Según la Federación Deportiva del Rodeo Chileno (Ferochi), esta disciplina reúne anualmente cerca de dos millones de personas en todo Chile. Sin embargo, esta tradición hace noticia cada cierto tiempo, al ser acusada de ejercer maltrato animal. En Chacayes, a 24 kilómetros de Rancagua, esta tradición se vive de manera constante, en familia, escuchando cueca, vistiendo ponchos y chupallas. ¿Cómo se explica la adhesión a tal cuestionada práctica? Esta crónica viaja a lo más profundo de esta costumbre.
Por Juan Pablo Escobar (@beauvaisxx)
Edición: Catalina Aillapan (@aillapanda)
Chacayes es una localidad ubicada a las orillas del impasible río Cachapoal, en la región de O’Higgins, a 24 kilómetros de Rancagua. Después de pasar un puente de acero, las casas comienzan a escasear y aparecen una por una en medio de prados y tierra, ralamente esparcidas. Tras un canal, que se cruza por un puente de madera, se encuentra un letrero que anuncia: “Club de Huasos de Chacayes”.
Es un terreno resguardado por rejas verdes y por pilares de ladrillos. La entrada, al lado sur de la propiedad, muestra una hilera de automóviles estacionados y pegados a las rejas. El olor a guano de las inmediaciones delata a los caballos: esbeltos, pulcros y de finos pelajes, que relucen ante el sol del casi mediodía, y a los elegantes huasos que cuidan de ellos, todos vestidos con chupallas, camisas cuadrillé, ponchos de diferentes colores, pantalones de casimir, polainas corraleras, zapatos lustrados y espuelas. Unos metros más allá están encerrados casi un centenar de novillos que combinan en su piel el blanco, negro y distintos tonos de café.
A la izquierda de la entrada, tras una fila de abedules, se encuentra una de las medialunas. Es vieja, hecha de una madera desgastada por el tiempo y descuidada, con casi 80 años de historia. Está siendo ocupada por las colleras, conformadas por una pareja de huasos y una de caballos. Estos calientan un poco, mientras que de fondo se escucha la cueca Corre ese novillo, en la voz de la cantora Carmencita Valdés.
Al centro del terreno hay un sauce que, contrario al resto del vecindario, está verde y pleno. A unos metros de él está la otra medialuna, con nueve años de existencia. Está hecha de madera resistente y clara, mientras que las paredes de la cancha están pintadas de blanco con detalles azules. Entre las dos únicas gradas de la medialuna está la caseta del juez.
Frente a ella hay un galpón. Dentro, se encuentran al menos una veintena de mesas vacías y ordenadas, listas para albergar cualquier almuerzo. Salvo una, que está abarrotada con papeles, personas y un computador: es el lugar de inscripción, pues en una hora más, a las doce del día, habrá rodeo.
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El rodeo se practica desde 1962 como “disciplina deportiva en sentido estricto”, reconocido por el Consejo Nacional de Deportes y el Comité Olímpico de Chile en el oficio N.º 269, y cada año se ha celebrado como tal en todo el país. En abril de este año ya se han realizado el 76º Campeonato Nacional de Rodeo (El “Champion”) y el 36º Campeonato Nacional Universitario, en el cual participa, entre otras universidades, la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Según la Federación Deportiva del Rodeo Chileno (Ferochi), esta tradición reúne cerca de dos millones de personas anualmente. Sin embargo, según la Encuesta CADEM publicada en diciembre de 2023 sobre las causas sociales con las que la ciudadanía se identifica, la práctica del rodeo es la que tiene un menor apoyo, con solo un 15% de respaldo. Este estudio también dice que el 75% de los chilenos se siente identificado con el movimiento de los derechos de los animales.
No obstante, en el Congreso está avanzando un proyecto de ley que busca declarar esta actividad como un deporte nacional, a pesar de que, según la Encuesta Criteria de agosto de 2023, “seis de cada diez personas consideran que el rodeo no debería tratarse como un deporte ni mucho menos uno nacional”.
