
Aprobar o reprobar: La toma feminista que puso a prueba a la Universidad Católica
Cuatro días y tres noches sin manual de instrucciones, entre el 25 y el 28 de mayo, la casa de estudios experimentó una toma que desafió con incertidumbre y tensión a las estudiantes que participaron y a las autoridades de la universidad. Esta es la crónica de un examen general en que la rúbrica de evaluación la definió cada ciudadano.
Por Equipo de Km Cero
Llegó a trabajar como siempre a las 6.40 hrs. Ingresó a oscuras a la Universidad, cuando adentro otro guardia terminaba su turno. Ese 25 de mayo había exámenes solemnes en la Facultad de Derecho, por lo tanto, le quedaban pocos minutos de silencio a Eduardo Campusano, que pronto recibiría a los estudiantes que en días como ese solían llegar más temprano a repasar.
Las primeras en llegar venían trasnochadas y entraron por la puerta principal de la Casa Central de la Universidad Católica, un poco antes de las siete de la mañana. Era viernes, el último esfuerzo, y recién amanecía en Santiago Centro.
Estaban nerviosas. Las ojeras las delataban. Era el examen de la vida. Las palabras que emitieran y cada gesto que hicieran definiría sus destinos, eso creían, de eso habían conversado. Pasaron frente a Eduardo Campusano. Se acabó el silencio. Las mochilas cargadas. Ya no había tiempo para repasar. En lugar de libros y apuntes, llevaban telas y pinturas.
Ellas fueron las primeras, pero venían más, muchas más, aunque la cifra no es precisa, calculan que más de 200 esperaban en Lira, Portugal y Lastarria. Cerca se estacionó un retén móvil, sus capuchas no pasaban inadvertidas. Aprovechaban los minutos adicionales para repasar con la tensión propia antes de un examen, cuando los contenidos se mezclan con la bruma de la noche anterior, con todo lo que habían conversado y la incertidumbre ante el resultado. Acá no había una segunda oportunidad. Aprobar o aprobar.

7.10 en punto.
“Fue como si nos hubiésemos contactado por telepatía”, cuenta una de las coordinadoras, Daniela Pinto.
Si ante un momento de alta intensidad física el corazón humano puede llegar a 190 latidos por minutos, unas 38.000 palpitaciones marcaron el ritmo de los cuerpos que ingresaron por las diferentes puertas de la Casa Central. La cuadrilla denominada de Refuerzo corrió primero y sostuvo las puertas, mientras la avalancha de jóvenes entraba y se tomaba los pasillos.
Comenzó el examen.
Eduardo Campusano y el resto de los integrantes de la Universidad Católica, no sabrían cuándo habría silencio nuevamente en esos pasillos que se terminaron de construir en 1917, que fueron tomados en 1967, y que 51 años después volvían a hacer historia.
Integrantes de la cuadrilla de Refuerzo le explicaron a él y otros guardias que comenzaba una toma, que por favor salieran. Luego de un par de llamadas a sus supervisores, los guardias se fueron de a poco y con tranquilidad. “No hubo ningún incidente, nada. Sería de mala política hablar que el actuar de ellas fue malo. Al contrario, fue súper calmado”, dice Eduardo Campusano, quien debió permanecer en el edificio el resto del día y toda la noche.
La llegada del rector se esperaba en cinco minutos, fue una de las razones por las que se decidió comenzar la toma a esa hora. Ese día, a las nueve de la mañana, él y los decanos tenían planificado reunirse en el Salón del Honorable Consejo Superior, ubicado en el segundo piso del llamado Patio de la Virgen del mismo edificio. También estaban convocados el presidente de la Federación de Estudiantes y la Consejera Superior. Era la instancia de rutina para conversar sobre el futuro de la universidad.
No dejarían de hablar de ese tema en los próximos tres días, pero la agenda no la pondrían ellos. El decano de Comunicaciones, Eduardo Arriagada, recibió un aviso de sus profesores: se habían tomado la universidad. Poco después, él y los otros decanos estarían discutiendo en el grupo de Whatsapp que comparten, sobre qué pasaría con la reunión del Honorable Consejo Superior, porque no iban a poder acceder al Salón de Honor. Las reglas habían cambiado, ellos tendrían que acomodarse a la toma. También estaban a prueba.
Un grupo de estudiantes se encargó de escoltar al exterior del edificio a todos quienes se encontraban en los patios. Las cuadrillas rápidamente se desplegaron para cerrar cada uno de los pasillos que conectaban el Patio del Papa y el Patio de la Virgen con el resto de los lugares, como el Centro de Extensión y las facultades de Derecho, Comunicaciones, Ciencias Biológicas y Medicina.
Las estudiantes construyeron su fortaleza en 15 minutos con bancas como las bases de sus barricadas y luego sillas y mesas que sacaron de las salas que están alrededor de los patios, amarradas con alambre y algunas cerradas con candados.

