Mucho antes que la crisis climática fuera un tema a nivel mundial, el pueblo mapuche venía luchando ancestralmente por la protección de la biodiversidad de la Tierra. Una forma ha sido a través de la música, actualmente con una generación de artistas cultores de distintos estilos que buscan concientizar sobre el cuidado de la naturaleza. “Hay una revitalización de su lengua y un creciente valor hacia su cultura”, dice una socióloga sobre la tendencia.
Por Catalina Aillapan (@aillapanda)
Edición: Trinidad Riobó (@trinidadriobo) y Nicolás Stevenson (@_nicostevenson)
Es el atardecer del 18 de diciembre de 2022 y Antumalen Antillanca rapea su canción “Ñaña descoloniza tu belleza” en el Rockódromo de Valparaíso, uno de los festivales gratuitos más importantes de la música chilena. La cantante, de entonces 23 años, viste una capa azul y brillante que al flamear con el viento revela una estrella blanca en el medio. Con este atuendo representa la Wuñelfe, la bandera más antigua del pueblo mapuche. En la capa también puede leerse “Isleña”, su nombre artístico que hace alusión a la Isla Huapi, su lugar de origen, ubicada en el Lago Ranco, en la Región de Los Lagos. Antumalen es también activista de Epu Lapken Mapu (en español, Dos Lagos de la Tierra), un colectivo que integra el conocimiento científico con el mapuche para levantar información sobre el estado del agua de las cuencas del Maihue y Ranco y velar por el cuidado.
Un afafan (grito mapuche) sale de su pecho y ella les pide a los cientos de personas del público que lo repliquen. “Ay ay ay ay ay”, responde la audiencia gritando a coro. En aquel momento, Antumalen se siente orgullosa de sus composiciones musicales, que mezclan el mapuzungun (su lengua nativa) con los ritmos urbanos del reguetón, el rap y el dembow —un género musical urbano de patrón rápido y repetitivo del que nació el reguetón—.
Ahora, casi dos años después, es 10 de junio de 2024 en la ciudad de Bonn, Alemania, y Antumalen está tomada de las manos de cinco activistas indígenas provenientes de México, El Salvador, Guatemala y Brasil en una sala de conferencia. Todos, de cara a una audiencia atenta, armonizan un canto tradicional rogativo de los Geripankó, pueblo originario de Brasil, pidiendo por sus luchas y demandas.
Antumalen es una integrante de los once jóvenes indígenas y afrodescendientes de Latinoamérica, defensores de su tierra, elegidos para ser voceros en la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático SB60 en Alemania. Este encuentro anual busca avanzar en la acción para el empoderamiento climático, a través del intercambio de conocimientos y experiencias entre los distintos representantes de sus países.
Pueblos indígenas como el mapuche han defendido y protegido al medio ambiente mucho antes de que la crisis climática se convirtiera en un tema global. Casi veinte años atrás, ya un informe del Banco Mundial titulado “El rol de los indígenas en la conservación de la biodiversidad” concluía que los pueblos originarios resguardaban el 80% de la biodiversidad del planeta. Esta publicación decía que gracias a su conocimiento de la naturaleza, promovían el crecimiento de los bosques y de las áreas donde gestionaban la tierra. El reporte también agregaba que el uso sostenible de los recursos naturales ayudaba a combatir el cambio climático y fortalecía la capacidad de recuperación ante desastres naturales.
En la misma línea, acorde al informe “El estado de los territorios de las Comunidades de Pueblos Indígenas y Locales”, realizado en 2021 por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), las Comunidades de Pueblos Indígenas y Locales (CPIL) son las guardianas de diversos ecosistemas terrestres del mundo. De los 847 ecosistemas, el 75% son parte en alguna medida de territorios indígenas. Además, las tierras de las CPIL se han mantenido en óptimas condiciones en su mayoría, pues el 91% tiene ninguna o poca modificación humana. Así, representan casi la mitad de todas las tierras globales en buenas condiciones ecológicas (casi 66 millones de km2). Por lo tanto, el estudio afirma que la representación ecológica solo se puede lograr mediante el mantenimiento y apoyo a las CPIL en sus roles actuales como cuidadores de estas áreas, incluyendo el reconocimiento de sus derechos de tenencia.
