Los videoclubs que quedan
Visitar un lugar para arrendar una película pareciera obsoleto cuando las películas y series se mueven entre los bits de la red. Sin embargo, aún quedan personas que le dan cada vez más sentido al “club” de videoclub y emprendedores como Juan Navia y Patricio Araya que han dedicado su vida al negocio y que siguen levantándose para recomendar películas. Magnolia, Mundo Planet y Video Lar son parte de los videoclubs todavía en pie.
Por María Teresa Solar

Juan Navia tiene 68 años y es dueño del videoclub Magnolia hace 11. Es martes a la hora de almuerzo y él parece nervioso, tiene las manos un poco tiritonas y su mirada recorre rápida e incesante a las seis personas que esperan ser atendidas. Otros cuantos miran la vitrina desde afuera evaluando si tentarse a entrar o no. Le pide ayuda a su esposa y una vez atendida la clientela, Juan vuelve a su posición habitual detrás de la caja y la calma se apodera, como siempre, del resto del día.
En el primer piso del videoclub Magnolia, ubicado en la calle Huérfanos, los estantes de color azul gastado están llenos. Sobre las paredes amarillas se ve una película tras otra, igual que los libros en una biblioteca. A mano derecha las películas también llenan los cinco estantes y sobre ellos hay diferentes afiches de películas que decoran el lugar: El planeta de los simios, Blanca Nieves y Due ate. Las películas se clasifican de acuerdo a si son estrenos, series, top en rankings y críticas o Blu-ray. Hay dos vitrinas dedicadas a películas a la venta y un canasto de ofertas.

Juan Navia llegó en 2005 a este local, después de haber cerrado otros tres negocios donde vendía CD de música. Casi no le quedan pelos en la cabeza, tiene la nariz puntiaguda y su cara está marcada por líneas que se le forman al reír. Se viste casi siempre igual: polera con cuello de un solo color, jeans y zapatos gastados. Camina ágil esquivando los montones de DVD que hay en el piso, como si supiera de memoria dónde está cada uno. Pero eso es lo único que pareciera estar desordenado. Juan se preocupa de dejar en su lugar cada película apenas son devueltas.
Él atiende solo a los clientes, que cada vez son menos. “Nosotros tenemos más de 10 mil películas en arriendo además de las películas que están a la venta. Si me preguntas por una película, las tengo casi todas en la cabeza, casi no uso el computador”, cuenta Juan. Cuando no está atendiendo se dedica a leer las contratapas de los DVD, a revisar las críticas de cine por internet o a ver alguna película en la televisión que está colgada en medio de la tienda.
“Cuando empecé, era el boom de las películas. La gente hacía fila para arrendar, las estanterías estaban todas desocupadas y esperaban hasta que llegara un VHS”, cuenta Patricio Araya, dueño y administrador de Video Lar.
Uno de sus clientes es Pedro Ruiz. Tiene 56 años y desde hace tres años que va al Magnolia a arrendar películas antiguas para ver con su señora. “Llegué preguntando por Texas, de George Marshall y la tenían. Hace veinte años que la quería ver”, comenta. En el subterráneo están los arriendos de películas a $500. Se pueden encontrar westerns, películas infantiles, clásicos y cine para adultos.
Hay 10 estantes con un promedio de siete repisas cada uno. Como ya no caben, hay montones de películas arriba de los estantes, casi tocando el techo. Ruiz baja y se sienta tranquilamente en una silla para ver si encuentra algo que le llame la atención. Trabaja cerca del lugar y en sus tiempos libres aprovecha para buscar entre los clásicos. Su truco es siempre arrendar más de un DVD para aprovechar la visita.
Juan Navia sabe que en poco tiempo el negocio puede decaer, ya que siempre están saliendo nuevas tecnologías, pero cree que todavía hay vida. “Sigo comprando lo último que está saliendo. Aunque sea un negocio antiguo hay que estar siempre al día para no fallarle al público”, agrega.
Nunca ha estado al nivel de lo que fue Blockbuster, pero podría terminar de la misma manera. En 2011 Blockbuster era la cadena de arriendo más grande del mundo. En Chile había once locales operando, los que fueron cerrando paulatinamente cuando la empresa quedó en bancarrota. Los servicios de streaming y las páginas de descargas por internet que ofrecían diferentes opciones para ver películas y series habían ganado la batalla.

Mundo Planet
Dentro de la galería Merced, a dos cuadras del videoclub Magnolia, se encuentra Mundo Planet. La música ochentera se escucha desde el pasillo: Michael Jackson, esto no ocurría hace dos años, antes de que se incorporara la venta de vinilos usados al negocio. Al interior del local pareciera que siempre está de noche. Por su ubicación dentro de la galería, deben tener las luces artificiales prendidas durante todo el día. Está lleno de afiches de películas en las paredes y en el mesón central hay carpetas negras con fotos de las caratulas de las películas que ya no caben en los estantes.
Cuando entran más de cinco personas a Mundo Planet se hace difícil recorrer cómodamente el local. La nueva distribución para darle espacio a los cajones de plástico que guardan los vinilos, le quitó espacio a las películas que mes a mes se van acumulando en el mesón de al frente.

