El difícil estallido de la Cruz Roja

Tener que asistir a tres o cuatro personas cada cinco minutos es lo que vivieron los voluntarios de la Cruz Roja, en medio de lacrimógenas y la violencia del estallido social. Veinte personas por equipo, en distintas regiones del país, se movilizaron todos los días durante tres meses para brindar ayuda a los afectados en las marchas después del 18 de octubre de 2019.

Por Josefina Rochna @jose.rochna

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Yasmín Videla Véliz (48), voluntaria y encargada de los equipos de intervención de la Cruz Roja, lo vivió en carne propia. Cuenta que, de camino a su casa, iba rumbo al metro Universidad Católica, con los ojos llorosos y sin poder ver nada por culpa de las lacrimógenas, cuando un grupo de personas la tomó y le lanzó agua a la cara. La subieron a un auto y la llevaron a un lugar seguro. Era un día de diciembre de 2019. Aún estaba en shock, pero -dice- pudo darse se cuenta del valor que tenían las brigadas de ayuda sanitaria para los manifestantes del estallido social.

“Los números cuentan historias”, destaca Videla. En esos días -ya se sabe- hubo heridos y lesionados. Llegaron a ser 11 mil, según el Ministerio del Interior. El estallido, que comenzó el 18 de octubre de ese año, llevó a movilizaciones a lo largo del país. A causa de la violencia callejera, hubo gente herida por perdigones, irritaciones a causa de los líquidos de los carros lanza agua y fracturas abiertas.

Durante las primeras semanas del estallido, la Cruz Roja era la única brigada de primeros auxilios reconocida por los manifestantes, debido a su símbolo universal. La ayuda que prestaban era agradecida, cuenta Videla. Se escuchaba cuando los voluntarios llegaban a la plaza Baquedano, les abrían espacio en las calles y dejaban pasar a sus ambulancias.

La Cruz Roja, fundada en Chile en 1903, tiene como principal objetivo aminorar el sufrimiento humano y lo hace siguiendo sus siete principios fundamentales: humanidad, imparcialidad, neutralidad, independencia, voluntariado, unidad y universalidad. Con 159 años de existencia en el mundo y sede en Ginebra (Suiza), esta organización humanitaria dedica sus esfuerzos a aportar en situaciones extremas. En el caso de Chile, por ejemplo, durante los voraces incendios que se desataron en los cerros de Valparaíso, para los terremotos o en la erupción del volcán Chaitén en 2008 y también en manifestaciones callejeras, que se han intensificado en los últimos años.

La creación del Equipo de Intervención en Manifestaciones Masivas (EIMM) data de 2013. Desde ese entonces, un grupo de voluntarios se despliega en marchas como las que acontecieron durante el estallido. Catalina Ramírez, quien ingresó al equipo en 2019, dice: “Yo fui primero manifestante. Ya cachaba a lo que me iba a enfrentar. Pero dentro de la Cruz Roja, estando en terreno, fue distinto, fue intenso. Tratábamos de ayudar a todos, pero eran demasiados”.

Ese día había voluntarios en la central de la Cruz Roja, que está en Santa María 0150, frente a la Plaza Baquedano, cruzando el Mapocho. Yasmín Videla estaba haciendo una clase de capacitación cuando empezó a sentir el olor de las lacrimógenas. Ella, sus alumnos y el resto de quienes estaban en el local bajaron al “bunker” o sala de crisis, para esperar instrucciones. Pero ese día no pudieron moverse, porque no estaban preparados: no tenían personal suficiente ni los implementos de seguridad necesarios, como cascos, kits de primeros auxilios y máscaras antigás.

Al día siguiente salieron a la calle unos 15 integrantes del EIMM, pero vieron que la situación superaba su capacidad. De esa situación surgió el modelo de “voluntarios exprés”, que son personas con conocimiento previo en primeros auxilios y personas a las que se les hizo un entrenamiento rápido, con clases teóricas para que pudieran entrar a terreno.

Casi 90 voluntarios salieron cada día durante los primeros dos meses de estallido, en los siete equipos formados en el país: Arica, Iquique, Antofagasta, Metropolitana, Valparaíso, Biobío y La Araucanía. “Salíamos todos los días y cuando terminaba la jornada veíamos todas las partes de Santiago destruidas y el piso con sangre. Era como estar en una guerra”, recuerda Andriana Molina, voluntaria desde hace 20 años.

Tanto el personal como los estudiantes de carreras de la salud que quisieron unirse y participar se fueron multiplicando en los últimos meses de 2019. Según un informe de febrero de 2020, los heridos constatados por el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) en ese momento eran 3.765. No obstante, esta cifra no es la exacta porque no todos los casos fueron registrados. Los propios voluntarios de la Cruz Roja y de otras brigadas afirman que atendían a unas 80 personas al día. Siguiendo ese dato, entre los meses de octubre y diciembre habrían atendido a unas 6.000 personas.