En el galpón, donde están las mesas, hay una veintena de personas repartida entre los huasos que siguen tomando desayuno, los morosos que aún no se inscriben a 40 minutos del rodeo, los que ayudan en la mesa para anotarse, las cocineras que preparan el almuerzo para la tarde y un hombre que habla ocasionalmente con todos para supervisar la situación: Germán Vázquez (46). Camina de un lado a otro a paso lento y con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Pregunta “¿cómo va?” a unos, mientras que a otros les dice “ok” o “perfecto” con una expresión sonriente y sin signos de mayores preocupaciones de las que ya tiene.
Él es el presidente del Club de Huasos de Chacayes desde febrero de 2022, y el principal encargado de que el rodeo vaya a la perfección. Por ejemplo, si un huaso aún no se inscribe para completar el número de colleras esperable, él va y lo busca por todos lados para que no se atrase el rodeo; si las cocineras no van al ritmo para tener los almuerzos listos, él las apura; y si alguien tiene algún problema con lo que pase dentro del club de huasos, él se encarga de lidiar con esa persona.
Vázquez participa de manera frecuente en las actividades del club para darle a toda la comunidad eventos tan variados como exposiciones agrícolas, bingos, fiestas o rodeos, siendo estos últimos los que predominan por encima de los demás. “Son momentos de alegría para un pueblo de campo como el nuestro. Siempre da gusto poder hacer comidas, dar oportunidades para que las personas vendan sus cosas y, además, disfrutar de un buen rodeo, sobre todo en un día tan bueno como este”, expresa el presidente del club.
Después de hablar unos minutos con una de las cocineras, se dirige a la mesa de inscripciones para el evento corralero. Pregunta, con un tono de preocupación y de seriedad, por las colleras que aún no se inscriben a un señor que porta una libreta donde tiene apuntado a los que faltan. “Hay 29 de 31 colleras”, indica el hombre. Vázquez desvía su mirada hacia afuera del galpón y, después de unos segundos, se la devuelve al señor ordenándole: “Hay que apurarlos cosa de dejar preparada la lista para los delegados. No hay que retrasar el rodeo”.
Mientras los huasos van al picadero para galopar con sus caballos, los espectadores comienzan a llegar a la medialuna. A un lado de la entrada principal, para el público, hay un toldo azul con mesas que tienen un centenar de productos: carpas para caballos, que se usan para taparlos mientras no corren, y ponchos; artículos de cuero como cinturones, embocaduras, riendas, bolsos, estuches y billeteras; objetos específicamente para caballos y huasos como piales, cabezadas, palillos, peleros, canilleras y casqueras; y souvenirs como fundas para mates y jockeys. Son un negocio talabartero, que alude al arte de realizar artesanías de cuero para caballo, llamado “El Farolito”.
El dueño y encargado del comercio es Carlos Cáceres (39), un oriundo de la ciudad de Machalí que viaja por todo el Valle Central vendiendo sus productos, preferiblemente cuando hay rodeos. “Lo que más vendemos aquí son los aperos, las cabezadas, los palillos, los peleros y las canilleras, cosas para caballos y huasos que se desgastan o se rompen en las corridas. Obviamente, traemos souvenirs, ponchos y otras cosas más para personas que vengan sólo a ver al rodeo, pero nuestro enfoque está principalmente en el caballo y en la tradición», menciona Cáceres. Los aperos son el grupo de elementos básicos para lograr montar un caballo, al menos para correr en el rodeo, y están conformados por la montura, el freno, la cabezada, el pelero, la enjalma y las riendas. Bajo el toldo azul que protege del sol de Chacayes, el comerciante espera vender antes del inicio del rodeo mientras más y más personas van llegando a la medialuna: “La gente no sabe lo que generan estas instancias porque esto es para gente que le gusta no más. Muchos consiguen trabajo gracias a todo lo que se genera por detrás del rodeo, tanto para el huaso, para el caballo o para otras cosas”, comenta Cáceres.