A las siete de la mañana sonó la alarma de Javiera Rodríguez, Consejera Superior de la universidad. La apagó y permaneció acostada. Sonó el teléfono. Era Sebastián Winter, segundo vicepresidente de la FEUC. Le contó que Casa Central estaba en toma. “¡Me estás hueveando!”, gritó Javiera en su cama. Le dijo a Sebastián que a las 8.15 hrs estaría en la universidad.
Diez para las ocho de la mañana, otra llamada interrumpió el sueño de Ignacio Palma, Presidente del Movimiento Gremial: “¡Levántate, que se están tomando la universidad!”, recuerda que le dijo un amigo. “Nunca me había duchado tan rápido”, reconoce. Le dijeron que la toma era pequeña y que habría clases igual. Entonces las facultades aún no habían decidido si continuar o no con actividades regulares. “Se nota que los que dijeron eso no estaban presentes”, sentenció Ignacio, al evaluar el panorama que encontró al llegar al campus, y agregó: “Las barricadas parecían como las de la película Los miserables. Eran tremendas”.
Aunque no hablaban en francés, algo compartían las mujeres encapuchadas con el fervor de la revolución francesa. Cualquiera fuese el resultado final del examen, ya tenían un azul asegurado. Al menos en apariencia, lo más difícil ya había pasado. En el momento en que se quedaron solas dentro de la toma comenzaron a abrazarse, a celebrar y a gritar. Lo habían logrado.
Sin embargo, no estaban inmunes a la incertidumbre.
Catalina Cabello, estudiante de Sociología de la UC, explica que una vez terminado el proceso de tomarse la universidad no sabían qué hacer, porque hasta ahí llegaba el plan.
Mientras, afuera se quedaron las estudiantes encargadas de hablar con los medios de comunicación acompañadas por algunas estudiantes de la toma feminista de Derecho de la Universidad de Chile, adentro se preguntaban: “¿y ahora qué?”.

“Nosotras creíamos que esto iba a durar, qué, 20 minutos, que iban a llegar los pacos y que tipo 12 íbamos a estar en la comisaría o en nuestras casas viéndolo en las noticias, no había un plan de mantener la toma, porque nadie sabía que iba a ser posible, nadie se lo esperó, ni siquiera nosotras”, recuerda Cabello.
En su primera interacción pública con una de las voceras, el rector Sánchez les promete que no habrá represalias contra las alumnas de la toma si mantienen el orden:
Javiera Rodríguez vio las puertas del frontis de la institución cerradas y se encontró con las manifestantes y sus carteles, recuerda que en plena Alameda también había alumnos estudiando para sus solemnes.


Ella sabía que exigir que la dejaran entrar por ahí habría sido un error, por lo que ingresó al campus por calle Lira. “Vi un lienzo en el puente y me nació algo de la guata”, relató, sobre un lienzo que hacía alusión a las agresiones sexuales. “Lo que pensé en ese momento fue: le estái mostrando al mundo que la universidad es una universidad de violadores”, dijo Rodríguez. Decidió subir al puente. “Saqué fuerza de Hulk y lo empecé a sacar con cuidado de que no cayera”, explicó.
Una vez desatado, no supo qué hacer con el lienzo, así que fue al frontis del campus a buscar a alguien conocido. “¡Oye, pásame el lienzo! ¡Este lienzo lo pagué yo!”, recuerda que le gritó una de las estudiantes movilizadas. “Loca, te acabái de tomar la universidad. ¿Qué esperái?”, respondió la Consejera Superior. La discusión se prolongó y acaparó la atención de la prensa y sus cámaras.
Franco Gorziglia, profesor de Derecho Tributario, también ingresó por Lira. A las 8.30 hrs se encontró con sus colegas. “Me dijeron que había una toma, pero que en realidad la Casa Central no estaba tomada. O sea, los que estaban tomados eran los patios”, recuerda.
Lo primero que hicieron las estudiantes dentro de la toma fue llamar a una asamblea en la sala Lucrecia Martel, una de las muchas que rebautizaron con los nombres de grandes mujeres de la historia. En ese lugar pensaron planes de contención y cómo enfrentarse a un eventual desalojo. Se habló de cadenas humanas, de tomarse de los brazos y crearcírculos dentro de círculos para resistir, también de cómo iban a conseguir comida y abrigo.

A casi dos horas de su abrupto despertar, el presidente del Movimiento Gremial llegó a Casa Central. “Un rato después ya no estaban dejando entrar gente. Alcancé a entrar justo”, relata Palma. Los encapuchados en el techo llamaron su atención. “No parecía la Católica. Nunca había visto algo así de cuático en la Universidad. Más encima en el techo, con toda la gente mirando esto”, admite.

