen, aparecía Julius Popper —un explorador de fines del siglo XIX— posando en una escena de caza, como si fuera un western. Sin embargo, al mirar bien, Gálvez identificó que se trataba de  una cacería de indígenas. En ese momento, el director  no sabía nada sobre el genocidio Selk’nam, un proceso en que colonos europeos, argentinos y chilenos mataron a dicho pueblo autóctono de Tierra del Fuego debido a intereses comerciales que tenían en la zona. A partir de esa imagen, Gálvez comenzó a investigar y poco a poco se obsesionó con el tema. Sin embargo, le parecía un proyecto de dimensiones mayores para ser su primera película. 

“La dejé esperando un tiempo. Después, entremedio, no se me ocurrió otro buen tema y volví a esa idea”, comenta Gálvez. Aquella fotografía de Popper posando tras la caza de indígenas fue el germen que lo llevó a querer contar esta historia desde un lugar que pensó no se había narrado: el punto de vista de los colonizadores, aquellos que cometían el crimen.

“El tema de la colonización de la Patagonia era muy grande y me tomé un tiempo”, dice. “Después nos demoramos dos a tres años en escribir el guion y lo último que hicimos fue buscar el financiamiento durante años”.

—¿Cuál fue el mayor inconveniente al momento de gestionar este proyecto?

—Conseguir el presupuesto. Por ejemplo, que la ópera prima fuera tan grande, hace ruido y mucha gente no creía que la pudiera dirigir yo. Eso mismo se me planteó muchas veces.

—¿Por qué cree que se dudó tanto?

—Por experiencia. No tenía gran material para evidenciar que podía dirigir. Por otro lado, es verdad que las películas con animales son difíciles de ejecutar al igual que un set al aire libre en la Patagonia. Yo no tenía experiencia en el set como director, pero fui montajista durante 18 años y eso me daba cierta seguridad para mantenerme paciente. 

 Una idea ambiciosa de unos $1.500.000.000 pesos chilenos

Cuando empezó a escribir, Gálvez no tenía mucha idea de cuánto costaban las cosas realmente. 

“De hecho, yo pensaba que iba a ser una película económica. En mi mente tenía tres hombres a caballo, en Tierra del Fuego, sin necesidad de tantas luces y que el equipo no iba a necesitar ser tan grande”, explica. “No podía estar más equivocado. Era una película muy cara”, reconoce.

Según la información entregada por Gálvez, la película, de bajo presupuesto, terminó costando alrededor de 1.600.000 a 1.700.000 dólares, lo que en pesos chilenos correspondería aproximadamente a unos $1.500.000.000 

“Al hacer un proyecto así, uno igual parte desde una base que sabe que hay que ir a buscar un millón de dólares fuera del país y eso es mucho”, dice.      

“La película tiene muchos efectos especiales”, reconoce. “Uno de los aspectos más costosos fue el sonido, ya que reconstruimos casi un cien por ciento en postproducción. Exceptuando a un personaje, todo el audio fue doblado en estudio, y se trabajó intensamente en recrear los sonidos de los caballos, las acciones y las voces de los actores. Filmar en Tierra del Fuego fue un desafío porque el viento constante hacía casi imposible escuchar a los actores, incluso cuando estaban cerca. Además, se grabaron muchos planos abiertos, lo que complicaba aún más la grabación del sonido directo”.

Por otro lado, la mayor parte del territorio en Tierra del Fuego es propiedad privada, específicamente de la familia Menéndez, descendientes de José Menéndez, uno de los empresarios partícipes en la colonización de la Patagonia y el genocidio Selk’nam. Esto complicaba la situación debido a la temática de la película, que aborda la violencia contra los pueblos originarios, incluida la participación de la familia en los hechos. 

“Tuvimos muchas dificultades para acceder a los lugares clave para la filmación, y a menudo terminamos grabando cerca del puerto o del aeropuerto, donde el tráfico de autos y aviones interfería con el sonido. Debido a estas complicaciones, optamos por realizar todo el trabajo de sonido en postproducción, ya que esperar a que no pasara un helicóptero o cambiar las fechas por el clima no era una opción”.

—¿Cómo fue el proceso de conseguir fondos y el momento significativo en que capta la atención de las compañías productoras? 