Carola Farías tiene aproximadamente 45 años y usa una polera naranja con el nombre del videoclub. Trabaja hace seis años ahí y calcula que hay más de 20 mil títulos. Antes trabajaban más personas, pero con los años han ido necesitando menos gente. “Hace unos tres o cuatro años bajó harto el arriendo. Yo creo que por el boom del cable y del internet”, explica Farías.
Aun así los clientes vuelven a buscar y devolver películas. Todas las semanas tienen nuevos socios. Para Farías, las personas que llegan a inscribirse lo hacen por la rareza que genera encontrar un videoclub. “En general son personas de todas las edades, también viene gente mayor a buscar películas más específicas, pero hay de todo”, agrega.

Video Lar
Durante los 90, Video Lar llegó a tener cinco sucursales abiertas. Solían estar cerca o en supermercados que tuvieran tiendas a su alrededor. Hoy la única que queda en pie se ubica en la calle Rancagua, entre el Parque Bustamante y la calle Seminario. El local abre de 11.00 a 23.00 hrs. todos los días, incluyendo domingos y festivos. “Cuando empecé, era el boom de las películas. La gente hacía fila para arrendar, las estanterías estaban todas desocupadas y esperaban hasta que llegara un VHS”, cuenta su dueño y administrador Patricio Araya, de 60 años.

En las estanterías de color verde se ubican más de seis mil títulos repartidos en las tres piezas que tiene el local. Pequeños cuadros con caratulas de película como Ghandi, El señor de los anillos o Pulp fiction adornan las paredes. Destacan también los cuadros dibujados en blanco y negro de Charles Chaplin y una foto de los protagonistas de La laguna azul en su primera versión, del año 1980. El dueño se declara fanático del cine arte y su idea era atraer al público que se interesa por ese tipo de películas.
“Sigo viniendo, porque me encanta tener la película en mis manos, sentir la textura y leer lo que dice atrás. En internet, a veces, vienen sin subtítulos, no se compara con la variedad que hay acá”, dice Yolanda Garrido, clienta frecuente de Video Lar.
Video Lar arrienda la mitad de las películas que arrendaba en su mejor época, cuando llegaba a los tres mil arriendos al mes. A diferencia de los dos videoclubes que funcionan en el centro, éste es un local de barrio. Es de mayor tamaño y el público llega en las tardes y los fines de semanas. “Algunos clientes han seguido viniendo desde que abrimos, llegaban con sus hijos chicos y ahora llegan los hijos solos a arrendar”, cuenta Araya.
Cinco años atrás, según Araya, llegaban 10 personas al día que querían hacerse socios, hoy llegan tres, a veces ninguna. En general las empresas que traían películas eran grandes y vendían el 80% a Feria Mix y Blockbuster. El resto de los independientes compraba el otro 20%. Hoy Chilefilms y CinecolorChile son los principales proveedores. “Si no es por los independientes que nos traen las películas, no sobreviviríamos”, sostiene Araya.
Araya tiene su pieza favorita, aquella donde la mayoría de los títulos son de cine arte. Hay colecciones completas de Woody Allen, Alfred Hitchcock o Ingmar Bergman. Yolanda Garrido (46) toma varios DVD y le pide al dueño que le recomiende algo. “Sigo viniendo, porque me encanta tener la película en mis manos, sentir la textura y leer lo que dice atrás. En internet, a veces, vienen sin subtítulos, no se compara con la variedad que hay acá”, dice.

Araya comenzó a traer comida para diversificar la oferta y tentar a los clientes a entrar. Además de los típicos canastos azules con amarillo de la marca de palomitas Act II, que también había en los antiguos Blockbuster, en Video Lar ofrecen bebidas, chicles, chocolates, cigarros y papas fritas en tarros, las que se ordenan una al lado de la otra llenando hasta el último espacio del mesón que forma un cuadrado alrededor de la caja.
El dueño ya tiene la cabeza puesta en qué otro negocio inventar para que el local siga siendo rentable. Ha pensado en abrir un delivery de sushi, un café o vender comida más elaborada. “A la larga igual se va a morir, por ahora que esté pataleando no más. Antes tenía gente que me ayudaba, ahora estoy solo porque quiero bajar la cortina”, dice entre risas. Luego agrega que todavía siguen viniendo los que tienen que venir: los fanáticos del cine arte.
Sobre el autor: María Teresa Solar es estudiante de Periodismo y escribió este artículo en el curso Taller de Prensa. El reportaje fue editado por Javiera Zaccarelli en el Taller de Edición en Prensa.