Antumalen es parte de una generación de artistas mapuche que ha traspasado las fronteras de su etnia gracias a la música. Entre rimas, acordes, beats y melodías, este puñado de creadores ha encontrado en la música una herramienta poderosa para hacerse escuchar como pueblo y elevar sus denuncias sobre el deterioro medioambiental de sus tierras. Entre ellos está MC Millaray, joven rapera chilena de 18 años, reconocida por The New York Times como “la rapera adolescente mapuche que exige derechos indígenas con su música”. Carina Carriqueo, cantautora y escritora mapuche-tehuelche de Argentina, que a sus 44 años ya ha postulado dos veces a los Latin Grammys, los reconocimientos más importantes otorgados anualmente por la Academia Latina de Artes y Ciencias de la Grabación. La cantautora y profesora de historia de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Daniela Millaleo, de 38 años, quien se ha presentado en grandes escenarios como en el Estadio Nacional en el marco de la Conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado, junto a Quilapayún, Illapu e Inti-Illimani. El cantante, guitarrista y profesor de música de la Universidad Alberto Hurtado, Cristofer Collio, de 33 años, conocido artísticamente como “Ketrafe”, que este año fue parte del Festival Smithsonian Folklife-Voces Indígenas de las Américas, una celebración anual realizada en Washington DC que convoca a creadores indígenas para honrar sus tradiciones. En este festival, celebrado en la capital de Estados Unidos, también se presentó Waikil, 40 años, exponente del rap mapuche y creador y director de Wetruwe Mapuche, un medio audiovisual que trabaja en la difusión de registros de poesía y música de su pueblo.
Los últimos tres artistas han sido nominados a los Premios Pulsar en la categoría Difusión de la Música de los Pueblos Originarios en distintas ediciones. Además, colaboraron en la banda sonora original del documental Bajo Sospecha: Zokunentu (2022), que trata sobre el artista Bernardo Oyarzún y la reivindicación de su apariencia indígena, dirigido por su sobrino Daniel Díaz Oyarzún. La música del largometraje fue compuesta por el violinista mapuche Francisco Moreira, conocido en el círculo artístico como VÑVM (pájaro), formado en el Conservatorio de la Universidad de Chile. Gracias a este trabajo, Moreira ganó como Mejor Compositor de Música para Audiovisuales en los Premios Pulsar 2023.
Esta nueva ola de talento y activismo cultural, que utiliza la música para fortalecer la identidad mapuche y promover su lucha por la justicia y el reconocimiento, hace diez años se empezó a configurar y agudizar como tal gracias a la existencia de espacios colaborativos entre los artistas, explica Victoria Maliqueo, socióloga mapuche de la Universidad de Chile.
“Es muy interesante el fenómeno, porque no solo participan en espacios autogestionados, sino también dentro de instituciones. Muchos de estos artistas también son investigadores que están dando una visión súper crítica sobre y desde diferentes ejes, como la tensión entre el pueblo mapuche y el Estado chileno, incorporando nuevas estrategias musicales e hibridando todo. Esto le va dando a sus letras la profundidad que las caracteriza”, manifiesta Maliqueo.
La también socióloga de la Universidad de Chile, además de intérprete musical de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Camila Utrera, complementa: “El arte es también un actor social que genera discurso. Refleja lo que sucede en la sociedad en la que está inserto y la influye. Por lo tanto, el arte no se puede desligar de su contexto social”.
La lucha de la gente de la tierra
Con el retorno a la democracia en Chile, el pueblo mapuche adquirió un lugar en el discurso y en el espacio público, oponiéndose a la hegemonía neoliberal, explica la socióloga Camila Utrera. Por medio de su cosmovisión fortaleció su lucha y mucha más gente se identificó con ello, incluso sin pertenecer a la etnia, agrega. La experta explica que la inmigración desde el Wallmapu (territorio ancestral mapuche) hacia las ciudades implicó reconfigurar la identidad mapuche en un entorno urbano. “Muchos mapuche dejaron de tener vergüenza de serlo y se atrevieron a decirlo, buscando reconocerse en su propia biografía”, añade.
Utrera explica que este proceso se visibiliza más notoriamente con artistas mapuche como músicos, poetas, escritores y artesanos: “Ellos, que no necesariamente crecieron en la comunidad, emergen con una narrativa híbrida, levantando y fortaleciendo una nueva identidad mapuche. Además, hay una revitalización de su lengua y un creciente valor hacia su cultura. Esto se ha acentuado en respuesta al calentamiento global, a las políticas extractivas, explotación medioambiental y al crecimiento de los gobiernos fascistas que niegan esta situación. Mientras más polos hay en enfrentamiento, más grande se vuelve”.
