Ilustración por Barbara Lafuente/Km Cero.

Aprobar o reprobar: La toma feminista que puso a prueba a la Universidad Católica

Cuatro días y tres noches sin manual de instrucciones, entre el 25 y el 28 de mayo, la casa de estudios experimentó una toma que desafió con incertidumbre y tensión a las estudiantes que participaron y a las autoridades de la universidad. Esta es la crónica de un examen general en que la rúbrica de evaluación la definió cada ciudadano.

Por Equipo de Km Cero

Llegó a trabajar como siempre a las 6.40 hrs. Ingresó a oscuras a la Universidad, cuando adentro otro guardia terminaba su turno. Ese 25 de mayo había exámenes solemnes en la Facultad de Derecho, por lo tanto, le quedaban pocos minutos de silencio a Eduardo Campusano, que pronto recibiría a los estudiantes que en días como ese solían llegar más temprano a repasar.

Las primeras en llegar venían trasnochadas y entraron por la puerta principal de la Casa Central de la Universidad Católica, un poco antes de las siete de la mañana. Era viernes, el último esfuerzo, y recién amanecía en Santiago Centro.

Estaban nerviosas. Las ojeras las delataban. Era el examen de la vida. Las palabras que emitieran y cada gesto que hicieran definiría sus destinos, eso creían, de eso habían conversado. Pasaron frente a Eduardo Campusano. Se acabó el silencio. Las mochilas cargadas. Ya no había tiempo para repasar. En lugar de libros y apuntes, llevaban telas y pinturas.

Ellas fueron las primeras, pero venían más, muchas más, aunque la cifra no es precisa, calculan que más de 200 esperaban en Lira, Portugal y Lastarria. Cerca se estacionó un retén móvil, sus capuchas no pasaban inadvertidas. Aprovechaban los minutos adicionales para repasar con la tensión propia antes de un examen, cuando los contenidos se mezclan con la bruma de la noche anterior, con todo lo que habían conversado y la incertidumbre ante el resultado. Acá no había una segunda oportunidad. Aprobar o aprobar.

7.10 en punto.

“Fue como si nos hubiésemos contactado por telepatía”, cuenta una de las coordinadoras, Daniela Pinto.

Si ante un momento de alta intensidad física el corazón humano puede llegar a 190 latidos por minutos, unas 38.000 palpitaciones marcaron el ritmo de los cuerpos que ingresaron por las diferentes puertas de la Casa Central. La cuadrilla denominada de Refuerzo corrió primero y sostuvo las puertas, mientras la avalancha de jóvenes entraba y se tomaba los pasillos.

Comenzó el examen.

Eduardo Campusano y el resto de los integrantes de la Universidad Católica, no sabrían cuándo habría silencio nuevamente en esos pasillos que se terminaron de construir en 1917, que fueron tomados en 1967, y que 51 años después volvían a hacer historia.

Integrantes de la cuadrilla de Refuerzo le explicaron a él y otros guardias que comenzaba una toma, que por favor salieran. Luego de un par de llamadas a sus supervisores, los guardias se fueron de a poco y con tranquilidad. “No hubo ningún incidente, nada. Sería de mala política hablar que el actuar de ellas fue malo. Al contrario, fue súper calmado”, dice Eduardo Campusano, quien debió permanecer en el edificio el resto del día y toda la noche.

La llegada del rector se esperaba en cinco minutos, fue una de las razones por las que se decidió comenzar la toma a esa hora. Ese día, a las nueve de la mañana, él y los decanos tenían planificado reunirse en el Salón del Honorable Consejo Superior, ubicado en el segundo piso del llamado Patio de la Virgen del mismo edificio. También estaban convocados el presidente de la Federación de Estudiantes y la Consejera Superior. Era la instancia de rutina para conversar sobre el futuro de la universidad.

No dejarían de hablar de ese tema en los próximos tres días, pero la agenda no la pondrían ellos. El decano de Comunicaciones, Eduardo Arriagada, recibió un aviso de sus profesores: se habían tomado la universidad. Poco después, él y los otros decanos estarían discutiendo en el grupo de Whatsapp que comparten, sobre qué pasaría con la reunión del Honorable Consejo Superior, porque no iban a poder acceder al Salón de Honor. Las reglas habían cambiado, ellos tendrían que acomodarse a la toma. También estaban a prueba.

Un grupo de estudiantes se encargó de escoltar al exterior del edificio a todos quienes se encontraban en los patios. Las cuadrillas rápidamente se desplegaron para cerrar cada uno de los pasillos que conectaban el Patio del Papa y el Patio de la Virgen con el resto de los lugares, como el Centro de Extensión y las facultades de Derecho, Comunicaciones, Ciencias Biológicas y Medicina.

Las estudiantes construyeron su fortaleza en 15 minutos con bancas como las bases de sus barricadas y luego sillas y mesas que sacaron de las salas que están alrededor de los patios, amarradas con alambre y algunas cerradas con candados.

Foto por Juan Pablo Molina.

A las siete de la mañana sonó la alarma de Javiera Rodríguez, Consejera Superior de la universidad. La apagó y permaneció acostada. Sonó el teléfono. Era Sebastián Winter, segundo vicepresidente de la FEUC. Le contó que Casa Central estaba en toma. “¡Me estás hueveando!”, gritó Javiera en su cama. Le dijo a Sebastián que a las 8.15 hrs estaría en la universidad.

Diez para las ocho de la mañana, otra llamada interrumpió el sueño de Ignacio Palma, Presidente del Movimiento Gremial: “¡Levántate, que se están tomando la universidad!”, recuerda que le dijo un amigo. “Nunca me había duchado tan rápido”, reconoce. Le dijeron que la toma era pequeña y que habría clases igual. Entonces las facultades aún no habían decidido si continuar o no con actividades regulares. “Se nota que los que dijeron eso no estaban presentes”, sentenció Ignacio, al evaluar el panorama que encontró al llegar al campus, y agregó: “Las barricadas parecían como las de la película Los miserables. Eran tremendas”.