Detrás de las barricadas hacía frío, la mayoría no había comido ni descansado, los acontecimientos del día anterior a la toma aún les daban vueltas: cuentan que luego de semanas de paros y movilizaciones en distintas facultades de la UC, las integrantes de la mesa coordinadora de estudiantes feministas de la institución le llevaron un petitorio al rector Ignacio Sánchez, quien se excusó de recibirlo explicando que no estaba en el campus.
Si bien el Director de Asuntos Estudiantiles, William Young, reconoce que el rector no las pudo recibir, argumenta que las alumnas sí fueron recibidas por la Universidad: “Conversé con ellas, fijamos las expectativas que tenían, miramos a la rápida todo lo que indicaba el documento y el tiempo en que pensábamos darles una respuesta para trabajarlo. Quedamos en coordinar una reunión para la semana siguiente y al otro día amanece tomada la Universidad. Es tratar de justificar lo injustificable. Si yo quiero juntarme con alguien le aviso, coordino una reunión y ellas no hicieron nada de eso”.
“Dicen que ese día el rector venía de un viaje y llegó temprano, pero en vez de venir a la universidad, se fue a su casa. La contingencia estaba ahora, porque había rabia, había mucha rabia e impotencia por todo lo que estaba pasando en Chile. Queríamos ser solidarias con el movimiento y demostrar que la UC también podía”, cuenta una de las alumnas que se tomó la universidad, Isidora Monsálvez.

Ese día convocaron a una asamblea en el zócalo de la Facultad de Ciencias Biológicas, ahí se expuso una idea que había sido mencionada en reuniones previas. Las coordinadoras esperaron a que se hiciera silencio y cuando lo lograron una de ellas escribió en la pizarra “Toma=lluvia”.
La votación a mano alzada entre las asistentes, quienes eran pocas por miedo a que las “sapearan”, según cuenta una de ellas, zanjó el asunto. El plan era hacer llover sobre Casa Central.
Tenían miedo a levantar sospechas si permanecían en Casa Central durante la tarde. Así que tras llamar a estudiantes de confianza, un grupo de alrededor de 80 personas se reunió en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile (FAU), que queda a dos minutos caminando desde el campus más antiguo de la UC.
Cerca de las 19.30 hrs. comenzó la reunión para determinar la logística. Las diferentes facultades estaban representadas. Con plumones dibujaron un mapa del campus en la pizarra. Algunas sabían en qué lugar estaban instaladas todas las cámaras que había en Casa Central y comenzaron a trazar planes para evitarlas. “Es real esto de que había que aprender a hacer una toma”, recuerda María José Ordenes, integrante de la Secretaría de Género y Sexualidades UC (Segex).

De todas las opciones se votó a mano alzada que tomarían el patio del Papa y el patio de la Virgen, ambos ubicados en la parte frontal del edificio. A pesar de lo mediático que podría resultar tomar la Facultad de Derecho, ésta se parecía a una isla, con puertas en todos lados, lo que iba a dificultar cubrir esos espacios. Al frente, el patio de Comunicaciones tenía un cajero, el cual podía ser un argumento para el desalojo.
Belén Rojas, estudiante de Comunicaciones UC, era parte de la cuadrilla que se hizo cargo de una de las puertas cercanas a Derecho UC y explica: “siempre se pensó la toma como algo mediático. Siempre”. Comenta que entendían que sería un hito histórico. Tenían como antecedente la toma de 1967, en la cual se colgó el lienzo con el texto: “El Mercurio miente”, y que dio pie a la reforma universitaria.
Con el plan trazado, fueron a comprar los candados, pinturas y telas que necesitarían, con el aporte de los fondos para las movilizaciones de las estudiantes del Campus Oriente y dinero que juntaron en ese momento. Reunieron aproximadamente $70.000.
Durante la asamblea, a quienes no les gustó el plan se fueron, algunos de los argumentos en contra fue que era muy apresurada, que no tenían el apoyo suficiente y que la idea no funcionaría. Como consecuencia de estas críticas, quienes se quedaron pusieron como regla mínima que si no llegaban 200 personas a las cinco de la mañana, el plan se cancelaba.
Luego de que cerró la FAU, otra Facultad de la Universidad de Chile les abrió las puertas. Las estudiantes que participaban en la toma de Derecho les dieron alojo a las movilizadas, ahí también las instruyeron sobre los resguardos legales en caso de amenazas de sumario y un posible desalojo por Carabineros. Ya en Pío Nono, comenzaron las llamadas incesantes para reunir a las 200 personas para que las apoyaran.
La luna creciente las acompañó mientras se dividieron en comisiones: Logística, Refuerzo y Lienzo. Los distintos grupos se fueron subdividiendo en labores cada vez más específicas, por lo arduo del trabajo y la poca cantidad de gente. Por ejemplo, de la comisión de Lienzo salió la división de Materiales y la de Frases. Con el apoyo de las estudiantes de la toma de Derecho, la comisión de Logística presentó el plan final sobre cómo ejecutar la toma en Casa Central.
A las cinco de la mañana, ninguna había dormido, pero había que ir a dar el examen igual, ya eran más de 200.
A las seis de la mañana comenzaron a moverse hacia sus posiciones, divididas en cuadrillas que variaban de seis a 30 cada una. Estaban listas. Así habían llegado a estar solas dentro de la toma, con el constante bullicio exterior, amortiguado por las puertas, sillas y mesas. En la entrada principal de la Universidad un grupo se reunió alrededor de la caseta de los guardias, y prendió un pequeño televisor.
“Mierda, ¡nosotras estamos ahí!”, dijo Catalina Cabello mientras miraba emocionada la pantalla. Las noticias hablaban de ellas.
En este mapa puedes revisar en qué puntos del Campus se llevó a cabo la toma
Si bien las primeras reacciones tuvieron como factor común la incertidumbre, rápidamente dos polos geográficos y filosóficos quedaron claramente definidos: en un sector, las estudiantes que se tomaron la universidad y quienes las apoyaban. En otro, los alumnos y profesores que se opusieron a la toma.
“Nos habían dicho que se habían tratado de tomar la Facultad de Derecho y como no les funcionó, retrocedieron. Entonces era obvio que si estábamos ahí no se la iban a poder tomar”, comenta una estudiante de Derecho que prefirió mantener anónima su identidad.
Ella no fue la única que recibió el aviso de la supuesta intención de tomar las dependencias de esa carrera. “Estaba esa idea de quedarse en la Facultad y empezaba a sonar el rumor de que había profesores que también querían, que Carlos Frontaura (decano de Derecho UC) iba a quedarse”, relata Ignacio Palma, el presidente del Movimiento Gremial.
La idea de alojar en el campus para evitar que la toma avanzara se comenzó a gestar en el Centro de Alumnos de Derecho (CADE). Javiera Rodríguez, Consejera Superior UC, recuerda haber llegado a la oficina del CADE y haberse enterado de ese plan: “Me dijeron: mira, Javi, lo que pasa es que nos vamos a quedar a dormir como pa’ ver que no se expanda la toma. Igual sería bueno que tú te quedaras”.
Ocho horas después de que la universidad fuese tomada, Pablo Errázuriz, estudiante de Derecho y gremialista, publicó en su Twitter:
La oposición, la denominada contratoma, estaba en pie.
“Eran todos de la Católica. Había algunos de Comercial, yo de Humanidades y había un par de Periodismo e Ingeniería, uno o dos. Pero la mayoría era de Derecho, hartos novatos”, precisa Palma. Él dice que no concibieron su organización con ese nombre. “Si hubiese sido una contratoma también habríamos cercado el patio de Derecho con barricadas y le habríamos prohibido la entrada a la gente, esa nunca fue la idea”, explica.