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Tal como se estila a nivel nacional, esta práctica en Chacayes consiste en que una collera corra a un novillo por tres vueltas en el apiñadero, que es la parte más pequeña de la medialuna. Después, la collera tiene que intentar atajarlo en tres intentos consecutivos en los quinchos acolchados de la cancha, que es la parte más grande del recinto. Estas dos partes están separadas por una empalizada, la cual tiene en cada extremo una puerta que da hacia la cancha. Estas se abren solo cuando ingresan las colleras y cuando terminan de correr al novillo dentro del apiñadero. En este último también hay otra puerta pegada a la pared de la medialuna, el toril. Es de un ancho y largo lo suficientemente corto como para que el novillo, que tiene que salir por ahí, no pueda darse la vuelta. Esta es importante para el desarrollo del rodeo, ya que es ahí donde se marca el inicio de la corrida.
Los huasos y sus caballos disputan puntos por la calidad de la atajada, la cual puede variar desde cuatro puntos “buenos” a ninguno, según la zona del tronco donde se remata al novillo. El puntaje máximo se consigue con una atajada “de ijar”, es decir, en la parte baja del tronco; tres puntos con una atajada “de mitad”, en la parte media del tronco; dos puntos con una atajada “de paleta”, en la parte alta del tronco; y ningún punto si se ataja en la cabeza, a lo que se llama envoltura.
También hay una variedad de castigos, los cuales significan penalizaciones de uno o dos puntos, considerados como “malos”. Hacer una vuelta más o menos en el apiñadero, golpear al novillo con el caballo o no atajarlo correctamente representan un punto malo. Que se caiga el jinete en el apiñadero, abandonar al novillo a la entrada de la zona de los quinchos (zonas acolchadas) o soltarlo en la atajada son dos puntos malos. Por último, que un jinete toque directamente al novillo, es motivo de eliminación del rodeo.
Para poder participar, los caballos y novillos también tienen que cumplir requisitos específicos dictados por la Ferochi, que son los encargados del rodeo de más alto nivel en nuestro país. Según ellos, los caballos deben ser de raza chilena pura, estar en condiciones de salud óptimas y pesar entre 200 y 300 kilos. Los novillos, por su parte, deben pesar entre 300 y 500 kilos y no sólo se les exige estar en buenas condiciones, sino que, además, no pueden haber sido corridos por más de una vez en toda su vida.
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Son las doce del mediodía. El sol del valle de Chacayes expone a la medialuna a un calor que se combina con una vista de los cerros que se encuentran a medio kilómetro de allí. Entonces, los altavoces, que han reproducido durante horas las cuecas de Carmencita Valdés, bajan el volumen de su voz y los espectadores disminuyen el bullicio. Felipe Blanco, el juez y el encargado de usar el micrófono, con una voz gangosa y grave, comienza a hablar: “Listos para presentar las colleras para empezar el rodeo”.
Al entrar una collera, un sector de la grada aplaude animosamente para apoyar a los jinetes. Los caballos, por su parte, se mantienen con una actitud tranquila gracias al exigente adiestramiento al cual han sido sometidos todas sus vidas. Sus pelajes pulcros y brillosos relucen en su máximo esplendor bajo el sol del mediodía para la vista de los espectadores, cuyas miradas se mezclan entre las que demuestran admiración y las que demuestran interés. Mientras se siguen ordenando las colleras, el capataz, encargado de mantener el orden y el único jinete a caballo que está solo dentro del recinto, revisa uno a uno los huasos y equinos.
