
Balas locas en La Florida: vivir en un campo de batalla
Gissele Ramírez (24), Julio Sáez (35) y Sylvia Molina (53) tienen dos cosas en común: los tres viven en La Florida, y sus hogares han recibido impactos de balas disparadas por desconocidos. Los vecinos, de distintos sectores de la comuna, reclaman que las “balas locas” han puesto en riesgo las vidas de sus familias. En septiembre aumentaron drásticamente las denuncias por “balas locas”, con una leve baja en octubre, según el Departamento de Seguridad Ciudadana de la Municipalidad de La Florida.
Por: Javiera Mateluna
Jorge Ramírez (41) celebró el 18 de septiembre en su casa, ubicada en la población Nuevo Amanecer, al sur de avenida Departamental, en La Florida. “Pasó el día con Bernardita Olmedo -su polola- y el hijo de ella, de once años”, cuenta Gissele Ramírez (24), hermana de Jorge. En la medianoche comenzaron a sentir una ráfaga de sonidos que venía desde afuera. Entonces, el hijo de Bernardita, que estaba en la pieza de al lado, entró rápido a la habitación de Jorge. “El niño se dio cuenta de que algo le entró, que había balazos. Fue a la pieza de mi hermano y le dijo que estaba sangrando”, recuerda Gissele. Había sido víctima de una “bala loca”.
Popularmente conocida como “bala loca” o “bala perdida”; corresponde a un proyectil que “impacta en el lugar donde el tirador no lo ha querido, por lo que tiene un carácter accidental”. Así la define Héctor Casanova, director del Departamento de Balística y Explosivos del Colegio Criminalistas de Chile (Colcrim).
La herida a bala del hijo de Bernardita fue el resultado de una pelea entre dos bandas de narcotraficantes: “los europeos” y “los guatones”, detalla Gissele, y agrega: “Venían peleando y se encontraron acá, afuera de mi casa, que está en la esquina. Una de las bandas disparó y le llegó una bala a la pieza de mi sobrino, en el segundo piso”.
Cuando Jorge vio al niño con la herida en la espalda se desesperó. “Bajó a sacar la camioneta y justo se topó con los delincuentes que estaban en la esquina. La otra banda le había disparado a uno de ellos, así que necesitaban un vehículo para trasladarlo al hospital”, relata su hermana. Sin embargo, Jorge se resistió: “Forcejeó y forcejeó. Por el niño, más que nada”, cuenta Gissele, lo que llevó a que lo bajaran de la camioneta y le dispararan dos veces: en una mano y en el estómago. Tres días después, Jorge falleció en la Unidad de Paciente Crítico del Hospital de La Florida.

Las denuncias por balas locas crecieron en La Florida en septiembre. Así lo menciona Eduardo Zamora, gestor comunitario del Departamento de Seguridad Ciudadana de la Municipalidad. Según sus registros, al mes llegan al menos cinco denuncias por “balas locas”, pero en septiembre estas incrementaron a diez , alza que se mantuvo en octubre: “Sigue habiendo denuncias, en octubre hubo siete”, advierte el funcionario.
La posibilidad de morir en casa
Durante la noche del domingo 2 de agosto Sylvia Molina (53) dormía en su pieza, en el segundo piso de una casa en la población Los Navíos, en el límite de La Florida con La Pintana. Hace más de 20 años vive en ese hogar donde, a diferencia de otras casas, hay una ampliación en la parte trasera, para que duerma su sobrino de 18 años cuando la visita desde Rancagua.
“Estaba durmiendo cuando siento el grito de mi sobrino: ¡la tele!”, relata Sylvia, quien nunca imaginó que despertarían con el impacto de una bala en el televisor, que por poco hirió a su sobrino. Con su marido fueron a ver qué había ocurrido y observaron el casquillo del proyectil en el suelo. Entonces, llamaron a Carabineros, quienes no llegaron. “No podían acudir porque estaban con problemas en (la población) Los Quillayes y estaban todos los policías ocupados”, señala Molina.
Tras ese 2 de agosto, Sylvia confiesa sentirse desprotegida: “¿Qué más seguro que tu casa? Uno no se imagina nunca qué te puede pasar; morirse ahí mismo”.