Como la manifestación se organizó dentro de la universidad, no estaban preparados. “Se decía que en Derecho tenían comida, tenían copete. Ojalá hubiese habido algo así, ¿cachái? onda, yo tomé café no más”, dice Rodríguez.
Los dos polos comenzaron a organizar eventos y acciones para lograr sus objetivos: la continuidad o el fin de la toma. En cambio, la pasividad caracterizó a la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica (FEUC).
La sede de operaciones de la FEUC durante esos tres días fue la sala de estudiantes de la Facultad de Comunicaciones, edificio que se encontraba en un espacio neutro. Desde ahí, el viernes en la mañana redactaron un comunicado en Facebook, en el que hicieron un llamado a que la toma de la universidad se desarrollara de forma pacífica, además de llamar al diálogo entre las autoridades y las estudiantes feministas.

Miembros de la FEUC entraron desde un principio a la toma. Sin embargo, siempre se mantuvieron al margen. “Nosotros estuvimos tratando de evitar que se hiciera algún daño a la infraestructura del lugar y se respetaran los espacios que estaban ciertamente protegidos como lo eran la capilla, algunas estatuas de personas religiosas”, relata Francisco Morales, presidente de la FEUC. “Nos pusimos a disposición del movimiento, ellas querían que el rol protagónico lo tuvieran las mujeres que estaban liderando ese espacio. Cumplimos con un rol de apoyo”, agrega.
En el mismo edificio de la Facultad de Comunicaciones, había otra sede de operaciones, la del rector Ignacio Sánchez y su equipo. El sillón de la oficina del decanato fue el lugar donde el rector pernoctó durante esas tres noches de movilizaciones. “Yo le ofrecí que se viniera para acá y todo el comité directivo se instaló, la Rectoría funcionó acá durante esos días”, cuenta el decano de Comunicaciones, Eduardo Arriagada. Además, los decanos de Filosofía, Educación e Ingeniería fueron delegados por sus pares para la negociación, e informaron durante todo ese fin de semana a los profesores sobre las conversaciones entre Rectoría y las estudiantes movilizadas.
La jornada del viernes el frontis de la universidad no dejaba de agitarse, la noticia se había expandido.

Música, bailes y lienzos con manifiestos como: “Nos han callado. Ahora es cuando”, “Objeción de conciencia al machismo, no a los derechos” y “Amiga, yo te creo”, llamaban la atención de quien pasara por la Alameda. “Fueron surgiendo actividades que no sé si estaban planificadas o no. Pero nos sumamos a todo; se prendieron velas afuera, se hicieron cantos, hubo discursos”, cuenta Isidora Ibarra, ex alumna de Periodismo, quien decidió participar de las actividades luego de redactar una carta de apoyo a la toma, junto a otras ex alumnas, que fue firmada por más de mil egresados de la Universidad Católica.








