Baila, calle, baila
Oficinistas bailando salsa en la Alameda, jóvenes practicando pop coreano en el GAM o parejas moviéndose al ritmo del swing en una vereda de Providencia. No importa el estilo ni la técnica. La nueva sala de ensayo que están usando decenas de personas en Santiago, es gratuita, amplia, pública y se llama calle.
Texto y fotos por Francisca Pérez

Son las 20.30 hrs. y como todos los martes y jueves en la explanada frente a las Torres San Borja en la Alameda, hay tres ruedas con alrededor de 20 personas, cada una con un profesor al centro. Bailan salsa casino, en la cual los hombres rotan para compartir una pieza de música con cada mujer de la rueda. En el día son abogados, periodistas, músicos, profesores, secretarias, o estudiantes, entre otros. En la calle: salseros.
Santiago Baila Salsa nació en 2011 como un proyecto de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica, que buscaba dar clases de salsa gratuitas a los alumnos en Casa Central. Debido a que llegaban casi 300 alumnos a las clases, los reclamos de autoridades de la universidad por el volumen de la música, los obligó a cambiarse al Campus San Joaquín en 2014. El cambio de ubicación hizo que muy poca gente siguiera asistiendo, por lo que finalmente eligieron salir a la calle. “El objetivo de estas clases es masificar la salsa. Que Chile se transforme en un país que baila. Por eso estamos en la calle y nuestras clases cuestan solo mil pesos”, cuenta Manuel Contreras, profesor de salsa y fundador del movimiento. Ahora son entre 60 y 80 personas y ya no son solo estudiantes de la Universidad Católica.

Marcelo Basoalto (27), profesor de música, iba caminando por la vereda sur de la Alameda a la altura de Portugal y le llamó la atención un grupo de gente bailando salsa. Desde abril de 2016, cada martes y jueves luego de su jornada laboral va a su casa en Estación Central, come algo y sale a bailar. “Al principio me daba vergüenza, pensaba que no servía para esto, pero acá todos están en la misma. No es estructurado como una academia”, dice Marcelo y explica que se pagan mil pesos al final de cada clase, por lo que no está la presión de pagar previamente. “En Santiago Baila Salsa es solo aprender, conocer gente y pasarlo bien”, cuenta Marcelo.
De regreso a los años 20
Swingtiago es una escuela de swing que comenzó en 2014 y que encontró en la calle la plataforma para que los alumnos practiquen lo aprendido en las clases y, al mismo tiempo, promocionar la escuela. “Bailar en la calle crea un círculo virtuoso que permite irradiar lo que hacemos. La gente llega a la escuela, porque nos vio en la calle y les llamó la atención, pero también por la energía que se genera cuando bailamos”, comenta Víctor Contreras (34), uno de los fundadores de la escuela.

Se juntan los jueves en la esquina de Nueva Providencia con Pedro de Valdivia para mostrar lo que hacen y, a veces, para dar clases gratuitas. A pesar de que no es ilegal bailar en espacios públicos, ellos llaman a estos eventos callejeros “clandestinos”, porque en España se les llama así. “En un principio, los chilenos tenían ciertas aprehensiones con esto de bailar en la calle, era algo que no pasaba, pero se está volviendo tan común que al final se pierde la vergüenza”, afirma Víctor.
Generación k-pop
En la esquina que da a la Alameda del Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM), Débora (25), una joven brasileña, baila samba sola con sus audífonos. A un metro de ella están Felipe, Natalia y Florencia, bailando pop y reggaetón. Al lado de ellos, un grupo de jóvenes improvisa pasos de break dance y, más al fondo, otros hacen movimientos de capoeira. Pero los que más destacan en el lugar son otros. Se diferencian principalmente por la ropa negra, el pelo calipso o rosado y el idioma de la música que bailan: pop coreano.


Las hermanas Ruby y Mariel Nalli de 22 y 20 años respectivamente, se preparan frente a uno de los vidrios de las paredes del GAM en la terraza del piso -1. En una banca tienen sus mochilas y un parlante al que conectan un mp3 cargado de pop coreano o k-pop. Llevan ocho años bailando y forman parte de New Generation, tributo a un grupo de baile coreano llamado Girls Generation.
Empezaron bailando en el Parque San Borja, pero tuvieron que emigrar al GAM, para tener más espacio. También por la comodidad que les entrega el centro cultural. “Hay luz, seguridad, baño y es gratis. Nosotras bailamos los sábados, casi todo el día. Una sala de ensayo saldría muy cara”, explica Ruby, que el único color que viste fuera del negro es el calipso de su pelo corto y liso. Otra razón que otros grupos del estilo mencionan para el cambio de lugar es el homicidio de Daniel Zamudio. En el GAM se ven resguardados de cualquier acción discriminatoria violenta por su apariencia o gustos, gracias a la presencia de tres guardias en la entrada.

Bailan por entretención, pero también ensayan para algunos eventos de cultura coreana que se realizan durante el año y que para ellos son una importante plataforma para darse a conocer. “Nos gusta que nos miren, nos motiva a mejorar y le ponemos más empeño”, dice Juan Fuenzalida, del grupo Momentum Crew, que lleva tres años bailando k-pop en el GAM.
Movimiento corporal
La coreógrafa y profesora de la escuela de danza de la Universidad de Chile, Lorena Hurtado, que actualmente investiga la historia creciente de la danza independiente en nuestro país, considera que la danza urbana en Santiago empezó a hacerse más recurrente a partir de las manifestaciones estudiantiles en el país, con la Revolución Pingüina de 2006, pero sobre todo, desde que el movimiento tomó fuerza y visibilidad en 2011.
“Las marchas fueron un lugar súper importante en el contexto político cultural, donde no solo gente que estudiaba danza empezó a generar un movimiento de manifestación a través del cuerpo, sino que estudiantes de distintas carreras y, desde ahí, empezaron a expresarse libremente mediante la danza en lugares pensados para la ciudadanía”, afirma Lorena Hurtado.

Daniela Valenzuela tiene 28 años y pertenece a la Asociación Cultural Pasiones Peruanas, grupo que baila diablada nortina en distintos carnavales y manifestaciones sociales y culturales del país. Uno de los objetivos de su baile es expresar descontento social a través de la cultura. “Ha surgido, desde hace unos cinco años, un movimiento de contracultura que se manifiesta en contra de ciertos malestares sociales a través del arte y nosotros hemos querido ser parte de eso”, cuenta. Participan en marchas por la educación, por los derechos de las mujeres, marchas convocadas por trabajadores de distintos gremios y se unen bailando diablada entre las multitudes.
Esta apropiación de los espacios públicos es necesaria y positiva en muchos aspectos, como señala Hurtado: “Hace tiempo la calle estaba muy normada y prohibía muchos tipos de manifestaciones. Que ahora la gente se tome la libertad de usar estos espacios que nos pertenecen a todos, genera un escenario distinto, una relación cercana con el transeúnte, una nueva forma de relacionarse y expresarse con el cuerpo y también de generar lazos con los otros”.

Sobre el autor: Francisca Pérez es estudiante de Periodismo y escribió este artículo en el curso Taller de Prensa. El reportaje fue editado por Javiera Navarro en el Taller de Edición en Prensa.