Ricardo Cabrera (23) es voluntario desde 2014 y durante los últimos 6 años ha pasado por distintas áreas de la Cruz Roja. Ese 2019 decidió ir a terreno, a la llamada “zona cero”, en el epicentro de las manifestaciones en Santiago. Cuenta que durante la mañana del 18 de octubre estaba evadiendo el metro Universidad de Chile con sus compañeros de enfermería, carrera que sigue estudiando. Al día siguiente, ya habían comenzado las conversaciones entre directores y coordinadores del EIMM para activar un plan de ayuda en plaza Baquedano. A partir de ese momento, Cabrera pasó de ser manifestante y civil a voluntario de la Cruz Roja. Sus horas de protesta habían terminado.

“Atendíamos tres o cuatro personas cada cinco minutos”, recuerda. Y cuenta que vio a muchas personas alteradas y sin poder ver debido a las lacrimógenas. Vio también fracturas abiertas que exigían traslados rápidos que eran atendidos por las propias ambulancias de la Cruz Roja al hospital más cercano.

Como protocolo de la organización y, según sus principios fundamentales, los voluntarios deben seguir una serie de reglas durante su participación en terreno. Una de ellas es que no pueden manifestarse y deben ser imparciales frente a cualquier movimiento. Tienen que ayudar a quien lo necesite y dejar atrás sus ideas al momento de asistir a alguien. Adriana Molina (51), voluntaria de nacionalidad colombiana, comenta que no poder protestar es difícil pero lograble: “Al saber que uno va a hacer algo bueno y ayudar, te llena”.

La Cruz Roja, al ser una institución internacional, debe seguir un protocolo establecido por su seguridad y la del resto. Para no causar pánico a sus alrededores, los voluntarios no pueden correr durante una situación de crisis. Catalina Ramírez (24) se unió al equipo de Talca, gracias a su conocimiento previo en primeros auxilios, puesto que era estudiante de segundo año de enfermería. Recuerda la frustración que sentía al no poder correr para ayudar a personas que veía desde lejos. “Estaba el niño ahí, nos empezaron a tirar más gases desde el zorrillo y no me podía mover del punto. No podía correr, y él estaba ahí mismo”, dice con impotencia.

De octubre a diciembre, la Cruz Roja estuvo en las calles todos los días. Comenzaban su jornada a partir de las 11 de la mañana y terminaban alrededor de las 8 de la noche. Cuando oscurecía, se producían los momentos más violentos de las protestas: “Se ponía el sol y nos teníamos que ir. A la gente no le gustaba, pero no entendían que era por nuestra propia seguridad”, indica Adriana Molina. El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) recomienda no quedarse hasta tarde, para no poner en riesgo a los voluntarios.

Josefa Valenzuela (24) fue una de las manifestantes que salió herida una de las noches del estallido. Corriendo por la Alameda, mientras escapaba de carabineros, alrededor de las 11 de la noche, le llegaron cuatro disparos de perdigones, dos en la espalda y dos en las piernas. Hoy comenta que las memorias de esos días son borrosas. Recuerda que no había nadie que la ayudara y critica lo estrictos que eran los voluntarios de la Cruz Roja con la hora. Esa fue la primera noche en que salió herida, pero no la última: tiene siete cicatrices de impactos.

Yasmín Videla, entonces coordinadora del EIMM, y Ricardo Cabrera, quien hoy ocupa el cargo, explican que los horarios en terreno son importantes para mantener el orden y la seguridad de los voluntarios. Agregan que es algo que han tratado de flexibilizar en ciertas instancias, de modo que se pueda ayudar a la mayor cantidad de personas.

A fines del 2020, el EIMM cambió de nombre. Ahora se llama Equipo de Intervención en Eventos Masivos (EIEM), dada la connotación negativa que tenía la palabra manifestaciones: se la asocia a violencia.

Hoy el equipo sigue trabajando, pero con menos intensidad. Actualmente cuenta con entre 80 y 90 integrantes a lo largo del país. Cabrera, coordinador del EIEM, cuenta que últimamente no los han convocado: para que el equipo salga a terreno una manifestación o evento debe ser considerada masiva y eso equivale a que haya más de 1.000 personas juntas. En el caso de una marcha espontánea, se evalúa si “es lo suficientemente importante”, como califica Cabrera. Si lo es, se activa el protocolo para salir a las calles, evaluando cuantos manifestantes hay y si están los implementos de seguridad necesarios. Pero todo depende de la cantidad de voluntarios que puedan participar en el momento.

Una de las últimas salidas del equipo fue para el tercer aniversario del 18 de octubre. Las manifestaciones se concentraron en Plaza Baquedano, hubo saqueo a locales de la zona, quema de vehículos y barricadas, y en la comuna de Puente Alto, donde 8 locales fueron saqueados, fueron robadas tres micros y hubo destrozos en la vía pública. Para esa ocasión solo 10 voluntarios se echaron a la calle. Ricardo Cabrera dice que fue un “día tranquilo”.