Un pasillo en el segundo piso del campus, ubicado entre la Facultad de Derecho y el segundo piso del patio de la Virgen, era el lugar más vigilado. Ahí, las y los estudiantes de la toma y la contratoma se podían mirar directamente, se grababan, gritaban y espiaban a través de las barricadas. Ese punto tenía cerca de 15 personas custodiándolo, a diferencia de otros que eran vigilados por solo cinco o seis estudiantes movilizadas. “Los rumores se expandían de una manera impresionante, eran como una avalancha”, recuerda Alondra Arellano.

“En realidad, estábamos cagadas de miedo, no hay otra expresión. Pero muy empoderadas eso sí”, cuenta una estudiante que participó en la toma.

“Paseaban toda la noche dando vueltas alrededor nuestro y contaban cuántos éramos, nos filmaban”, cuenta una estudiante que participó de la contratoma.
Ambas estudiantes pidieron mantener su anonimato.
En Portugal las estudiantes recibían las donaciones a la toma, desde Lira las de la contratoma. Sacos de dormir, mantas, comida y ropa de abrigo era lo que más llegaba. No salían del establecimiento, les pasaban todo por la reja.



Valentina Sanz, estudiante de Dirección Audiovisual , dice haber visto en Lira que profesores de Derecho dejaban entrar solo a personas que pertenecían a esa Facultad. Al ver que entraban cada vez más, las estudiantes se asustaron. Pensaron que toda esa gente las podía sacar en la noche. “Todo el rato pensábamos que nos iban a desalojar, que iban a ser las doce o una de la mañana y nos iban a sacar”, dice Sanz.
Las cosas que recibían por Portugal iban a dar a sala Joane Florvil, que usaban de cocina. Allí había una olla grande, dos o tres cocinillas, confort, gas y hervidores. También mucha agua, porque pensaron que en algún momento les podrían cortar los suministros. Dentro de todo lo que llegó como donación, un balón de gas de ocho litros fue lo que más apreciaron; podrían aguantar más tiempo sin tener una cocina en la Casa Central.

“Todo el mundo decía: se nota que es la Católica, porque teníamos tanta comida. ¡Pero tanta! Parecía Subway, como: ¿Qué le quieres echar a tu pan? Hay mantequilla, manjar, mermelada, margarina, salame, queso… ¡Hueón, lo que quisierai! Había más comida ahí que en mi casa”, relata Belén Rojas, estudiante de Periodismo.

Al otro lado del patio, los estudiantes de la contratoma tuvieron autorización para dormir en la Facultad de Derecho UC. Usaron el hall para eso, les prestaron la sala Moscatti y algunos durmieron en el Cade. “Yo me habré dormido a eso de las cuatro de la mañana recién, en el piso de Derecho, que era lo que estaba más calentito, porque estaba el aire acondicionado y también dormí un rato en el centro de alumnos, ahí me morí de frío”, cuenta Ignacio Palma.
“Comimos pan con salchicha al microondas a las cuatro de la mañana”, dice una estudiante de la contratoma que solicitó mantener su anonimato. Más tarde, cuenta, algunos compañeros que no habían podido entrar les llevaron hamburguesas y pizza por Lira. Además, tenían galletas y Sopa para uno que les llevó un profesor. Otros fueron a las máquinas dispensadoras que estaban funcionando y los guardias de Derecho les prestaron su hervidor para que pudieran tomar té y café.

Sumándose, de a poco, en el patio de Derecho, los integrantes en contra de la toma llegaron a ser 43 en un momento. Ignacio Palma, presidente del MG, aseguró que estaban presentes los profesores Patricio-Ignacio Carvajal y Gabriel Bocksang. Otra estudiante que solicitó anonimato coincide con Palma e identificó a otros seis profesores.
“Nos sentíamos full abandonados por los medios y las autoridades, pero después se empezó a hacer noticia”, relata una estudiante anónima de la contratoma.


En la toma, la noche fue de turnos, tomar decisiones y planificar lo que se venía. El mismo día se había decidido en una asamblea que los hombres, en su mayoría del campus Oriente, no se quedarían a alojar, y se fueron alrededor de las 23.00 hrs. Las disidencias sexuales sí podían quedarse y durmieron en una sala designada solo para ese grupo.




Valentina Sanz se mantuvo sin dormir de viernes a sábado. En la mañana fue a la sala Joane Florvil a tomar desayuno con otras estudiantes que tenían la misma cara de trasnochadas. Se lavó los dientes, la cara y se cambió la polera. Salió y encontró una sala donde durmió cerca de dos horas.