Que parte de la revolución mapuche se dé desde la música tiene sentido, según explica Cristofer “Ketrafe” Collio. Para el artista, la música es un elemento que siempre ha estado muy dentro de la cultura mapuche, desde el canto tradicional a las canciones más contemporáneas. De esta manera, el pueblo mapuche ha logrado conservar el mismo pensar y el actuar a través de los diversos géneros musicales. “La idea es que trascienda el pensamiento propio mapuche, lo importante que es para nosotros la Ñuke Mapu (Madre Tierra) y toda su biodiversidad. La misma música es una herencia, viene con nosotros, no es algo nuevo. Tiene un poder propio: el lenguaje de la emoción, de los sentimientos e incluso espiritual. Por ello, la usamos como un puente y un canal para poder conservar ese pensamiento que está vigente, porque se va transmitiendo a las generaciones jóvenes y las que vienen detrás”, afirma Ketrafe.
La música de la artista mapuche-tehuelche Carina Carriqueo incluye sonidos naturales e instrumentos ancestrales como la trutruka, el kultrun y la pifilka. Para ella es un desafío transversal extender la preocupación que tienen por el medioambiente: “Yo respeto la naturaleza y siempre lo he hecho, por eso es difícil explicar algo intrínseco en mí”, dice.
Carriqueo, asentada en General Pinto, provincia de Buenos Aires, es también una activa intérprete en centros culturales y en escuelas de Argentina. Ella explica que a veces no existen palabras en castellano para definir la fuerza espiritual que quiere transmitir con su canto “para que se entienda aquello que tiene mucho significado en nuestra cultura y cosmovisión mapuche. Aun así, nunca se debe apagar el amor que tenemos por la naturaleza. Para eso, después de encendernos a nosotros mismos, debemos tratar de ir iluminando a los que están cerca”.
En 2023 fue la primera vez que postuló a los Latin Grammys con su single Canto Sagrado del Lucero y este año volvió a postular con la canción Tufachi Mawün (esta lluvia), esperando hacer estos premios más inclusivos con los pueblos originarios. “El Tufachi Mawün es un ruego para tener un día de lluvia, literal y retóricamente, porque estamos atravesando tiempos difíciles de mucha tempestad. Por eso, en nuestras rogativas pedimos a las fuerzas naturales y a todos nuestros ancestros el amor y la fortaleza para seguir adelante, para que nada más nos detenga o derrote. Nada nos debe hacer caer nuestro ánimo, espíritu y corazón, sino que debe estar siempre latiendo, con ganas de vivir y luchar”, dice.
La cantautora e historiadora Daniela Millaleo coincide en que para su pueblo la naturaleza “es todo lo que nosotros respiramos. Mapuche significa gente de la Tierra, o sea que sin ella no existimos”, dice y agrega: “Para mí es un mandato denunciar el maltrato y genocidio de nuestro territorio. Nuestra lucha tiene que ver con la defensa de la Tierra como un ente vivo. En Chile la Constitución no la reconoce así y tampoco reconoce al pueblo mapuche como tal. Por eso, hay un masivo empresariado parasitario que destruye la Tierra, nuestros terrenos, como las forestales, hidroeléctricas y salmoneras”, denuncia Millaleo, autodenominada “nieta del desarraigo del Wallmapu”.
Los abuelos de Millaleo emigraron a Santiago a mediados del siglo XX, presionados por el empobrecimiento del territorio mapuche. Así, Millaleo fue criada en la capital, como muchos mapuche de su generación, aunque esporádicos viajes al sur la mantuvieron conectada a su pueblo a pesar de la distancia física. Su disco Trafun, lanzado en 2013, ha musicalizado largometrajes como Mala Junta (2016) de la cineasta Claudia Huaiquimilla, ganador de más de 40 premios nacionales e internacionales, entre ellos el Gran Premio del Público en el Festival 39º de Cine Latinoamericano de Toulouse (Francia). También participó de documentales como Gente de la Tierra (2020), realizado por Marcelo Tarud y transmitido en TVN, en el que se les dio un espacio a las comunidades mapuche para que fueran las protagonistas, expresando sin intermediarios sus sueños, anhelos y dificultades. De la misma forma ha sido parte de otros proyectos audiovisuales, series infantiles y artes escénicas. Su colaboración en la obra teatral Ñüngen: Zoológicos Humanos (2019), producida por el Colectivo Epew, fue un momento destacado en su carrera, pues la llevó a ser nominada en la categoría Difusión de la Música de los Pueblos Originarios de los Premios Pulsar 2020.
