Desde 2007 los circos son por ley parte del “patrimonio inmaterial” del país. Pero, según algunos trabajadores circenses, tal reconocimiento les ha servido poco, pues aún no existen expertos en seguridad circense y, además, deben enfrentar rigurosos trámites municipales para funcionar en la mayoría de las comunas.

Por María Jesús Collado R.

Wesley Souza Oliveira se sabía de memoria su rutina en el trapecio: la había ejecutado desde los diez años, edad en que su padre, también trapecista, se la había enseñado. A sus 37 años de edad, era el único oficio que Souza conocía, cuando el 23 de septiembre pasado algo salió mal.

Mientras Wesley realizaba su presentación en el circo Los Tachuelas, el trapecista brasileño cayó desde cinco metros de altura, aterrizando sobre las graderías del público. El diagnóstico fue una grave hemorragia interna provocada por fracturas múltiples en las costillas. Fue el tercer accidente de Wesley en el trapecio.

La fuerza de la ley

Después de la caída de Wesley Souza, algunas autoridades sacaron la voz para criticar la “precaria situación” de los circos. La Dirección del Trabajo dijo que el accidente de Souza se debió a que cayó sobre una red de seguridad demasiado tensa. Luego de que se constatara que tres trabajadores de Los Tachuelas no tenían contrato, que no disponían de baños suficientes y que no contaban con extintores, la ministra del Trabajo, Evelyn Matthei, anunció la prohibición de su funcionamiento. La falencia más grave para las autoridades, eso sí, fue que el circo no informó a la Dirección del Trabajo sobre el accidente del trapecista.

Para Joaquín Maluenda, payaso, productor general y dueño de Los Tachuelas, las autoridades sabían poco y nada de lo que estaban hablando. “El circo implica riesgos. Lo sabemos desde que nacemos, porque el circo es un arte familiar. El problema es que nadie entiende cómo funcionamos y todos salen a opinar”, dice Maluenda.

En 2007 se promulgó la Ley 20.216, más conocida como “Ley del Circo”. La norma se creó con el objetivo de “definir las políticas de fomento y resguardo de la actividad circense nacional en cuanto manifestación de la cultura chilena”. Pero, según quienes trabajan en el rubro, a cinco años de la promulgación de la ley, no hay avance alguno.

Entre otros factores, dicen, porque las medidas prácticas que contempla la normativa aún no han sido redactadas y porque no existen expertos especializados en seguridad circense. Además, como todavía no se unifica un protocolo para la regulación de los circos, desde la promulgación de la ley se han multiplicado los problemas judiciales con municipios, pues cada comuna maneja sus propias exigencias para la instalación de circos.

Monos con casco

La falta de expertos en materia de prevención de riesgos e infraestructura ha sido el gran problema al momento de fiscalizar y cumplir con las medidas de seguridad. Jorge Madariaga, del circo Los Mazzini, dice que confía más en la experiencia de quienes trabajan en el negocio que en los técnicos externos. “En Chile no hay expertos en circos. No hay arquitectos que puedan aprobar una carpa porque no tienen idea cómo esto funciona”, dice Madariaga.

Joaquín Maluenda, de Los Tachuelas, cuenta que hace algunos años contrató a un técnico para reducir los riesgos del público y de los empleados. Éste le dio un listado detallado de medidas que debía aplicar, exigidas por la Inspección del Trabajo. Según recuerda Maluenda, cuando vio la lista, le dijo al experto: “Si cumplimos las medidas en su totalidad, hasta el mono tendría que entrar con casco y zapatos con punta de acero”.

Macarena Simonetti, coordinadora del área de Artes Circenses del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, dice que además de ser parte de la cultura, los circos son un negocio, y que por eso deben estar supeditados a las leyes laborales. “Están en la misma condición que una empresa que instala bombas, pues implican mayor riesgo para sus trabajadores, por lo cual, debe pagarles seguros más caros”, explica.

El problema municipal

El artículo cuarto de la Ley 20.216 indica que los municipios deben facilitar las condiciones para que un circo pueda establecerse, otorgándoles “un sitio de dominio o tenencia municipal, dotado de los servicios indispensables para el funcionamiento de circos y otros espectáculos similares”. Pero, también, la ley da libertad de decisión a los alcaldes, quienes pueden exigir el cumplimiento de varias obligaciones para que un circo se instale en sus dominios. De ese modo, los requisitos exigidos para que un circo funcione varían considerablemente de comuna en comunas. “Para poder instalarnos en La Florida, nos pedían un permiso de construcción que era el mismo permiso que exigen para construir un edificio”, cuenta Jorge Madariaga del circo Los Mazzini.

Además, las municipalidades tienen el poder de publicar una ordenanza que impida la instalación del circo, por razones que “encuentre relevantes”. En caso de que la municipalidad no justifique el impedimento, el circo puede interponer un Recurso de Protección, convirtiendo así la instalación de la carpa en una batalla judicial.

A pesar de todas las dificultades, en la práctica, la mayoría de los municipios hoy acoge estos espectáculos. Un buen ejemplo es Renca, comuna donde en setiembre pasado se instalaron Los Tachuelas. “Para mí es una gran satisfacción que esta comuna haya aceptado la ley y que se aplique en su contexto general. Nos eximen del pago de impuestos a cambio de entradas para niños de escasos recursos”, cuenta Rudy Sanhueza, secretario general del sindicato circense.

A la conquista del público

La Ley del Circo dice que las autoridades adoptarán “las medidas correspondientes para promover las actividades del circo chileno en su calidad de instrumento de entretención, recreación y formación cultural básica”. Lo anterior, cuando se promulgó la norma, hizo suponer a los trabajadores circenses que el público aumentaría. Pero, según el último estudio realizado por el Consejo de la Cultura y las Artes, en 2009, a dos años de la promulgación de la ley, el público disminuyó un 38,2 por ciento.

Para enfrentar la baja de espectadores, los circos optaron por subir el precio de las entradas. El promedio actual de un ticket para un adulto fluctúa entre 3 mil y 5 mil pesos. Gracias a esto, los circos han podido invertir en infraestructura para competir con la gran oferta de entretención que hoy ofrece el mercado. Macarena Simonetti, coordinadora del área de Artes Circenses del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, dice que los circos han sabido volver a levantarse: “Sí, el circo tuvo tiempos de gloria, es menos masivo hoy, pero han sabido conquistar a su público con buenas carpas y mejores espectáculos”.

Tres meses han pasado desde que Wesley Souza sufrió el accidente y cayó sobre la gradería del circo Los Tachuelas. Hoy, ya recuperado, mira atentamente a los jóvenes trapecistas que entrenan antes de la función de las ocho de la noche. “No entiendo la vida sin el circo, ni ellos tampoco”, asegura Wesley. Luego de dos meses de tratamiento, él dice que lo único que quiere es volver a subirse al trapecio, pero sabe que aún debe esperar la autorización médica. Joaquín Maluenda, de pie junto a Wesley, sentencia: “Chile no se entendería sin nosotros, los circos”.

Sobre la autora: María Jesús Collado es alumna de cuarto año de Periodismo y este artículo es parte de su trabajo en el curso Taller de Periodismo en Prensa, dictado por el profesor Sebastián Rivas.