El sábado en la mañana se abrieron las puertas de la toma para que entraran las estudiantes que fuesen identificadas por sus pares como “pro movimiento feminista”. Quienes salían y entraban a la toma tenían un número escrito en sus manos. Cuando ingresaron, comenzaron a trabajar en los lienzos y a evaluar el trabajo de las cuadrillas.
Una de las discusiones más largas de la asamblea de ese día fue si las estudiantes hablarían o no con la prensa, la que dio como resultado una conversación oficial con los medios a las 21.00 hrs. Antes de ese periodo prepararon a quienes serían las voceras, que fueron escogidas para cada oportunidad.
El patio del Papa fue el punto de encuentro para desarrollar actividades artísticas en la jornada. Las alumnas del campus Oriente, en el que se imparten las carreras artísticas, enseñaron a las otras estudiantes las rutinas de danza que conocían.
Lo que se decidía en las asambleas se establecía como regla y éstas eran claras. Cuando tocaba turno, había que ir a la cuadrilla respectiva a cuidar, unas se iban y otras regresaban. Cuando comenzaba una de las reuniones, los patios quedaban vacíos y los hombres no podían entrar. “Al principio era muy bacán, muy sororo, había mucho entendimiento, pero de repente también mucha tensión. Había que escuchar a todas las personas que estaban ahí opinando y estábamos todas muy sensibles. De repente una lloraba, otra se exaltaba”, recuerda una estudiante de Teatro que prefirió no dar su identidad.
Un recorrido por los lugares que estuvieron tomados en el campus Casa Central de la Universidad Católica
“Este fin de semana no se solicitará un desalojo. Soy enfático de que no puedo dar estas seguridades desde el día lunes”, dijo el rector Ignacio Sánchez a los medios de comunicación en un punto de prensa.
Quedaban cuatro horas para que se cumpliera el tiempo que había dado el rector para desalojar. Esa tarde del domingo 27 de mayo, cada grupo se reunió a discutir su situación interna, ya que muchas facultades estarían en paro al día siguiente. En tanto, estudiantes del campus Oriente organizaron una intervención callejera con batucada para la noche. En Twitter comenzaron a correr mensajes: había que despedir la toma. Beatriz Sánchez, Chini Ayarza de Chini and the Technichians, Su Opazo y Paloma Salas fueron algunas las invitadas al acto cultural y velatón que comenzó a las 20 hrs.

“Mírala que fue fuerte viene
Mírala que fuerte va
Es la lucha feminista
que no da ni un paso atrás…”
Las velas fueron las protagonistas esa noche. Estaba lleno desde Lira a Portugal y mientras más gente llegaba, esa canción se escuchaba más fuerte. Pese a esto, el rector, su equipo y las seis representantes del movimiento feminista no podían escuchar los cánticos. La segunda y última reunión con Rectoría estaba ocurriendo en una sala del primer piso de la Facultad de Comunicaciones UC.
Puedes revisar las actas de la primera y segunda reunión en estos enlaces: Acta reunión 1 — Acta reunión 2


Una alumna que no quiso revelar su identidad ni carrera, que desde ahora en adelante llamaremos Ana, es católica y feminista. Ella era parte del grupo de manifestantes que durante la vigilia se asomaron con velas desde el balcón de Casa Central. El día anterior la estatua de Juan Pablo II estaba encapuchada y había sido un tema de debate en la asamblea si dejarla así. “Después de esa asamblea se le sacó la capucha, se cerró la capilla y solo las católicas teníamos llave”, cuenta Ana.

— ¡Ahora que estamos todas! ¡Ahora que sí nos ven! ¡Abajo el patriarcado, que va a caer, que va a caer! — gritaban los cientos de personas desde arriba.
— ¡Arriba el feminismo que va a vencer, que va a vencer! — respondían desde abajo.

Paloma Salas y Su Opazo hicieron shows de stand up comedy, dos mujeres improvisaron payas feministas y Beatriz Sánchez proclamó un discurso. Atrás de ellas, cada vez que se abría la puerta de la universidad, las manifestantes miraban con la expectativa de que fuese alguna de las seis representantes que en ese momento debatían con el rector. Habían pasado cuatro horas y aún no había respuesta.







El acta de la reunión de esa tarde da a entender las razones de la extensión de la reunión. Illia Gallo (Diseño), Emilia Larenas (Teatro), Mariana Cifuentes (Música), Macarena Maggi (Ingeniería), Daniela Pazos (Antropología) y Daniela Pinto (Ciencias Biológicas) plantearon en la reunión algunos de los problemas que habían ocurrido la noche del sábado, como: “el caso de una alumna que recibió amenazas de muerte en las barricadas que dan hacia la Facultad de Derecho”.
Las puertas se abrieron. La gente de la concentración se acercó a Daniela Pinto, una de las voceras de la toma. La representante de las estudiantes de Casa Central tomó el micrófono: “Nos fue bien, nos cedieron los pisos básicos para comenzar a negociar (…) Lo logramos cabras, este es el comienzo”.
Se apagaron las velas. Sólo quedaron en el frontis los carteles que decían frases como “Gracias compañeras por tomarse la cuna del neoliberalismo” y “No al machismo en la UC”. El resto de las estudiantes entró. Era hora de decidir si la toma continuaba o se bajaba luego de que el rector concediera los pisos mínimos de negociación.