La música fue la forma que encontró de comunicar la nostalgia que tiene por sus tierras, la que transforma en inspiración para luchar por su pueblo. “Me sirve mucho como terapia, porque cuando viajo al sur y veo lo que está pasando con la depredación del medio ambiente, me da mucha rabia. Siento una catarsis al cantar estas cosas y decirle al público a través de la música lo que está pasando con nuestro territorio, porque como mapuche mi mandato es defender la Tierra”, declara Millaleo.
En Trafun, de su disco homónimo, ella canta con su característica guitarra: “Hay gente que muere pidiendo lo justo, hay gente que vive a costa de lo injusto (…) al buitre asesino que mata a mi tierra, al hombre que gana haciendo la guerra (…) Hemos roto las cadenas, hemos vuelto a nuestras tierras, sangre de mi gente, mi gente que lucha, que habla con el trueno el sol y la lluvia, que arando la tierra encontró el sustento, la sangre de un pueblo en contra del tiempo”.
Según un estudio del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona del 2023, a pesar de que los pueblos indígenas representan solo el 6,2% de la población mundial, se ven afectados por el 34% de todos los conflictos medioambientales mundiales documentados sobre proyectos de extracción y desarrollo industrial. Basándose en los datos recopilados Atlas de Justicia Ambiental, los investigadores revelaron que los mapuche son el segundo grupo indígena más frecuentemente afectado, con 31 conflictos en la última década. La mayoría están asociados a los efectos que industrias como la minería y el sector hidroeléctrico han provocado en sus territorios.
Cuando la cantante urbana Isleña Antumalen fue la vocera mapuche en la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático 2024 en Alemania, habló de la inoperancia de la aprobación y ratificación del Convenio 169 sobre pueblos indígenas y tribales en Chile. A pesar de su existencia, revela: “No se realiza ningún tipo de consulta o pregunta a las comunidades locales cuando vienen a hacer intervenciones a sus territorios”.
Luego expuso cómo trabajan con su colectivo Dos Lagos de la Tierra por una gobernanza colectiva de las aguas. Junto a otras comunidades mapuche de la Región de Los Ríos, han promovido la investigación científica en conjunto con el conocimiento indígena. “(Queremos) generar una confluencia de saberes y proteger nuestros lagos patagónicos, que son las principales fuentes de agua dulce de nuestro Chile y Sudamérica. Que no vengan desde otros países a decirnos cómo tenemos que cuidar nuestros ecosistemas, sino que nosotros, los pueblos indígenas, seamos capaces de generar estas soluciones ante la crisis climática”, manifiesta Antumalen.
Tocando música, mentes y corazones
En los últimos años, la percepción de la cultura frente a la crisis climática ha evolucionado significativamente. Según Thiago Jesús, productor y gerente senior de proyectos creativos indígenas y de acción climática en People ‘s Palace Projects, ya no vemos a la cultura únicamente como una víctima de esta crisis, sino como una fuerza poderosa y transformadora. “Las artes pueden evidenciar verdades ante el poder, contar historias que necesitan ser contadas, movilizar a las personas, fomentar la inclusividad e imaginar nuevas formas de existencia. Esta movilización de voces culturales, como las de las comunidades indígenas, es crucial y está ganando impulso”, explica.
Según Jesús, los datos científicos no conducen a acciones inmediatas y a menudo pueden causar ansiedad, tristeza, depresión y parálisis: “Aquí es donde las artes y la cultura sobresalen; operan en este espacio personal, tocando mentes y corazones. Pueden cambiar comportamientos y movilizar a las personas para la acción colectiva”.
Millaleo también considera que muchas veces es más fácil escuchar una canción que un discurso político, porque puede tener un alcance vía Spotify o por medio de una red social. “Además, las artes tienen la vocación de poder llegar a lo profundo del alma de las personas”, manifiesta.
A pesar de que a veces quienes no manejan su lengua originaria no entienden las letras, Carina Carriqueo complementa: “La música de los cantores mapuche espera su público y en algún momento llega quien quiere oírla, haciendo que recuerde sus paisajes y se reencuentre con su Tierra”.
Para ella es fundamental seguir enseñando: “No podemos guardarnos nada. Ya tenemos un pasado triste de muchas derrotas, pero también de varias batallas ganadas. Nuestros ancestros se pusieron de pie y continuaron. Si no, no estaríamos acá. Entonces, para honrarlos a ellos y su memoria, usamos el canto como una manera de llegar hasta ellos y traerlos al presente”.