—“Los Colonos” era un proyecto que llamaba la atención. El tema siempre fue que era muy ambicioso, pero después empecé a grabar «Rapaz» (cortometraje de 2018) y mostrando ese trabajo junto con el guion de la película, esta empezó a tener más credibilidad. Bajo la suspicacia que existía y de cuáles eran mis trabajos previos, a mí lo que más me ayudó fue  hacer el cortometraje y la buena recepción que tuvo. Cuando se estrenó empezamos a recibir más fondos, aunque igual son muchos años de trabajo y espera. Es muy variante el cómo van entrando los fondos, de repente llegan dos en un año y después tres años sin nada. Mucha gente me dijo en un momento que no lo iba a poder hacer, pero logré una coproducción de nueve países para “Los Colonos” que tiene inversionistas privados y agentes de ventas internacionales que entraron al desarrollo en cuatro años. Las cosas tienen dos caras y en esto yo tuve la gente que creyó en mí desde un primer momento y el de la gente que simplemente no creyó. Ahí es buscar el equilibrio entre el exceso de seguridad en lo bueno que podía ser el proyecto y el creer que la película no se puede hacer por la opinión de algunas personas. Al final, es buscar el equilibrio y confiar. 

—¿Cómo actuó Chile en el apoyo a su película y cómo fue el proceso con las productoras locales?

—Lento, siempre lento. El fondo audiovisual chileno funciona casi como la lotería. Está mal diseñado y no tiene lógica. En ese entonces, el fondo daba unos 200.000 millones de pesos. Postulamos unas cinco o seis veces y nunca lo ganamos. Cuando finalmente obtuvimos el financiamiento, fue por lista de espera. Lo que nunca queda claro es por qué no te lo ganas. Con ”Los Colonos” estuve en lista de espera hace siete años; luego estuve inadmisible, después fui cuarto en lista de espera, y otra vez inadmisible, siempre con el mismo proyecto. Eso no tiene lógica ni sentido. Chile hace unas siete películas al año y se postulan más de cincuenta proyectos, por lo que es muy competitivo. Es una ruleta, es como ganarse el loto, algo completamente azaroso. A veces, te lo puedes ganar o no. Yo digo que es un desprecio a la cultura.

—¿Se limitó por presupuesto o tiempo?

—No, para nada. Me demoré mucho tiempo en poder hacer la película, lo cual me hizo sufrir mucho. Aun así, me hice las fuerzas para esperar. Confié en que íbamos a poder juntar la plata, pero la película que filmamos es la del primer guion. Nosotros prácticamente no cambiamos nada. De hecho, solo borré una escena que filmé. No hay grandes modificaciones de montaje. No se sacrificó prácticamente nada.

—¿Por qué decidió eliminar esa escena?

—La escena que se eliminó fue porque al momento de grabarla, me di cuenta de que no funcionaba como lo pensé. Después se pensó en otra solución de escena que lograra contar lo mismo y mantener el sentido. A mí no me interesaba que la película fuera realista. Si ves el vestuario, los personajes, los colores y el sonido, todo es falso. A mí nunca me interesó hacer una película que buscara representar la realidad, o que pareciera ser un documento de la realidad. A mí me interesaba más que pareciera una ficción, que se viera artificial. Como una ficción que no te quepa duda de que lo es y que, de hecho, lo que cuestiona es el poder que tiene la ficción para cambiar la realidad.

—¿Cómo funcionaron los acuerdos de coproducción en cuanto al equipo y actores?

—En los acuerdos de coproducción se determinan los números de personas que participan por país. En este caso, nosotros coproducimos con países donde realmente íbamos a usar actores. O sea, la película tenía que tener un actor inglés, por eso buscamos actores británicos y por eso decidimos coproducir con Inglaterra. También trabajamos con Argentina, porque la historia sucedía en parte de su territorio. Esta fue una coproducción orgánica donde los personajes son de sus países nativos y eso le da mucho valor. 

—Con su éxito en el Festival de Cannes, ¿cuáles son sus nuevos proyectos?

—Estamos trabajando en una nueva película que se llama “Impunidad” y que está basada en el juicio de Pinochet cuando estuvo en Londres. No es un metraje de juicio, sino que trata de todo lo que pasa alrededor, de todas las conspiraciones, las negociaciones. Si “Los Colonos” es un western, este es un espionaje. “Los Colonos” está hecha a partir de una página que fue borrada de la historia de Chile, que fue el genocidio Selk’nam. Eso es lo que a mí me interesa, me interesan estas páginas borradas, tachadas, desconocidas. Me motiva la idea de investigar y tratar de abordar estas historias no contadas desde los distintos géneros del cine.