Los hornos comunitarios de Lota consisten en una semiesfera de ladrillos y barro de cuatro metros cuadrados puesta sobre una base de cemento.

Una tradición que se extingue a fuego lento

Las empresas del carbón de Lota construyeron hornos de barro comunitarios para que las mujeres hicieran el pan para el hogar, pero en 1997 con el cierre de las minas, su rol cambió: las dueñas de casa tuvieron que sostener sus hogares con las hogazas. Durante años, el pan minero se hizo fama en la zona y formó una cultura de mujeres emprendedoras. Hoy, sin embargo, están desapareciendo.

Texto y fotos por Alma Palacios

Es domingo y son las cinco de la mañana. En su cocina, Débora Canales (58) tiene 30 kilos de harina en la batea. La mujer es baja, de tez y ojos claros. Con un golpe ágil agrega la salmuera, la levadura y sumerge sus manos en la mezcla. Luego, su sobrino Pedro Lagos (24) la releva y sigue sobando la masa hasta que esté lista para formar los “lulos” de pan.

A las ocho de la mañana, el joven abre el quiosco a la orilla de la playa donde está el horno y se encarga de prenderlo. Cuando el barro ya está caliente, saca la brasa y lo limpia con una escoba de laurel y eucalipto que impregna su olor. Débora ingresa uno a uno los panes con una larga pala de madera y entre ambos tapan el horno con grandes paños húmedos. Ella es productora de pan minero, alimento tradicional de la cuenca del carbón, zona situada al sur de Concepción en la Región del Bío Bío. Son uno de los seis productores que usan semanalmente este espacio.

La mujer trabaja en el barrio Schwager de Coronel en el horno comunitario, una semiesfera de ladrillos y barro de cuatro metros cuadrados puesta sobre una base de cemento. Ahí vivían algunos de los trabajadores de la principal mina de carbón del país, ubicada en Lota y perteneciente a la empresa Enacar. La minera construyó ocho cuadras de casas en 1850 y, según los vecinos, los hornos han estado desde ese tiempo. Éste es sólo uno de los barrios mineros de la cuenca del Carbón, la que considera las comunas de Coronel, Lota, Laraquete, Curanilahue y Lebu.

Los hornos de barro comunitarios tuvieron un intenso uso a fines de la década de los 90, pero hoy están en su mayoría abandonados. Esto es un problema para Angélica Huerta, directora de la Casa de la Mujer de Lota, una ONG dedicada al trabajo por la independencia económica y la prevención del abuso a las mujeres de la localidad. Para ella el fin de la actividad minera mermó la identidad de los habitantes.

“Antes del cierre, los lotinos teníamos claro lo que éramos y estábamos conformes con eso. Éramos una zona minera, con un arraigo del sindicalismo reconocido nacionalmente. Después del cierre, esa relación colectiva y comunitaria que era importante para nosotros, se fue perdiendo. Hoy estamos en una sociedad en que todo apunta al individualismo”,comenta Huerta. Según ella, ahora la gente del barrio ya no logra ponerse de acuerdo para arreglar los hornos cuando fallan.

Los hornos datan de 1850, cuando se asentaron las comunidades mineras en la zona.

Después del carbón

En 1997, por primera vez María Cofré (74) hizo pan con el objetivo de venderlo. Llevó 15 lulos a Concepción hechos en el horno comunitario de su casa en Lota Alto. Había aprendido a cocinarlo gracias a una vecina y antes de ese año solo hacía para el consumo familiar.

Frente a la Vega Monumental, en solo una hora, logró vender todos sus productos. El éxito la motivó a seguir. “Cuando se cerró la mina yo comencé a trabajar el pan. No nos rendía la plata y por eso yo cerré los ojos y me tiré a hacer pan no más y ahí empezaron a hacer todas las vecinas conmigo”, cuenta la mujer. En su mejor momento, a mediados de los 2000, llegó a producir cuatro cajas que llevaba a la Feria Campesina de Collao en Concepción los días sábado. Hace un año dejó de vender y solo se mantiene con la jubilación de su marido y algunos pedidos especiales, pero sigue siendo la encargada de uno de los dos hornos comunitarios de su barrio. El otro está abandonado.

La situación de María se repitió en toda la zona. Después de cerca de 100 años de operaciones, la mina de carbón de Lota, la más grande de Chile, cerró las puertas de cada uno de sus piques: el Chiflón del Diablo, Carlos y Alberto. Quedaron más de 2.000 trabajadores sin empleo. Con esto se terminaba el ciclo del carbón, principal actividad económica y fuente de trabajo de toda la cuenca al sur de Concepción. Esto dejó marcas hasta la actualidad, donde Lota es la quinta comuna con más desempleo del país llegando al 9,9% en el primer trimestre de 2017.

