En plena dictadura militar, un grupo de periodistas se organizó con el fin de esquivar la censura de prensa. Ante la necesidad de contar lo que estaba pasando, crearon la Carta a los Periodistas, un medio de comunicación alternativo que circuló entre los años 1984 y 1985, con sede en el Colegio de Periodistas. 50 años después, sus protagonistas reviven aquella época y relatan lo que la iniciativa significó para ellos y para las personas que pudieron leerla.
Por Lisa Parada Larenas (@lisaparadal)
Edición por Sebastián Cornejo (@seb.cornejo)
Estaban sentados alrededor de la mesa central en el quinto piso del Colegio de Periodistas, sede que integraba el Consejo Nacional y el Consejo Metropolitano, en Amunátegui 31. Los entonces once dirigentes, discutían sobre cómo informar a la ciudadanía en el escenario nacional de aquella época. Oriana Zorrilla (74), periodista que participó de la Carta e integrante del Consejo Metropolitano, ahora jubilada, cuenta: “Recuerdo que Gustavo Pueller (colega suyo) dijo: ‘oye, pero hagamos una carta, una carta a los periodistas’”. A principios de noviembre de 1984 se inició un boletín tamaño carta, de dos hojas, cada una impresa por ambas caras, que contenía las noticias más importantes de la jornada del día anterior. Para concretar la iniciativa de manera discreta, reutilizaron un boletín de circulación interna llamado El Periodista, en el que se informaba sobre lo que ocurría dentro del Colegio, las próximas reuniones, las cuotas, entre otros asuntos, recuerda Oriana.
Nadie imaginaba entonces, dice la periodista, la masificación que la Carta llegaría a tener. “Venían a buscar una copia los estudiantes universitarios, las federaciones, pobladores organizados, vicarías, grupos de derechos humanos, muchos organismos diferentes”, añade.
Como cuentan sus participantes, la Carta surgió como idea del Consejo Nacional y el Metropolitano. “Nosotros (como dirigentes) aprobamos y respaldamos de inmediato”, afirma el periodista Guillermo Torres-Gaona (74), dirigente del Consejo Nacional en dictadura. Así comenzó la redacción: “Buscábamos cómo contribuir a que terminara ese infierno en Chile y pudiéramos tener democracia nuevamente”, cuenta y revela que, pese a estar en su mayoría cesantes, el compromiso de los periodistas con la información era mayor.
Estimado colega:
Cada día, todos llegaban a las 9:30 de la mañana y salían a buscar la información cerca de las 10. “Era un horror (reportear). Uno tenía que conseguirse monedas para llamar al Colegio desde un teléfono público, o más bien conseguirse uno de red fija para despachar lo que estabas reporteando”, cuenta Oriana mientras hojea el libro Carta a los Periodistas: Crónicas Bajo Estado de Sitio, una recopilación de lo que fue la iniciativa. Trabajaban de lunes a viernes hasta las seis de la tarde, tratando de respetar un margen horario para que los periodistas llegaran a sus casas antes del toque de queda, que partía usualmente a las 8 pm. Las personas en puestos de redacción y reporteo variaban, pero había cargos fijos. “Teníamos una reunión a media mañana, en la que Tati Penna e Isabel Torres (colegas) fijaban la pauta de lo que había que cubrir y reportear”, recuerda Guillermo.
La Carta comenzaba a repartirse, de manera gratuita, alrededor del mediodía (o 12 del día). Si bien la situación política prohibía la publicación de cualquier impreso, el boletín “era para los periodistas” comenta Oriana añadiendo con tono irónico que, de igual manera “lo hacían circular afuera” del colegio. Estimado colega: queremos informarte…, eran las cuatro primeras palabras que contenía el boletín, que ayudaban a la discreción que la iniciativa requería al comienzo, pero con el tiempo “no pasaba nada de piola”, según Oriana. Posteriormente, se desplegaban dos hojas con ambas carillas cubiertas de información del día anterior, que combinaba datos sobre interrogatorios, noticias internacionales que otros medios compartían y la descripción de casos de quiénes estaban siendo detenidos, secuestrados o liberados en Chile.
María Olivia Monckeberg (79) periodista que participó de la iniciativa, además de presidir el Consejo Metropolitano, describe la Carta como: “una acción de resistencia ante una situación totalmente anómala, para poder darle información mínima a la gente. No eran grandes reportajes, era información chica”. Pero, aunque fuera acotada o superficial, no por eso dejarían de hacerla, “no podíamos dejar de informar”, relata la periodista.
Contaban con sólo tres máquinas de escribir y una fotocopiadora donada por organizaciones de periodistas internacionales, rememora Oriana: “Hacíamos la Carta en hojas con papel calco, de ahí sacábamos cinco copias, luego fotocopias y con esténcil también”, dice. El fin era replicar los ejemplares para dar abasto a las personas que iban a retirarlas a la sede del Colegio o para repartirlas en la calle o a la salida del metro.
Una larga fila
El alto edificio del Colegio de Periodistas se transformó en la casa matriz de la distribución de estos ejemplares. Antes de comenzar a entregar la carta solía generarse una fila que iniciaba en la puerta de la oficina principal del Consejo Nacional, ubicada en el quinto piso. Esta recorría el edificio, bajando los 20 escalones de cada piso. Según relatan sus participantes, una vez fuera, la hilera de personas continuaba por Amunátegui hasta llegar a la calle Agustinas y posteriormente chocaba con Teatinos. Si bien esta se disipaba durante la tarde, personas seguían apareciendo hasta antes del cierre de la sede.