Apenas se abre el toril se puede apreciar al novillo, de pelaje desordenado color café como el dulce de leche y con un rostro que expresa estoicidad. Al salir, la collera comienza a arrearlo hacia su izquierda, casi pegado a la pared y a la empalizada. El bullicio de la medialuna vuelve a ser prominente. Los jinetes toman con firmeza las riendas al galope: uno va corriendo al novillo por detrás y otro va casi a la par, con el pecho del caballo tocando la parte baja del tronco del bovino en diagonal, cosa de que no pueda ni darse vuelta ni irse hacia dentro. Mientras se corre al animal, los huasos más entusiasmados de la grada están parados viendo la escena y, siguiendo con una mirada casi teledirigida a la collera, exclamando “¡epa!”, “¡ejalé!”, “¡yapue!” o “¡eso!”. De fondo, aparte del bullicio y el galopeo y jadeo de los animales, se escucha una cueca.
La collera recibe su primer veredicto por parte del juez después de correr al novillo por tres vueltas en el apiñadero y de salir hacia la cancha, por la otra puerta, siempre arreando cerca de la pared. “Un punto bueno”, indica en el altavoz. Apenas termina la frase, el bullicio se convierte en aplausos, mientras que los huasos espectadores, siguiendo el galope que pasa por debajo de sus narices en la cancha, se asoman para ver más de cerca la acción. En este punto, cuando va a producirse la atajada en una de las dos partes acolchadas, el bovino comienza a abrir más los ojos e intenta huir de la corrida hacia donde están las otras colleras, ubicadas en el centro de la cancha tras unas líneas delimitadas por banderines de color naranjo, sin éxito. Los caballos, esbeltos y firmes, parecieran ser murallas para el joven bovino que, una vez alcanzada la zona de atajada, es empujada con fuerza por el equino que la ha estado siguiendo, con el pecho pegado a la parte baja del tronco, durante todo el momento. Esto provoca que el animal, cansado tras ser corrido, se caiga de rodillas, ensuciando su pelaje con tierra y sudor.
La escena provoca una combinación de aplausos y gritos de apoyo que felicitan la destreza de los huasos, un bullicio que eleva sus decibeles tras el segundo veredicto del juez reproducido a través del altavoz: “Cuatro puntos buenos”. El novillo se levanta acorralado por la collera, la cual lo obliga a darse la vuelta para arrearlo a la otra zona de atajada, al lado contrario de la cancha. Ahora, por reglamento, los jinetes intercambian roles: el que atajó debe arrear por detrás y el que arreó por detrás debe atajar. Galopan a la velocidad que el bovino puede ir, que es a paso más lento respecto al inicio de la corrida, debido al cansancio de esta. Cuando llegan a la parte acolchada, el caballo que se encuentra en posición diagonal embiste al novillo en la parte media de su tronco. “Tres puntos buenos”, indica el juez.
Más aplausos y gritos de jolgorio se suman mientras el animal se encuentra de rodillas en la tierra de nuevo. Esta vez se demora más en levantarse, mientras su cara expresa un mayor jadeo que antes. Es obligado a darse vuelta por los jinetes, quienes nuevamente cambian de roles, para realizar la última atajada en la zona acolchada donde el bovino fue embestido por primera vez. Este es arreado a un paso lento pero apurado, y cuando finalmente se le agarra con fuerza en la parte baja del tronco, haciendo que se caiga por tercera vez. “Cuatro puntos buenos”, anuncia el juez confirmando el cuarto y último veredicto de la corrida. Los espectadores, animosos, celebran el rendimiento de la collera mientras esta espera a que el novillo se levante. Como el animal se tarda, aparece el mismo hombre que cerró la puerta del apiñadero para obligarlo a pararse, tirándole la cola y dándole palmadas en el lomo. Después de un minuto, extenuado, se levanta lentamente y es arreado, casi cojeando, hacia el toril por parte de la collera. Una vez dentro, finalmente termina la corrida. Se festeja con más aplausos y gritos, debido a que los jinetes consiguieron doce puntos buenos, un número que es considerado alto en la competición.
Tras esto, el juez, a través del altavoz, le pide a la siguiente collera que se prepare para continuar con el rodeo.