Para Eduardo Zamora, del Departamento de Seguridad Ciudadana, esta situación no es extraña: “No hay medios suficientes, carros policiales, motos, o personal. Han disminuido bastante”, afirma. Es en la zona poniente de La Florida, que colinda con Puente Alto y La Pintana, de donde provienen la mayor parte de las denuncias por situaciones relacionadas con el uso de armas, según Zamora.
“No hay medios suficientes, carros policiales, motos, o personal. Han disminuido bastante”. Eduardo Zamora, gestor comunitario del Departamento de Seguridad Ciudadana de la Municipalidad de La Florida.
Para el ingeniero en balística Héctor Casanova, quien ha trabajado como perito privado para Carabineros de Chile, la tasa de resolución policial de las “balas locas” en Chile es baja: “Podemos tener una idea del calibre del arma, pero no podríamos decir concretamente qué arma fue la que disparó. Es un camino al que no podemos acceder por un montón de falencias en el sistema”, enfatiza.
Puede haber distintos tipos de delitos como resultado de las “balas locas”: “Homicidio, lesiones, o porte y tenencia ilegal de armas”, detalla la abogada penalista María Elena Santibáñez. En aquellos casos en los que estos proyectiles causen la muerte de una persona, es poco probable que sea considerado como homicidio calificado: “Habría que probar que hubo ensañamiento, y eso es más propio de un homicidio con dolo directo, o sea, cuando se busca matar a una persona”, recalca Santibáñez.
Vivir con “la choreza encima”
Julio Sáez (35) despertó de sorpresa con un ruido que describe como un “piedrazo”. Fue el mismo día y casi a la misma hora que un proyectil hizo estallar el televisor en la casa de Sylvia Molina. Afortunadamente para Julio, esa bala no alcanzó a impactar el domicilio ubicado en la Villa El Rodeo, cercana a la población Los Navíos, en La Florida. “Sentí que pegó en la protección del segundo piso y después rebotó al patio de los vecinos”, cuenta Sáez.
Según Zamora hay otro factor que incide en el aumento: el narcotráfico: “Las bandas han tenido que luchar para captar a las clientelas y con eso se imponen a través de las armas”, sostiene el funcionario de la Municipalidad de La Florida. Pero “la gente está aburrida de eso”, se queja Gissele Ramírez. “A lo mejor no hay bala todos los días, pero sí autos que pasan a cada rato y rápido. Tú les dices algo y van con la choreza encima, entonces la gente vive con inseguridad”, acusa.
La creación de un banco nacional de huellas balísticas, según el experto de Colcrim, sería crucial para optimizar la investigación policial de balas locas, pues permitiría seguir el rastro de un arma: “Podríamos tener su hoja de vida. La idea sería que la huella balística que esté en el sistema sea la más actual”. Así, se podría determinar si las armas ausentes en los registros están en manos de la delincuencia. “En la medida que las vayamos incautando, y sacándolas de circulación, vamos a ir limpiando esa cifra”, concluye Casanova.
Esa propuesta está pendiente en el Congreso. En 2017, la Comisión Especial Investigadora de la Cámara de Diputados indicó, a través de un informe, la necesidad de modificar la Ley 17.798 sobre Control de Armas para crear un banco de huellas balísticas. El proyecto, según el informe del entonces ministro de Defensa del Gobierno de Michelle Bachelet, José Antonio Gómez, tendría un costo de US$ 3.992.048 y su operación de $118.572.000. Estos recursos deberían haberse gestionado con el Ministerio de Hacienda, sin embargo, la propuesta nunca se concretó.
Horas antes de la balacera afuera de la casa de Jorge Ramírez, él le mostró a su hermana cómo había arreglado el antejardín. “Me decía: mira, puse hartas flores de colores, harta alegría, como a ti te gustan”, cuenta Gissele. Ella no sabía que esa iba a ser la última vez que hablaría con él. Hoy, la familia de Jorge está a la espera de que se formalice al autor del crimen, pero el caso sigue siendo investigado por la Fiscalía Local de La Florida. Los vecinos del barrio condenan el asesinato a través de carteles colgaron afuera de su hogar con la frase “Justicia para Jorge”. “Todo nos recuerda a él”, dice Gissele.