«Nos dimos cuenta de que no teníamos capacidad para hacer tantos boletines y organizamos grupos, agrupaciones que representaran a otros, para que luego las distribuyeran y reprodujeran”, explica Jorge Andrés Richards (75), periodista y dirigente del Consejo Nacional en dictadura. De esta manera comenzó a perderse el rastro de la cantidad de copias repartidas por ejemplar. Se sabe que hubo 144 ediciones de la Carta a los Periodistas, entregadas entre 1984 y 1985, pero no cuántas copias se hicieron en total. “Por fax se empezó a mandar a regiones, a los colegas dirigentes que sobrevivían”, cuenta Oriana. En Concepción e Iquique se les sumaba información regional sobre lo que estaba ocurriendo. Dentro de las noticias podías encontrar titulares como: “Secuestran a la hija de …”, que contenía el detalle de la hora y lugar donde fue vista por última vez, qué se encontraba haciendo o hacia donde se dirigía.
No tenían financiamiento, se apoyaban en aportes de los colegas, la mensualidad del Colegio y las donaciones de otros periodistas. “Alguien trajo un gran tarro de leche nido vacío, cerrado y con un orificio en la tapa. En la parte visible del tarro se había sacado la etiqueta de leche en polvo y se le puso: “Carta a los Periodistas”, recuerda Oriana, ahí la gente que iba a recoger el ejemplar hacía su aporte voluntario. Con eso financiaban los implementos que necesitaban para reproducirla, papel, tinta y cinta para las máquinas de escribir.
Pero la ayuda no sólo se veía en lo económico. Según relata Guillermo, la colaboración de los periodistas de medios formales, que no estaban clausurados, era clave: “Nos entregaban información y antecedentes que tenían por su lado”. Oriana lo reafirma: “Los colegas nos entregaban noticias que ellos no podían publicar por la censura”. Además, por su parte, los dirigentes sociales que retiraban la Carta en la sede aprovechaban de poner al día a los redactores sobre lo que ellos estaban haciendo. Así la información venía de diversas fuentes.
Enfrentando el miedo en conjunto
Con la gran difusión, llegaron las amenazas. Sus participantes cuentan que diariamente eran perseguidos por los militares. Había amedrentamiento de diverso calibre: “Nos decían que nos cuidáramos que nos iban a sacar la mugre, pero no los pescábamos”, cuenta Jorge Andrés. “A los dirigentes nos amenazaban de muerte. A mí me tiraron gatos muertos en el antejardín con el nombre mis hijos (escrito en el cuerpo de los animales)”, relata Oriana, “no nos pasó mucho, pero era muy duro”.
“Siempre como ser humano uno tiene miedo, pero al estar juntos enfrentábamos ese miedo en grupo”, cuenta Guillermo. Como institución no sólo distribuían la Carta, sino que también organizaban manifestaciones callejeras, exigiendo la libertad de prensa. “A más de alguno lo tomaron preso alguna vez”, señala. Producto de una marcha, Guillermo estuvo detenido por cinco días.
Las amenazas al Colegio se concretaron con el primer y único allanamiento que tuvieron durante la distribución de la Carta, el 5 de enero de 1985. Se registraron las dependencias de la oficina del consejo y les incautaron máquinas, entre ellas la fotocopiadora. Tras aquel episodio comenzaron a turnarse para cuidar el edificio, relata Guillermo. “Resguardábamos lo propio para poder continuar con nuestra tarea. Nos quedábamos toda la noche”.
El equipo de la Carta contaba con asesoría legal y de defensores de los derechos humanos. “Teníamos dos abogados, no les pagábamos ni uno, pero defendían a los periodistas que tomaban presos”, explica Oriana. Los cronistas relatan que ocurría algo “insólito” con el trato hacia la prensa por parte de las Fuerzas Armadas. Según Guillermo la tenacidad de sus abogados tenía mucho que ver. “Quizás tomaban cierto resguardo por el hecho de ser nosotros periodistas”. Al menos así se explica él que la Carta perdurara, pese a la situación de censura nacional.
En junio del año 1985, por orden del régimen, se dio por finalizado el Estado de Sitio en Chile, lo que permitió que medios que se habían visto obligados a dejar de funcionar, volvieran a hacerlo, aún bajo censura militar. Esto trajo consigo el final definitivo de la Carta a los Periodistas, María Olivia relata: “tuvimos que seguir con lo nuestro”, refiriéndose a sus trabajos paralelos a lo que hacían por la Carta, sin dejar sus puestos ni actividades dentro del Colegio.
Con fecha exacta el 28 de junio del mismo año, se publica la última edición de la iniciativa. En esta el equipo de redacción se despide de su público: “La Carta llegó a formar parte substancial de nuestras vidas en este difícil periodo, porque no solo permitió conocer y difundir aquello que otros se empeñaron en ocultar, sino que hizo posible que los principios éticos, morales y filosóficos que nos mueven en el ámbito profesional y personal tuviesen cauce para ejercerlos”, según narra este fragmento extraído de ejemplar número 144.
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Sobre la autora: Lisa Parada es estudiante de quinto año de la @fcomuc. Su área de interés es el periodismo social y de investigación.