La popularidad del pan minero fue tan grande que algunas, al cambiarse a mejores viviendas, se construyeron sus propios hornos para seguir produciendo.

Los hornos de barro comunitarios fueron construidos por las empresas del carbón junto con los pabellones donde vivían los mineros. Ellos llegaban desde distintos sectores de la región a trabajar y ellas llegaban para hacer el pan para el hogar. Después del cierre de las minas, los hombres quedaron sin trabajo y los hornos se convirtieron en la fuente de sustento. Las mujeres salieron a venderlo a las calles.

El pan con chicharrones, que se volvió el sustento familiar tras el cierre de las minas.

No hay datos sobre el total de hornos comunitarios que alcanzó a haber en la zona, ni la cantidad de mujeres que los usaron antes y después del cierre de la mina, pero la popularidad del pan minero fue tan grande que algunas al cambiarse a mejores viviendas se construyeron sus propios hornos para seguir produciendo. Por eso hoy es común ver en las ferias y en las calles de Concepción carteles ofreciendo pan minero a mil pesos, pero no con tanta frecuencia como antes.

Este decaimiento también se ve en los hornos, donde María Cofré cuenta a solo tres personas que llegan a utilizar el espacio durante la semana y lo hacen para el consumo propio. “ En los 90, el horno estaba prendido todos los días. Ahí sí que había boche y había que levantarse tempranito para ir a poner la seña arriba del horno”, recuerda Cofré, quién explica que las “señas” eran marcas en un palo que tenía el nombre de la persona y la hora a la que iba a hacer pan. Antes, al menos 20 vecinas se turnaban el espacio y hacían hasta 50 panes cada una.

“A mí el horno me ha dado todo lo que tengo, me dio esta casita. Con el horno, la que sabe trabajar y sabe administrar, le va súper bien”, dice Débora Canales.

Para Violeta Pérez, socióloga e investigadora de la Universidad de Concepción y experta en los oficios de las mujeres lotinas, los hornos y otros espacios femeninos similares fueron fundamentales para levantar la zona después del cierre de la mina. Según Pérez, las dueñas de casa tuvieron esta fuerza, porque no perdieron tanto como los hombres. “La mina no era un espacio de ellas. Ellas habían constituido su vida exteriormente, en espacios como la feria y los hornos. Cuando se cerró, continuaron haciendo el pan y vieron ahí una manera de generar recursos”, explica la socióloga.

Los que no se apagan

En 2011, Débora Canales sintió que la jubilación de su difunto esposo no le alcanzaba para sus gastos y por primera vez comenzó a vender el pan que antes hacía para consumo propio, pero que aprendió a cocinar sobre los 50 años. Partió con cinco kilos de harina y desde hace tres años cada domingo usa 75 kilos, sacando 80 panes y 200 empanadas que sus clientes llegan a comprar ahí recién hechas. A más tardar, a las 13 horas del mismo día ya ha vendido todo. “A mí el horno me ha dado todo lo que tengo, me dio esta casita. Con el horno, la que sabe trabajar y sabe administrar, le va súper bien”, dice orgullosa.

“En los 90, el horno estaba prendido todos los días. Ahí sí que había boche y había que levantarse tempranito para ir a poner la seña arriba del horno”, recuerda Cofré.

Débora Canales sabe que el horno ya no produce como antes, pero añora que los vecinos le vuelvan a dar valor. “Ese sistema no tiene que desaparecer, porque es una fuente de trabajo para uno. La que no lo sabe aprovechar, que diga que no tiene nada que hacer en la casa, ni para comprar algo a su hijo. Pero está el horno, haga pancito, venda”, dice Canales.

Pero María Cofré ya ve que esto tiene su fin:“Se va perdiendo de a poco, pero queda en los hijos que recuerdan cuando yo me lo pasaba metida en el horno”. Ella recuerda que ellos la acompañaban. Al horno llegaban todos los niños, toda la gente que hacía pan. En fila se quedaban esperando a la orilla del horno que sus madres salieran con bandejas repletas de pan caliente.

Sobre el autor: Alma Palacios es estudiante de Periodismo y escribió este reportaje en el curso Taller de Prensa. El artículo fue editado por Felipe Cáceres en el Taller de Edición en Prensa.