Había pasado el plazo que les había dado Rectoría y llegó un correo dirigido a todos los estudiantes UC anunciando clases normales el lunes 28 de mayo. “La sensación era de esperar a que llegaran los pacos. Alguien hacía un ruido y pensábamos que eran ellos. Habíamos visto que hacía semanas a los compañeros del Instituto Nacional los habían sacado a patadas”, recuerda Alondra Arellano, coordinadora de la Segex. El plan “garrapata” era el conducto a seguir si llegaba Carabineros. “Había que abrazarse a la otra y no soltarse por ningún motivo”, recuerda Belén Rojas.
Esa noche cerca de 150 mujeres se reunieron en la rebautizada sala “Lucrecia Martel”, aproximadamente a las diez de la noche.
“Sí”
“No”
“Me abstengo”
Esas eran las tres opciones que había para sentenciar el futuro de la toma. La conversación duró 12 horas.
“En esa sala llena de mala vibra mucha gente hablaba y otras personas eran como guaguas que caían y se dormían”, recuerda Isidora Monsálvez y agrega: “todas estábamos como: ya, no quiero más, no quiero más. Esa asamblea nos quebró a todas’”.

La constante rotativa de gente, las diversas opiniones y peleas impedían llegar a un acuerdo definitivo. Esa noche votaron tres veces, primero ganó la continuidad de la toma, luego que se bajara y después, a las 9.30 hrs, se decidió que se realizaría una nueva votación a las 14.00 hrs , cuando estuvieran más descansadas.
“En el fondo era súper difícil llegar a un acuerdo y había mucha gente indecisa, era muy importante la votación”, recuerda Belén Rojas. Muchas de ellas fueron a sus casas a buscar ropa y a ducharse antes de la esperada asamblea.

Carlos Frontaura, decano de la Facultad de Derecho UC, se había quedado a dormir los tres días según recuerda Ignacio Palma, presidente del Movimiento Gremial: “Me imagino que se habrá ido a su casa en algún momento cada día para ducharse y después volver, pero las noches las pasaba con nosotros en la Facultad”. Cerca de las seis de la mañana del lunes, Frontaura realizó el discurso final. Los detractores de la toma tenían asumido que la ocupación feminista acabaría.
Los alumnos se reunieron en un círculo en el patio de Derecho, alrededor de Frontaura. “Agradeció el hecho de que nos hayamos quedado, trató de admitir lo que significaba estar acá. Agradeció a los profesores, a los guardias que habían estado. Instaba a no parar en la lucha de defender lo que creíamos, de defender el poder desarrollar las clases con normalidad, el diálogo y el respeto”, cuenta Palma. “Fue bien emocionante y muy significativo para toda la gente que estaba ahí. Él estaba muy emocionado”, agrega.
La incertidumbre afectaba a las estudiantes movilizadas. Algunas creían que ya se había bajado la toma, otras pensaban que esto se votaría a las 14.00 hrs: “A mis compañeras las despertaron diciendo que se bajaba la toma. Habían cabras limpiando. Cuando yo entré estaban sacando ollas”, dice Belén y cuenta que las detuvo:
— ¿Por qué se están llevando eso?
— Lo llevamos a otra toma, porque ésta ya se bajó.
— ¿Quién dijo eso? ¡Si la asamblea es a las dos de la tarde!
— No no, si me contaron que se bajó.
Cerca de las ocho de la mañana se reunió un grupo de detractores de la toma afuera del metro Universidad Católica y marcharon hacia Casa Central. “¡Por la patria, Dios y la Universidad!”, coreaban. “Fue potente. Eran los típicos compañeros más estudiosos que nunca se meten mucho en cuestiones políticas, ni de Centros de Alumnos. A lo mejor opinan de forma A o B y siempre votan y participan en ese sentido, pero no se meten mucho más allá. Toda esa gente estaba muy indignada con la toma en sí”, recuerda Palma.
Desde adentro, las estudiantes comenzaban a sentir la presión. Creían que las iban a desalojar. Isidora Monsálvez cuenta que en ese momento empezaron a mandar Whatsapp y cadenas a los simpatizantes de la toma: “Yo pensaba: llamen a gente, somos 20 minas adentro. Si nos desalojan ahora, no podemos haber 20 minas”. Comenzó a entrar gente, todos marcados con un número en la mano para contar cuántos habían ingresado. “Después caché que mucha gente de la toma se había ido a bañar, no estaban adentro”, agrega.
De un momento a otro, cerraron las puertas y votaron.
Se bajó la toma.
“En todas las votaciones me abstuve. En todas. Estaba de acuerdo en que la toma siguiera, pero no con la forma en la que lo estábamos haciendo, porque nos estábamos matando”, Isidora Monsálvez, Comunicaciones.
“Fue muy chocante y muy penoso, porque uno sabe que esto fue algo histórico. De que fue triste, fue triste”, estudiante de Teatro.
“En la noche yo había votado que siguiera, pero ese día en la mañana voté para que se bajara, porque la gente que estaba ahí estaba muy desgastada”, estudiante anónima.
“Estaba en shock. Yo pensaba: esto no lo podemos parar, ¿cómo les vamos a avisar a las otras?¡Van a bajar esto ahora!”, Belén Rojas, Comunicaciones.
“En ese minuto creía que era lo que había que hacer. No sé si quedé feliz. Igual es difícil, ya estaba mañosa, no había dormido, pero en ese preciso momento voté por deponer la toma. Nunca pensé que fracasamos, porque igual logramos muchas cosas, pero tampoco sentí que fue una misión cumplida”, estudiante de Antropología.
La orden era clara: no había que salir felices. El grupo que había votado se dispersó y comenzó a ordenar lo que pudieran antes de salir de la Casa Central. Otro grupo escribió un lienzo que pretendía mostrar el sentimiento de las participantes: “Esto recién comienza”. “La idea era representar que logramos cosas, que esto no se termina aquí y no estamos felices de la vida con lo que ocurrió”, cuenta una estudiante anónima de segundo año de Teatro.
Sacaron una fotografía, pero muchas no salieron. Una de las estudiantes comenzó a enseñarle al resto el canto para salir, sería el mismo de la noche anterior: “Mírala que fuerte viene…”

Todas repetían la canción una y otra vez, practicando la manifestación, tomadas de los brazos como cadena humana. Afuera, Dominga Parráguez y Catalina Cabello, representantes de la toma, escoltadas junto a un traductor de lenguaje de señas, eran esperadas por los profesionales de la prensa que estaban concentrados en la estatua de monseñor Crescente Errázuriz.

“Hoy se cumplen cuatro días épicos de trabajo y organización en Casa Central (…) Ha sido un arduo trabajo, se ha avanzado, pero falta mucho aún…”, leyó desde un celular Parráguez a viva voz. Entre quienes la miraban había periodistas, simpatizantes, detractores y a la lejanía profesores curiosos.
La toma había terminado.
Se abrieron las puertas de Casa Central.

Macarena Maggi, estudiante de Ingeniería y una de las voceras de la toma, salió. Se abrazó con el rector incómodamente y comenzó a salir la cadena humana, desplegándose en el frontis del campus. “Gritamos nuestro lamentable y triste adiós a la toma”, cuenta una estudiante anónima de segundo año de Teatro.

Mientras salían algunas, otras se quedaron sentadas en el patio del Papa, negándose a abandonar la universidad. Con ellas estaban los temas que consideraban pendientes: una educación feminista, el subcontrato de las funcionarias de la universidad y el rechazo a la objeción de conciencia.
“Quedó impecable toda el área. Se preocuparon mucho, dejaron las cosas en su lugar. De hecho, nosotras íbamos a poner bolsas en los papeleros de los pasillos y ellas las pidieron y las dejaron puestitas, así que nada que decir”, relata Flor Garrido, encargada del aseo de Casa Central recordando el momento posterior al que las estudiantes terminaron la toma.

Con los mismos números que estaban escritos en sus manos, las estudiantes entraron a Casa Central nuevamente, pero esta vez a limpiar y ordenar. El mobiliario se movía rápido de mano en mano y los detractores pudieron ver cara a cara a quienes por cuatro días habían visto a través de sillas.
Desde el patio del Papa cruzaban mujeres con sacos de dormir enrollados y otras estudiantes que iban al baño o se encontraban con sus compañeros. Algunas al día siguiente tenían que estudiar: era semana de exámenes.
La sala Lucrecia Martel volvió a llamarse Cardenal Raúl Silva Henríquez y la sala Joane Florvil dejó de abastecer con fideos a la toma.
La UC había vuelto a la normalidad en 15 minutos, pero las estudiantes que se quedaron sentadas en el patio seguían ahí, con el examen rendido, y aún con temas pendientes.
Nota de la redacción:El rector Ignacio Sánchez, el decano de la Facultad de Derecho, Carlos Frontaura, y Magdalena Lira, presidenta del Centro de Alumnos de Derecho UC, fueron contactados para ser entrevistados. Los tres se abstuvieron de participar en esta crónica.
Trabajaron en esta crónica
Editor general: Enrique Núñez M.
Editoras: Sofía Campusano-Macarena Figueroa
Colaboraron en la edición de la crónica: Sara Alfaro, Jaime Flores, Camilo Morales y Sebastián Zamora.
Periodistas: Josefina Costa, Cristóbal Fuentes, Camila Ossandón, Rosario Stanke, Magdalena Torga y Ángeles Wahl.
Edición gráfica y audiovisual: Macarena Figueroa-Enrique Núñez M.
La ilustración de portada la hizo especialmente para Km Cero, Bárbara Lafuente.
Las ilustraciones interiores las hizo Danae Silva para Km Cero, a excepción del reloj, el paraguas y la ilustración de la estudiante de la contratoma que fueron dibujadas por Sofía Campusano.
Agradecemos a los fotógrafos Patricio Espinoza, Antonia Garrido y Juan Pablo Molina que nos hicieron llegar sus fotos.
Este trabajo fue realizado por estudiantes de Periodismo de la Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile guiados por un profesor que actuó como editor general.
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